Entrenamiento
Me demoré todo lo que quise. Tuve que enjuagarme la cara varias veces, porque ahora es cuando el cansancio por haber estado desvelada vino a atacarme.
Cuando fui a encontrarme con él, estaba esperando por mí en la entrada. Se había cambiado de ropa a una más adecuada. No entiendo cómo puede soportar el calor que debe provocar llevar una camisa manga larga y negra. Lo mismo con el pantalón. No se ve molesto con que le haya tirado la puerta en la cara. No tengo que disculparme con él, realmente se lo merecía por mentiroso.
Yo me puse la ropa adecuada para hacer ejercicio que me trajo y los tenis. El conjunto era rojo y ceñido al cuerpo, con dos líneas blancas a los costados. Me hice una coleta alta, pues no estaba dispuesta a soportar el cabello importunando.
—Se lo dije, le luce muy bien el rojo.
—Lo que sea. ¿Qué haremos?
—Los mismos ejercicios de calentamiento que hizo en aquella actividad, son los mismos que haremos ahora. Iremos a trotar.
—¿Eso es todo?
—Quiero saber cuánto es su rendimiento.
—Aunque no lo parezca, tengo buena resistencia.
—Ya lo descubriremos.
Después de los ejercicios de calentamiento, a los que le sumó varios que nunca había realizado, decidimos ir a trotar cercanos a la casa, yendo y viniendo una y otra vez.
Honestamente, hubiera sido más fácil si la mañana no estuviera tan caliente. Además de que tenerlo detrás de mí y no al lado o al frente, se me hace incómodo.
—No me puedo concentrar contigo detrás.
—Siga corriendo, olvídese de mí, no existo. No se detenga o se va a cansar más rápido y todavía faltan cuarenta minutos.
—¡¿Cuarenta minutos?!
—Sí, es lo que suelo hacer diariamente. Trotar una hora con cuarenta y cinco minutos. Ya falta poco. Entre menos hable, mejor.
Fueron los cuarenta minutos más largos de mi vida. Ni el sexo me deja tan desmadrada las piernas como esto. No es lo mismo hacer ejercicios de calentamiento simples para una clase o un deporte en particular. Cualquiera diría que se está vengando de mí silenciosamente.
—¿Ahora podré ir a desayunar y descansar?
—No.
—¿Qué?
—Apenas estamos comenzando.
Saltamos la cuerda por unos quince, tal vez veinte minutos más, dejando por último los conos. Movía los pies rápidamente pasando por cada espacio vacío. Combiné el ejercicio saltando cada dos pasos, tocando un mismo espacio dos veces, entrando y saliendo de los conos mientras avanzaba y retrocedía, entre otras variaciones. Él solo me observaba fijamente mientras lo hacía.
Luego de la rutina de ejercicios, entramos a la casa y nos hidratamos. Estaba seca y casi muerta.
—Lo ha hecho muy bien. Me ha sorprendido su resistencia y lo bien que se mueve.
«Se siente bien cuando te hacen un cumplido».
—Tus lentes están empañados.
Usó la toalla corta que traía en el cuello y los limpió con ellos aun puestos.
—¿No es más fácil quitartelos? ¿Por qué nunca te los quitas? ¿Acaso duermes también con ellos?
—He alistado la cuarta habitación para que podamos comenzar con las clases de defensa personal y boxeo.
Fui detrás de él, al ver que caminó por el pasillo hacia la habitación. Es increíble que haya replicado el otro cuarto.
—¿Sabes lo que es la defensa personal? La defensa personal es el arte de vencer a cualquier atacante, sin importar su fortaleza física, y sin necesidad de emplear armas como tal. No se basa en la fuerza, sino en la velocidad y la audacia ante situaciones de peligro. Ahora bien, quiero saber cuál sería su reacción si se encontrara en una situación de peligro.
Se aproximó hacia mí y retrocedí.
—¿Recuerda esa patada que intentó darme la primera vez que cruzamos palabra?
—Sí. ¿Por qué traes eso a colación ahora?
—Hágalo de nuevo.
—¿Así? — levanté la pierna, pero volvió a sujetarla justo como esa vez.
—Muy lenta.
—Claro, pues tengo las piernas cansadas luego de esos ejercicios que me hiciste hacer. Además, ya la esperabas, por lo que era obvio que la bloquearías.
—Por eso es importante aplicar una técnica de defensa que su atacante no pueda predecir—dejó ir mi pierna.
—Si no me estás atacando, ¿cómo se supone que sepa qué técnica de defensa emplear?
Su mano atrapó mi cuello y mi espalda impactó la pared. Lo miré atónita por su repentina acción. Aunque no me estaba lastimando con su agarre, me exalté.
—¿Qué hará para zafarse si decido estrangularla? ¿Permitirá que lo haga y solo se quedará observándome?
No me atrevía a moverme, ni siquiera apartarlo. Parecía que todo a mí alrededor se había congelado.
—Tiene muchos puntos donde atacar. ¿Qué espera?
—Ahora entiendo perfectamente la referencia que usaste el otro día. También aplica en esta ocasión, ¿cierto?
—¿Eso quiere decir que no me ataca porque le trae recuerdos de lo que hacía con su expareja, señorita?
Si sentía tanto calor en la cara, era obvio que mi vergüenza tuvo que verse reflejada y quedando en evidencia frente a él.
Eso no era lo que quise insinuar, pero su seriedad al respecto sí me trajo ciertos pensamientos, aunque no precisamente vividos o experimentados con Dereck.
—Me pidió que la atacara para así saber cómo defenderse, pero si no hace nada al respecto, ¿cómo aprenderá? ¿Será que he sido demasiado bueno y considerado con mi ataque y por eso no se siente lo suficientemente amenazada o en peligro?
—Yo...
«Si supiera que en este momento no lo estoy considerando una amenaza, sino todo lo contrario».
Su otra mano se escabulló por mi espalda baja hasta situarse casi a la altura de mi trasero y lo miré sorprendida por la impresión. En él no se reflejaba ningún tipo de emoción, no sabía lo que estaba pensando hacer ahora.
—Parece que lo olvidó, pero le dije que debe tener cuidado con lo que pide, pues sus palabras tienen poder—el color café con leche de sus ojos se oscureció—. Imagine que soy un hombre con malas intenciones, que se ve tentado por su piel fresca y pequeños atributos. ¿Seguiría sin reaccionar y actuar si decido tomarla duro sin su consentimiento?
«Olvidé por unos instantes hasta cómo respirar».
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