Tortura
—Yo también confío en ti.
—Escúchame con atención. Conozco un lugar apartado donde podemos llevarlos. Es un edificio abandonado de tres plantas. Cuando lleguemos tenemos que separarnos—cambió de carril, evitando que pudieran lograr su cometido de rebasarnos.
—¿Separarnos?
—Si nos quedamos juntos les será más fácil acribillarnos, y tu no quieres eso, ¿verdad que no?
—No, pero no sabemos cuántos de ellos son. Allí eran solo tres.
—Por esa misma razón. Necesitamos un espacio cerrado y solitario. No podemos atacarlos aquí. Estamos en una calle muy transitada y no quiero llamar la atención o poner en peligro a inocentes.
—Es la primera vez que piensas en los demás.
—En realidad, ellos no me importan, solamente quiero mantener el control de la situación y ser lo más cuidadoso y discreto posible. No me gusta llamar la atención.
Busqué la Uzi debajo del asiento y era más ligera de lo que pensé. Entendí la razón por la cual no la llevó con él al local. Esconderla habría sido difícil.
—Quítate esos tacones, solo harás que te escuchen.
—Me siento más segura con ellos.
Sebastián manejaba a una alta velocidad, dándole varios cortes a los autos para ganar tiempo y distancia, pero ellos estaban demasiado aferrados a nosotros. No voy a mentir, los nervios me estaban carcomiendo viva.
Ese tal Max es un desquiciado, ahora puedo entender muchas cosas, sobre todo el odio que le tienen los Harper. Es peligroso que alguien como él siga con vida, haciendo y deshaciendo por ahí a su antojo. Solo de recordar esas palabras tan asquerosas que me dijo, un escalofrío se sitúa en mi espina dorsal.
—Tan pronto detenga el auto, te bajas y corres al edificio. No te quedes afuera.
La estructura del edificio se veía en completo deterioro. Desde fuera pareciera una casa embrujada.
—Insisto, deberíamos quedarnos juntos— le dije.
—¡Bájate ya! —frenó de golpe y me vi en la obligación de acatar su orden.
Viendo su auto marcharse y alejarse como si nada, dejándome por completo atrás, fue donde lo comprendí todo. Su verdadero propósito era llevarme a un lugar seguro, dónde no interviniera o estorbara, y así él podría ejecutar sus planes solo y sin problemas. Después de todo, ya una vez me lo dejó claro y fui tan ilusa que lo capté muy tarde.
«¿Cómo no me di cuenta de que realmente no confía en mí lo suficiente como para permitir que lidiaramos con esto juntos?».
Haya sido para protegerme o no, detesto el maldito hecho de que me haya dejado abandonada y que a estas alturas no confíe lo suficiente.
Las luces de un auto a la distancia me dieron a entender que debía tratarse de la camioneta que nos estaba siguiendo. Se supone que debía ocultarme, pero me sentía tan furiosa que decidí no seguir sus órdenes.
—¡A la mierda sus malditas órdenes!
Toda mi vida he estado huyendo de los problemas, esperando que los demás solucionen todo por mí, pues a eso me acostumbraron mis padres, pero en esta ocasión, pienso ir hasta las últimas consecuencias, no voy a huir más.
Miré el arma que tenía en la mano y suspiré.
«Sabiamente, ¿eh?».
Disparé contra el pavimento para llamar su atención. La dispersión de balas fue tan rápida que no tuve forma de saber cuántas balas quedaban en el cargador, tampoco tuve tiempo, pues había logrado el objetivo de atraerlos.
En el edificio tendré más oportunidad de atacarlos, no aquí fuera a la intemperie, cuando ellos deben ser más. Si permito que me atrapen, será mejor que me dé por muerta y no puedo permitir que eso suceda.
Al verlos tan cerca, corrí hacia la puerta principal, pero estaba cerrada. Pensé que al estar abandonado conseguir acceso al interior sería más fácil.
Con el arma terminé de romper el cristal de la ventana del costado que ya se encontraba craqueado. Abrí paso al interior y la oscuridad me arropó por completo. El sonido de mis tacones se oían al caminar, por lo que decidí quitarmelos y dejarlos atrás. En el suelo hay mucha suciedad, vidrios y escombros que me lastiman. Las paredes parecen crujir. Este lugar me da mucho miedo.
Escuché que derivaron la puerta principal y me escondí detrás de una puerta, conteniendo la respiración y tomando con fuerza el arma. No he encontrado las escaleras para subir al tercer piso. Está todo tan oscuro. No puedo moverme o me escucharán.
Oí sus silbidos y pasos aproximarse al área donde me encontraba, al igual que la claridad de lo que parecía una linterna.
—Me parece haber visto una cachorrita asustadiza por aquí. ¿A ti no te pareció? —era la voz de ese tal Max, era evidente que buscaba asustarme para que saliera de mi escondite—. ¿Huelen eso? ¿No les huele a una exquisita, dulce y fresca frambuesa?
Las palabras de Sebastián de uno de esos días en que entrenamos se cruzaron por mi cabeza en un milésimo segundo: «Usas un perfume demasiado dulce y fuerte. Sería imposible que pases desapercibida ante cualquier atacante».
«¡Maldición, lo olvidé!». La verdad es que no sabía que las cosas iban a resultar así.
—¡Voy a salir, pero por favor, no disparen!
La linterna alumbró hacia la puerta de la habitación donde me encontraba y me llené de valentía para salir lentamente con las manos en alto. Eran ellos tres. Tuve la mala suerte de que estuvieran todos juntos.
—Arrojala—ordenó Max—. Hace varios minutos el panorama era distinto y estuviste muy altanera, y solo porque tenías a ese chófer contigo. ¿Qué sucedió? ¿A dónde se fueron esos aires de zorra engreída?
«Dios, dame paciencia, porque este desgraciado me la está colmando y puedo cometer una estupidez más grande que esta de haberme entregado tan rápido».
—La soltaré cuando ellos bajen las suyas.
—¿Te parece que estás en condiciones de exigir, pequeña? ¿A dónde fue tu chófer? ¿Está por aquí en alguna parte?
—Ojalá, ya te habría callado la boca.
—Ah, ¿sí? Muero por verlo. Te ves decepcionada, decaída y desamparada. ¿Acaso te abandonó?
—Sí, gracias a ustedes, la noche que pintaba ser la mejor de mi vida, se convirtió en esta mierda.
—Fuiste tú y ese chófer quienes vinieron a buscar lo que no se les había perdido, pero debo admitir que me alegra que haya sido así, de este modo, tengo la dicha de decir que me cogí a la mujer y a la sobrina del viejo Husman.
—Yo siendo tú no me tomaría el riesgo. Mi chófer, como bien le llamas, no estaría muy contento al respecto.
—¿Y tú sigues confiando en ese simple chófer que se atrevió a abandonarte?
—A Sebastián le confiaría mi vida a ojos cerrados.
Me arriesgué, juro que lo hice sin pensar en consecuencias o repercusiones que pudiera traer consigo el abrir fuego contra ellos sin aviso. El retroceso fue un asco, probablemente se debió a haberlo hecho con una sola mano.
Observé que acerté un tiro del rafagazo de balas que salieron expulsadas del arma, o más bien, eso creía, pues lo extraño para mí fue que el ángulo no parecía haber sido del mismo mío.
Me arrodillé de prisa, usando de escudó lo que quedaba de la barra de cemento. Oí la queja del único hombre que quedaba con vida y las maldiciones que me tiró, pero al que no oía era a Max.
Vi su casco negro rodar hacia la esquina de la barra donde me encontraba y noté que en el interior de este había un extraño artefacto que reflejaba unos números, más bien, segundos, en color rojo.
Todo eso lo asocié a una bomba, pero al mismo tiempo consideré una locura que ese tipo cargara con algo así encima.
Se me acortó la respiración y el pulso se me aceleró en el momento que lo tomé en las manos y lo arrojé hacia la esquina contraria del salón, arriesgándome a volar en miles de pedazos.
Todo ocurrió en una fracción de segundos, desde la detonación del artefacto, hasta la carrera que di de vuelta a la habitación en la que estuve encerrada segundos antes de que ellos entraran al edificio. La puerta y parte de la pared explotó, cayendo partes del concreto casi sobre mí. Ese aire caliente y la presión de la detonación azotó mi cuerpo contra la otra pared de concreto. El arma se perdió entre los escombros que yacían en el suelo, pero mi prioridad era salir de ahí, pues el techo estaba colapsando y las llamas se iban apoderando de todo lo que encontraba.
En medio de mi lucha por saltar los escombros y salir de la habitación, cuando ya estaba a punto de cruzar al otro lado, recibí un sólido golpe en la cabeza que me dejó aturdida por unos instantes. Arrastraron mi cuerpo con brusquedad, terminando de sacar el resto que aún me faltaba y caí de golpe en el suelo.
Mi visión se fue aclarando, las llamas devorando todo a mi alrededor no fue la vista más escalofriante de todo, fue más bien haber visto el desagradable rostro de Max sin ese casco. Su rostro estaba completamente deforme. Incluso le faltaba un ojo y parte del cabello. Era un verdadero monstruo en todo el sentido de la palabra. Su rostro era algo que jamás iba a olvidar, y que en mis peores pesadillas estaría presente.
Sus manos se aferraron a mi cuello y usé la última fuerza restante para luchar contra él. Como mi fuerza no fue suficiente, usé mi dedo para enterrarlo en el único ojo que le quedaba.
Dejó ir mi cuello y mientras luchaba por respirar en ese asfixiante lugar, a sabiendas de que debía hacer lo contrario y avanzar a salir de ahí, alcancé a ver detrás de él la silueta de Sebastián.
La furia y el enojo que se veían reflejados en sus ojos, lo descargó sobre Max, cuando lo sacó de encima de mí, aprovechando su momento de debilidad y lo pateó varias veces en el suelo. Por lo regular, tiende a ocultar sus emociones, pero se encontraba en un punto donde, al parecer, no pudo disimularlo más.
Sus acciones y modo errático de arremeter contra las piernas y genitales de Max con el filo de la navaja de sus zapatos caros, solo confirmaba que su descontrol desmedido sería imposible de mediar. Era incapaz de moverme o articular palabra alguna siquiera al verlo actuar tan agresivamente.
—Podría acabar con tu sufrimiento rápido, pero no, prefiero que tus últimos momentos sean reviviendo tu peor pesadilla— lo arrastró por la pierna, su cuerpo estaba tan débil por la pérdida de sangre que no le costó mucho trabajo.
Solo observé desde el suelo cómo levantó su cuerpo y lo arrojó a la habitación donde estuve encerrada, cuya salida estaba atestada con los escombros. Se quitó el saco, encendiendo parte de la manga con el fuego y arrojándola dentro. Es evidente que no podrá salir de ahí. En las condiciones que estaba, donde no podía mover siquiera las piernas, no iba a ser capaz de cruzar. Todo lo que se oía eran sus gritos y los golpes que le proporcionaba a algo metálico en el interior.
Se me hacía difícil respirar. Cada vez me sentía más mareada por el tiempo en que había estado inhalando tanto humo y no paraba de toser. Mis ojos ardían.
La mirada de Sebastián coincidió con la mía, momentos antes de que se acercara y me extendiera su mano. El cuerpo de los dos hombres estaba siendo devorado por las llamas y gran parte del edificio también.
Estando de pie, me cargó en sus brazos para salir del edificio lo más rápido posible.
—Me abandonaste. No confiaste en mí ni un poco.
Por fin podía respirar aire fresco. Me dolía la garganta, hasta respirar dolía.
—Por supuesto que confié en ti, predije que harías todo lo contrario a lo que te digo. Eres terca como una mula. Supe que cumplirías con la parte de hacerme ganar tiempo.
—¿Me usaste como un cebo? ¡Maldito infeliz!
—No. Se llama trabajo en equipo—depositó mi cuerpo en el asiento del copiloto de la camioneta que era de ellos—. Lo hiciste bien. Eres la mujer más valiente que haya conocido alguna vez.
—Y tú eres el hombre más mentiroso que haya conocido alguna vez.
—Eso nos hace bastante compatibles, ¿no lo crees?
—Te cobraré con creces esto que me hiciste.
—Esta es la oportunidad perfecta para hacerlo— sacó de su bolsillo una pequeña caja negra, de la cual se asomó un anillo de diamantes, que bajo la claridad de la luna y las llamas, brillaba con intensidad.
Me tomó por sorpresa, a pesar de lo que hablamos en el baile, pues no esperaba algo así viniendo de él y menos en este momento.
—Nos espera una larga vida por delante, o al menos, eso espero, por lo que puedes cobrarme con creces lo que quieras y cuando quieras, sobre todo, torturarme con tu rareza, terquedad y compañía.
—¿Eso para ti es una tortura? ¿Se supone que eso sea romántico para ti?
—A veces me estresa un poco que eres predecible para unas cosas e impredecible para otras. Tienes muchos defectos, tanto como yo los tengo, pero eso es lo que más me atrae de ti, que eres diferente, única a tu manera e imperfecta. Simplemente eres tú, siendo tú. Tu presencia en mi vida es una dulce y agradable tortura que merece la pena experimentar, por eso quédate aquí; conmigo.
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