Capítulo 6
—Buenos días, niñas. Traigo bombones. —Mi cabeza se gira cuál noria pero antes de que pueda decir una palabra, tengo un bombón metido en boca.
—El mío ed de freza. —Balbucea Moira justo cuando encaja el dulce entre mis labios.
Muerdo despacio el chocolate y saboreo la trufa.
Sonrío de lado y susurro un "trufa". La rubia me fulmina con sus ojos verdes y pasa por mi lado chocando mi hombro.
Ruedo los ojos y salgo directa a comenzar mi jornada.
—Cariño, por favor... —Levanto la vista para ver como una madre trata de consolar a un niño muy pequeño.
La mujer trata de hacer desesperadamente que su hijo se calme.
Cojo aire y me pongo acuclillada al lado del pequeño.
—Hola. —Éste ni siquiera me mira. Permanece con los brazos cruzados y el ceño arrugado.
—Tengo algo para ti, ¿quieres?
—El pequeño pestañea varias veces antes de mirarme y asentir.
Me levanto y guiño un ojo a su madre antes de ir a la cocina.
Cargo la máquina mientras doy una capa de chocolate fino a la copa.
Mantén la calma, Jane. Es sólo un helado.
Pero no es sólo un helado.
Tomo aire profundamente mientras pienso en todo lo que esto significa.
Termino de echar la mezcla de helado de Kit-Kat a la copa y esparzo virutas de colores por encima de la mezcla. Clavo una barra de Kit-Kat en el medio y tomo la servilleta y cucharilla.
Trago saliva y camino de vuelta hacia el chico lloroso.
—Aquí tienes. —Le susurro dejando la copa sobre la mesa. El rubio me mira y me da una gran sonrisa antes de abrazarme por un par de segundos.
—¿Cómo sabía que le gustaría?
—Me cuestiona su progenitora. Muerdo mi labio inferior, lo repaso con la lengua antes de sonreír.
—Porque era el helado favorito de mi hermana. —Asiente con gran interés.
—¿Dónde está ella ahora? —Y ahí está la pregunta que lo destruye todo.
Bato mis pestañas pero no llego a cerrar los ojos, miro hacia abajo y luego muestro un intento de sonrisa.
—Oh dios... —Niego en su dirección y vuelvo mi vista a su hijo.
—Y recuerda que no existe un problema que sea más grande que el helado. —Le digo en tono divertido. Le regalo una sonrisa a su madre y me doy la vuelta para atender a alguien más.
—Vas a ser una gran madre. —Mi cuerpo se tensa al oír su voz y doy un paso hacia atrás para no chocar con su cuerpo.
Sus dedos se envuelven en mis brazos para impedirme que caiga en un mal movimiento.
Su tacto se siente ardiente y doloroso.
—Sólo hacía mi trabajo. —Alzo los hombros, quitándole importancia.
—¿Tu trabajo es ser encantadora? deberías trabajar con niños.
—Me aconseja. Arrugo la nariz y niego.
—Si soy totalmente honesta, nunca me gustaron los niños.
—No miento, siempre he sido reacia a ellos. Salvo a Shelby, claro.
—Oh dios, eres cruella. —Exagera y suelto una carcajada. Ambos caminamos hasta una mesa dónde Drew se sienta.
—Esa era a los perros, idiota.
—Rueda los ojos y pone fin a nuestra tonta conversación.
—Ya sabes lo que quiero. No sé ni porqué me molesto en pedirlo cada día —Eso mismo digo yo.
Asiento y me marcho justo cuando veo que Tom sale a saludar.
Tal vez debería limpiar la mesa que está justo al lado primero, tiene una mancha.
-—¡Tío! que bien te veo. ¿Te has aficionado al helado matutino, eh? —Tom y Drew hacen el típico saludo de tíos y yo los observo por el rabillo del ojo.
—La verdad es que sí. Además, este sitio tiene demasiadas cosas buenas a las que me he aficionado. —Sonríe de forma cómplice.
Esa cosa buena a la que se ha aficionado soy yo. Sonrío sin querer, otro punto para mí.
Termino de limpiar la microscópica mancha que enfurruñaba la mesa y mis piernas me llevan de nuevo hacia Moira.
—Deja de comer ya y ponte a trabajar. —Escupo cuando la veo apretándose otro bombón.
—¡Oye! Que he perdido cinco kilos. Dame un descanso.
—Suplica.
Ruedo los ojos y preparo el helado.
Tan rápido como puedo, estoy de vuelta a la zona exterior.
—3 minutos y... dos segundos. Es una nueva marca. —Bufo. Esa manía suya me pone histérica.
—¿Qué tal una salida para compensarlo? —Arquea una ceja y yo dubito. Es el momento perfecto para aclarar algo.
—No necesitas que llegue tarde para pedirme dar una vuelta. Sólo tienes que proponerlo y listo. Para eso somos amigos.
—Ahí está. El momento perfecto para comprobar si ya lo somos.
—Toda la razón. —Sonríe, antes de llevarse una cucharada de helado a la boca.
"Toda la razón" perfecto.
Ladeo una sonrisa y atrapo la lengua entre los dientes durante unos instantes.
El día pasa con velocidad, atiendo más de diez clientes y charlo de vez en cuando con Tom y Moira.
—¿Rosas rojas o blancas? —Nos cuestiona el cuarentón.
—Las blancas son para los cementerios y las rojas muy antiguas. —Cabila la rubia en voz alta.
Entrecierro los ojos y lo medito.
¿Blancas o rojas?
—Azules. —Responde una voz que no es la nuestra desde la puerta.
Miro en esa dirección y veo al castaño apoyado en el marco de la puerta.
—¿Azules? —Pregunto, frunciendo el ceño.
—Si, azules. Son difíciles de conseguir y preciosas. —Me explica.
Trato de rebatir su argumento pero no tengo ninguna idea con la que competir.
—Es una idea genial, Gracias D.
—Tom palmea su hombro antes de llevarse el móvil al oído.
-¡Si, buenas! Quería saber si tienen rosas azules... si, azules.
—Río.
—¿Quién no quiere un hombre como Tom? —Suspira la ojiverde. Ruedo los ojos antes de empujarla con suavidad fuera de la cocina.
—¡Bueno! Me voy un rato por ahí a... dejar de ser un estorbo.
—Palmeo mi frente mientras niego.
—¿Otra loca sin cadenas? —Bromea el ojiazul.
—Ésta es sin bozal, más bien.
—Suelta un par de carcajadas.
—¿Nos vamos? —Asiento. Me deshago de la prenda negra que está atada a mi cintura pero no la meto en mi taquilla pues es demasiado arriesgado. La pongo justo encima de ésta. Mierda, mi chaqueta está ahí dentro.
Apreto la mandíbula y sonrío.
—Vamos. —Salimos juntos del lugar y me despido de Moira con un gesto.
—...Así que terminamos acudiendo borrachos al examen. La parte graciosa es que aprobé. —Suelto una pequeña risa y asiento.
Un hilo de curiosidad me carcome así que sin más, decido preguntar.
—¿Cómo es la universidad, Drew? —Pienso en voz alta.
Sus orbes azules me enfocan directamente y puedo ver a través de la claridad de sus pupilas que está buscando una buena descripción.
—Es... intensa. La etapa perfecta en la que experimentas de todo.
—¿Todo todo?
No le preguntes eso, Jane.
—Yo siempre lo ví como un período para encontrarse a uno mismo. —Confieso, siendo honesta.
—También. Es una de las mejores partes de la vida, sin ninguna duda. —Eso último me hace pensar.
¿Cómo sería ir a la universidad?
Calma, Jane. No te preocupes por eso ahora.
-Sé que iré algún día y prometo cambiar todas tus copas por tequila. —Juego.
—¿Ah, si? Pues yo cambiaré tus copas por... —Piensa. —Por... no tengo ni la más mínima idea.
—Carcajeo.
-Puedes cambiarlas por fondant de chocolate, lo odio -Aseguro.
—Mentirosa. Sé muy bien cuando mientes. —Presume. Trato de aguantar las risas que quieren salir. ¿Estás seguro de eso, querido Drew?
—No estés tan seguro. —Aconsejo. —La clave de una buena mentirosa es que crean que no sabe mentir. —Guiño un ojo y observo como sonríe.
—Mira tú a la niña buena. —Me codea.
Los rayos de sol abrasan levemente mi piel y agradezco haberme dejado la chaqueta en HeladoWorld.
Drew se arremanga y frunzo el ceño cuando me fijo por primera vez en los tatuajes de sus brazos que esconde bajo la ropa.
-¿Y eso? -Señalo la parte afectada y él alza las cejas.
—Me hice el primero a los dieciséis y luego fuí siguiendo poco a poco. Sólo llevo en los brazos y tampoco son muchos.
—Sonrío.
—Tenía entendido que las personas relacionadas con las ciencias criminales no podían llevar tatuajes. Y menos en los brazos. —Me doy cuenta después de hablar de que he sonado algo menos agradable de lo que debería.
—Tienes razón. Pero si es necesario me los quitaré todos.
—Asegura. Y la verdad es que le creo pues sus ojos reflejan que realmente ama esa profesión.
—¿Y tú, Jane? ¿qué quieres ser durante el resto de tu vida? —Esa pregunta me descoloca. No tengo ni la menor idea.
—No tengo ni la menor idea.
—Confieso en voz alta.
—Supongo que lo veré cuando llegue el momento.
—Cuando llegue el momento, lo sabrás. Es inevitable ser lo que eres. —Asiento.
—Me encanta HeladoWorld pero no quiero pasar toda mi vida trabajando de heladera. —Suelto en tono juguetón.
—Antes de entrar en la universidad, trabajé de camarero caliente en un club de striptease. —Admite. Espera... ¿qué? ¿camarero caliente?
Abro los ojos con desmesura y arrugo las cejas.
—¿Qué? —Oigo como ríe. Pero después, asiente.
—Como lo oyes. Así que tu trabajo de heladera es... el cielo.
—Bromea.
Entonces comienzo a reír. No puedo imaginar esa escena sin reírme como una maldita desquiciada.
—Lo siento pero no tienes cara de eso. —Arruga la nariz y articula un "gracias" que suena a tono de pregunta.
—¿Y de qué tengo cara?
—Toquetea las facciones de su rostro con una mueca de desagrado.
—De no haber roto un plato en tu vida. —Digo con sinceridad. ¿Quién diría lo que esconde esa cara de niño bueno?
—¿No haber roto un plato en toda mi vida? vaya, suena bien.
—Asiente con los labios apretados.
Cuando quiero darme cuenta, ya hemos llegado a mi casa.
—Así que este es el hogar de la señorita Master ¿eh? —Ríe y asiento.
—Hasta mañana, Drew —El ojiazul me devuelve el gesto y cierro la puerta.
Miro de un lado a otro, como si hubiera algo que se me olvida.
Mierda, hoy había quedado con mis padres para comer.
De unos cuantos saltos, llego a la planta superior y me cambio la parte de arriba de mi ropa.
Miro la hora en el reloj. Las 14:23. Voy con veintitrés minutos de retraso.
Salgo corriendo escaleras abajo y cojo las llaves, abro la puerta y la cierro de un golpe.
—¡Taxi! —Vocifero. Pero no tengo tiempo suficiente para esperar así que comienzo a correr.
Cuando llego a casa de mi familia, me miro en el reflejo del móvil.
Efectivamente, parezco una gamba insolada.
Apreto el timbre y espero mientras acomodo mi pelo detrás de mis orejas.
Mi madre abre la puerta y me sonríe antes de darme un abrazo.
—Perdón por el retraso. —Digo.
—Tranquila cariño, no tuviste la culpa de nacer así. —Quiero golpearla, gritarla y reírme al mismo tiempo, ¿es eso normal?
—Señorita ¿qué modales son esos? —Mi padre aparece por detrás de su esposa y se cruza de brazos.
—Lo siento, he estado ocupada.
—No puedo contarles acerca de Drew, sería demasiado arriesgado.
—Espero que tu ocupación haya sido en el trabajo y no en la cama. —Palmeo mi frente por segunda vez en el día y niego.
—Victoria... —La regaña mi padre. Pero en el fondo tiene las mismas ganas de carcajearse que ella.
Menuda familia de locos.
—Vamos a comer, mujeres de mi vida. —Los tres caminamos hasta llegar al salón y sentarnos a la mesa.
Mi madre ha preparado un puré de patatas junto con una ensalada y eso es sumamente extraño.
—¿Desde cuando comes sano?
—Cuestiono.
Mis padres se miran ambos por el rabillo del ojo.
—Oh pues... por cambiar, supongo. —Me responde aclarando su garganta.
Asiento no muy confiada y agarro la botella de coca cola que sé que han comprado especialmente por mí.
Me dedico a observarlos durante la comida, ambos tienen una vida productiva y feliz.
Ambos han superado todo con nota y ahora tienen un futuro brillante por delante.
—¿Estás bien, hija? —Levanto mis ojos hacia mi padre y asiento.
Mi vista se mueve hacia el otro salón y veo un ramo de flores sobre la mesa central. Pero mi madre odia el concepto romántico las flores y por tanto mi padre jamás las compra.
—¿Y eso? —Los dos vuelven a mirarse.
—Por haberme recuperado... de la caída. —Muerdo el interior de mi mejilla y ninguno vuelve a sacar el tema.
El resto de la comida, la pasamos hablando de cosas estúpidas.
Ellos no quieren hablar de sus trabajos y yo no quiero hablar de futuro.
—Tienes que venir más, cariño.
—Me recuerda la rubia.
—¿Todo bien, mamá? —La interrogo cuando en su despedida, no se burla de mi ni hace chistes sugerentes.
—Claro que si. Sólo es que estos días estoy muy emotiva en cuanto a temas familiares.
—Asiento.
—Ya me contarás que te tiene tan ocupada. —Pongo los ojos en blanco y le doy un beso en la mejilla al igual que a mi padre.
Dando un paseo lento, ando de vuelta a casa.
Introduzco la llave en la fechadura y de un golpe de muñeca, abro la puerta de mi hogar.
El silencio proveniente de mi vivienda, me embarga. Las horas pasan lentas y cansinas.
No es que estar sola me desagrade. Más bien disfruto estar sola, lo difícil es sentirse sola.
Enciendo el televisor y voy cambiando los canales. Bufo, menudo aburrimiento.
Definitivamente, necesito hacer algo con la soledad de esta casa.
Pero el pensamiento que me corroe toda la noche, es el mismo que tengo en mente desde esta tarde; mis padres me ocultan algo.
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