
Capítulo veintisiete
Bajo su lucha constante por soltarse, decidí que tenía que amarrarla, de lo contrario, iba a ser un dolor de cabeza el tener que mantener mansita a esa demonia. Usé su propio abrigo para amarrar sus manos a la espalda.
En el camino solo hubo insultos, amenazas, protestas y golpes con sus pies en mi asiento. Cada vez que intentaba levantarse, frenaba el auto de golpe, debía estar toda golpeada, aun así, rendía mucho esa condenada. Si no fueran por las ganas que tengo de arruinar esa boquita, en estos momentos no estaría pasando este dichoso trabajo.
Estacioné el auto en el redondel de la entrada a mi casa, bajándome para pasarle las llaves a mi empleado y pedirle que bajara a esa gladiadora del auto.
—Tráeme el collar y la cadena de Savannah —le ordené a la sirvienta que vino a recibirme.
Toledo sostuvo por el brazo a la salvaje y ella no hacía otra cosa que lanzarle patadas. Tan pronto la sirvienta me trajo lo que le pedí, tuve que luchar para ajustarla alrededor de su cuello, pues no dejaba de moverse como gusano con sal. Enrollé la cadena entre mi mano, tirando de ella para que caminara conmigo.
—¡Esto que has cometido es un crímen y pagarás por ello!
—Pequeña perrita, así no es como se le habla a tu dueña. Se dice: ¡GUAU, GUAU! A no ser que te aceptes como eres y prefieras ser tú misma. ¡OINK, OINK!
—¡Voy a matarte, maldita loca!
—Uy, me pregunto cuán profunda es esa garganta. ¿Soportará uno, dos o tres?
Ignoré cada una de sus palabras mientras tiraba de la cadena para traerla conmigo al interior de la casa.
—No pienso subir las escaleras contigo en los brazos. Nada más de pensar en el dolor de espalda y hombro que tendré mañana, me hacen dudar por segundos si realmente ha valido la pena traerte, pero cuando veo esa mirada llena de odio y desprecio se me pasa. Pienso en las posibilidades de que puedas usar esa boca que tanto me ha insultado, en algo más divertido y excitante.
Subí las escaleras tirando de la cadena. Cuando llegamos a mi habitación, su sorpresa se convirtió en terror al ver a mi Diablo descansando sobre la cama. Se quedó paralizada de la impresión, con los ojos abiertos de par en par, sin atreverse a mover ni un músculo.
La obligué a caminar por medio de la cadena. Luego, con calma y cariño, me acerqué a Diablo, quien se deslizó por mi brazo mientras le hablaba con ternura.
—Oh, mi diablito, te has salido de tu lugar —murmuré mientras lo acariciaba suavemente.
La mujer no decía una palabra, sus ojos seguían fijos en Diablo. Era evidente que le tenía un profundo miedo. Decidí aprovechar la situación y burlarme un poco de ella.
—Hoy la cena no será para ti, mi Diablo, sino para mí. Pero no te preocupes, mi amor, te guardaré una generosa porción.
Visiblemente asustada, me ordenó que alejara a Diablo de ella. Con una sonrisa en el rostro, tiré de la cadena y la vi caer sobre la cama, justo al lado de él. Su expresión de terror aumentó cuando Diablo se deslizó sobre su pecho. Intentó levantarse, pero mis palabras de advertencia la hicieron detenerse en seco.
—No te muevas —le dije con voz tranquila—. Diablo es bastante sensible, y si siente amenaza, podría morderte en el rostro. No querrás eso, ¿verdad?
Internamente disfrutaba de la situación. Sabía perfectamente que Diablo estaba domesticado y que no ataca a nadie, a no ser que sea yo misma quien lo alimente. Pero ver el miedo en los ojos de la ella me proporcionaba una satisfacción perversa e inmensa.
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