Capítulo 36
—A ver... —Dubita, o más bien finge que lo hace mientras muerde su labio inferior.
Me siento encima de la mesa y cruzo las piernas, mirándole sonriente.
—¡Pero si ya me han traído mi pedido! —Casi vocifera, rodeando mi cuerpo con sus manos y tirando de mi hasta casi caerme de la mesa.
—¡Quita, capullo! —Forcejeamos y acabo siendo libre.
—Ahora por listo te voy a traer lo que a mi me dé la gana. —Me cruzo de brazos y veo como se resigna a hacer lo que yo quiera.
No hay clientes en el local y Tom no se enfadará por estar haciendo los idiotas.
Me giro sobre mis talones para ir a donde mi jefe y mi compañera se encuentran.
—¿Puede ser helado de Jane? —Bromea, desde la otra punta del establecimiento.
—¡Claro que sí! ahora mismo me corto una oreja para echárselo al helado.
Las risas unidas de las cuatro únicas personas que nos encontramos aquí, resuenan por cada esquina de HeladoWorld.
—¿Te traigo las tijeras? —Tom me guiña un ojo y sonríe.
Su rostro está rebosante de alegría y felicidad.
—¿Crees que si le doy el cambiazo y le llevo oreja de Moira, lo notará? —Tiro un poco de la oreja de mi amiga y eso provoca que me regale un manotazo.
—¿Por qué no le llevamos un trocito de Tom? estará bien sabroso. —La rubia golpea con la mano abierta la barriga del hombre y él le mira asqueado.
—Niña endemoniada. —Gruñe.
Nuestro jefe se da la vuelta pero una molesta ojiverde le persigue y se sube en su espalda sin tener reparos en que ambos puedan caerse.
—¡Dame las tijeras, Jane! —Largo una risa y le alcanzo las tijeras.
—¡Pero yo no quiero oreja de cabra vieja! —Drew irrumpe en la cocina y mis risas aumentan.
—¿A quién llamas tú "cabra vieja", tonto integral? ¡Si no te confunden con una farola es porque que eres enano! —Le vocifera el hombre canoso y las carcajadas se deslizan con naturalidad por mi boca.
—¿Pero qué culpa tengo yo de que tu madre se pasase haciéndote colacaos? ¡gigante!
—Moira agarra su estómago a mi lado y su piel comienza a estar enrojecida.
—¡No puedo! ¡te juro que no puedo! —Grita susurrando mientras se dobla sobre sus rodillas.
Seguimos escuchando la lamentable discusión y no puedo dejar de reír, estoy segura de que mi estómago tiene marcada la forma de mi mano y que mi otra mano tiene la forma de mi rodilla.
Respiro hondo cuando vuelvo a ponerme de pie y me siento frente al castaño.
—Hoy hace un día muy tranquilo aquí y eso es más que raro.
—Comenta, mirando a la única persona que ha venido a vernos
—El helado es algo maravilloso pero tenemos que ser realistas; la gente no consume en estas fechas y no hay nada de extraño en ello. —Digo, siendo honesta y suspirando.
—¿Entonces por qué manteneis el local abierto en esta época?
—Me cuestiona con una pequeña sonrisa.
Humedezco mis labios antes de responder.
—Porque esto es mucho más que un local. Es un lugar lleno de magia ¿Entiendes? No importa que sea Invierno, que hayas tenido un día de mierda y que lo normal sería tomar café. Siempre podrás venir aquí, pase lo que pase.
Sus ojos se iluminan y empequeñecen al sonreír.
—...eso y que echáis productos adictivos al helado. Como al tabaco. —Y ya se ha cargado el momento tierno.
—¿Tú sabes lo que es el filtro o se te ha averiado con el paso del tiempo? —Suelto divertida.
—¿Filtro? ¿y eso qué es? —Lanzo una carcajada y niego.
Estoy a punto de responder pero el teléfono me vibra en el bolsillo y, por extraño que parezca, tengo la sensación de que es importante.
Lo tomo entre mis manos y frunzo el ceño. Es el número de mi padre pero algo me dice que debería responder.
Me lo llevo a la oreja pero no hablo.
—Jane, hija. Por favor no cuelgues el teléfono. —Suspiro y sigo escuchando. —Tu madre se ha desmayado en el trabajo y... —Trago saliva.
Sé que ella no puede ser sometida a situaciones de estrés y yo no he hecho otra cosa que crearle problemas.
Pero no es mi maldita culpa que ella sea así.
Cuelgo el teléfono.
—Tengo que irme, es importante. —Susurro, mirando al muchacho.
—Claro, ve. Te cubriré con Tom.
Niego al instante.
—Yo me encargo, te veo luego.
—Prometo.
Me levanto de mi sitio y me dirijo al moreno.
—Mi madre se ha desmayado en el trabajo. —Suelto sin rodeos.
—Ve con ella. —Es la respuesta que recibo por su parte junto con un beso en la frente.
Me pongo el abrigo y salgo cual bala a la calle.
Recorro rápido el trecho que separa mi trabajo de la casa de mis padres mientras voy cavilando que haré o que diré.
Me postro frente a la puerta, trago saliva y respiro hondo antes de estrellar mi dedo en el timbre.
Espero y los segundos se antojan horas y me desesperan por completo.
Mi padre abre la puerta y se muestra serio al verme.
—Pasa. —No pronuncio palabra, le veo apartarse y me adentro en el hogar con la cabeza hecha un desastre.
Camino los pasos suficientes hasta llegar al salón y observo a mi madre.
Está tumbada y tiene una expresión normalizada.
Cuando me ve, una sonrisa trasciende sus labios y se deja ver.
—Hija. —Dice en un susurro tan incrédulo como sorprendido.
—¿Cómo estás? —Mi timbre suena diferente, casi perplejo ante mis propias palabras.
—Embarazada y aburrida. —No sonrío ni río. —¿Y tú?
—Yo estoy bien. —Hasta hace unos minutos estaba muy bien, de hecho.
—¿Sabes para lo que se inventaron las sillas? para que la gente se sentara. Así que deja de desgastarme el suelo y usalas.
Intenta ser divertida pero su cansancio más que evidente evita que su tono salga natural al bromear. Busco una silla pero sólo encuentro un sofá frente a ella y camino despacio hasta sentarme con suavidad en éste y mirarla.
—Papá me dijo que has tenido un desmayo. —Siento el aire tan tenso que se podría llegar a cortar.
—Nada extraño, todo es normal. Ya me sucedió antes. —Sus ojos me dicen que se refiere a mi embarazo.
—Jane, hija... —Susurra. Y sé que va a empezar el momento más tenso e intenso.
—¿Ya la has olvidado, mamá? ¿ya no te importa? —Lucho porque ninguna lágrima se cuele en mis ojos.
Una sonrisa débil se dibuja en su rostro.
—Claro que no, cariño.
—¿Entonces por qué la reemplazas? porque yo jamás podré hacerlo. —Confieso.
—No la estoy reemplazando. Ni tampoco le busco sustituto. El bebé no ha sido buscado pero ha querido venir y no podíamos negarnos.
Río irónica.
—Yo nunca podría olvidarla.
—Asiente levemente.
—No se trata de olvidar, Jane. Sino de pasar la página, de dejar que el pasado se quede allá a donde pertenece. De dejar que descanse.
Permanezco impasible y muda ante su aclaración.
—Tienes que hacerlo, Jane.
Tienes que dejarla ir. —No puedo, aún no.
Prefiero no responder a sus palabras pues siento como si todos los cuchillos de la casa estuvieran siendo enterrados en mi pecho.
El dolor que el vaso causó en mi pierna no es nada. Es menos que nada.
El dolor físico es una parte mínima del dolor mental al que podemos llegar.
Prefiero permanecer en el más absoluto mutismo, dejando que el silencio nos envuelva y lo cubra todo cual manto.
—¿Sabes una cosa? Se pone histérica cuando estás cerca. Me cose a patadas cuando oye tu voz. —Sus manos se posan sobre su barriga mientras me mira.
Alzo una ceja.
—Que tontería, mamá. —Bufo.
—¡No es una tontería! ven aquí. —Su mano me insta a acercarme.
Me levantó de mi sitio y me arrodillo frente a ella, suspirando con fuerza y posando mi mano en su enorme barriga.
Permanezco así, tan sólo soy capaz de oír el latido de mi madre y el mío. Pero no oigo ni siento nada más aparte de eso en los segundos que transcurren mientras toco su panza.
Bufo sin querer, como un acto reflejo.
—Esto es una tontería. —Gruño entre dientes y estoy a punto de separar del todo mi mano cuando siente algo bajo ella.
Es como un golpe que no me es dado a mí.
Es una patada más bien.
Frunzo el ceño y pego mi oreja a su barriga.
El cuerpo de mi madre tiembla con la carcajada que suelta.
—¿Hola? ¿hay alguien ahí?
—Otra patada.
—Madre de mi vida, esta niña está de psiquiátrico. —Mi padre sonríe y me toma por los brazos para levantarme pero me remuevo y me suelto.
Bajo la piel de mi madre se siguen sucediendo las patadas y mi corazón comienza a hacerse más grande.
Siento como mi hermana sabe que estoy aquí.
Sonrío sin querer, notando como los dos corazones que puedo sentir se aceleran al mismo tiempo.
—¿Ves? ella también lo sabe. —Le doy una mirada melancólica a mi madre pues sé que un recuerdo doloroso acompaña a este.
—Cuando estaba embarazada de Shelby, ella nunca se movía. Casi tenía la sensación de no estar embarazada pues el único síntoma era mi barriga.
Los primeros meses tú no estuviste conmigo si no con tu abuela. Eras muy pequeña y no sabíamos como decírtelo.
—Asiento.
—...pero un día regresaste a casa. Tu voz irrumpió con mucha fuerza en todo nuestro hogar. Y Shelby comenzó a darme tantas patadas que odié tu voz por un segundo. —Ríe y la acompaño.
—A tus hermanas les gusta tu voz. —Sonrío y el dolor me quema por dentro.
Pero por primera vez, hay un pequeño amor que no para de crecer y hace que el doloroso recuerdo quede atrás pocos segundos después.
Me levanto del suelo y me despido de mis padres para regresar a casa.
La heladería ya debe estar cerrada por lo que decido pasarme a saludar a Becca.
—Buenos días, caramelito.
—Ruedo los ojos. Siempre encuentra otra maldita forma de llamarme cada día.
—He estado en casa... conociendo a mi nueva hermana. —Mis palabras salen manchadas por muchos sentimientos encontrados.
—Es imposible no quererla. ¿Verdad? los hermanos siempre son hermanos, sin importar lo que pase o cuanto tiempo pase. —Filosofea en voz alta, sacando comida que no sé distinguir de su nevera.
—No es momento para cursilerías. Ya he tenido una buena ración con mis padres.
—Bromeo. Me lanza una mirada rencorosa y se sienta frente a mi.
—Parece que las cosas empiezan a ir bien. —Expone.
Mordisqueo mis labios y niego en un gesto poco perceptible.
—Ni te creas tus propias palabras. A nosotras nunca nos va bien. —Le recuerdo. Ella chasquea la lengua y lo cabila momentáneamente.
Sé que le gustaría que no fuera cierto pero siempre me he decantado por la honestidad y el realismo.
—Moira está muy pesada con que esta noche deberíamos hacer una fiesta. —Comenta. Ni hablar.
—Ni hablar. —Digo en voz alta.
Suelta una carcajada y me enfoca.
—Bueno, puede que a ti no te apetezca pero eso es porque eres una vieja amargada. —Le lanzo una servilleta que encuentro en la mesa.
—¿Tú a que le llamas ser "joven y no amargada"? porque realmente no me apetece conocer los entresijos de tu doble sentido. —Le espeto. Hace una mueca que significa "no he entendido ni unas narices" y arquea una ceja.
—¿Eh? —Pongo los ojos en blanco y me levanto de mi sitio.
—Cuando tengas el cerebro fresco, me llamas. O mejor no, que se te ocurrirán más motes ridículos. —Y sin permitir que me conteste, cierro la puerta.
Y esa, niños, es la razón por la cual no tengo amigos.
Por consecuente moriré sola.
Bufo ante mis propios pensamientos antes de sacar el teléfono y marcar.
—Hola. —Saludo sin más.
—Hola. —Sonrío.
—Que gusto hablar con alguien que entiende lo que digo.
—Pero si sólo has dicho "hola".
—Largo una risa y asiento.
—Pero para ti ya es algo a un alto nivel. —Le oigo resoplar.
—...Y esa es la razón por la cual no tienes amigos. —Que copión.
—Voy a tu casa, abre la puerta.
—¿Pero te queda mucho? —Bufo.
—No seas impaciente, ya casi estoy. —Prometo en tono divertido.
—No si no es por ti. Es por no tener la puerta abierta mucho rato. —Ouch, justo en la dignidad.
—¿Te importa más tu salud que yo? —Refunfuño interrogándole.
—Si. —Ni siquiera se lo ha pensado el muy capullo.
Llego junto a su puerta y tamborileo mis dedos contra ésta.
—¡Existe el timbre! —Vocifera metido en su casa. Niego mientras intento no reír.
—¿Me abres ya o qué? —Paso el peso de mi cuerpo a una sola pierna y bufo.
—¡Ya voy! —Pasan diez segundos antes de que abra la puerta y sus orbes claras se encuentren con las mías.
—Tengo mucho que contar y odio a mis amigas, ¿hay alguien aquí dentro dispuesto a escucharme?
—No lo sé, pasa. Debe haber alguna planta a la que le interese. —Se da la vuelta para adentrarse en casa pero doy un paso y salto, estrellandome con su cuerpo.
Veo el suelo más de cerca pero sus manos se aferran a mis muslos y me impiden caer.
—¿Sigue sin haber nadie que quiera oírme? —Bromeo susurrando en su oído.
—Maldita loca. —Sisa.
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