Impotencia
—Te esperaré en el auto.
—Sebas, por favor, no asumas esta actitud. No busco atacarte, solamente quisiera que te pusieras en el lugar de esa criatura por un momento.
—¿Qué es lo que en sí quieres que haga, Laia? ¿Que adoptemos a esa niña? ¿Eso es lo que estás queriendo proponer y plantear aquí? Veamos, ¿qué puede ofrecerle una niña como tú a otra? A duras penas estamos sobreviviendo y tú ni siquiera has terminado tus estudios. ¿Qué estabilidad en conjunto podríamos brindarle?
—Sería algo temporal.
—¿Temporal? ¿Qué te hace pensar que tu madre cambiará de opinión respecto a esa bebé? Tenga o no la culpa esa bebé, un abuso es un abuso. Las víctimas de un trauma como este, rara vez se superan, porque es algo que las seguirá de por vida.
—Está bien, ya no digas más. Si no puedo contar contigo, entonces es algo que debo solucionar por mi cuenta. Gracias por nada— le di la espalda, regresando de vuelta a la habitación de mi madre.
Mi mamá estaba ida. Le habían administrado la sedación y poco a poco fue entregándose a los brazos de Morfeo.
—Tía, ¿podemos hablar en privado?
La traje conmigo a una esquina de la habitación, suspirando pesadamente, en el intento de suavizar un poco la opresión.
—Imagino que ya estás al tanto de que el departamento de la familia va a intervenir en el caso. Aún no sabemos qué decisión tomarán y siento pesar por esa bebé.
—¿Tú sabes algo que yo no sepa?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Le dijiste que ya sabías lo que le había ocurrido. ¿A qué te refieres exactamente?
—Es… delicado.
—¿Tú sabes de quién es esa bebé? Entonces tu deber es comunicarte con el papá y hacerle saber que tu madre dio a luz y que tiene que asumir la responsabilidad y paternidad de esa bebé.
—Esto no es algo que se deba ventilar, tía, pero me veo en obligación de contarte la verdad. ¿Recuerdas el secuestro de mi madre? Esa bebé fue producto de una violación que sufrió en manos de Max Rusell. Confío en que tú podrás ayudar a esa bebé.
—¿Yo? ¿Cómo?
—Se supone que la custodia pase a algún miembro de nuestra familia, siempre y cuando sea un buen candidato, al menos mientras mi madre recibe la ayuda que necesita. Eres la más cercana. El resto jamás pondría las manos en el fuego por ninguna de nosotras y lo sabes.
—Estuve en la cárcel doce años. Por mi expediente criminal, jamás podría ser considerada como la candidata ideal para dejar a esa pobre bebé bajo mi cuidado. ¿Lo has olvidado?
—¡Maldita sea!
—Ahora conociendo lo que pasó, lo ideal sería que el departamento se haga cargo de ella. Ahora entiendo la razón por la cual tu madre estaba actuando de esta manera. Creo que ni siquiera estaba enterada de su embarazo, porque ella misma me pidió que la trajera al hospital porque estaba sintiéndose mal. Si ella hubiera estado al tanto, habría tomado cartas en el asunto desde mucho antes.
—Pero ¿cómo no habría estado enterada? ¿No había presentado síntomas?
—Que yo haya presenciado, no. Solamente desde ayer en la noche se estaba quejando de mucho dolor de espalda. Cuando el doctor la examinó, le dijeron que estaba de parto. Ella opuso resistencia, no quería siquiera cooperar al momento de dar a luz.
—¿Crees que me permitan ver a la bebé?
Vine con ella a preguntarle a las enfermeras, quienes amablemente permitieron que pudiéramos ver a la niña por medio de una ventana en la sala del pasillo.
Desde la distancia observé a dos enfermeras intentando calmar su llanto desconsolado que no cesaba. Mi corazón volvió a estrujarse, porque sabía que debía estar sintiendo en carne propia el rechazo por parte de mi madre, porque debe estar anhelando su calor y su amor, pero no lo tiene. La impotencia y la frustración es tan grande que me hace difícil respirar.
Sebastián no se veía por todo esto, debe haberse ido al auto. No quería ser grosera con él, traerle malos recuerdos o presionarlo a este nivel, tampoco quería que siguiéramos peleados, cuando se suponía que sería el día más feliz de los dos. Todo ha salido al revés, absolutamente todo.
[...]
Han pasado varios días desde que a mi madre le dieron de alta del hospital. Ni siquiera quiso verme o se despidió de mí. Me he estado quedando en un hotel cercano al hospital con Sebastián. El departamento de la familia llegó a la dura y difícil conclusión de llevarse a la niña, pues ella misma les dijo que no la quería, que la sacaran de su vista, incluso le hicieron firmar ciertos documentos para agilizar el proceso de adopción.
Han sido días deprimentes. El mismo Sebastián se ha mantenido alejado de mí. Las únicas palabras que mediamos fueron esta mañana, para decirme que hoy estaremos regresando a la casa.
No pude ver por más tiempo a mi hermana o despedirme como hubiera querido, solamente a través de esa distante ventana en medio del pasillo del hospital, envuelta en esas sábanas blancas.
«¿Realmente hice lo correcto al permitir que se la llevaran? ¿Acaso esta era la única y mejor decisión que como hermana debía tomar para el bienestar de ella?». Jamás lo sabré. Pero me siento tan mal e impotente ahora.
—¿Estás lista?
Me alejé de la baranda de la terraza, sin energías para responderle, simplemente pasé por su lado para salir de la habitación y caminar lentamente por el amplio pasillo.
No quería rendirme, quería luchar hasta el final, pero quizá, sin darme cuenta y sin querer, estaba siendo egoísta.
[...]
Llegamos al aeropuerto y me percaté de que mis suegros estaban allí, en compañía de sus hombres de confianza, asumí que para despedirnos, pues no sabemos cuándo vayamos a regresar de nuevo.
La Sra. Juliet me dio un cálido y fuerte abrazo, como si estuviera enterada de la situación que hemos venido atravesando estos días y quisiera consolarme. Para ser honesta, me hacía falta esto, no sabía cuánto hasta ahora.
—No llores, mi niña. Hiciste lo que estuvo a tu alcance, aunque todavía te falta mucho por hacer, querida—tomó mis manos y sonrió ladeado—. Espero que no hayas olvidado la conversación que tuvimos el otro día. No temas a equivocarte porque no somos perfectos.
Uno de los hombres de confianza de Damián salió de la camioneta con un bebé envuelto entre sábanas rosas.
—Te he traído a tu hermana. Sana y salva. Sé que no estará en mejores manos que en las tuyas.
—S-señora Juliet...
—Cuando tú y mi hijo se casen, haremos los trámites pertinentes para que la adopten y se convierta legalmente en su hija.
—G-gracias, s-señora... — las palabras no me salían claramente de la boca.
—No me agradezcas, a quien debes agradecerle es a ese de allá que se ha mantenido distante de nosotras ahora, que se tragó el orgullo para pedirnos este favor, con tal de contentar a su futura esposa, porque ni enterados estábamos al respecto.
—¿Fue Sebastián?
—No dudes de que mi hijo te adora y que es capaz de bajarte hasta la luna a tus pies si se la pides. Ahora bien, no lo estreses o lo hagas preocupar tanto, porque no te va a durar mucho— sonrió.
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