Rareza
Laia
Según llegamos a su casa, no tuve permitido ir por los alrededores a observar, pues estaba tropezando con mis propios pies y venía aferrada a su brazo.
—En mal momento te dejé tomar esa cóctel en el avión.
—Ya te dije que no estoy ebria, solo estoy feliz. Aprende a diferenciar.
—Primero me haces pasar una vergüenza en la farmacia, abriendo las toallas sanitarias para, según tu, mostrarme cómo se utilizan, como si ese conocimiento extra me sirviera de algo. En el supermercado estabas llamando demasiado la atención al estar siguiéndome con un collar para perros. ¿A eso le llamas no estar ebria? Si hubiera sabido que ese cóctel tenía tanto alcohol, no te hubiera permitido tomártelo.
—No seas aguafiestas.
—Has estado con hipo por todo el camino. Ni siquiera puedes caminar por tu cuenta.
—Verte doble me causa una satisfacción inmensa — entrelacé mis brazos alrededor de su cuello—. Eres tan lindo con y sin lentes. Es una lástima que nunca sonrías.
—Me preocupas. Revelas mucha información cuando estás borracha. Eso es peligroso.
—¡Ugh, qué fastidio! Siempre pensando en información que se ventile, en trabajo, en desconfianza, dijiste que soy tu mujer, deberías confiar al menos un poco en mí. No hablaría de ti con nadie. Ahora mismo solo somos tú y yo, ni siquiera tengo amigas ya.
—No solo revelas información, sino que tus estados de humor cambian drásticamente. ¿Qué debo hacer contigo?
—Aceptarme como soy y darme muchos mimos, porque eres más frío que un témpano de hielo. Madre mía, uno diciéndote cosas bonitas y tú solamente andas analizando todo, para saber con qué lanzarme de vuelta e ignorar que te abra mi corazón. Entonces, ¿para qué le dijiste todo eso a mi mamá si no ibas a tomarme en serio? No te pido que seas cariñoso de vuelta, pero maldición, al menos dime lo que piensas para saber que te gusta y que no.
—Lo lamento. Lo tendré en cuenta.
—¿Ves? Siempre es un “lo lamento”.
—También me equivoco, somos seres humanos. Si me disculpo es porque conozco que las cosas no me están saliendo como quisiera. No estoy acostumbrado a nada de esto, solo dame tiempo mientras logro acostumbrarme a tu compañía primero.
—Ahora me haces sentir como si fuera una pesada que está exigiendo mucho.
—Laia, no quise decir eso.
—¿Me das un besito? Así, chiquito.
—¿Por qué estás actuando como si fueras una niña de primaria?
—Porque desde esta mañana quiero uno, pero me estabas evadiendo porque te sentías incómodo con lo que me hiciste anoche.
—Eso no es cierto. Además, los besos no se piden, por lo que ahora te tocará esperar. Ese será tu castigo por la vergüenza que me hiciste pasar.
—Pues prefiero besar la pared, es casi lo mismo— me separé haciendo puchero—. Tienen tanto en común. Ella es tan fría, dura y… seca.
—Nada de lo que dices tiene sentido. Te prepararé algo a ver si se te baja un poco la borrachera y regresas a la realidad. Estás siendo muy malcriada y caprichosa.
—Ahora sé que pedirle un beso al hombre que me gusta es ser caprichosa.
—No pienso aprovecharme de una mujer que está ebria y que, probablemente si la beso ahora, ni siquiera se acuerde mañana.
—Mejor, ¿no crees? Así cuando regrese a la realidad, te aseguras de hacerme recordar.
Apoyé mis manos del respaldo del sofá y la cercanía de su cuerpo agotó cualquier ruta de escape que pudiera tener.
—Jamás había conocido a una mujer tan… extraña como tú.
No es la primera vez que lo dice. «¿Será eso algo bueno o algo malo?».
—¿Y sabes qué es lo más jodido de ese asunto? —sus dedos se enredaron en mi cabello, mientras que su frente descansó sobre la mía, acortándome la respiración—. Que tu rareza me atrae y me excita demasiado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro