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Improvisación

«No, no debo estar dudando de Sebas. Él jamás me ocultaría algo así. Probablemente no sabía sobre esto».

—Como te gusta sembrar cizaña, ¿eh? Pues te anticipo que esto no va a desviar la atención de ti. Me da lo mismo si este señor es o no mi padre, porque la verdad es que jamás ha sido uno para mí, por lo que enterarme de esto no me afecta en lo más mínimo.

—Olvidaba el detalle de que estás de parte del enemigo. Debo agradecerles de que gracias a ustedes, ya conozco la ubicación de los Harper— se miró el reloj de pulsera—. En estos momentos deben estar de rodillas suplicando por sus vidas. ¿Se divirtieron mucho en las pequeñas vacaciones que se tomaron?

—¡Maldito desgraciado! — solté.

Sebastián me agarró el brazo para evitar que cometiera una estupidez.

—No compliques más las cosas, hija. Salgamos de aquí y hablemos. Tenemos mucho de qué hablar y aclarar.

Las palabras le fueron arrebatadas de la boca, cuando uno de los hombres abrió fuego sin encomendarse a nadie y le disparó en el hombro. Sebastián levantó su arma, pero ellos nos apuntaron a los dos al mismo tiempo con sus armas largas y se vio en la obligación de bajarla. Un movimiento en falso y nos harían puré.

—Tu tiempo ya pasó. Ahora descansa, viejo— se fue por detrás del sillón donde mi padre cayó sentado para presionarse la herida—. No gastes más energías y saliva. No vale la pena intentar hacer entrar en razón a esta perra. Ella es igualita de malagradecida y traidora que su madre. No se puede esperar mucho.

Estaba sangrando demasiado y quejándose, pero incluso viéndolo en esas condiciones, dentro de mí, no podía sentir ni una gota de lástima. Tal vez la humanidad que alguna vez hubo en mí, en alguna parte del trayecto la perdí. No sabía cómo debía sentirme al respecto.

—Infeliz. No conoces la lealtad. Eres capaz de traicionar, incluso a los que te dan la mano. ¿Qué se puede esperar de alguien que fue capaz de dejar a su propia madre atrás con tal de defender su pellejo? Los Harper nos contaron los últimos momentos de tu madre, y son los mismos que tendrás en sus manos— agregué.

—A esa boquita le encontraré un mejor uso, tal y como lo hice con tu madre esa noche.

«¿Qué está diciendo este tipo?».

Mi mente se transportó a esa ocasión en que secuestró a mi madre.

«Espera, ahora que recuerdo, cuando mi madre nos enfrentó a Sebastián y a mí esa noche, se veía conmocionada y en muy mal estado». 

«¿Este enfermo se atrevió a poner sus sucias manos en ella? ¿Por qué ella no dijo nada?».

—¿Qué? ¿No te contó cómo me la cogí? Sin duda alguna, tú serás la próxima.

Sebastián levantó la mesa del centro con su pie, arrojándola hacia Max y agarrando mi mano con fuerza para que saliéramos de la habitación corriendo. Las detonaciones detrás nuestro, más los cuadros que yacían colgados de la pared, fueron reventados por esas ráfagas de balas que nos alcanzaron por el largo pasillo. Mi tacón se rompió a mitad de camino, pero eso no me detuvo a correr en zigzag con él.

Mi corazón quería salirse del pecho por la fatiga, la adrenalina y el temor de ser alcanzada por una bala. Al mismo tiempo, confiaba en que mientras estuviera con él, nada iba a pasar y seríamos capaces de salir de esta, así como hemos salido de peores circunstancias. 

Pasamos entre la gente que bailaba aún en la pista, en dirección hacia la entrada y golpeando con la puerta la espalda de los guardias de seguridad que habían ahí. No nos detuvimos por nada del mundo, simplemente llegamos al auto y encendió el motor, poniéndolo en marcha de inmediato y dejando las llantas marcadas en la carretera. El cristal trasero voló en pedazos por las balas que nos alcanzaron y bajé la cabeza de golpe.

Sebastián puso su arma entremedio de las piernas mientras buscaba su teléfono en el bolsillo de su pantalón y le marcaba a su primo. El teléfono sonó varias veces, hasta que oímos la voz de Kiran al otro lado.

—Max sabe tu ubicación. Deben salir de ahí de inmediato. Los planes no salieron como quería.

—Tómalo tranquilo. Ya mi gente se ha encargado de recibirlos a cada uno.

Miré por el retrovisor y vi el frente de una Cadillac Escalade roja que venía aproximándose a nuestro auto.

—Nos están siguiendo, Sebas— le avisé.

—No te doy garantía de que pueda llevártelo en una pieza—Sebastián colgó la llamada, acomodando el retrovisor—. Bien. Ha llegado el momento de poner en práctica todo lo que te he enseñado. No podemos permitir que arruinen los planes que tenía para nosotros esta noche.

—¿Planes?

—Debajo de tu asiento encontrarás una Uzi. Es un subfusil de corto alcance y de solo 32 cartuchos. ¿Qué te quiero decir con esto? Úsalos sabiamente.

—Pero ¿qué vamos a hacer? 

—Improvisar. Eso es lo que se nos da bien. Confío en ti.

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