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Enséñame

Dylan se aproximó al auto, sentándose en el asiento del piloto.

—¿Se encuentra bien, señorita? —guardó el arma dentro de la gaveta y se volteó hacia mí.

—Sí, eso ha sido…

—Lamento que haya tenido que presenciar tal cosa—me interrumpió—. Hubiera querido evitarlo, pero hay cosas que están fuera de nuestro control. La llevaré a casa de inmediato.

Puso el auto en marcha, ni siquiera permitió que le expresara cómo realmente me sentía. Probablemente piensa que estoy impactada o perturbada, pero la verdad es que no es la primera vez que soy testigo de cómo la vida se le es arrebatada a un ser humano. 

Dylan estuvo bien alerta a que nadie más nos estuviera siguiendo. Por supuesto que también estuve mirando todos los autos que nos pasaban por el lado o estuvieran detrás nuestro.

Cuando llegamos a la casa, le pidió a Belinda que me preparara un té, supuestamente para los nervios.

—Asegúrese de tomarlo, le ayudará.

—No lo hagas, Belinda. No lo necesito. De verdad estoy bien.

—Bien. Si usted lo dice. Llamaré a su padre para contarle lo sucedido. Aunque no creo que sean las mismas personas— agregó para sí mismo, pero le oí.

—¿Qué quieres decir con que no crees que sean las mismas personas?

—No me haga caso. A veces ando divagando. Permiso— salió de la casa, sin añadir nada más.

«Algo sabe. Está más que claro».

Odio los malditos misterios. No sé cómo a estas alturas mi padre quiere mantenerme ajena a este asunto cuando a mí también me compete, y más luego de todas las veces que me he visto en peligro por su culpa.

[...]


En la noche, ya estando tirada sobre mi cama, texteando con Dereck y mis amistades, me entró una llamada de mi mamá, pero esperé a que sonara varias veces para inmutarme a responderle.

—¿Cómo está todo en la casa? —fue la primera pregunta que me hizo.

—Bien—respondí indiferente.

—Y tú, ¿cómo estás?

—Para que me llames, puedo intuir que es porque ya estás enterada de lo que sucedió hoy. Pues tranquila, aún tienes hija, aunque la mayor parte del tiempo te olvides de que tienes una.

—Laia…

—Imagino que vas a demorar más tiempo en Dubái, ¿no? ¿Para eso también llamaste?

Hubo un silencio sepulcral en la línea hasta que soltó un suspiro.

—Estaré aquí tres semanas más.

—Claro, pues no te preocupes por mí, como ya sabes, tengo un nuevo niñero que, por cierto, en lo que va de días me ha prestado más atención que tú y mi padre en lo que llevo de vida— colgué la llamada, sosteniendo el celular con fuerza.

Para alejar esas ganas de echarme a llorar, preferí lanzar el teléfono a mi lado y salir de la cama.

«Me prometí no llorar o afectarme más por esto, y pienso cumplirlo por más difícil que sea».

Mi padre no está, ni siquiera con saber lo que pasó en la tarde es capaz de dejar a un lado sus malditos negocios y venir a casa para saber de mí.

Una música muy fuerte llamó mi atención mientras bajaba las escaleras. Era Heavy metal. La misma provenía del gimnasio, donde la mayor parte del tiempo los empleados se reúnen a entrenar. Es raro que a esta hora alguien esté haciendo ejercicios.

Me asomé por la ranura de la puerta y alcancé a ver a Dylan golpeando el saco de boxeo. Estaba completamente solo, vistiendo una camisa negra deportiva de compresión. Se le ve tan ceñida al cuerpo, sobre todo en los brazos. Tenía sus manos vendadas y los lentes puestos. Su cabello lucía húmedo por el sudor. Las gotas caían de su barbilla. Se desplazaba mientras le proporcionaba varios golpes seguidos al saco. Un puño de esos y te haría tragar los dientes.

A pesar de ser delgado y lucir tan inofensivo físicamente hablando, posee técnicas envidiables de defensa y mucha fuerza. Todavía recuerdo cuando casi me hace comer el piso ese día que intenté darle una patada.

Sentí por unos leves instantes la garganta seca.

«¿Por qué mis piernas no responden? No se supone que esté aquí embelesada viéndolo».

«Que fuerza, que agilidad y rapidez, por Dios».

Siempre lleva esos lentes puestos. Nunca lo he visto sin ellos.

Miró de reojo hacia la puerta y me oculté detrás de la pared.

«¿Por qué me estoy ocultando? No es como que esté haciendo algo malo. Además, esta es mi casa, puedo ir y venir cuando quiera e ir a dónde se me dé la gana».

Apagó la música y traté de caminar despacio, sin hacer el más mínimo ruido posible.

—¿No puede dormir? —oí su pregunta desde el otro lado.

«Claro que iba a verte, estúpida. Ni que fueras invisible».

—Solo estaba de paso—le dije, volviendo a asomarme.

—Si se hubiera tomado el té, ya estaría descansando plácidamente.

—Primero que nada, no tengo que hacer lo que me pidas. Segundo, ¿por quién me tomas? ¿Piensas que me he traumado por ver a un muerto?

Me pareció por unos cortos segundos que intentó sonreír, pero luego se mantuvo con una expresión neutral.

—Su expresión denotaba otra cosa.

—¿Por qué estás entrenando a esta hora?

—Es la mejor manera de liberar las cargas. El cuerpo y la mente se relaja por completo y luego puedes volver al ataque con más fuerza y energía.

—¿Y de qué cargas hablas? ¿Hablas de mí? Imagino que cuidar de mí debe ser un fastidio para ti.

—Usted también se ve cargada, debería darle una oportunidad— prefirió no responder mi pregunta.

—Yo… nunca lo he hecho.

—Siempre hay una primera vez para todo. ¿Quiere que le muestre cómo se hace?

Se echó el cabello hacia atrás, despejando su frente y pasé saliva.

—Sí, me gustaría. Enséñame todo lo que sabes.

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