Instinto
—Estas manos las necesito quietas.
No sé dónde tenía las sogas, pero la situación hacía más que evidente que tenía todo preparado para amarrarme las manos a la espalda.
No puedo creer que realmente lo hizo y que, para el colmo, fue bastante fuerte.
«Entonces, ¿tenía fantasías conmigo desde que me vio?». No lo hubiera podido siquiera creer, sino hubiese salido de su propia boca.
Me quitó con rudeza el pantalón, llevando arrastrada mi ropa interior también y despojándome de todo.
—Veo que te has preparado de antemano. Ya sabías que esto pasaría, ¿cierto?
—Pues si supieras que fui demasiado inocente en pensar que el propósito detrás de tu “búscame”, fue para que durmiera contigo. Me he pasado de ilusa.
—En esta cama lo menos que harás es dormir.
Sus manos se pasearon libremente por mis caderas, desviándose hacia mi nalgas y masajeándolas con fuerza para hacerlas temblar como gelatina.
Me puso de rodillas en el mismo borde, no podía curvar la espalda hacia atrás, pues las manos atadas me lo impedían, pero sé que él estaba detrás de mí, porque sentí un líquido frío corriendo por todo mi trasero y la parte exterior de mis muslos. El cuarto se inundó de un olor a fresas frescas que emanaba de ese líquido.
—Muévelas para mí.
«Gracias a Dios estoy de espaldas y no puede ver mi rostro avergonzado con su petición».
Me moví, sintiendo sus manos esparcir el líquido sobre mi piel desnuda.
Su repentina nalgada me sacó un quejido.
—Para algo te dejé las piernas sueltas.
No me había recuperado de su primera nalgada, cuando recibí la siguiente en mi otra nalga.
—¿Eso es todo lo que la princesa sabe hacer? Esperaba que supieras moverte, del mismo modo que te meneas cuando caminas.
«¡Hijo de su perra madre!».
—Deja a un lado la vergüenza y sacudelas bien.
Como pude, o más bien, como me lo permitían mis manos atadas, moví mi trasero para él. Debía hacerle tragar sus palabras por haberme subestimado, por esa razón las sacudí lo más sensual que pude, hasta que sentí su rostro hundirse en el valle de mis montañas.
—Continúa, lo estás haciendo bien.
Su aliento caliente y carnosidad de sus labios en esa zona hirvió mi sangre y hasta mi piel de deseo.
«Es tan depravado y ese hecho me excita tanto».
Restregó su rostro en mi intimidad, antes de acaparar con su pervertida y juguetona lengua esos fluidos provocados por sus nalgadas y previos apretones en mis nalgas. Sus técnicas orales son capaces de hacerle perder el juicio a cualquiera.
Movía mi cintura a la par de sus lamidas y chupones en mi clítoris. Anhelaba ver su mirada salvaje y feroz mientras lo hacía, pues sé que me causaría tanta satisfacción, del mismo modo que lo hacía de por sí imaginarlo.
«¡Joder, estoy siendo devorada por ese hombre tan malvado y pervertido que me trae loca!».
Su lengua se desvió a otra parte y ahogué mis gemidos en la sábana. Es la primera vez que me hacen algo así y fue algo fuera de este planeta.
Se detuvo por unos instantes, supe que estaba buscando ciertas cosas porque oí el armario, aunque no podía verlo, porque el cabello cubría parte de mi rostro.
Al cabo de varios minutos, rozó algo duro y grande entre mis pliegues y descendió hacia mi clítoris con el, haciendo movimientos intermitentemente.
Descubrí que era el dildo, cuando sin aviso, lo adentró despacio en mi cavidad hasta esconderlo en su totalidad en mis adentros. Sus fuertes manos dejaron camino libre para dejar expuesta esa área sin ningún tipo de barrera y así él deleitarse con el proceso y la vista que le ofrecía. Pese a lo resbaladizo debido al lubricante, sentía que iba a explotar por su gran tamaño.
Morder la sábana esta vez no iba a servir de nada. No, mientras estuviera moviéndose de esa manera y cavando sin contemplaciones. Esa correa era bastante resistente, como para soportar esos maliciosos y salvajes empujones.
Sentí otro líquido frío recorriendo mis dos zonas, algo que me produjo una sensación extraña, como de adormecimiento.
«No sé cómo demonios mis rodillas estaban soportando tanto».
Sus dedos entraron al juego en esa zona que previamente había explorado y me tensé. Al comienzo se sintió raro, más no doloroso, tal vez porque fue bastante gentil con ellos.
Me había acostumbrado con tanta facilidad que ni siquiera podía entender cómo podía sentirme tan bien con esto que apenas había descubierto. Era una completa locura las sensaciones que sus expertos dedos causaban en mi ano.
No obstante, para él eso no fue suficiente. Algo ajeno a ellos entró, era distinto en forma y tamaño. Reconocí que era ese tapón pequeño que compramos esa noche, porque lo puso completo. Era raro, porque cuando me embestía eso también se movía a la par.
Comencé a empujar mis caderas contra él intencionalmente, quería sentir esa sensación tan potente y placentera aún más. Él tomó eso como una aprobación para acelerar sus movimientos y ritmo.
Su mano se aferró a mi cabello tan fuerte que me hizo curvar la espalda y sentir con más claridad el choque de su pelvis continuamente y de golpe en mis nalgas lubricadas, el mismo que mantenía en movimiento ese objeto y lo clavaba. Mis gemidos no podía controlarlos.
Estaba en la jodida cima de la montaña más alta al sentir esa doble estimulación y su brusquedad. Esas ganas de ir al baño surgieron de repente y fue demasiado fuerte, era incapaz de soportar mucho tiempo sin darle la libertad.
—Déjalo fluir— su voz se oía un poco gruesa por su agitación.
Él se dio cuenta, pues mis gemidos se volvieron caóticos y mi cuerpo temblaba como si tuviera frío, pero era todo lo contrario.
Lo hundió de golpe, dando repetidos movimientos circulares y provocando que presionara los dedos de los pies.
Eso fue el detonante, más sus movimientos rítmicos. Todo eso fue lo que alborotó mis sentidos, debilitando mis piernas y permitiendo que pudiera tocar el cielo sin abandonar la tierra.
Jamás había expulsado tanto y me sentí algo apenada, pues parecía como si no hubiera podido aguantar las ganas de ir al baño, pero estaba clara de que ese no era el caso. Ni siquiera creía que mi cuerpo sería capaz de algo así.
Sebastián dejó ir mi cabello, pero no me dio oportunidad de reponerme de mi agitación. Todo lo contrario, me colocó boca arriba, aprovechando mi debilidad, levantando mis piernas y amarrando ambas a la altura de mis tobillos. Arrastró mi cuerpo de nuevo al borde, adentrándose en la apertura de ambas piernas, usándolas como una cadena alrededor de su cuello.
Su cabello alborotado, su rostro rojo, pecho y brazos bañados en sudor, para mí era la mejor vista de todas.
—Aquí es donde deben ir tus piernas, pequeña demonia—mordió el interior de mi muslo, dejando marcado sus dientes, antes de flexionar mis piernas con el peso de su cuerpo y volver al ataque de sus embestidas.
—Eres tan malvado— dije con mi voz entrecortada, al sentir cómo me sometía a sus profundas y fuertes estocadas.
—Puedo serlo aún más. Después de todo, esta perra merece que la castiguen duro— sus manos se aferraron a mi cuello—. ¿No piensas lo mismo?
—Sí. Ella y yo queremos todo lo que puedas ofrecernos.
Era la primera vez que lo veía sonreír abiertamente, aunque de una manera retorcida y malvada, como si en su cabeza hubiera imaginado una y mil maneras de castigarme y joderme.
En el fondo, me dejé llevar por esas sensaciones que por primera vez estaba experimentando. Para mí lo era todo ese placer que me brindaban sus fuertes manos al acortarme el aire, esa mirada tan penetrante que estudiaba y grababa mis reacciones, más esa sonrisa juguetona y tan caóticamente sensual que se reflejaba en sus labios cada vez que me apretaba el cuello y castigaba mi interior dejándolo todo dentro y moviéndolo en forma circular con intenciones de que grabara su tamaño y dureza.
—Esa expresión tan lasciva hace que quiera destruirte, pequeña demonia. Es peligrosa.
No tenía escapatoria. Con mis brazos atados a la espalda no era mucho lo que podía hacer. Tenía la sensación de que me quebraría por completo. Se hundía con tanta precisión y salvajismo, que esa mezcla de su perversa expresión, la forma en que mordía sus labios al verme luchando y buscando aire, era enloquecedora y extasiante.
«Quería todo, absolutamente todo lo que pudiera ofrecerme».
Era yo quien bajo mi delirio no podía hacer otra cosa que tener pensamientos, ideas y deseos jodidamente retorcidos con él y sus manos.
Tal vez a estas alturas, ya sí había perdido por completo el juicio, pero las vibraciones de mi cuerpo, la adrenalina que me causaba la falta de aire y sus profundas embestidas, que eran las mismas que me hacían sentir tan llena, se juntaban con mi instinto de supervivencia y me llevaban al punto más alto del éxtasis, de donde no me quería bajar por nada del mundo.
«Definitivamente el sexo rudo es el mejor».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro