Lealtad
Laia
Dylan me trajo a la casa de seguridad de mi padre. Los recuerdos que tengo son muy vagos de la primera vez que vine, pues fue hace bastantes años. En aquel entonces, estuvimos resguardados aquí durante unos pocos días.
Actualmente hay dos hombres protegiendo la casa, a pesar de no haber nadie habitando en ella. Todo estaba intacto a como lo recuerdo. La ropa que había en la habitación que ocupé durante esos días, ya no me queda. He crecido mucho desde entonces.
Dylan salió a hacer una pequeña compra, cuando regresó, vino con varias bolsas de comida, ropa y artículos de primera necesidad.
—Su madre le ha congelado las tarjetas.
—Vaya, para eso sí es bien rápida. ¿Así que esa es su forma de meter presión con tal de que regrese con ella? Pues tendrá que esforzarse más. ¿Y cómo pagaste esto?
—No importa. En otro momento pasaré por su ropa a la casa, ahora lo importante es que cuente con lo necesario. Esperaré unos días para aparecer por allá.
—No habrás usado tus ahorros, ¿verdad?
—La nueva cocinera vendrá mañana, por lo que hoy tiene dos opciones. Puedo comprar comida o prepararla con lo que traje.
—¿Sabes cocinar?
—No, pero no creo que sea una tarea difícil.
«Eso tengo que verlo con mis propios ojos».
—Bien. Entonces prefiero que lo hagas tú.
—Puede probarse la ropa que le traje mientras tanto. Espero que le sirvan.
—Gracias, pero prefiero hacerlo después de comer. Tengo mucha hambre.
[...]
Dicen que la intención es lo que cuenta, pero joder, casi termino con una úlcera en el estómago.
El arroz frito que hizo tenía una salsa que picaba tanto que mi lengua y estómago no pudo soportarlo. No pasé del segundo bocado, cuando ya mi estómago estaba ardiendo.
Aunque en apariencia no pecaba para nada y llegué a pensar que se había graduado, definitivamente me equivoqué.
Lo miré, notando al instante que estaba mirando su plato fijamente y jugando con el tenedor en el arroz.
Su expresión era extraña, lo fue aún más cuando le dio su primer bocado, pues cerró los ojos como si esto le trajera alguna especie de tranquilidad, o quizás, algún recuerdo. Al menos, así lo percibí.
—Veo que te gusta mucho el picante.
«No parece afectado como yo. No creo que sea la primera vez que come esto».
No pronunció palabra alguna hasta que terminó de comerse todo el arroz que se había servido.
—¿Apetece comer algo en particular? — se levantó de la mesa, tomando mi plato y llevándolo a la cocina.
«¿Será que le hice sentir mal con haber dejado su comida? Juro que intenté comerla, pero no pude».
—No quiero que pienses que he menospreciado tu comida porque estaba mala. De hecho no es que estuviera mala, es solo que pica mucho y padezco de gastritis. Ahora mismo siento el estómago ardiendo.
—Lo lamento. Lo tendré en cuenta una próxima vez. Pasaré inmediatamente por la farmacia— dejó los platos sobre la encimera, buscando las llaves del auto en su bolsillo.
«Ahora me siento mal por haber abierto la boca».
—¿Puedo ir contigo? No quisiera quedarme aquí sola.
[...]
Permitió que me fuera en el asiento del copiloto. No hubo intercambio de palabras, ni de miradas, ni de nada, todo fue en completo silencio; algo que me resultó extremadamente incómodo.
Intento descifrar lo que piensa, pero honestamente se me hace imposible. Si no fuera tan inexpresivo y poco hablador, tal vez podríamos entendernos mejor.
No sé por qué siento tanto interés en conocer más sobre él. Bueno, quizá sea por el evidente hecho de que somos primos.
«Piensa en algún tema de interés, Laia».
—¿Puedo saber qué edad tienes?
—28—respondió secamente.
—¿Qué?
«Madre mía, creí que tenía mucho menos. No aparenta esa edad».
—¿Por qué le sorprende?
—¿A qué edad te adoptaron mis tíos? Puedo intuir que debió ser desde que eras menor de edad, pero ¿cómo no supe sobre ti antes?
—Sigo haciéndome la misma pregunta, ¿por qué le interesa tanto saber sobre mí? Solo soy un simple empleado, no siga tratándome como si fuéramos realmente familia.
—Pero es que lo somos.
—No, no lo somos. Señorita, se lo dije el primer día. No estoy aquí para nada más que no sea para cumplir con mi deber de protegerla. Solo soy un peón que sigue sus órdenes, siempre y cuando estas tengan que ver con su bienestar y protección. No tengo el más mínimo interés en que me acepte o me vea como un miembro más de su familia.
—Entiendo—sonreí—. Tú mismo lo has dicho. Entonces, como parte de mi protección, es requisito que conozca a las personas que tengo en mi entorno. Debo saber quién merece mi confianza y quién no. Después de lo que pasó, ya no sé en quién confiar, ni siquiera sé si tú verdaderamente eres alguien confiable, pues actúas de manera sospechosa y te niegas a brindarme información valiosa sobre ti. En este instante te exijo una muestra de tu lealtad y confianza.
«Por supuesto que iba a pedirle a cambio saber sobre él, ese era el propósito de mi exigencia».
—Lo que usted mande.
Se desvió del camino, manejando por unos cuantos minutos hacia una zona apartada y estacionándose justo debajo de un puente.
«No voy a mentir, tenía miedo de lo que estaba haciendo, pues no sé qué planea».
Tomó el arma y un cuchillo de la gaveta y se bajó del auto. Me bajé también a seguirlo, viendo cómo puso ambas cosas sobre la capota del auto y se quitó el cinturón para ponerlo al lado del resto.
—Tres maneras, elija la que más prefiera.
—¿Q-qué estás diciendo? ¿D-de qué se trata todo esto?
—Usted misma lo dijo. Estas son las tres maneras que únicamente conozco para mostrarle mi confianza, mi lealtad y devoción. ¿Por dónde comenzará?
—¿Comenzar? ¿Qué idioteces dices? Yo no voy a hacerte nada.
—Debe tener claro que sus palabras tienen poder, por lo que debe ser cuidadosa con lo que pide. ¿Quiere que me arrodille?
Quería pensar que realmente estaba jugando, haciéndome una broma, o algo así, pero hablaba en serio, como si esto fuera lo más normal para él.
«¿Acaso esto fue lo que le enseñó mi tío?».
—Yo no quiero que hagas nada de eso, solamente que me hables sobre ti. Eso era lo único que quería. Conocerte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro