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Capítulo 33



Viernes trece de febrero, víspera de San Valentín. Adiós cólicos y cambios hormonales, al menos hasta el próximo mes. No he podido sacarme de la mente las palabras de Tobías, ni su olor, ni sus caricias, su cuidado... He tenido que repetirme hasta el cansancio que estoy siguiendo un plan y si bien varias veces me he cuestionado el por qué no lo acabo y ya, siempre llego a la misma conclusión: así es mejor.

Luka piensa que estuve con gripe y su falta de interés es la normal en un chico. No pregunta nada y eso es una gran ventaja.

—Te extrañé. —Estamos en física y la maestra está calificando unos exámenes, así que el bullicio del salón es grande, todos están embotellados en sus conversaciones sin prestar atención a los demás.

—¿De verdad? —susurro.

Él está recostado en la pared y yo sobre él, mi espalda está contra su pecho y nuestras manos entrelazadas. Es algo incómodo porque las sillas del salón son muy duras, pero ya qué. Rodea mi cuerpo con ambos brazos y una de sus manos acaricia la mía, recuesto mi cabeza en su hombro, él acerca su nariz a mi cabello.

—Mucho.

Mi mirada está fija en la pared de enfrente, sin hacer nada, solo estamos acá como cualquier pareja de chicos empezando una relación, entre susurros y palabras lindas. Trato con cada parte de mi ser sacar a Tobías de mi mente, pero no puedo. Cada vez que parpadeo, su imagen aparece frente a mis ojos, mi piel rememora su tacto y mis labios recuerdan sus besos.

Nada. Fuera esos pensamientos. Sólo es confusión y deseo, nada más. Deseo que puedo matar con Luka, para eso estamos. Siempre he pensado que las inquietudes del amor se pueden ahogar con sexo, así de sencillo. Uno de los efectos colaterales de esa ideología es lo mal que te sientes después. En el momento, se siente de maravilla —bueno, eso depende del chico también—, pero luego de que el éxtasis pasa y me voy a casa de nuevo; la sensación de vacío es horrible, te consume de a poco y te hace sentir miserable.

Pero la vida es de riesgos.

Nunca he despertado con un chico luego de acostarme con él y es porque no he querido, ninguno me ha inspirado eso; pero está Tobías. He dormido dos veces a su lado y me ha gustado mucho a pesar de que no ha pasado nada entre nosotros. Es ahí donde debo cuidarme de avanzar más y Luka es la salida, con él puedo desahogarme indirectamente de mis confusos pensamientos.

Las clases transcurren con calma... al menos hasta la última clase, donde, evocando nuestro último encuentro en el arroyo, mis maripositas empiezan a llenarme el estómago, anhelando su compañía. Esta clase no la compartimos, pero sé que vendrá a la puerta a recogerme. Suena el timbre y salgo con más afán del normal, allí está el rubio, apoyado en una pared con su maleta en el hombro.

Me acerco y él se despega de la pared. Lo necesito. Me engancho de una vez a su cuello, ignorando el mar de estudiantes que nos rodean tratando de salir por la puerta principal. Lo toma desprevenido, pero no lo rechaza. Vuelve a apoyarse en la pared, mis manos juegan con su cabello y mi boca no lo suelta.

¡Estamos en el colegio, Lucy! ¡Contrólate! Obedeciendo a Esmeralda, me separo; está agitado y algo colorado. Muerdo mi labio inferior.

—Hola —saludo.

—Hola. —Aclara la garganta—. ¿A qué vino eso? —Sigo abrazada a él, rozando mi nariz con la suya. Relame sus labios y eso me prende. A la mierda todo, debemos hacer que nos lleve a algún lado.

—Te extrañaba —susurro. Dejo un beso en el hueco tras su oreja—. Te necesito. —Eso no debía sonar taaaan excitado suponiendo que soy tímida, pero no es exactamente algo que se controla estando así. Beso su cuello suavemente. Un gruñido se escucha en su pecho.

—Vamos a algún lado —murmura—. Vamos a mi casa.

Mi mente se despierta por un segundo. La última vez que mencioné ir a su casa me dio una negativa muy rotunda, yo asumí que ocultaba algo y puede que sea cierto, pero ahora me llevará, así que puedo revelar el secreto... O si no oculta nada, al menos tendré un buen rato con él. Asiento y nos encaminamos a la salida.

—Vivo cerca —dice—. Vamos caminando.

Un muy tierno Luka me hala para empezar a caminar, vamos tomados de la mano y no puedo negar que se siente bien estar con él. Al salir veo a Totó mirándonos, francamente, la ignoro. Como aún no llegamos al punto en que Luka está enamorado y debo mandarlo a la porra, tengo que aprovechar mientras tanto.

Caminamos exactamente seis cuadras hasta una casa de dos plantas de fachada azul y muchas flores en las ventanas. Los arbustos cercan el patio delantero y una puerta amarilla está ligeramente abierta. Antes de entrar, me detiene. Su rostro muestra incertidumbre, está nervioso, pero no tengo ni idea de por qué.

—Lucy... —murmura, con una mano en el pomo de la puerta—, ignora a Mateo, es demasiado imprudente a veces.

—¿Quién?

—Mi hermano —responde—. Puede ser pequeño, pero tiene la lengua muy suelta. —Río.

—¿Molesta a todas las chicas que traes? —exclamo.

—Eres la primera que traigo —responde muy serio. Eso solo hace que me urja más entrar—. Por eso puede ponerse intenso.

—Mi mejor amigo tiene una hermanita pequeña también —digo—. Sé lidiar con los niños indiscretos.

Hace una mueca y abre finalmente la puerta. Grita un «ya llegué» al aire. Una señora mayor, bastante mayor, sale a recibirlo. Luka me suelta la mano y se acerca a ella de tres zancadas, la toma por el codo; la señora apenas y puede caminar, creo que tiene más de ochenta años, es de esas personas que sientes que está mal que estén caminando por allí, debería estar descansando. Entonces recuerdo que me había dicho que vivía con su mamá, nunca mencionó a una abuela, tendré que preguntarle después.

—Nani —le dice a la viejita—, deberías estar reposando.

—Mateo quería palomitas de maíz —se excusa la señora con voz suave. Repara en mí y entrecierra los ojos—. ¿Quién es ella?

Luka me mira y me tiende la mano, me acerco a ellos y se la tomo.

—Ella es Luciana, Nani, una amiga.

La señora se suelta de Luka para llegar hasta mí. Me analiza con la mirada, en silencio. Alarga su mano y me toca el cabello, sonríe entonces con ternura.

—Eres muy bonita —halaga.

—Muchas gracias. —La verdad la manera en que me mira es un poco incómoda para mí.

—Me encanta tu cabello. —Me acaricia la mejilla—. Es muy parecido al mío hace sesenta años.

Antes de responder, un grito llega desde adentro a la vez que veo un borrón correr hacia Luka.

—¡Luki! —El casi aludido se agacha a tiempo para que el pequeño cuerpo se le cuelgue al cuello.

—Hola, feo. —Luka le revuelve el cabello a la criatura es sus brazos. Se levanta del suelo con él y le habla mirándome a mí—. Traje a una amiga, ella es Luciana.

—¿Por qué tu pelo es rojo? —exclama con entusiasmo— ¿Eres una chica? ¿Por qué estás con mi hermano? ¿Se van a casar?

Luka abre los ojos desmesuradamente y se sonroja; yo me río, es tierno.

—Hola, eres Mateo, ¿cierto? —Le agarro un cachete, el niño se ríe y asiente—. Mi cabello es rojo porque es el color más divertido, sí soy una chica, estoy con tu hermano porque estudiamos juntos y no nos vamos a casar.

—Es porque él es feo, ¿cierto? —apostilla en un susurro.

—Sí, es por eso. —Me acerco y le hablo en confidencia—. Eres más lindo que él, pero no le digas, será un secreto.

Luka escucha todo, pues está a unos centímetros de mí. Aguanta la risa, pero me sonríe con dulzura. Lo baja al suelo y el niño me observa con un brillo de emoción en sus ojos.

—No importa que sea feo, es un buen hermano —exclama despreocupadamente—. ¿Sabías que me lee cuentos en la noche? Y les cambia el nombre a las princesas y los vuelve príncipes.

Me abstengo de preguntar si cambia también a los príncipes para que sean princesas o si le lee cuentos homosexuales, en realidad no es asunto mío.

La señora, que había permanecido en silencio, da un paso adelante y habla de nuevo.

—Déjalos, Mateo —regaña al niño—. Vamos a donde George, dijiste que querías jugar con él. —El niño amplía su sonrisa y asiente efusivamente.

—Ten cuidado, Nani —dice Luka y le pone el brazo en el hombro.

—Es solo cruzando la calle, hijo —objeta—. Volvemos en un par de horas, la señora Green es muy gentil y nos haremos compañía.

—Bien, los llevaré —comenta Luka. Se dirige a mí—. Ya vuelvo, Lucy. Ponte cómoda.

Le da la mano a la señora y sale con Mateo tras él. Deja la puerta entreabierta y empiezo a mirar alrededor. Es un sitio acogedor, hay tantas cosas que el espacio se ve reducido, es como la casa de mi abuela. Me acerco a una pared llena de fotografías, algunas en blanco y negro, otras en sepia que parecen ser de la señora que estaba acá, pero hace muchos años y unas a color de un niño que supongo que es Luka a sus diez u once años; hay muchas, pero ninguna incluye a alguien que parezca su madre o un padre. Su hermanito aparece en varias junto a él, en el parque, en un zoológico, en piscina; solo ellos dos, ni mamá ni papá.

Estoy tan inmersa en las fotos que no escucho cuando abren la puerta del todo, solo cuando siento las manos de Luka en mi cintura, salgo de mi concentración. Me abraza, rodeándome el cuerpo y acomoda su mentón en mi hombro.

—Dijiste que vivías con tu madre —digo sin girarme.

—Eso era mentira —confiesa.

—¿Y cuál es la verdad? —Luka no responde nada por varios segundos, doy la vuelta lentamente y subo mis brazos a su cuello con delicadeza. Su mirada es dulce, pero a la vez algo nerviosa—. No tienes que decirme si no quieres...

—No... no importa, lo sabrás eventualmente... —Toma aire y suelta—: Mamá nos abandonó cuando Mateo tenía menos de un año. Vivo con mi abuela y con él.

Eso me toma por sorpresa y no sé qué responderle, eso explica por qué nunca trae a nadie acá, a mí no me gustaría que supieran que mamá me abandonó. Debe ser duro para él. Contengo en mi mente una batalla por consolarlo o por rendirme con el plan porque el pobre ya sufrió bastante en la vida o por ignorarlo.

—¿Por qué me mentiste? —Esa es Roberta de imprudente.

—No deseo compasión de nadie —murmura tajante—. Por eso no se lo he dicho a nadie.

—¿Nadie lo sabe?

—Sólo Gabriel. —Hace una pausa para sonreírme—. Y ahora tú.

Pienso que decir «lo siento» no es lo correcto, eso es lo que él evita al ocultar eso y prefiero no ser más imprudente con el tema. Hablar de otra cosa es lo mejor.

—Tu casa es muy bonita —halago.

—Te mostraré mi habitación. —Oh, claro, por eso vinimos.

Sube las escaleras delante de mí, pero sin soltar mi mano. El pasillo es largo, una ventana adorna el fondo y hay dos puertas a cada lado, se detiene frente a la última de la derecha. Otra vez está tenso, lo siento en su agarre. ¿Qué tendrá allí adentro?

Abre la puerta y me insta a entrar primero, doy dos pasos y traspaso el marco; la sorpresa es poco disimulable, mi boca queda abierta y retengo un poco la respiración. Esperaba desorden, afiches de chicas desnudas forrando la pared y quizás una mata de marihuana en una esquina, pero no.

Está perfectamente ordenada, la gran ventana deja entrar mucha luz, la cama tiene lindas cobijas negras de Batman, las paredes son de color azul y sólo están adornadas por dos cuadros pequeños con fotografías. Hay una pequeña repisa en la parte superior con medallas y dos trofeos de natación, un escritorio con varios libros encima, una lámpara y un tarro con colores. Junto a la cama hay una mesita de noche negra con tres cajones y sobre esta hay un videojuego portátil.

Junto a la puerta, en la pared izquierda, hay otra repisa llena de libros; me acerco a mirar y no, no son solo revistas, ¡son libros reales! Clásicos, obras, uno que otro juvenil, de estudio. Quedo embelesada mirando esa repisa y Luka llega tras de mí.

—¿Te gusta leer? —Mi sorpresa se nota en la voz. Él ríe bajito.

—Bastante.

—Pero tu mensaje... —Recuerdo el ola ermosa y eso no puede ser de un lector. Al menos no de uno inteligente—. Escribiste como un idiota.

—Lo sé —susurra a mi espalda—. Veras... creo que ya tienes claro que soy un mujeriego. —Asiento—. Bueno... es más sencillo cuando todos creen que eres un idiota.

—Eso es estúpido —objeto—, ¿a quién le atrae alguien con cerebro de nuez?

—Te sorprendería —musita—. A las chicas les atrae eso del chico popular y hueco. Y en general, eso de ser el nerd no es lo mío; o sea, no lo soy, solo mírame. No doy la imagen de un nerd.

—No, das la imagen de un mujeriego estúpido.

—Exacto. —Sonríe con orgullo.

—Qué gran logro —ironizo.

Me preocupa el nivel en el que siento que Luka es un espejo de mi vida. Siempre he creído que a los chicos les gusta una chica hueca sin pensamiento autónomo, y por eso oculto también facetas de mí. Aunque jamás he atacado a la pobre ortografía o he fingido que no sé algo si me lo preguntan.

Este Luka me gusta.

El verdadero él, megusta.


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