Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

La máquina de café termina de verter el oscuro líquido sobre el vaso y lo tomo entre mis manos con mucho cuidado.
Doy un pequeño sorbo antes de encaminarme hacia mi habitación. Es muy temprano y hoy tengo turno de tarde en HeladoWorld.

Abro las puertas del armario y tomo unos pantalones, ni siquiera me molesto en fijarme en su color o forma. Una camiseta será suficiente para un día como hoy.
Al final veo que el pantalón es marrón claro y la camiseta es a rayas negras y blancas.
Cojo una pequeña bandolera donde meto el móvil, dinero y las llaves y me dispongo a salir.

Decido ir caminando esta vez. El viento sopla con tanta fuerza que tengo que apoyarme en las paredes para no volar -literalmente-.
Veo a un grupo de adolescentes que caminan sonrientes. Después a un señor que se aferra con fuerza a su abrigo.

Vemos a miles de personas cada día, todas ellas sonriendo.
Pero ¿cuántas lo hacen de verdad?
¿cuántas son felices de verdad?
Yo soy una más.
Sonrío y trabajo. Digo que estoy bien y con mis veinte años todo el mundo lo cree.
Pero ¿cuántas personas conocen la verdad?

Llego al Hudson en tan sólo quince minutos. Me quedo varada frente a la puerta, sopesando las posibilidades que tengo.
Lleno mis pulmones de aire, alzo la cabeza y comienzo a adentrarme en el centro médico.

Recorro a pasos decididos el largo pasillo que me separa de la sala de espera. Cuando llego allí, mis ojos sólo se centran en la habitación de mi madre.
—Hija. —La voz de mi padre me hace saltar en mi sitio y en un instante me pongo de pie, de forma defensiva. —Vamos a tener que esperar un rato más todavía.

—Esta bien, papá. —Sonrío. Sus ojos se achican cuando me sonríe de vuelta.
—Voy a salir fuera ¿vale?
—Asiento antes de verle marchar.
Recorro la sala con mi mirada, mis retinas observan una máquina de snacks que está a unos pasos. Mi niña interior me hace sentir una pequeña gula creciente que me impulsa a ir hasta ella.

Pero me detengo cuando mis iris captan al chico de ojos azules.
¿Es normal sentir que la sangre te hierve? Podría cocinar en mis venas. Respiro hondo, es una buena oportunidad.
Esta es una buena forma de dejarme ver.
Que comience el plan.

Tomo aire y vuelvo a avanzar hasta estar frente a la máquina.
Primero tengo que descubrir si se acuerda de mi. 
Saco una moneda de mi bolsillo trasero, la introduzco en la ranura indicada y marco el código.
El dulce se mueve pero queda atrapado antes de salir. Maldita sea.
No puedo quedar en ridículo. No ante él.

Le doy un par de golpecitos al mamotreto pero sigue sin funcionar. Trago saliva mientras mi paciencia se evapora con rapidez.
Vuelvo a dar un golpe más pero ambas cosas -mi moneda y mi chocolatina- están atrapadas.
—¡Maldita máquina del demonio! —Mierda. No debería haber dicho eso en voz alta.
Me arrepiento en cuanto las palabras cruzan mis labios.

Pero ya es demasiado tarde para lamentarse y sólo puedo rezar para que sea sordo y no me haya oído.
Oigo una pequeña risa a mi lado y esa opción queda descartada.
—Estos cachivaches suelen fallar. —Pestañeo. Se está dirigiendo a mí. Su voz no es nada grave pero tampoco es aguda. Es algo así como intermedia.
Controlo los instintos violentos que amenazan con destruir mi plan y me giro sobre mi tronco unos 180 grados. Ahora que está de pie frente a mí, puedo decir que no es un chico demasiado alto. Pero aún así es bastante más alto que yo.
Le doy mi mejor sonrisa. Y también la más falsa.
—No llevo ni diez minutos aquí y ya quiero irme. —Suelto con voz quejumbrosa.

—Es la magia de los hospitales; en cuanto los ves, quieres desaparecer. —Dejo escapar una risa hueca que acompaña algunas carcajadas por su parte. No lo hace, no se acuerda de mí.
—Por suerte para mí, me voy hoy mismo. —Confieso. Una pequeña sonrisa aparece por sus labios.
Quiero romperle la cara.
—Yo también.

Me doy cuenta que estoy apoyada en la máquina cuando mi chocolatina cae de repente.
—¡Ah! —Aplauso con exageración antes de cogerla.
—Soy Jane, por cierto. —Tu peor pesadilla.
Hago mi mayor esfuerzo por estirar mi mano en su dirección. No quiero tocarle, quiero arrancarle todos los pelos de su cabeza y hacérselos tragar.
—Yo soy Drew. —Drew Stype, veintidós años, deberías estar muerto hace ocho. ¿Decías?

Su mano se estrecha con la mía y siento las náuseas crecer dentro de mí.
—Ha sido un placer. —Me despido alejándome de él.
Sus ojos azules se apartan de los míos por unos instantes y sonríe.
—Espero volver a verte, Jane. —Yo también a ti; el día de tu funeral.

Me alejo caminando y dejo caer "accidentalmente" una tarjeta de HeladoWorld.
Ruego interiormente porque sea él quien la encuentre.
Decido marcharme sin esperar a mis padres, ya les diré alguna excusa después.
Pero no pongo rumbo a casa si no a otro lugar que me interesa más ahora mismo.
No se acuerda de mí, es todo en lo que puedo pensar.
No entiendo porque me afecta tanto.
Está bien, si lo entiendo. Destruyó mi vida y ni siquiera me recuerda, va a arrepentirse de haber sobrevivido a aquello.

Me detengo cuando llego a su casa, mis piernas parecen más pesadas según me voy acercando.
Estoy en la casa de nada más y nada menos que Rebecca Wilson. Rebecca era el "caso perdido" del instituto.
Los rumores hablaban de como ella bebía y fumaba desde los once pero eso no era más que una vieja leyenda popular.

La realidad es que Rebecca Wilson era la persona más valiente que yo he conocido.
Era única, no había duda. Y la única lo suficiente macabra para ayudarme con esto.
Tamborileo mis dedos sobre su puerta y en cuestión de un minuto, ella abre.
Sigue teniendo el pelo negro como el carbón, unos ojos del más dulce color miel y una sonrisa que esconde más de lo que alguien pueda imaginar.

—Master. —Susurra con sus ojos llenos de incredulidad.
—Wilson. —Espeto de la misma manera. —Necesito que me ayudes con algo.
Sus orbes están vacías de diversión, aburridas por completo.
—¿Qué es? ¿una broma de mal gusto? —Se burla.
Pero no hay dudas ni gracia en mi semblante.
—Casi. —La corto. —Un asesinato.

—Si ese tío tuvo la culpa... ¿por qué no está en la cárcel? —Becca no dudó ni dos segundos en dejarme pasar y hacer más preguntas de las que sé contar.
—Porque era un niño. Su padre se encargó de que ni el mismo supiera nada, algunos meses de trabajos comunitarios y eso es todo. Al menos eso es lo que la historia dice. —Chasquea la lengua y asiente.

—¿Por qué no ir directamente y pegarle un tiro? ¿por qué convertirte en su "amiga"?
—Ruedo los ojos. No hay duda de que es una jodida morbosa.
—Por la traición. —Me encojo de hombros y suelto sin más.
Entrecierra sus párpados antes de sisar un "explícate".
Cojo oxígeno antes de comenzar.

—No quiero ir y darle un tiro. Eso sería demasiado fácil. Demasiado simple.
Lo que yo quiero es...—Hago una pequeña pausa, buscando las palabras correctas. —Quiero que un día vuelva a casa y se encuentre conmigo, pistola en mano. Quiero que lo último que piense antes de morir sea "Ella, la chica en la que más confiaba, mi compañera, mi confidente, mi amiga. Me mató alguien por quien habría muerto. Dejé que una asesina conociera todos mis secretos". ¿Entiendes?

Sus ojos se iluminan como si hubiera encendido un fuego en ellos.
—Quieres destruirle, que sienta la traición y luego matarle. —Ha pillado el concepto.
Ambas sonreímos al compás.
—¿Y qué debo hacer yo?
—Muerdo mi labio inferior antes de contestar.
—Cuando todo acabe, me ayudarás. Pero por ahora te encargarás de que no le mate antes de tiempo. —Dejo salir una pequeña carcajada.

—Suena tentador pero ¿qué gano yo? —Alza su cabeza y me inspecciona por detrás de sus pestañas.
—Ser parte de todo esto. —Me fijo levemente en sus ojos. Hay algo en ellos, no sé muy bien que es pero es algo que jamás había visto.
—Hecho. —Estrechamos nuestras manos y no soy capaz de decir cual de las dos es la que está temblando.

De camino al trabajo, comienzo a pensarlo todo. Deberé ser su perfecta confidente. Sin taras, sin fallos. Cuanto más confíe en mi, cuanto más me quiera, más dolorosa le resultará la traición.
No puedo evitar que una sonrisa nazca a través de mi boca.
Al llegar al local, todo parece estar en calma.
Tom y Moira están en la zona de personal, charlando animadamente como suelen hacer cada día.
Me detengo cuando estoy frente a mi taquilla, les doy una rápida mirada y agarro mi delantal.
—Buenas tardes. —Comento y mi voz suena algo más cantarina de lo que me hubiera gustado.

—Vaya, hoy pareces de buen humor.
¿A qué se debe? —Tom, nuestro jefe, me saluda despeinando mi cabello.
—Nada. Es sólo que mi madre ya ha salido del hospital. —Miento.
La ojiverde se levanta de un salto y me encara.
—¿Hospital? ¿de qué estás hablando? —Mierda.
—Es una... larga historia.
—Recurro a la típica excusa. Pero la verdad es que nunca falla.

El tintineo de las campanas resuena dentro de nuestros tímpanos. Me asomo y veo a una mujer de mediana edad con un pequeño niño en brazos.
—Tuyo, Tom. —Habla Moira. Yo sólo me encojo de hombros y camino hasta quedar sentada al lado de mi compañera de trabajo.
La muchacha intenta sacara temas de conversación pero no puedo pensar en algo que no sea Drew. ¿Y si no cogió la tarjeta? No habría forma de encontrarle.

O si pero no de forma legal.
¿En serio, Jane? ¿vas a cometer un asesinato y te preocupas por un pequeño robo de información?
Debe haber algo que no está bien conmigo.
Oigo de nuevo el tintineo y ambas nos levantamos de nuestros sitios. Miramos hacia fuera y apreto la mandíbula cuando me percato de que efectivamente, es Drew.
—Uh... mío. —Mi compañera le hace una inspección ocular y trata de adelantarse pero me coloco taponando la salida con mi cuerpo.
—Es un conocido, Moi. Mi turno. —Me apresuro a decirle antes de anudar la prenda negra a mi cintura y ponerme en marcha.

—Bienvenido a HeladoWorld donde el helado es nuestra religión. ¿Cómo puedo refrescar su tarde? —Suelto con voz alegre.
—Espero que no sea con una máquina expendedora averiada. —Bromea. Aparto la libreta y hago una mueca de sorpresa antes de sonreír.
—Vaya. Hola Drew. —El castaño sonríe.
—Hola Jane. Perdiste una tarjeta en el hospital. —Frunzo el ceño y "reviso" con la mirada mis bolsillos.
—La verdad es que tenía mucha prisa. Pero no hay mal que por bien no venga. ¡Te ha traído hasta aquí! Podrás probar el mejor helado del mundo.

Me siento como la actriz de una ridícula telenovela que sólo sabe sobreactuar y hacer drama por todo.
—Mi helado favorito es el de fresa. ¿Podrías traerme uno?
—Asiento. Arrugo la nariz mientras apunto en la libreta. Odio ese estúpido gesto pero me sale sin querer.
—Nuestro tiempo medio de espera es de tres minutos.
¿Crees que podrás aguantar?
—Le desafío con una sonrisa ladeada.
—Ponme a prueba. —Escupe con total naturalidad.

Lo haré, querido Drew.

Me dirijo a la cocina, nos gusta preparar los pedidos por nuestra cuenta y por eso tardamos tres minutos. Tomo un vaso copa y sirvo el helado dentro, agarro una fresa y la coloco encima. Cojo una cucharilla, espolvoreo azúcar rosa y tomo una servilleta para ponerla justo debajo del vaso, entre el plato y la copa.

Con una mano agarro el pedido y la otra se encuentra en mi espalda.
—Aquí tiene. —Apoyo el helado sobre la mesa y espero pacientemente una respuesta.
—2 minutos y 21 segundos. Me gusta. —Pestañeo y frunzo el ceño. Ha contado los jodidos minutos.
—Una promesa es una promesa. —Guiño un ojo y en ese instante, siento asco de mi misma.
—¿Cómo se llama el pedido que incluye el número de la camarera? —Apreto con fuerza los dientes.

—Lo siento, Moira no está disponible. —Bromeo cabeceando hacia mi compañera.
—Ja, ja. Muy graciosa. —Rueda los ojos y yo mojo mis labios.
—Si me disculpas, tengo clientes que atender. —Aunque no lo parezca, ésta también es parte del plan.
Me giro sobre mis talones pero su voz vuelve a invadir mis oídos.
—Una última cosa, Jane. Yo nunca me rindo. —Yo tampoco, Drew.

Mi turno acaba poco rato después, él se fué poco tiempo después pero sé que regresará mañana y por eso me quedaré en la heladería todo el día si es necesario.
El camino a casa no se hace largo, el viento de por la noche es mi favorito sin ninguna duda.
Retiro todas las prendas que hay en mi cuerpo salvo la ropa interior y me acomodo sobre mi colchón.

Cierro los ojos y de nuevo, comienzo a imaginar como sería todo si Drew Stype no se hubiera cruzado en mi vida.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro