Mala experiencia
«¿“Riesgos del oficio”?». Lo único que pude interpretar con esa respuesta fue algo sumamente horripilante que me dolió incluso lo que no tengo.
«¿Podría ser que lo castraron?». Para haberlo dicho de esa manera en que lo hizo, es lo primero que me pasa por la mente.
Quiero pensar que fue otra cosa y no algo tan aterrador y horrible como eso.
[...]
En la mañana, hicimos los ejercicios de rutina, aunque solo se limitó a hablar exclusivamente de lo que hacíamos.
No dormí nada anoche pensando en todo lo hablamos ayer, sobre todo, en ese beso tan apasionado que movió tanto dentro de mí y me dejó deseando más.
No sé cómo debería sentirme al respecto, lo único que tengo sumamente claro es que no sentí asco en lo absoluto en ninguna de las dos ocasiones que estuvimos tan cerca e hicimos esas cosas.
Golpeaba el saco con fuerza, moviéndose de un lado a otro y luciendo extremadamente concentrado. Me gusta la vista que estoy contemplando ahora al verlo así de empapado en sudor, sin camisa, mostrando sus destrezas y habilidades, más ese cuerpo tan masculino que esconde debajo de esa ropa que usa todo el tiempo.
Me he ido acostumbrando a este tiempo que pasamos juntos, así sea en completo silencio.
Quise sumarme a golpear el saco, sentía que necesitaba liberar todo lo que llevaba retenido en mis adentros.
—¿Qué está haciendo?
—Una vez dijiste que no había mejor manera de aliviar las cargas que no fuera así.
—Se lo he dicho muchas veces. Para golpear debe alinear el punto de impacto de la mano con el antebrazo. De lo contrario, puede lesionarse la muñeca. La parte con la que debe golpear el saco son los nudillos.
—Me gusta cuando hablas tan seriamente y entras en el papel de entrenador.
—Veo que se levantó de buen humor.
—Faltan cinco semanas para mi cumpleaños número dieciocho.
—¿Y eso qué?
—Luego de ese día no habrá ningún pretexto que puedas usar.
—¿Pretexto?
—Así es.
—Tal parece que mi consejo le entró por un oído y le salió por el otro.
—Yo decido si quiero dejar las cosas como están o si quiero que mejoren. Me has repetido varias veces que mis palabras tienen poder, entonces quiero sentirte mío, aunque sea por esa noche— le tiré el anzuelo en busca de engancharlo.
«Si le gusta que vayan sin rodeos, entonces eso haré».
—¿Así que así serán las cosas? Ya veo—se quedó pensando unos segundos—. Bien.
«¿Ese “bien” significa que acepta?».
—Estoy feliz por lo de anoche. No me malentiendas, no fue por lo que te pasó, sino porque me confiaste algo de ti. Te prometo que no diré nada. Esta boca permanecerá sellada.
—Lo sé, en boca cerrada no entran moscas.
—Hay otra cosa que me gustaría que me aclares. No creo que sea difícil de responder con un sí o un no. ¿Sebastián Bennett es tu verdadero nombre o es una identidad falsa?
Frunció el entrecejo, despojándose de las vendas de las manos.
—Supongo que sí es difícil de responder. Ya no volveré a insistir. Lo menos que quiero es causarte algún disgusto o molestarte. A veces me cuesta controlar esas ganas de conocer más de ti.
—Sí, Sebastián Bennett es mi verdadero nombre—respondió sin más.
Lo miré sorprendida al oír su respuesta.
—Gracias.
—Al menos fue el primer y único nombre que sentí mío.
«¿Eso qué quiere decir? ¿Debería preguntar o estaría siendo demasiado curiosa y metiche?».
—¿Por qué lo dices?
—Fue el nombre con el que resurgí de las cenizas como un ave Fénix— tomó la camisa en sus manos con intenciones de ponérsela.
Al darme la espalda y ver de nuevo esa cicatriz, mi mano se movió sola y la acaricié con la yema de mis dedos con sumo cuidado.
Su reacción fue apartarse, sentí que hizo un brinco extraño, como si se hubiera sobresaltado al sentir mi caricia.
—¿Esto también fue riesgos de tu oficio?
—No.
—¿Y cómo fue?
«Maldición, debo detenerme con las preguntas».
—Lo siento. Otra vez estoy de metiche.
—Fue cuando era niño— soltó en un tono bajo y suspirando—. Me lo merecía por haber sido tan escandaloso y llorón.
—¿Cómo puedes decir semejante estupidez? ¿Quién puede merecer algo así?
—Eso dijo mi vieja mientras derramaba agua hirviendo sobre mí estando de espaldas en la cuna.
Lo observé fijamente por la manera tan tranquila en que lo dijo, como si eso no fuera nada.
—Perdí el conocimiento debido al dolor de la quemadura que me provocó. La verdad es que no recuerdo nada más después de eso, pero debo admitir que de esa mala experiencia aprendí la lección.
Uno vive quejándose de sus problemas, sin pensar en que hay personas pasándola peor que nosotros.
Nadie merece pasar por algo así, por Dios y mucho menos un niño.
Me incómoda, me entristece y me crea un nudo en la garganta que lo cuente sin mostrar ninguna emoción o expresión al respecto, ni de rencor, odio, resentimiento, o lo que sea, como si le diera igual todo.
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