Encerrado como un animal se liberó del mal (1ª Parte) †
Recuerdo con exactitud el día en el que mi vida cambio por completo, un jueves lluvioso, ruidoso, en el que cualquiera desearía estar en su casa y no salir a menos que algún incidente le ocurriera y no tuviera más opción.
Ahora llego a una conclusión: la opción correcta te desemboca en una deriva dolorosa y rotativa.
En menos de veinticuatro horas tu vida puede cambiar del modo más sangriento, doloroso y asfixiante que te puedas imaginar, y abandonar hábitos malos, podría haberme salvado.
Si tuviera que hacer una escala del mayor al por menor de las cosas que cambiaría de mi vida, serian tener la oportunidad de no haber amado nunca en mi vida, pediría con todas mis fuerzas que nunca hubiera aceptado a que viviéramos juntos, si fuera posible, arrancaría cada uno de sus tactos impregnados en mi piel y esas palabras bonitas que me decía al oído mientras yo me derretía sin saber que me mataría.
Las personas cambian, pero no cuando tú te quemas piel ayudándolos. Sino cuando estas deciden que ya es hora de que cambien sus viejas costumbres. Pero se supone que cuando uno ama con todas sus fuerzas a una persona esta llegara a hacer lo inimaginable por ti.
18 años tenía cuando me enamore perdidamente de ese chico que revoluciono mi vida. Todavía recuerdo ese brillo en los ojos y mis movimientos cuando estaba al lado mío, nunca creería que el chico que creí que era inalcanzable se fijaría en mí.
A mi sola mayoría de edad, era una irresponsable, una joven-adulta que se creía que el mundo comía de la palma de su mano por el mero hecho de tener padres que le podían proporcionar todo lo que le daba en gana.
Ahora entiendo porque las estrellas desean estar libres, porque saben que si dejan que las aten no resplandecerán como siempre, ya que, saben que la felicidad son capaces de proporcionárselas a sí mismas sin necesidad de nadie más.
Todo comenzó con la revelación con mis padres, conseguí salirme con la mía e irme a vivir con el hombre al que amaba, la situación al principio era placentera, cada día mis sentimientos por él se acrecentaban, pero todo se volvió crudo, cuando las peleas empezaron, los gritos por estará mirando a otra persona que no fuera el, esa paranoia en sus ojos era lo que me aterrorizaba y provocaba que no tuviera escapatoria. Hice oídos sordos a todas las advertencias, que después supe que eran por mi propio bien y no para dañar una relación que estuvo resquebrajada desde el primer segundo en el que nuestras pieles se rozaron.
No podía huir, debido a que mis padres no me acogerían después de todos los problemas que monte.
Después el miedo formo parte de mi vida, no podía salir de la mansión en la que vivíamos, aunque las personas de fuera miraran como pensando que sería un lujo vivir en un hogar como el que teníamos, era un inferno doméstico, la casa estaba llena de cámaras, me controlaba, me encerraba en el sótano cuando mi comportamiento no era el adecuado.
No sabía cuánto tiempo llevaba encerrada en el sótano, por lo menos tenía un colchón en el que dormir, los meses pasaron, los años también, todo ligamiento con familiares o amigos se habría roto, ya nadie sabía dónde me encontraba, porque en donde vivíamos estaba más o menos aislado de todo el mundo.
Las lágrimas se deslizaban por mi sucio rostro, ya no importaba mi higiene, mi libertad ya estaba atada a cada norma que el ejerciera sobre mí. Daban igual los gritos que profiriera, aunque notara como mis cuerdas vocales se desligaban, nada se oiría en el lugar en el que me encontraba, las incontables cerraduras en esa puerta negra eran presentes de los incontables golpes, la sangre derramaba y las gotas de sal que mancillaban cada tramo de mi piel.
¿Qué hice mal?
¿Por qué no me percate del peligro en el que me encontraba cuando tuve oportunidad?
¿Cuántos maltratos de su parte deberé soportar hasta que me deje en libertad?
¿Soy libre de decidir si mi vida está estancada?
Miro con tristeza mi cabello sucio taparme la vista, miro el techo recostada en el colchón, miro la instancia, es amplia, antes gritaba, pataleaba, intentaba soltarme de las cuerdas que rodean mis muñecas, rechazaba la comida que me daba en un platillo y el bidones con refresco, pero con el tiempo aprendí que eso solo retrasaría mis oportunidades de escapar si es que alguna vez las tenía, a veces me soltaba y me dejaba encerrada, esos eran momentos en los que me ejercitaba un poco, no era recomendable que dejara que mis huesos se atrofiaran, había observado cada recoveco de este infierno en el que me encontraba, no había ventanas, ni cuando me daba la comida se acercaba a mí. No me miraba, las palabras no valían, las suplicas cesaron desde que las lágrimas se secaron y perforaron cada trazo de mi corazón.
¿Qué pecado había cometido para merecer semejante castigo? La esperanza se me debilito.
Me engañaba con otras, no debía ser muy inteligente para saberlo, y por mucho que de vez en cuando me lo restregara, yo no me inmutaba, hacía tiempo que perdí el interés.
No hablaba, solo me la pasaba distrayéndome recordando y escribiendo a veces con las cuerdas en mis manos y otras libres en un diario cada momento tormentoso que pase.
Solo deseaba morir, no importaba lo demás, con tal de que este dolor que sentía en cada palpitación que profería mi cuerpo se detuviera y dejar de sangrar, eso me valía.
Pero un día en el que no sabía si afuera hacia sol o frio, vi de milagro una mariposa posada en mi mejilla, solo moví los ojos mientras la admiraba.
¿Cómo hubo podido entrar?
¿Por qué las lágrimas parecían avecinarse con solo observarla?
Pero sin ella preverlo, una luz se encendió en sus interior, era como una bombilla que parecía que había perdido su energía, pero que cuando comenzaba a parpadear poco a poco, recaudaba fuerzas que eran inimaginables.
No podía rendirse, no debía dejar que la privaran de algo que debía ser suyo. El mundo ya estaba lo bastante controlado para dejar que una persona la controlara porque se creía derecho a ello, así que su mente cavilo moviendo esos engranajes que parecían oxidados por el tiempo.
Miro con lágrimas en los ojos como la mariposa de colores anaranjados y amarillentos, dejaba de acariciarle la mejilla y se iba volando, observo con detenimiento como esta se escapaba de esas rejas que le mantenían prisionera.
Ahora ya sabía cuál podría ser su escapatoria, unas rejillas que nunca había avistado a plena vista.
Ahora debía encontrar la oportunidad, a pesar de estar encerrada y de que tuviera que esperar a que su pareja saliera en sus viajes nocturnos y le avisara de que no estaría en unos días, se quedó en el colchón pensando en todo lo que debía conseguir. Se sabía cada metro de la casa en la que vivía, cuando no estaba atada, se pasaba horas recorriendo de un ligar a otro, memorizando, vagando, y pensando.
Pasaron dos días en los que consiguió mirar si podría entrar en esa rendija, y se alegró de que pudiera entrar.
A finales del segundo día, el bajo.
―Me voy a ir durante unos días, no te muevas―se carcajeo por lo último que dijo y acerco su rostro al suyo, sus ojos morenos y ese cabello rubio que le cautivaron tenían el aroma de otra mujer que no era ella, no se molestó en apartar el rostro del suyo, fuerzas no tenía para ello, teniendo en cuenta que sería un desperdicio―, te portas muy bien, pronto te daré una recompensa, ya que, dentro de tres semanas será tu cumpleaños.
―De regalo quiero un bidón de lejía para tragármelo y satisfecha estaré―cada palabra que salía de ella era pastosa, calculada, sus ojos desorbitados parecían no mirarle, pero lo hacía para recaudarse de valor de quien era el monstruo que la destrozo y la aisló, quería grabarse cada una de sus facciones para recordar que hombres como el no merecían una compasión que nunca demostraron a sus víctimas.
―No será algo mejor―dijo pensativo, le profirió un beso que le provoco repulsión por dentro, pero se aguantó de no mostrarlo al exterior―. Te echare de menos, cariño.
Y con eso se fue con el perfume caro marcando cada paso que daba y el traje bien planchado que llevaba.
Devastación, ira, desilusión, venganza, tantos sentimientos encontrados tenia que no supo con cuál de ellos definir la salida de un hombre al que llego a querer con cada tramo de su piel y llego a odiar del día a la mañana con todas las cosas malas que pudieran haber en el mundo, que ya eran muchas.
Ahora entendía a conciencia esa frase: Del amor al odio hay un paso.
―Y del encarcelamiento a la libertad hay más de un paso que cruzar si estas dispuesta a ella―susurro para ella misma, dándose ánimos de seguir adelante.
Cuando escucho que la puerta de fuera se cerraba, decidió descansar durante unas horas, se arrimó como pudo al frigorífico que tenía a unos metros, en el que ese demonio recolectaba comida para ella cuando se iba. Comió un poco, bebió unas tres bebidas energéticas intentando no percatarse de las cuerdas que hacían fricción con sus muñecas y le provocaban muecas de dolor. Busco algo puntiagudo y encontró el borde de un cristal roto en el suelo, con cuidado rasco hasta que se pudo soltar.
Cuando se liberó, se estiro un poco hasta que todos los huesos le crujieron.
El nauseabundo olor en donde se encontraba ya era un olor al que estaba acostumbrada.
Preparo una mochila con materiales que tenía por allí, pero sobretodo con las cosas que necesitaba para sobrevivir, comida y un trozo de cristal para poder defenderse. Movió el frigorífico que estaba en la pared y allí vio la rejilla que podría ser su propia salvación. ¿Cómo no la había visto antes? Pero ahora recordó el motivo, ese hombre siempre estaba al pendiente de todo lo que hacía, por eso siempre intentaba ser silenciosa y cometer el menor ruido posible.
Sin ella saberlo le había convertido en su propia esclava.
Una sumisa a sus órdenes.
Con cuidado se metió dentro y comenzó a aventurarse a la oscuridad, con toda la rapidez que podía obtener en el pequeño espacio que tenia se fue moviendo, mientras tosía por el polvo que había por las tuberías en las que estaba encaminada.
¿Cómo una mariposa tan bella como esa había conseguido y aventurado a entrar allí?
¿Era obra de alguien superior a ella que le incentivaba a vivir?
No podía responder a esas preguntas con certeza pero lo que si sabía era que tenía ganas de vivir. No de subsistir sin un propósito nada grato en la vida.
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