
Capítulo quince
En medio de la tormenta que habíamos enfrentado, había sido un apoyo constante para Sebastián. Los días se habían desvanecido en una nebulosa de investigaciones y planes, dejando poco espacio para el descanso. Noches de vigilia y días de búsqueda se habían convertido en nuestra rutina, pero era un precio que estábamos dispuestos a pagar para obtener justicia.
Durante ese tiempo, pude ver cómo Sebastián se sumía en su propia oscuridad. A pesar de que intentaba mantenerse fuerte y concentrado, sus ojos revelaban un dolor que era imposible de ocultar. Yo había estado a su lado en cada paso del camino, apoyándolo en silencio y haciéndole saber que no estaba solo en esta lucha.
Hubo noches en las que lo vi entrar a la habitación de la bebé, un pequeño santuario que habíamos creado en su memoria. A pesar de que el cuarto estaba vacío, su presencia llenaba el espacio con una mezcla de melancolía y amor. Lo observaba desde la puerta, viendo cómo se sumía en sus pensamientos y recuerdos, enfrentándose a la realidad de lo que habíamos perdido.
En secreto, me había estado comunicando con Damián. Aunque su relación con Sebastián estaba tensa, seguía siendo su padre y me preocupaba su bienestar. Damián había intentado visitarnos en varias ocasiones, buscando hablar con su hijo. Pero cada vez, Sebastián lo había echado de la casa con desprecio en los ojos, sin dirigirle una sola palabra. Me había contado que Juliet estaba recuperándose, pero que no había hablado una sola palabra desde el incidente. Era una sombra de la mujer que había sido, y eso solo intensificaba la tristeza que se cernía sobre nosotros.
Todos los hijos de Damián habían desaparecido desde la tragedia, una evidente señal de que estaban aliados con Henry. Era una traición que se extendía por todo su linaje, un recordatorio amargo de cómo el poder y la envidia podía corromper incluso los lazos familiares más fuertes.
[...]
Estábamos en Burlington, Vermont, una ciudad donde la atmósfera académica y el encanto de Nueva Inglaterra se entrelazaban en cada callejón adoquinado. Sebas y yo habíamos venido con un propósito específico: descubrir todo lo que pudiéramos sobre el hijo del hombre que nos había arrebatado a nuestra pequeña.
Henry, ese nombre me inspiraba un sentimiento de repulsión y rabia. Pero ahora nuestro enfoque estaba en su hijo, un joven de diecinueve años que había logrado vivir en la sombra, alejado de las maquinaciones siniestras de su padre. Había tomado el nombre de David, un alias para proteger su identidad. Los informes indicaban que asistía a la Universidad de Vermont, enclavada en el corazón de Burlington, un lugar conocido por su excelencia académica.
Encontramos fotografías de David en el informe. Su cabello oscuro caía en mechones rebeldes sobre su frente, y sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y determinación. Era alto y delgado, con una postura que sugería confianza. Estudié las imágenes detenidamente, observando cada detalle de su apariencia. La edad y la juventud estaban plasmadas en su rostro, pero en sus ojos, pensativos y profundos, vislumbré una historia aún por desentrañar.
La primera vez que lo seguimos, nos mantuvimos a distancia, observándolo mientras se dirigía hacia el campus universitario. Vestía jeans desgastados y una camiseta que llevaba la insignia de algún equipo deportivo. Durante los siguientes días, nos sumergimos en su vida cotidiana. Notamos que tenía una rutina establecida: clases matutinas, una visita a la cafetería y sesiones de estudio en la biblioteca. Practicaba baloncesto en una cancha cercana y compartía risas y conversaciones con un grupo de amigos.
Cada vez que lo seguíamos, Sebas tomaba notas meticulosas: los lugares que frecuentaba, las personas con las que interactuaba, incluso los libros que llevaba consigo. Era un ejercicio de paciencia y perseverancia, pero Sebas era un maestro en la observación y la deducción. Empezamos a entender su personalidad, su forma de moverse por el mundo y cómo se relacionaba con los demás.
Un día, mientras David estaba en clase, exploramos su habitación en el campus. Encontramos fotografías familiares, libros favoritos y detalles que solo un hijo podría haber acumulado. La tarea era compleja, pero cada paso que dábamos nos acercaba más a la verdad. Descubrimos que David estaba involucrado en proyectos comunitarios, demostrando que había crecido con un sentido de responsabilidad hacia los demás.
A medida que continuábamos recopilando información, no pude evitar sentir una extraña mezcla de emociones. David era un joven que merecía tener su propia vida, lejos de las sombras que habían rodeado a su padre, pero mi hija también merecía ser feliz y ese desgraciado nos la arrebató sin piedad. Ella no tenía nada que ver en nuestros asuntos y pagó los platos rotos. Me prometí a mí misma que no tendría piedad ni lástima por ninguno de ellos, estuvieran o no involucrados, debían pagar todos por igual.
[...]
Al parecer, Henry estaba muy preocupado de nosotros. Descubrimos que David tenía un vuelo programado en un avión privado esta misma noche. Sebas y yo habíamos trazado un meticuloso plan que fue descartado de último momento debido al cambio radical de planes. Teníamos poco tiempo para trazar un nuevo plan, pero la mayoría de las veces terminamos improvisando. No podía equivocarme esta vez, debía hacer todo al pie de la letra, era nuestra única oportunidad.
El tiempo estaba en nuestra contra mientras nos adentrábamos en la pista de aterrizaje privada en Vermont. Sebastián, en su astucia, encontró una forma de infiltrarse en el avión antes que yo. Sabía que cada segundo contaba y que debía unirme a la acción lo más rápido posible.
Vestida de azafata, me acerqué al avión, pero mi presencia no pasó desapercibida para los hombres que custodiaban la entrada. Sus miradas inquisitivas y sus actitudes amenazantes indicaban que no sería fácil pasar sin ser inspeccionada. Sabía que no tenía otra opción, así que con mano firme saqué mi arma con silenciador y abrí fuego, eliminándolos antes de que pudieran reaccionar. Los disparos fueron rápidos y letales, y en cuestión de segundos, los hombres yacían en el suelo y a mis pies.
Subí las escaleras del avión y cerré la puerta tras de mí. Aprovechando la distracción de la radio en el avión, anuncié a través del sistema de altavoces que estábamos a punto de despegar y que todos debían abrocharse los cinturones. Sabía que eso causaría una pequeña confusión y nos daría la ventaja necesaria. Además, tenía temor de que pudieran percatarse de los cuerpos baleados a través de las ventanas.
En busca de la mesa, me percaté del cuerpo de uno de los guardaespaldas que había sido arrastrado hacia el fondo. Supe que Sebastián definitivamente estuvo aquí, que ya se había encargado de su parte y lo comprobé cuando le hablé por el auricular.
Guardé mi arma en la mesa de las azafatas, caminando con determinación por el pasillo. Mis sentidos estaban en alerta máxima y cada movimiento estaba calculado. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras me acercaba a la zona donde David y sus guardaespaldas estaban ubicados.
En un movimiento fluido y preciso, saqué mi arma y abrí fuego contra los hombres que protegían a David. Los disparos resonaron en el interior del avión, y los tres hombres cayeron antes de que pudieran reaccionar. La acción había sido rápida y brutal, pero era necesaria para asegurar nuestra seguridad y obtener nuestra victoria.
—Lo tengo —le informé a Sebas por el auricular.
David alzó las manos en señal de rendición, sus ojos llenos de miedo y sorpresa al verme parada allí con un arma en mano. Le indiqué con un gesto que se mantuviera en silencio, mientras me comunicaba con Sebas a través del auricular. Escuché la voz de Sebas, firme y decidida, indicándome que mantuviera a David bajo control y que él se haría cargo del avión.
—¿Estás seguro de que puedes pilotear esto? —le pregunté, tratando de ocultar la preocupación en mi voz.
La respuesta de Sebas no se hizo esperar, y su tono llevaba consigo un atisbo de broma que me hizo fruncir el ceño.
—Pilotear un avión es como explorar el cuerpo de una mujer, solo tienes que estar dispuesto a tomar tu tiempo, a explorar y descubrir qué botones debes tocar—dijo con un tono juguetón.
Rodé los ojos, sabiendo que estaba jugando con mis temores a las alturas, pero en el fondo, su humor me ayudaba a calmar los nervios. Manteniendo mi arma apuntando a David, me aseguré de que estuviera quieto mientras continuábamos con nuestra conversación a través del auricular.
—Ahora ponle las esposas y manténlo vigilado —ordenó—. Asegúrate de que no esté armado y que no tenga ningún dispositivo encima. Yo me encargaré del avión, diablita.
Asentí, aunque sabía que él no podía verme, y dirigí mi atención de nuevo hacia David. Estaba claro que estábamos en control de la situación, pero también sabía que aún quedaban desafíos por delante.
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