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Te necesito

Descansé como hace mucho tiempo no lo hacía. Sin interrupciones ni nada que se asemeje y eso era sumamente raro, trayendo a colación que mi hermanita debía estar aquí. 

Cuando desperté, me encontraba sola en la habitación, arropada casi completamente. Tuvo que haber sido Sebastián, porque no recuerdo haberlo hecho. 

Mi hermanita no se encontraba en la cuna. Debe estar con Sebastián. Es increíble que no haya despertado ni una sola vez por el llanto de mi hermanita en busca de su biberón. 

El cuarto se inundó de un olor exquisito. La curiosidad por saber dónde estaban ellos, más ver quién se encontraba en la cocina, me llevaron a darme prisa en el baño para bajar.  

«¿Acaso regresó el cocinero?». Ese fue mi primer pensamiento mientras bajaba las escaleras, pero vi a Sebastián de nuevo en la cocina, esta vez reproduciendo un vídeo en su teléfono de una receta, a la par de revolver lo que había en el caldero. 

Mi hermana descansaba en el moisés, este lo había arrastrado a la entrada de la cocina para tenerla vigilada. Todo indicaba que la había bañado y cambiado de ropa. Hubiera hecho todo para verlo mientras lo hacía. 

—¿Descansaste? — cuestionó, aún de espaldas y mirando el teléfono. 

—Sí, ¿y tú? 

—Sí. Mi madrastra vendrá a recogerte más tarde. 

—¿Para qué?

—Para los preparativos de nuestra boda. 

—¿Ya tan rápido?

—¿Te arrepentiste?

—No digas tonterías. Por supuesto que no. Jamás me arrepentiría de eso. 

Sus hombros se relajaron, como si hubiera estado esperando esa respuesta.  

—¿Cómo pasó la noche mi hermana? 

—Despertó solo dos veces, pero se volvía a dormir después de tomar su biberón y sacarle los gases. 

—¿Los gases? Sabes mucho de bebés. 

—Fue mi madrastra quien me dio asistencia. Te dije que nadie mejor que ella para ayudarnos con esto. 

«¿“Ayudarnos”?». Al fin se está incluyendo. 

—Debemos pensar en un nombre para ella. 

—Daila—dijo sin titubear, como si ya lo hubiera tenido pensado. 

—No suena mal. ¿De dónde se te ocurrió? 

—Es hermosa como una flor—murmuró para sí mismo, pero alcancé a oírlo—. No lo sé, simplemente siento que encaja mucho con ella. 

A pesar de que se mantuvo neutral, sus palabras me derritieron por dentro. «¿Eso significa que se está encariñando con mi hermanita?». 

En mis labios se dibujó una sonrisa. 

—¿Quieres? —se volteó, tomando un poco en la cuchara de la salsa que estaba preparando para el steak que aún se iba dorando en la plancha. 

Miré la cuchara con cierta duda, pues luego de lo que ocurrió anoche, no quisiera que volviera a suceder lo mismo y se aleje. 

—No tiene nada de picante. Pruébalo— logró leer mi mente, no sé ni por qué a estas alturas me sorprende que sea así. 

Me dio a probar la salsa y me sorprendió lo deliciosa que sabía, tan dulce y un sabor sorprendentemente suave y fácil de digerir. 

—Sé que no es recomendable ingerir salsas por tu condición, pero esta receta la solía hacer mi madrastra. 

Es la primera vez que dice algo así de la Sra. Juliet. Ella se ha esforzado en ser una buena madre para él, a pesar de que no comparten ningún vínculo sanguíneo. Ojalá algún día Sebastián pueda aceptarla y llamarle mamá. Aunque tal vez eso sería demasiado para él. 

—Gracias. Es riquísimo.  

—Lamento lo sucedido anoche— se disculpó, dejando a un lado la cuchara y el caldero fuera de la estufa. 

—No te disculpes. No hiciste nada malo. 

—Solo quiero que sepas que no estoy molesto con que hayas decidido hacerte cargo de Daila. He tenido otras cosas en la cabeza y todavía me cuesta organizarlas. Solo te pido un poco de paciencia, ¿sí? Confío en que las cosas van a caer en su sitio conforme pase el tiempo y podré acostumbrarme a este cambio. Al menos, voy a esforzarme para que así sea—su mano se posó por detrás de mi nuca, atrayendo mi cabeza contra su pecho—. No tienes idea de lo mucho que te necesito, Laia. 

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