Capítulo 3
Me remuevo en la cama, no he podido dormir demasiado y no podré permanecer aquí por demasiado tiempo.
Me giro de cara al despertador. Marca las 06:00 de la mañana.
Mis piernas están entumecidas, estiro mis brazos y hago crujir todo mi cuerpo.
Antes de empezar mi día normal, decido salir a correr.
Cojo unas zapatillas azul claro que reposan en mi armario, unos leggings y una camiseta de sisa. Casi todo el atuendo es negro, me encanta ese color.
Amarro mi móvil a mi brazo con el aparato y conecto los auriculares.
Salgo de casa, el sol ni siquiera ha aparecido todavía.
Mis piernas se mueven con agilidad, lo camiseta queda por encima de mi estómago y agradezco tener un trabajo tan movido y que mi cuerpo no suela acumular grasas.
Nunca me interesó nada relacionado con mi cuerpo pero para mi nuevo plan, es necesario que mi cuerpo luzca adecuadamente.
El reproductor de canciones se detiene de repente. Maldito sea este móvil asqueroso. Mañana iré a la tienda a buscar uno nuevo, lo prometo.
Oigo un silbido cercano a mi y apreto con fuerza mis puños. ¿Cuando entenderán los hombres que no nos gusta que nos silben como si fuéramos perros? Nunca aprenderán.
No sé cuanto tiempo pasa pero mi cuerpo deja de responder a mis órdenes, me doblo sobre mis rodillas para tratar de calmar mi respiración tensa y agitada.
Cuando mi pulso vuelve a su nivel normal, camino de vuelta a casa.
He corrido bastante y tardo varios minutos en llegar a casa. Son las 08:02 de la mañana así que decido ponerme en marcha.
Me deshago de la ropa sudada que estoy usando y camino despacio hasta la ducha.
Las calientes gotas de agua resbalan desde mi pelo hasta desaparecer por el desagüe.
Mis pensamientos no cambian.
¿Alguna vez has estado en la ducha y pensado acerca de absolutamente todo en minutos?
Es como si, al entrar allí, tu mente se detuviera a pensar en cada cosa importante.
Mi cabeza siempre viajaba a lo mismo.
—¡Cállate! —Grito a la nada.
Solo quiero apagar la voz de mi cabeza, solo quiero dejar de pensar.
Froto con fuerza cada resquicio de mi cuerpo, intentando zafarme del dolor.
Cierro el grifo y envuelvo mi cuerpo y pelo con dos toallas, solo tengo que secarlo y listo.
Pero la hora de ir a trabajar está demasiado próxima y prefiero ir a HeladoWorld con el pelo como está.
Así que agarro un pantalón y una camiseta de media manga. Hoy es un día cálido.
El pantalón resulta ser blanco y la camiseta tiene un tono verdoso que según la luz parece azul.
Que descripción más interesante para una simple camiseta.
Tomo unas botas negras sin tacón y agarro mi bandolera.
El reloj de mi teléfono me indica que debo darme prisa si no quiero una bronca por parte de Tom y una Moira codeándome para que le diga con quien he estado.
Mi pelo se mueve junto con el aire que transita las calles.
Y en poco tiempo, me encuentro escuchando el tintineo y oliendo el aroma a vainilla que desprende nuestra cocina.
Sigo con mi rutina diaria, tomo el delantal y lo anudo en mi espalda. Le doy un rápido vistazo a la foto que hay pegada en mi taquilla.
Somos mamá, Shelby y yo. Las tres estamos usando un vestido naranja. Ese solía ser el color favorito de mi hermana. La foto se tomó el día de su quinto cumpleaños.
Largo una respiración y ando de vuelta a la zona exterior.
—Buenos días y bienvenido a HeladoWorld ¿Cómo puedo refrescar su mañana? —Intento parecer agradable pero aún así sigo sonando como un robot en modo repetición.
—¿Quién su sano juicio come helado a las 08:36 de la mañana? —Apreto la mandíbula y pestañeo antes de apartar la libreta y mostrar mi mejor sonrisa.
—Buenos días a ti también, Drew. —Sus ojos -que miraban al reloj- me enfocan y se achican por unos instantes al sonreír.
—Hola, Jane. ¿Qué tal un helado de fresa, por favor? —Anoto el pedido y pongo el bolígrafo por detrás de mi oreja.
—3 minutos. —Le recuerdo guiñándole un ojo antes de desaparecer por la puerta interior.
Repito la misma acción del día anterior, preparo el helado, agarro una cucharilla y la servilleta.
Troto de vuelta a su mesa, apoyo el pedido sobre ésta y recojo mis manos en mi espalda.
Sus ojos pasan del reloj a mi y luego al helado.
De uno de los bolsillos de su chaqueta, saca un billete y me lo entrega.
Pero debajo del billete, hay un papel pequeño con una dirección escrita.
Frunzo el ceño. No sé si por la sorpresa o por no entender que es.
—Esta noche hay una fiesta. Tal vez te gustaría venir. —Entre cierro los ojos y humedezco mis labios.
Lo dubito durante unos segundos pero la verdad es que es una oportunidad muy buena.
—Allí estaré. —Suelto rápido.
Sus labios forman una sonrisa y sus ojos azules me inspeccionan.
—A partir de las 22:00. Allí te veré, Jane. —Concluye.
Sin mediar respuesta alguna más que una pequeña sonrisa, vuelvo al lugar donde mi compañera y nuestro jefe charlan.
Agarro mi teléfono y me encierro en el baño.
—Necesito tu ayuda. —Suelto el aire de golpe y digo sin más.
—Envíame la hora. —Casi puedo ver sus ojos brillar y achicarse sonriendo mientras medita.
En el fondo no es más que una niña traviesa.
Moira encarga comida basura y decidimos pasar ese tiempo juntos.
Antes de comenzar, recibo un mensaje de mi padre que dice: "Hoy tengo turno doble en la consulta de pediatría pero tu madre está bien. Mañana volverá al trabajo, te quiere, Papá x".
Tecleo una rápida respuesta y presiono el botón de enviar.
No pretendo molestarle, sé que ama su trabajo y no le gusta distraerse ni un segundo.
—Chicas... ¿qué le puedo regalar a alguien que ya lo tiene todo?
—Tom cuestiona. Está hablando de su esposa, su aniversario está próximo y busca un buen regalo para ella.
—Una joya, eso nunca falla.
—Sugiere la rubia.
Yo sin embargo, niego levemente.
El hombre nos ha hablado lo suficiente de su esposa como para saber que no es alguien materialista.
—Ella trabaja mucho, jefe. Ve a su oficina, habla con su jefe, agarra su mano y escapate con ella a su lugar favorito en el mundo.
Haz que se olvide de todo...
—Suspiro. —...por un día.
Sus ojos se iluminan cuál faroles en plena noche. Sonríe enérgicamente y sube sus manos hasta la mesa para agarra las nuestras.
—Gracias niñas. —Él siempre ha sido como un segundo padre para mi y Moira. En especial para ésta, ya que ella no tiene uno.
—Hora de irse a casa. —Asiento.
Levanto mi mano en forma de despedida para los dos y vocalizo un "buena suerte" para el moreno.
Decido pasarme a buscar a Rebecca, viajamos de vuelta a mi casa y comenzamos a buscar la ropa para esta noche.
—Entramos juntas, que la gente te vea y luego desapareces.
¿De acuerdo? —La pelinegra asiente y saca un vestido rosa chillón.
—Muy llamativo. —Comento y parece que ella está de acuerdo pues lo lanza de vuelta al armario.
Saca otro vestido, esta vez es azul oscuro junto con unos tacones negros. ¿De dónde narices está saliendo esa ropa? No recuerdo haberla comprado.
Me lanza la prenda a la cabeza pero levanto mi brazo y la agarro. Ella rueda los ojos y yo sonrío.
Sin demasiado cuidado, saco la camiseta por encima de mi cabeza, me descalzo y quito los pantalones.
Me enfundo en ese ajustado vestido. Me llega unos cuatro dedos por encima de la rodilla y lo agradezco porque de otro modo, no podría sentarme.
Ella saca un vestido rojo y se mete en él. Junto con unos tacones dorados.
De su bolso, saca un estuche plateado que contiene distintos objetos, la mayoría de maquillaje.
Con el rímel, doy longitud a mis pestañas y pinto mis labios con un brillo rosa.
Nunca fuí el tipo de chica que suele usar potingues pero al menos sé como se utilizan algunas cosas.
Becca espolvorea algo sobre mis mejillas y luego continúa con las suyas.
Subo la cremallera de mi vestido tanto como puedo pero me atasco en cierto punto.
—¿Una ayudita? —La pelinegra se coloca detrás de mi y sube el cierre.
Luego se gira sobre sus talones y espera que yo haga lo mismo.
—Iremos en mi coche, no pienso andar con estos tacones. —Dice en tono divertido.
Su brazo se entrelaza con el mío y bajamos así las escaleras.
Tengo la firme certeza de que debemos parecer dos pobre ancianitas que ya no se sostienen por sí solas.
Llegamos al coche y respiro hondo.
Siempre me pongo extrañamente nerviosa cuando tengo que ir en autos. Supongo que esa es otra de las razones por las cuáles aún no he comprado uno.
Enciendo la radio y trato de distraer mi mente.
La fiesta está bastante lejos de mi casa y por lo tanto, tardamos alrededor de treinta minutos en plantarnos allí.
Desde fuera se ve como un gran jardín lleno de gente, decorado con papel maché y serpentina.
También hay muchas luces, están atadas a cuerdas blancas que rodean la casa.
—Esto parece Navidad. —Bufo.
Recibo un pequeño codazo y un tirón que me obliga a detenerme.
—Esa no es la actitud adecuada para que empiece a confiar en ti. —Me recuerda.
Tomo aire con intensidad y fuerzo mi mejor intento de sonrisa.
Nos hacemos paso entre decenas de jóvenes borrachos y cansinos.
Un imbécil se apoya en Becca y ésta lo aparta de un manotazo, sisando un "quita, imbécil".
Entre toda la multitud, consigo distinguir una figura.
Su campo de visión se reduce a mí y camina hacia nosotras.
Está usando unos pantalones negros junto con una camisa blanca.
Su pelo está peinado sin ningún ápice de gomina ni otros productos. He aprendido algo de él; No le interesa demasiado como luzca su pelo.
Tiene un vaso de plástico rojo entre sus manos. Lo observo durante unos segundos y entre cierro los ojos, al parecer lo nota pues habla.
—Es sólo cerveza, soy un chico sano. —Presume.
—¿Cerveza? ¡Yo también quiero! Voy a por una, adiós J. —Becca hace de la bebida su excusa, me muestra una sonrisa cómplice y se mezcla entre la multitud.
—¿Y ella es...?
—Una loca sin cadenas. No te acerques mucho. —Bromeo.
Una sonrisa tonta crece en sus labios.
—¿Bebes algo? —Niego
Caminamos hasta apoyarnos en la mesa de las bebidas.
—Si soy completamente honesta, nunca me gustaron las fiestas.
Sus ojos se centran en los mios, arruga las cejas y sonríe de forma juguetona.
—¿Por qué no? —Me cuestiona.
Trato de mantener mi pequeña burbuja de espacio personal y no rozarle siquiera.
—Una panda de babosos sudados y borrachos que aprovechan cualquier oportunidad para tocarte. Una oda de gogos por afición que hacen el ridículo. La música más cargante y ruidosa que puedas escuchar y la iluminación de una feria. ¿Necesitas algo más?
Al parecer mi descripción le resulta divertida pues en cuando termino, varias carcajadas salen desde su garganta.
—¿Quieres bailar? —Alza ambas cejas y dibuja una pequeña sonrisa.
Mis retinas se desvían de un lado a otro hasta que al final acaban en la improvisada pista de baile.
Las parejas bailan pegadas pero no de una forma romántica si no de una forma excesiva y vulgar.
No puedo hacerlo. No estoy preparada para ese tipo de contacto con él.
Me fijo en que tiene las piernas muy pegadas y uno de sus pies está moviéndose de forma nerviosa.
Necesita ir al baño pero no quiere dejarme.
Sonrío internamente, punto para mi.
—Ve al baño, chico. No quiero que a parte de a sudor, este lugar huela a orina. —Muevo mi mano delante de mi nariz y hago una mueca.
El ojiazul suelta una risita antes de salir corriendo al baño.
Entonces una luz se hace en mi mente. Si sólo está bebiendo cerveza, mi plan no funcionará.
Me giro con velocidad y tomo su vaso, está lleno. Vierto el contenido en otro vaso y en éste pongo vodka mezclada con cerveza.
Me importa una mierda como sepa, sólo quiero que dé el pego.
—Tu amiga se ha perdido. —El corazón me da un vuelco al escuchar su voz. Me volteo para cerciorarme de que no me ha descubierto y lo confirmo al ver su expresión relajada y alegre.
—Es una mujer libre. No soportaría estar demasiado tiempo pegada a mí —Bromeo.
Agarra el vaso entre sus manos y le da un trago. Su expresión cambia por unos instantes pero vuelve a normalizarse.
Seguimos conversando durante gran parte de la noche y descubro varias cosas irrelevantes acerca de él.
Becca me ayuda a rellenar su vaso varias veces más y por el bailecito que se está marcando en una mesa, puedo asegurar que está totalmente ebrio.
—No me dijiste que era así. —Los ojos de mi acompañante delatan que el alcohol también ha hecho mella en su organismo.
—¿Así cómo? —Cambio mi postura a una defensiva y alzo la cabeza.
—Ya sabes... —Mueve sus manos en el aire. —Sonrisa bonita, ojos bonitos, pelo bonito. —Enumera.
Siento asco al instante, arcadas.
—Y no lo es. —Me defiendo, cruzándome de brazos. —Es demasiado delgado y no muy alto.
La ojimiel chasquea la lengua.
—Eso lo hace aún mejor, Jane.
Niego nuevamente.
—No lo hace. Y no vuelvas a llamarle así.
—¿Así cómo? —Se burla y siento unas tremendas ganas de romperle la boca.
—Guapo. No vuelvas a llamarle así.
—¿Y cómo lo llamo? —Indaga. —¿Agradable...a la vista?
Paso la lengua por mis labios y asiento. —Agradable a la vista está bien.
No quiero decir que lo sea, quiero decir que es así como puede llamarle.
—Cogele tú, yo no pienso tocarle.
Observo como pone los ojos en blanco y le toma por el brazo.
Entre las dos, le llevamos al coche.
—Unn tí-o m-me llamó hi-hijo dee puta. Ess gra-cioso porrque n-o tengo u-una madre pu-puta. Ni-ni siquiera tengoo una madre. —Hipa Drew entre tartamudeos.
No sólo mató a mi hermana en ese accidente, también mató a alguien más; Su propia madre.
—Yo tampoco tengo una hermana. Por tu culpa. —Siso lo suficiente bajo para que sólo yo li escuche.
Recorremos el largo camino a casa, saltandonos todas las señales y avisos de velocidad.
Sé perfectamente donde vive él. No he pasado los últimos días estudiando cada movimiento de su vida para nada.
Agarro su brazo y le ayudo a salir del coche. Estoy ejerciendo demasiada fuerza y no quiero que se percate así que aflojo el agarre y apreto mi otra mano con fuerza.
De uno de los bolsillos de su pantalón, saco la llave de la puerta y abro ésta de un movimiento de mano.
Le dejo caer en el primer sofá que me encuentro y respiro hondo.
Está profundamente dormido, borracho e indefenso. Sería tan fácil acabar justo ahora...
Pero demasiado fácil.
Demasiado poco doloroso para él.
Todavía no ha llegado tu hora, querido Drew.
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