Gozo
Quería tener control sobre mis emociones en este momento, pero era imposible.
—Lo siento, no quería ocasionarte ningún mal, yo… Tal parece que no te equivocaste conmigo. Soy un imbécil.
Levanté la mirada, agarrando con el puño su camisa.
Quería decirle muchas cosas, pero el nudo en mi garganta no me lo permitía.
Su mano despejó mi mejilla del cabello que se había humedecido por mis lágrimas.
—Tengo más defectos de los que creí que tenía. Tal parece que no hay nada bueno en mí.
Crucé la mirada con esos ojos cafés que reflejaban cierto grado de impotencia y culpa. Es la primera vez que veía una expresión tan marcada en él, que no fuera la misma de despreocupación e indiferencia de siempre.
—N-no es cierto— logré articular.
Con sus dos pulgares secó las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas.
—La verdad es que debería dejarte ir—asintió varias veces seguidas—. Por supuesto que debería renunciar a esto— sostuvo mi mentón, cerrando los ojos y suspirando—, pero maldita sea, no puedo; no quiero— volvió a mirarme, acariciando mis labios con la yema de su dedo—. En medio de tanta mierda, esto, aunque me llene de miedo, frustración e inquietud, al no saber hasta cuándo o hasta dónde durará, esto es lo que hace que valga la pena despertar y desear quedarme aquí un poco más.
Mi corazón saltó un latido al oír tales palabras.
Por primera vez se abrió a mí, permitiendo que pudiera saber y conocer lo que siente, lo que piensa, lo que quiere.
Esas mariposas volvieron a aparecer en mi estómago cuando sus labios se fundieron con los míos en un suave y delicado beso. El más tierno y dulce que haya recibido de su parte alguna vez. El mismo que despertó una sensación de gozo en mi pecho.
Es aquí donde, definitivamente, quisiera detener el tiempo.
[...]
Desperté, encontrándome sola en la habitación. No había rastros de Sebastián por ninguna parte, ni siquiera en el cuarto de baño.
«¿Dónde estará?».
Pensé que despertaría conmigo, luego de haber dormido juntos anoche.
Me asomé por la ventana de la habitación, pensando que, tal vez, aprovechó que dormía para salir, pero su auto estaba ahí, también había otro estacionado al frente de la casa. Eso me dio mala espina, pues recuerdo que me había comentado que estaba considerando decirle la verdad a sus padres e intuí que podía tratarse de ellos.
Con temor fui en busca de Sebastián y justo antes de bajar las escaleras, oí la voz del Sr. Damián; su papá. Lo reconocería en cualquier parte.
—¿Qué fue lo que hiciste?
Al parecer estaba solamente su padre, pues no oí la voz de su mamá.
—Él se atrevió a secuestrar a mi mujer y no iba a pasarlo por alto, mucho menos después de todo lo que le hizo. Le pasé sus insultos, su indiferencia y rechazo por muchos años. Podía meterse conmigo todo lo que quisiera, pero con lo mío no. En el momento que perdonas una, serás esclavo de ello eternamente, porque te lo volverán a hacer y mucho peor, porque ya habrán perdido el respeto. Si él se descarriló, era mi deber como hermano darle el empujón de vuelta a la vía, y así mismo tuviera un viaje derechito al infierno sin retorno.
«¿Qué estás haciendo, Sebastián? ¿Cómo pudiste decirle eso a tu papá de esa forma?». Las cosas se pueden salir de control y no quiero que le pase nada.
Oí el fuerte suspiro de su papá.
—¿No dejaste ningún cabo suelto?
—No. Todos sus hombres están muertos.
—¿Qué hiciste con el cuerpo?
—En este momento debe estar allí pudriéndose junto a los demás.
—Sebastián…
—¿Qué? ¿No piensas sermonearme, o tal vez, matarme? Acabo de matar a tu segundo hijo y no me arrepiento de ello. Aparte de eso, te lo estoy restregando en la cara. ¿No me dirás o harás nada?
Hubo un intenso silencio.
—¿Por qué callas? Cualquiera pensaría que vas a encubrir lo que hice. ¿Por qué lo harías? Era tu hijo, ¿no?
—Tú también eres mi hijo.
—Lo sé. Un hijo ilegítimo que tuviste con una cualquiera.
—¿Qué has dicho?
—¿Me crees tan idiota? Siempre me cuestioné el porqué habiendo tantos niños en ese lugar, ¿por qué me elegiste a mí entre ellos? ¿Qué tenía de especial?
Damián no respondió, pero oí el suspiro exasperado que soltó.
—¿Por qué me tratas diferente a ellos, si ellos también son tu sangre? ¿Acaso vives con la conciencia intranquila luego de lo que pasó? Abandonaste a mi progenitora cuando supiste que estaba embarazada, hasta le enviaste dinero para que guardara silencio, o tal vez fue con la intención de que decidiera abortarme o terminar de destruir su vida con el vicio. Tal vez esa habría sido la mejor opción aquí, ¿no crees? De este modo nadie se enteraría de la verdad y podrías conservar esas falsas apariencias de una familia perfecta, sólida e indestructible.
—¡Silencio!
—¿Por qué? ¿No soportas que te digan la verdad? Puedes callarme con un balazo en la cabeza ahora mismo y así matas dos pájaros de un tiro.
«¿Por qué lo provoca?».
—La verdad es que prefiero estar muerto, antes que aceptar el maldito hecho de que tú eres mi verdadero padre.
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