Capítulo 20
De verdad espero —y hablo por el noventa por ciento de los adolescentes del mundo— que después de pasar la adolescencia cesen esas hormonas tan alborotadas que azotan en esta edad. No es justo tener sueños eróticos con el vecino y saber que el idiota es más santo que una bendita paloma. Si es que las palomas son santas, quién sabe.
Calo mis lentes y bajo del autobús con algo de desgano. Hoy no es mi mejor día y es peor de pensar que en cualquier momento me encontraré con el Halcón y que debo actuar como tonta... Y lamentablemente, aparte de que el día es feo y las nubes negras auguran tormenta, el Halcón está en la entrada del instituto así que lo veo nada más pisar el pavimento del estacionamiento.
Está con un par de chicos, pero al verme se aleja de ellos para caminar hacia mí. Pongo la mejor sonrisa y me preparo mentalmente para tener una conversación tan profunda como charco de agua en un día seco con el desafortunado chico.
—Hola, linda. —Pasa uno de sus brazos por mi cintura.
De manera sutil pero contundente, me alejo y me suelto de su agarre. Se sonroja. Sé que hay gente mirándonos, pero me hago la indiferente y él finge que nada pasó.
—¿Cómo te acabó de ir, Luka? —murmuro sin dejar de caminar.
—Sí... ¿Y si olvidamos esa horrible cita? —propone. Que predecible.
Por otro lado, jamás, JAMÁS podré olvidar esa cita, fue de las más graciosas de mi vida.
Que mala eres, Roberta.
No, yo también me divertí.
Gracias, Esmeralda.
—Por mí está bien —contesto—. Total, no fue tan relevante. —Una idea se cruza por mi mente y quizás reírme sea la solución para mi humor de perros—. Adivina, ¿recuerdas a Zac? —Asiente con el ceño fruncido. No lo dejo adivinar—. Ayer me llamó, es un chico muy gentil. Creo que tu teoría de que solo me quiere conquistar no es correcta.
—¿Ah, no?
—Estoy segura —afirmo con aplomo. Un poco más, Roberta—. Es más, ayer salimos a comer helado, es muy divertido... Deberíamos salir todos algún día.
—Sí, se oye fantástico —dice con sarcasmo. Ignoro su tono—. ¿Qué tal si salimos?
—Estamos afuera. —Señalo todo el estacionamiento con la mano. Respira con pesadez. Lo estamos sacando de quicio.
—No, Lucy —modera las palabras como si le hablara a un niño—. Quiero decir en una cita, una no tan... desastrosa.
—Oh... —Su sonrisa vuelve al ver que comprendo—, entonces no, pero gracias.
Detiene el paso con su gesto de incredulidad total, yo sigo mi camino hacia adentro; de momento opta por no seguirme, lo cual agradezco porque con este humor que traigo hoy no quiero poner a prueba mi bondad ni mi paciencia. Llego a biología y me siento de nuevo en los últimos puestos. Thomas ignora mi mirada totalmente, otro imbécil.
Última hora antes del receso y mi humor sigue de perros; si soy sincer,a creo que es porque el vecino me dejó con las ganas y como eso no suele pasar con frecuencia, no sé cómo lidiar con ello.
Llego a la cafetería y me pongo en la fila. Totó está a dos personas más adelante y maldigo el no poder hablarle como la amiga que es. De pronto alguien llama mi atención.
—Hola, Luciana.
Volteo a mirar el origen de la voz y veo a la amenazante rubia parada junto a mí. Las personas en un radio de tres metros posan su atención disimuladamente en ella, en nosotras.
—¿Qué necesitas? —espeto de manera dura, pero con la cabeza agachada.
Miro en todas direcciones con cara de confusión pensando en qué rayos hace esa estúpida ahí hablándome o qué es lo que me va a decir. Levanto ligeramente la cabeza con inocencia y con una ceja levantada.
—Solo quería darte la bienvenida a Crismain en nombre de todo el comité escolar —continúa y entonces la Barbie de los mil besitos, que había estado lejos, llega a su lado.
La gente mira con curiosidad.
—Y queremos decirte que acá no te discriminamos, Lucy —agrega la pelinegra—. Queremos todas ser tus amigas a pesar de que seas lesbiana. —Una exclamación comunal se oye y al voltear un poco, veo a Thomas que se sonroja. Doblemente idiota.
El silencio es sepulcral y me pregunto qué espera el dúo de estúpidas con eso. Si lo que buscan es humillarme, no veo como esa acusación, de algo que no tiene nada de malo, puede lograrlo. Levanto el mentón sin vergüenza alguna.
—Gracias, chicas. —Sonrío—. Y no soy lesbiana, pero agradezco su amabilidad.
—No tienes que ocultarte, cariño —apostilla la rubia—. No te diremos nada.
—No me oculto de nada —respondo con tranquilidad—. No lo soy.
—Sabemos que lo eres —insiste la Barbie—. Por eso rechazaste a Luka.
Olvido momentáneamente la discreción que debería tener.
—Lo rechacé porque acaba de soltar tu boca. —Miro a Katherine; mi semblante serio no se inmuta y noto como exaspera a la rubia—. No sé qué gérmenes pueda traer.
Un «Uhhhh» generalizado provoca el sonrojo total de la Katherine. Sonrío.
—Admítelo, te gustan las mujeres. —La rubia se acerca a mí con una llama de rabia en las pupilas. La gente se reúne a nuestro alrededor.
—No sé cuál es tu interés en insistir con eso —repongo—, de verdad me da pena decirte esto, pero no me interesas de ese modo, eres amable, pero...
La maldita explota y me asesta una bofetada en la mejilla izquierda. Pasa un segundo mientras asimilo lo que acaba de pasar. Mi lado agresivo sale sin que lo llame. Soporto todo: insultos, miradas, indirectas, ¿pero un golpe? No. Ni de chiste me aguanto eso de una desgraciada como ella. No me golpea mi madre y ¿ahora sí lo va a hacer ella?
No.
Siento como todo en mi interior empieza a calentarse con odio, la bilis se me revuelve y en dos segundos tiro la botella que tenía en la mano y me abalanzo a la rubia. Antes de que pueda agarrarme por el cabello —como todas las chicas que jamás han peleado hacen—, rodeo sus piernas con una de las mías y la halo haciendo que caiga de culo al suelo. Le devuelvo el golpe con un manotazo en toda la nariz con la palma abierta.
La idiota lleva ambas manos a su cara mientras veo un hilito de sangre resbalar de su nariz. Miro a la Barbie esperando que tal vez me ataque, pero la cobarde se limita a mirarme y luego desvía la mirada dando medio paso atrás.
Miro a mi alrededor, ¿de dónde salió tanta gente?
—No te equivoques —siseo a la rubia que no se ha levantado—. No me vuelvas a poner la mano encima.
—Estúpida —escupe, poniéndose de pie. Mira tras de mí y levanta el mentón—. Oh, llegó Luka.
Aparece el Halcón a través del gentío abriéndose paso como puede. ¡Santa mierda! ¿No podía llegar otro? Hoy no es mi día.
Observa el estado de la rubia y pule un gesto confundido. Entonces, como toda una consentida, Katherine empieza:
—Luka, esa chica me golpeó —se queja. Levanto una ceja ante esa idiotez.
—¿Qué sucedió? —pregunta el aludido.
—Ella me atacó y me defendí —respondo con calma ensayada; por dentro me hierve todo.
Luka mira a la gente congregada a los lados, nadie asiente, nadie niega, solo lo miran expectantes.
—¡Es una mentirosa! —chilla—. Mira como me dejó. —Llora lágrimas de cocodrilo acompañadas de su voz de nena de tres años.
La miro con desdén, niego con la cabeza y me dispongo a retirarme. Hoy no estoy para dramas de este tipo.
—¿No harás que se disculpe? —Escucho que inquiere la rubia a Luka. Sigo caminando.
Como si Luka pudiera obligarme a hacer algo.
—Ella está conmigo ahora —responde el Halcón y giro sobre mis talones de inmediato para encararlo.
—¿Disculpa? —La adrenalina me tiene a mil. Aunque intento mantener la calma, el plan en este momento me vale un real comino. Este par me exasperan.
—Sí, linda —responde con una sonrisa orgullosa—, que todos sepan que ahora estamos juntos, así no se meten contigo.
Se acerca y toma mi cintura, veo sus intenciones de darme un beso ¿es una puta broma? Lo empujo con fuerza y le doy una cachetada que hace eco en el lugar, callando cualquier murmullo, incluso el llanto de Katherine. No se oye ni un alma, ni exclamaciones, ni reproches, ni burlas.
Acabamos de golpear a los putos reyes del lugar, Roberta. Lo hemos cagado todo.
Bueno, duramos casi dos semanas, yo apostaba a menos.
Por dos.
—Creo que sé defenderme sola —escupo las palabras haciendo caso omiso a Esmeralda que me ruega que me aleje.
Recorro con los ojos todo alrededor y todos me miran con sorpresa, mas ninguno se atreve a mantener el contacto visual conmigo. Ya que entramos en gastos y ya hice el espectáculo del millón, nada pierdo haciendo algo más. Me abro paso entre la gente hasta llegar a Thomas que estuvo todo el rato sentado en una de las sillas de atrás. Endereza la espalda y me mira con temor. Me inclino para quedar a su nivel y pongo ambas manos en sus hombros.
—Debes aprender a detectar un rechazo —siseo con mis ojos en los suyos—. Eres un dolido y, como puedes ver, prefiero que no me jodan la existencia, ¿está claro?
Traga saliva y asiente a la vez que un par de personas se ríen disimuladamente, recojo mi botella de agua, la rubia y la Barbie ya no están. Luka tampoco está por ningún lado, veo a Totó que tiene una expresión mezcla de burla y decepción. Acomodo mi cabello y ante la mirada de todos, me alejo de la cafetería.
En la última hora de clases, todos me miran y susurran cosas y eso me enerva. No porque nunca hayan hablado de mí, sino porque me dejé llevar y ahora que lo pienso con cabeza fría, no lo valió y posiblemente todo se haya ido al traste. Es el peor maldito lunes de la historia.
En el bus, Ramón evade mi mirada e ignora mi saludo. No lo culpo, ya de por sí es muy retraído y asumo que si no estuvo en el incidente, al menos le contaron y ahora cambió su visión de mí; puede que hasta me tenga miedo. Genial.
Yo no soy de pelear en realidad, básicamente porque nunca tengo problemas con nadie. Pero solo es mi segunda semana de clases y ya tengo a dos malditas tras de mí, a un estúpido que creyó hacer bien diciéndole a todo el mundo mi supuesto secreto del lesbianismo y para más, el chico que debo enamorar debe tener su mejilla colorada y mi mano estampada. Ojalá pudiera regresar en el tiempo tan solo un par de horas y no haber estado en esa puta cafetería.
Llego a mi casa y como si el día no fuera suficientemente malo, encuentro una nota de mamá diciendo que tuvo que salir y que no alcanzó a cocinar, dejándome todo para que yo me prepare algo para el almuerzo.
—Perfecto —susurro al aire.
Voy a mi habitación y cierro de un portazo a sabiendas de que no hay nadie en la casa que lo oiga. Me dejo caer en la cama poniendo mis antebrazos sobre los ojos, resoplando al mundo mi condenada suerte de hoy. Ni siquiera quise hablar con Totó en su casa, solo entré, me cambié y salí para allá.
No sé cómo, pero un rato después, estoy colgada en la ventana mirando a la de Tobías. Está abierta, aunque no lo veo, pero supongo que está. Siento el deseo de hablar con él; el hecho de que no sepa del plan ni estudie conmigo lo hace buena opción para desahogarme, y ya que el chico no es de los que se lanzan a una mujer, tal vez es de los que escuchan.
Me coloco mis chanclas de andar en la casa y salgo al patio trasero, pequeñas gotas empiezan a caer del cielo, llenando todo de negrura. No son ni las tres y parece que fueran las seis; un trueno suena a lo lejos y apresuro el paso.
—Hola —digo, asomándome a la ventana y viéndolo en la cama con el mando del televisor en su mano.
Se levanta de la cama y me sonríe, entonces recuerdo el beso de ayer y siento culpa por el casi rechazo que le di. Ni siquiera me había acordado de eso. Que egoísta. Sin embargo, no luce incómodo, quizás no fue tan importante para él y yo estoy exagerando.
—Hola, Lucy. —Sin preguntar se acerca y me ayuda a entrar como si ya lo hubiéramos hecho mil veces y no solo dos. Se recuesta de nuevo—. ¿Cómo estás?
—He tenido días mejores —murmuro y me siento en la silla de su escritorio.
—¿Quieres hablar de eso? —pregunta con dulzura.
¿Quiero hablar de eso? Vine aquí a que me escuchara, pero la idea de contarle todo no se me hace tan apetecible. A los ojos de alguien tan noble como Tobías, lo que estamos haciendo debe sonar horrible. Estamos jugando con un chico que lo merece, pero él parece ser de esos que no creen en la venganza así haya buenos motivos. Y peor aún sería el contarle que abofeteé a dos personas hoy solo porque me sacaron de quicio.
Niego con la cabeza con los labios apretados. Creo que aún no es momento de hablarle del Halcón, por alguna razón me preocupa la idea que él tenga de mí, y decirle eso me haría quedar mal.
—De acuerdo. —Se orilla al otro lado de la cama y palpa con su mano él espacio libre—. Entonces, ven.
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