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EL CIRCO DE MEDIANOCHE II

Una vocecilla en su interior la decía que se levantara, que luchara.

Esto no es el final, todo tiene sus motivos.

Carla Donovan abrió los ojos, todo le daba vueltas, vio con pesadumbre el cuerpo de Teresa.

Había rasguños en ellos y sangre que salía a borbotones de un costado de su estómago. Su cuerpo la pesaba, una luz en el techo iluminaba la habitación en la que se encontraba. Las paredes eran blancas, pero en ellas estaban las palmas de las manos de personas, el color de estas eran rojas, rojas como la sangre. Ella se asustó, todo su cuerpo le pesaba y un dolor en su parte superior de la cabeza se percibía a través de él. Con un dedo acaricio el golpe. Gimió de dolor, sus piernas le dolían, y se dio cuenta de que no llevaba zapatillas en sus pies, estaba descalza y el aire que entraba en esa habitación, que parecía una prisión le estremecieron el cuerpo.

—Sal de aquí, corre antes de que todos ellos vengan—susurraba con su último aliento Teresa, quien estaba colgada en uno de los percheros, decía estas duras palabras dejando que sus palabras se clavaran en sus oídos.

—No te puedo dejar aquí. No me pienso ir sin ti—las gotas de sal molestaban sus pestañas, el dolor se expandía por su cuerpo—No me lo perdonaría.

—Debes hacerlo. Da igual que me muera, lo que importa es que tú nos ayudaras a traspasar el otro lado de la vida, en vez de quedarnos aquí estancados entre la muerte más dolorosa. Ellos quieren que lleguemos al suicidio para que no traspasemos las escaleras que nos llevan al cielo.

Toda esa información, ella la procesaba con lentitud.

— ¿Cómo sabes todo esto?—su voz sonó ronca.

—He escuchado en mi mente las agonizantes plegarias de sombras incorpóreas que desean atravesar al otro lado, pero se consumen en lo oscuro. No dejes que te dominen—tosió convulsionándose con su sangre—Y recuerda, hay luces que por mucho que se apaguen vuelven a encenderse—Teresa cerró los ojos para no abrirlos, mientras las lágrimas de su amiga se deslizaban por su cara y gritaba que no se fuera y la dejara allí sola.

Carla estampo el puño contra el suelo, y se levantó. No percibía el tiempo que había pasado allí, no sabía dónde se encontraba. Se estabilizo como su cuerpo se lo permitió, los pocos nutrientes que albergaba su sistema, no sabía si le serían suficientes.

El filo de un cuchillo afilado se clavó en la pared al lado de su cabeza, a que descansaba su rostro en ella, ella abrió los ojos con asombro. A unos pasos de ya se establecía el domador de leones, sonriendo enseñando todos sus dientes, con las manos manchadas de sangre en ellas.

— ¿Por qué estoy aquí? Yo no le he hecho nada a nadie.

Bufo ante mis palabras y dijo:

— ¿Y qué? Eso es lo divertido. El caso es que te vi una vez pasando cerca del circo y me sorprendió que no te pararas a echarle un vistazo. Todas las personas aunque fuera una vez vinieron a él, pero tú nunca lo pisaste siquiera. Tu madre Chloe Fireng se dejó cautivar por las sombras y tú no deberías vivir. —se carcajeo con ganas. No entendí que tenía que ver mi madre—Por mucho que quieras salir de aquí no lo lograras, estas entre las puertas de la vida y la muerte. Teóricamente no deberías estar viva, pero lo que me molesta, —provoco una mueca de asco, recorriéndome con la mirada—, es que personas como tu sigan aferrándose a la vida. Aunque sepan que van a morir, siguen luchando. Nunca entenderé a los humanos.

—La respuesta a la pregunta no es si te quieres rendir, hija. La pregunta correcta es, si estas dispuesta a echar todo por la borda como un papel arrugado que tiras sin intentarlo—me dijo mi madre una vez, cuando todo me iba mal, y los estudios los quería dejar porque pensaba que no sería lo suficiente buena para un trabajo.

—La respuesta es que no me voy a rendir—repetí las mismas palabras que le respondí una vez.

—Tú lo has decidido—se encogió de hombros, y corrió hacia mí con rapidez, esquive sus movimientos y con una pierna la hinque en sus partes nobles. Corrí con las piernas adoloridas, machacándome físicamente. Abrí la puerta y seguí mi camino con toda la rapidez que me podía permitir mi cuerpo.

El ángel de la muerte, mata con una sonrisa en su rostro.

Ayúdanos.

No recuerdo mi muerte.

Traspasa la puerta negra, no importa el dolor, solo hazlo y nos salvaras.

No lo lograra, nadie lo hace.

Te matara.

Vive, y sabremos que la esperanza no es en vano y nunca se pierde.

Ella no dejaba de escuchar esas voces perforando su mente, cada una de ellas le dolía. Pero gracias a ellas sabía lo que debía hacer.

Un aire gélido la golpeo, y un cuerpo incorpóreo con la niebla negruzca iba en su dirección, más se juntarían a ella, miro a su alrededor, sus pies se congelaban, su s labios temblaban y su corazón aminoraba su pulso.

"No me voy a detener" pensó ella.

Pensó en recuerdos bonitos, en cosas que la hacían feliz, recordaba risas con Teresa, con toda la fuerza de voluntad que se otorgaba a sí misma, intento olvidar que estaba muerta. Toco con delicadeza el colgante que tenía en su cuello, y este comenzó a brillar, la luz que desprendía de este la ayudo, ya que, al abrir los ojos vio con asombro como las sombras se desintegraban a su alrededor.

Aprovecho para moverse, pero una neblina la envolvió y salió volando por los aires dándose contra una pared, un hilo de sangre se deslizaba por su frente, de esa neblina salió el domador de leones con el cuchillo, abrió los ojos, por mucho que todo le doliera se mantendría en la consciencia.

—Este es tu fin, descendiente de Chloe Fireng —le hablo mencionado a su madre, con una sonrisa victoriosa. Él estaba a punto de clavar el cuchillo en su cuerpo, pero ella lo agarro, no le importo si el filo le clavaba la mano, o que la piel se levantara, por mucho que la sangre saliera de la herida no se detuvo. El chico le miro con asombro, pensó que ella se rendiría, pero bien que se equivocó con ella. Con su otra mano, aprovechando su distracción le arrebato el colgante lo tito al suelo, provocando que este se rompiera en mil pedazos— Hija de un demonio incorpóreo y de una humana.

Grito prolongándolo las palabras llenas de odio, sus tímpanos le dolían, el rostro de joven se convirtió en uno de un hombre mayor con arrugas en sus ojos. La neblina se disipaba y con ello, ella se fue precipitando al suelo, pero unas sombras de almas que vagaban en vano la agarraron y la depositaron en el suelo.

—Gracias.

Corre, llega hasta la puerta antes de que la bestia se despierte a su límite.

El domador de leones refulgía de su interior un aura rojiza, que hizo temblar el suelo, los pies de ella comenzaron a correr mecánicamente. Su botón de supervivencia se activó al máximo, el suelo se rompía a su paso, pero no le importo.

En esos instantes no importaban los rasguños, que tenía en las rodillas de sus piernas, la sangre que salía de ella como un caudal, o la piel que escocía hasta el punto de querer retorcerse en el suelo de dolor.

Lo único que importaba era sobrevivir.

La bestia se despertó al máximo, ella alcanzo el pomo de la puerta negra, pero la bestia con los ojos bancos y su cuerpo que una vez era humano era rojizo, con una piel reseca al tacto y ardiente.

La agarró del cuello, ejerciendo fuerza. Daba bocanadas de aire.

Recordó su amuleto, retuvo fuerzas con el poco aire que le quedaba y agarro el colgante y lo apunto en su dirección.

—Quiero ver la luz—dijo. Deseaba con todo su ser volver a ver la luz, el día de mañana.

De repente sintió una fuerza sobrehumana que la golpeo contra la puerta. La bestia se miraba a sí misma, mientras un fuego la quemaba poco a poco, mientras se oían sus gritos horrorizados ante semejante vista de verse consumirse.

Las almas le animaron a que traspasara la puerta que le llevaría a la vida.

Tomo la manilla y la abrió. Una luz la cegó.

Despertó en el suelo con objetos calcinados, ante su vista el circo estaba ardiendo en llamas. Y para sorpresa suya su amiga Teresa seguía viva, junto a ella tosiendo y con la ropa como la encontró es vez en esa habitación.

—Vamos—le apremio Carla para que salieran de allí.

Se encontraban después respirando oxígeno y viendo como las llamas arrasaban a cada individuo que conformaba el grupo de trabajadores en el circo.

En el cielo se conformaron estas palabras:

La esperanza del ser humano es más fuerte que el miedo que puede llegar a albergar nuestros corazones en momentos de terror.

Los días pasaron y todo volvió a la normalidad, nadie sabía que habían llegado a pasar la puerta del intermedio entre la muerte y la vida. Excepto Carla, que no se pudo explicar que albergaba el colgante que se transmitió en su familia de generación en generación.

El miedo puede paralizar, los errores pueden culpabilizar pero la esperanza puede perdurar.

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