Capítulo 2
Probablemente, estás pensando lo mismo que Abril en este instante. Tan pronto como se vio empujada al coche por un supuesto demonio lascivo y un apuesto ángel escapado de un anime shojo, la única pregunta que la abordó fue; ¿Qué demonios es una Batalla de Dulces?
Vian, quien sujetaba su rodilla con afán protector, lanzó una mirada hostil al demonio. Abril había logrado cubrir su pecho con una chaqueta tejana, lo único que había accedido a llevar, dejando a la vista su estómago y pezones. De alguna manera, había logrado que la sensación de desnudez fuera más intensa.
Se mordió el interior de la mejilla mientras se obligaba a no apartar la vista de la carretera.
—La Batalla de Dulces es un arte milenario—respondió el ángel a su pregunta—. Una guerra sin sangre en el que dos adversarios luchan honorablemente.
—Ya, ¿y los dulces?
El ángel se encogió de hombros.
—Mejor comer que matar—comentó—. Ese es mi dicho.
Una risa incrédula surgió de la parte trasera del coche.
—Viniendo de los seres que nos empujaron al Mar de las Almas, es casi irónico que se agradezca dicha compasión—replicó con acidez.
—¿Qué es el Mar ese? Solo me has dicho que es dónde están todos los demonios... ¿Y cómo te llamas de todos modos? —resopló, el supermercado quedó a la vista cuando giró en la siguiente esquina—. ¿Tengo que ponerte un nombre? ¿Podré controlarte con ello? Los espiritistas aficionados de internet dicen que es así como se controla a los demonios. Y los exorcistas de las pelis.
Una inspiración repentina seguida de un salto brusco llevaron al oscuro rostro del demonio hasta su hombro. Su barbilla apretó su clavícula, lo cual produjo un resoplido frustrado de Vian.
—Los demonios somos desterrados a un océano de almas hasta que hacemos un trato con un humano, estamos atrapados hasta que escuchamos la oración adecuada—. Abril se retiró el cinturón, sintiéndose frustrada. Eso no era muy diferente a lo que ya le había explicado—. Y aunque adore el folklore humano; lo siento, pequeña. No podrás usar mi nombre para controlarme.
La sonrisa lastimera que iluminó su rostro casi hizo que su expresión pareciera real. Sin embargo, los ojos afilados del demonio demostraban todo lo contrario.
Abril resopló, saliendo del coche.
—Sigo sin saber en qué consiste el maldito océano o cuál es tu maldito nombre.
—¿Ves? Sí sabes algo. Mi nombre está maldito. Y ni siquiera hizo falta que te lo dijera. ¡Eres una humana inteligente!
Abril abrió la boca para replicar, sintiéndose insultada por la actitud despreocupada del demonio. Antes de que pudiera gritarle, el ángel apareció a su lado del coche y suspiró, mirando al demonio con irritación.
—Se llama Rya. Y es absurdamente molesto.
¿Se conocían entonces?
Con un mohín, Rya tomó el brazo de Abril y la empujó a la puerta. Con un suave movimiento de sus dedos, el resto de personas que habían a su alrededor cayeron al suelo, arrastrando su culo por el asfalto. Un exasperado gemido surgió de Vian mientras los observaba, Rya solo le giñó un ojo.
—¿Por qué hiciste eso? —resopló Abril, enfadada.
—Oh, lo hice para ayudarte.
Antes de que pudiera contestar, el demonio se apartó y ayudó a un chico a levantarse. El niño, que no podía tener más de diez años, lloraba desconsoladamente con toda la boca ensangrentada. Abril jadeó y se lanzó hacia él, centró su atención en su madre por un instante, sacando su credencial del bolso.
—Soy Abril Terreno, dentista. ¿Puedo darle una ojeada al niño?
Con el permiso incómodo de la madre, le hizo una exploración rápida.
Adoraba atender niños; en la situación idónea, por supuesto. Una buena atención odontóloga podía identificar cientos de casos de abusos, prevenir enfermedades y salvar vidas.
Aquel en concreto no tenía nada roto y parecía sano y cuidado, pero era imposible ver el estado de los dientes sin el equipo de la clínica. Dándole su tarjeta, le ofreció una consulta gratuita para una revisión que aceptó agradecida.
Rya sonreía con pura inocencia mientras la observaba.
—¿Ves? Ayuda. Ahora tienes un cliente más.
No pudo gritarle todo lo que estaba mal en esa idea dado que antes de que pudiera decir nada, el demonio había desaparecido en el interior del supermercado. Jadeando, se encontró custodiada por Vian hasta la puerta. Se veía arrepentido y miserable. Le acarició la mejilla con ternura.
—Intentaré que desaparezca lo antes posible.
***
Comprar treinta y dos cajas de galletas no estaba en sus planes financieros mensuales. Tampoco que Rya se hubiera dedicado a lanzar al carro cada paquete de patatas fritas con diseños divertidos que había encontrado en la tienda. Abril los había descartado en el interior, pero de alguna manera, cuando abrió su coche las bolsas ya estaban ahí.
No tuvo fuerzas para enfadarse con Rya. Todavía no estaba segura de no estar siendo víctima de una intoxicación por el alcohol. Quizá estaba en su salón, soltando espuma por la boca mientras Vania dormía a pierna suelta a su lado. Ni siquiera la muerte podría despertar a esa mujer.
Tan solo esperaba que en su funeral hubiera palomitas de chocolate.
—Las reglas son las siguientes—dijo Vian, observando al demonio. Entre ellos había una montaña de galletas formando dos elaborados castillos que Rya había tomado la molestia de construir—. Si yo gano el desafío, tendrás que exiliarte de nuevo al Mar de las Almas. Y su el ganador resultas ser tú, podrás quedarte a cumplir con el trato.
Rya sonrió, guiñándole un ojo. Estaba segura de que estaba recordando ese maldito baño y esa estúpida invocación. Ningún demonio debería tener en cuenta las oraciones de borrachera.
—¿Abril no podrá intervenir para ayudar?
El demonio hizo un puchero que deslizó escalofríos por toda su columna, de pronto sentía la lengua seca.
—No. Nadie puede intervenir para ayudar.
Oh, estupendo. Porque no tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo.
—Bien—suspiró, estirando los brazos por encima de su cabeza.
Tan pronto como habían llegado a su departamento, se había arrancado la chaqueta, quedado desnudo frente a ella. No tuvo tiempo de responder a su propuesta de arrancarse también los pantalones; Vian lo arrastró por todo el pasillo hasta la mesa que habían ocupado.
El ángel le dedicó una mirada rápida, sus pendientes faciales saltaron cuando intentó transmitirle una falsa sensación de calma. Abril podía ver el miedo en sus ojos.
—Bien, el que termine primero las galletas de su lado del campo de batalla, ganará.
Rya asintió, luciendo extrañamente tranquilo.
Demonio y ángel se observaron fijamente mientras Abril iniciaba el marcador, su voz quedó silenciada por la intensidad que desprendían. ¿De verdad era tan seria una competición de comida? Tan solo había leído una vez sobre ellas, en el libro de ejercicios de inglés de la ESO y no le habían parecido en absoluto interesantes. ¿De qué sirve la comida si no la puedes saborear? Por no hablar de los problemas estomacales que conlleva.
No, definitivamente no era algo que Abril fuera a disfrutar.
El inicio de la batalla fue rápido y brutal; ambos se lanzaron sobre sus castillos de galletas con ambas manos, empujándolas por todo su rostro hasta que sus mejillas quedaron llenas de migas y chocolate. La mirada desenfocada de Rya se centró en su castillo, engullendo la torre norte con rapidez. Por su lado, Vian había atacado el fuerte sur y toda la pequeña muralla que lo rodeaba. Pequeñas migas cayeron sobre su sudadera.
Abril no pudo evitar saltar de su asiento cuando observó las migajas de galletas crecer, ondularse y caer sobre la mesa. Una tras otra. Derribando la muralla del castillo. Vian las observó durante un segundo, su expresión indescifrable.
Rya lanzó una carcajada ahogada mientras masticaba.
—¿Qué está pasando? —jadeó mientras miraba al demonio—. ¿Estás haciendo trampas?
Vian le dedicó una mirada asesina mientras el demonio continuaba engullendo galletas, sin bajar el ritmo.
—Ni siquiera creas que vas a meterte en este duelo, pequeña—gruñó—. Las reglas son claras. Tú no puedes intervenir. Pero en ningún lugar pone que yo no pueda hacer trampas.
Inclinándose sobre su lado de la mesa hizo caer todo un torreón, incluyendo las galletas con forma de personas que simulaban ser sus ocupantes. Rya la miró con incredulidad, como si hubiera sido la peor acción que había presenciado jamás.
—¡Estás haciendo trampas! ¿Dónde queda lo de honorable?
Rya frunció el ceño, limpiándose la comisura de la boca con el dorso de la mano, se deslizó sobre su asiento hasta atraparla entre sus muslos. Empujó otra galleta entre sus labios, mirándola con intensidad.
—Pequeña, ¿sabes qué es un demonio? No somos muy honorables y nuestra palabra no es sagrada como la del niño bonito—escupió, mirando al frustrado ángel que trataba de comer las galletas sin quebrarlas—. A un demonio solo puedes tener atado a través de pactos.
Se inclinó sobre ella, cerrando sus labios sobre su oído. Su aroma la inundó, acompañado del fuerte aroma a vainilla y edulcorante.
—Pactos como el que hemos firmado en el baño—susurró—. El cual estaré encantado de repetir en cuanto termine esta competición.
Abril lo empujó, mirándolo con rabia mientras reía. Volvió a sumergirse en su batalla, tragando tantas galletas como podía introducirse en las mejillas. Verlo resultaba ligeramente perturbador, pero no podía evitar admirar la flexibilidad de su mandíbula.
—¡Esto es injusto!
Vian suspiró, viendo como otra galleta se dividía y crecía.
—No es cierto. Nunca dijimos que no se pudieran hacer trampas, solo asumí que él no las haría. Es culpa mía, lo siento Abril. Te fallado.
Abril presenció con impotencia los esfuerzos de Vian par ganar aquella competición absurda. Hundiéndose con él cuando Rya se elevó con un grito de victoria y las galletas dejaron de multiplicarse. Vian suspiró y enterró la cabeza en sus puños antes de levantarse y asentir.
—Felicidades por tu merecida victoria, Rya.
El demonio sonrió con tantos dientes que Abril pensó que podría morderle en ese instante.
—Saluda al resto de los Retmern cuando vuelvas a casa—comentó burlándose, sin embargo, Vian sonrió, como si lo encontrase gracioso.
—¿Cuándo dije que iba a volver? —murmuró, luciendo falsa confusión—. Creo que fui explícito; dije que podías quedarte a cumplir con tu trato—sonrió, el chasquido de sus pendientes resonó bajo la creciente ira del demonio—. Nunca dije que te fuera a permitir hacerlo.
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Moraleja: Si vais a hacer una competición de comida con un demonio, tened las reglas bien apuntadas.
#ConsejosútilesdeMarlene
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