VIII. MÁSCARA
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Para mi desgracia al ver con más detalle la puerta me percaté que quien estaba parada en la puerta no era nada mas y nada menos que Diana. Por ello, los vellos se me erizaron del susto que me provocó al verla con la sonrisa más linda de su máscara, la de mamá amorosa.
—De Claro, ¿esa es su representante? —preguntó la profesora con su cara de fastidio.
—Por desgracia si —alcancé a ver que ella no me escuchara, sino al poner un pie en la casa iba a morir y no exageraba.
La profesora caminó hacia la puerta y comentó para todos los presentes en el aula y para quien estaba afuera:
—Los representantes solo tienen asistencia obligatoria en las asambleas generales trimestrales y no vienen —miró a Diana con desprecio y me reí muy bajo—, así que no quiero ver a ninguno de ellos apareciéndose en horarios de clases por la excusa que les de la gana, vayan a sus casas a hacer algo mientras educamos a sus hijos —acto seguido cerró la puerta frente a mi madre y se acercó a la pizarra—. ¿En qué estábamos?
—Necesito entrar a hablar con Helena —gritó Diana desde afuera.
Y después de tantas semanas, todos me comenzaron a mirar como si fuera la causante de miles de desgracias en un solo momento. Esta vez la profesora no sería piadosa, tampoco quería que me dejara la clase no vista por una tercera persona non grata como mi mamá, por lo que tomé la iniciativa de levantarme y sin pedir permiso salir a llevar a Diana a la entrada del instituto a regañadientes.
Apenas salí cambió su rostro al habitual, a su estado natural.
—¿Qué queréis? —le pregunté—. Por tus inventos posiblemente me dejen clase no vista, así que decíme qué queréis y porqué me molestais.
—Primero yo soy la madre tuya, y si a mí me da la gana de averiguar lo que hacen mis hijas voy y averiguo sin tener que decírselo a alguien —comentó sintiéndose con mucho derecho que ni tenía.
—¿Y esos milagros ahora de que te preocupes y quieras ver a hija estudiar? —pregunté irónicamente.
—Soy tu madre, no me hables así y menos aquí, o ¿te enseño a respetar? —vi como levantó su mano y la acercó a mi cara, pero en ese momento los pasos de alguien se aproximaron y lo pude ver bajandole la mano a Diana.
—Señora, ni aquí ni en la casa está bien que golpee a una menor de edad por muy hija suya que sea —comentó Daniel consiguiendo que mi madre frunciera el ceño y suspirara por la frustración que la situación le ocasionaba.
Yo guardé silencio y esperé a que ella dijera algo sensato, pero lo que salió de su boca solo lo alarmó más de la cuenta:
—Ni te metas, ella tiene que aprender a respetarme a coñazo así sea —cortó la distancia entre nosotras con la mano que le quedaba libre dispuesta a golpearme en medio del instituto.
Se preparó y de pronto sentí el impacto, no me tocó pero si tocó el brazo derecho de Daniel. El sonido se escuchó en todos lados logrando que las puertas de las aulas se abrieran de par en par con varios estudiantes y profesores en ellas. Esto de por si los alarmó y minutos después Diana estaba afuera del instituto.
Daniel después de eso volteó a mirarme y a abrazarme con fuerza, como si me fuera a pasar algo peor, no lo dudaba pero tampoco quería que pasara. En casa me esperaría el infierno o una porción de ello.
—Entra a clases, te veo en la salida —besó mi frente y me llevó al salón para terminar de ver mis clases.
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La historia de la madre alterada que vino únicamente a golpear a su hija por gusto se hizo eco en todo el instituto las últimas horas de clases. Algunos me preguntaban que hubiera sido si aquel chico no recibía el impacto por mí y hasta yo me preguntaba que habría sido de mí sin él.
Tendría que disculparme por el comportamiento de ella en primer lugar y atenderle en caso de que hubiera daño, esperaba que no. Aunque por el impacto, capaz un morado en su piel tan clara.
Apenas se terminó la última clase salí a buscarlo por todo el instituto sin encontrarlo siquiera.
¿Se habría enojado conmigo por lo que pasó mas temprano con Diana y por eso no lo he conseguido?
Pedía que no, quizás se habría ido a su casa por otra cuestión.
Caminé hacia la plaza cercana a la cancha deportiva y me senté en una banca, no sabía si esperar algo o simplemente ponerme a llorar de la rabia que me ocasionaba que todo eso sucediera en mis narices y no tener suficiente valor como para acabar con todo.
Podía estar enojada, pero una vez que le fuese a reclamar me pondría a temblar, a marearme y en el peor de los casos desmayarme en el intento para que al final le sepa a mierda lo que le digo, porque ella es la que manda, pero mientras no está su marido claro.
¿En que momento había cambiado tanto?
Dejé de contarle mis cosas por temor a que las divulgara para quedar bien con sus amigas y la familia de su esposo, dejé de decirle como me sentía por temor de que me minimizara o me llamara débil e inútil, dejé de ser cariñosa desde que me golpeó el rostro para defender a su marido de las habladurías que supuestamente yo apoyaba —que todo era verdad— y me dió la espalda. Y ahora ella venía al único lugar donde me sentía segura a quitarse la máscara de la eterna felicidad familiar.
Me sacudía los mocos que salían de mi nariz y limpiaba mi ojos con los dedos, y no supe cuando tiempo estuve así hasta que alguien me abrazó. Era él, no se había ido a su casa.
—No llores por algo que no puedes remediar a estas alturas Helena María —lo escuché susurrarme al oído—. Hay que aceptar que unas cosas son así y seguir con nuestras vidas.
No respondí, en cambio correspondí de mejor forma su abrazo y susurré algo que él escuchó claramente:
—Cuando llega algo bueno, comienza algo malo o hay algo peor —susurré.
—Nunca puedes tener una cosa sin tener la otra, es la vida.
En eso hundí mi cabeza en su pecho y sin pedir permiso derramé tantas lagrimas como me fue posible soltar. De mis labios no salieron más palabras, solo aire con una respiración errática.
—Te acompañaré a tu casa y... —le escuché decir, sin embargo otra persona le interrumpió.
—Yo la acompañaré, soy su mejor amiga —soltó Mariana con cara de pocos amigos—. Te puedes ir a tu casa, yo la ayudo.
Traté decir algo, sin embargo, Daniel me levantó de la banca y salió conmigo del instituto tomando mi mano con una firmeza que jamás había conocido en mi vida. Giré para verla pero se había marchado del sitio donde estaba.
¿De eso se trataba estar en las buenas y en las malas?
Si ella hubiera estado en mi lugar, habría insistido en llevarla a su casa sin importar lo que sucediera.
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Nota de la autora:
Me pasé de las fechas de planificación, que les digo, el miércoles tuve un acto con autoridades del gobierno, un día de gimnasio sin avisar, una lesión en el brazo derecho y pues aquí editandoles el capítulo con voz a texto ya que mi brazo completo está realmente inútil. A pesar de todo eso me divertí mucho gracias a la gran compañía que tuve.
Y ayer fue el día del estudiante universitario en mi país, ¡feliz día a quienes como yo seguimos esforzándonos para ser los profesionales de este país!
De mañana al lunes sale el capítulo nueve y el diez.
Cuídense 🤍
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