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Su mirada furiosa se clavó sobre la mía, pero no dijo absolutamente nada, pues aún no se recuperaba por completo del golpe.
—Mi suegra me está esperando. Permiso— le sonreí y seguí en dirección a la cocina.
—Ya iba a buscarte. Pensé que te habías perdido.
—No, todo está bien— sonreí, llevando mis manos a la espalda, pues mi nudillo me delataba.
[...]
Los dulces que prepara son exquisitos. Cada uno que probaba, era mejor que el anterior. Se me hacía agua la boca.
—¿Desde cuándo sales con mi hijo?
—Yo…
Sus ojos brillaban a la espera de una respuesta. Veo que es muy querido por sus padres adoptivos. A diferencia de aquella mala madre que fue capaz de hacerle tal barbaridad.
—No estamos saliendo todavía— le confesé.
—Ah, pero no descartas la posibilidad, ¿eh? —se echó a reír, dándole un sorbo a su taza de chocolate.
—Es complejo. Su hijo es difícil de comprender.
—Me consta. Por eso para mi esposo y para mí todo esto se siente fuera de sitio. Después de todo, es la primera vez que trae a una chica a la casa.
—¿Primera vez?
—Mi hijo no es un mujeriego, aunque lo parezca. De hecho, nunca le había conocido una “casi” novia. Siempre está detrás de su padre y el negocio. Por cierto, perdóname, pero creo que voy a sonar muy entrometida con lo que estoy a punto de preguntarte, pero siento una inmensa curiosidad.
—No se cohíba.
—¿Mi hijo y tú han tenido sexo?
«Sí, mejor se hubiera cohibido…».
—Ah, pues es… está complicado el asunto en ese aspecto— reí nerviosa, llevando la taza a mi rostro, en busca de taparme, pues sé que debía estar roja como un tomate.
—Para que te pongas así, imagino que te ha contado.
—Sí, él me contó algunas cosas.
—Pero no te asustes, siempre hay maneras.
—¿Maneras?
—Por supuesto, bella. Mi hijo sigue siendo hombre, siente y padece. Solo que es difícil romper esa barrera que ha creado. Sus traumas no le permiten soltarse y abrirse, pero con una niña tan bella, dulce y carismática como tú, creo que muy pronto se dará la oportunidad de experimentar cosas nuevas.
—Entonces, ¿él sí puede sentir? Yo pensé que…
—Por supuesto que sí. Los daños no fueron irreparables, pues eligió la opción que mejor le convenía en el momento, solo que aún todo ha sido muy reciente, por lo que asumo que aún no se ha atrevido a experimentar. Entiendo que es difícil para él acostumbrarse a vivir así, pero no por eso debe cohibirse. Él también merece sentirse querido, amado y, sobre todo, conocer lo que es el placer en las manos de quién tanto le atrae.
—No consumas tanto dulce a esta hora o no podrás dormir— oí la voz de Sebastián y me puse de pie.
«Joder, debió escuchar nuestra conversación y por eso se ve tan serio».
—¿Estás cansada?
—Sí, algo— afirmé.
—Fue suficiente de charlas. Es muy tarde, madre. Si nos permites, nos estaremos retirando a la habitación.
—Adelante. Tengan dulces sueños —me hizo un guiño y sonrió cálidamente.
[...]
Cuando llegamos a la habitación, que era parecida a la de un hotel cinco estrellas, por la comodidad y la decoración, decidí darme un baño primero. Él lo hizo después de mí.
Ya encontrándonos ahí a solas, ninguno de los dos encontraba cómo acostarse. No sé por qué me siento tan nerviosa, tal vez es por tener la conversación de la Sra. Juliet en la mente.
—Solo para contarte, antes de que las malas lenguas lo hagan, he golpeado a tu hermano en la jeta. Me han servido muchísimo tus clases. Fue un derechazo buenísimo. Creo que uno más y le hago tragar los dientes.
—Tu sentido del humor ha mejorado.
—¿No te molesta?
—¿Por qué va a molestarme? Tus razones debiste tener, ¿no?
—Pues la verdad es que sí, pero prefiero no mencionar nada desagradable ahora.
—Es un alivio que ya estés apta para defenderte.
Se acostó en la cama e hice lo mismo, solo que me volteé hacia él y me acerqué lo más que pude.
«Esta es tu oportunidad, no la desperdicies, Laia».
—Hay más espacio en la cama, ¿no crees? — agregó.
—Pero yo quiero estar aquí. ¿Acaso no te gusta tenerme cerca?
—Mañana regresamos a Miami— cambió el tema y reí internamente.
«¿Será que se puso nervioso?».
—¿Tan pronto?
—Tengo mi casa allá.
—No sabía que tenías una casa propia, pensé que vivías aquí con tus padres.
—No. Te he traído hoy aquí para ahorrarnos el viaje de regreso. Nos echaría tres horas en avión y no me siento de ánimos para viajar.
—¿Sabes? Tu madre es muy amable y dulce. Me agradó mucho conocerla, igual que a tu papá.
—Es muy tarde. Deberías aprovechar y descansar. Mañana será un día largo por el viaje.
—Tienes razón— me acomodé esta vez en su pecho y él se quedó más rígido que un muerto.
—¿Qué crees que haces?
—Buscando comodidad y tu calor— aspiré su perfume y sonreí—. Hueles tan bien— cerré los ojos, escuchando claramente sus latidos desmedidos, los cuales en este momento era como una dulce melodía para mis oídos—. Gracias.
—¿Por qué?
—Por haberme traído contigo y por permitir que pueda dormir tan cómodamente aquí. Este ha sido mi mejor regalo de cumpleaños.
No voy a presionar las cosas, primero me ganaré su confianza. Aunque sea difícil, necesito sacar fuerza de voluntad de donde no la tengo para soportar estas inmensas ganas que me consumen por dentro.
«Dios, él me gusta mucho».
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