Encrucijada
Estaba haciéndome la fuerte, agotando cualquier alternativa que pudiera tomar en consideración para apartarme, pero por dentro me sentía bastante avergonzada.
«¿Estoy siendo demasiado lanzada?».
Él no tardó en dormirse, de hecho, no llevaba mucho tiempo de haberse dormido, cuando le vi hacer algunos gestos, como si estuviera teniendo una pesadilla. Luce tan vulnerable, tan adorable.
Le quité con sumo cuidado los lentes, no puedo creer que hasta para dormir los use. Luego me acomodé más cercana a su cuerpo, viendo su rostro más de cerca.
«¡Qué injusta es la vida! ¡Tiene más pestañas que yo!».
«¿Qué estará soñando?». No creo que sea nada agradable, pues sus gestos parecían como de dolor.
No sé si sea adecuado despertarlo. «¿Y si se enoja?».
Detuve mi mano a solo centímetros de su rostro, no me atrevía a tocarlo. Eso me llevó a contemplar con más detenimiento sus labios entreabiertos. Esos mismos que tan bien me saben y que tanto añoro saborear en este momento.
Es muy poco o nada lo que conozco de él, aun así, mi corazón late desmesurado cada vez que lo veo. No puedo controlar esto que siento.
Me creí segura en su momento de lo que sentía hacia Dereck, incluso estuvimos a punto de convivir, pero no sabía que se podía experimentar algo aún más fuerte hacia alguien que no fuera él. No sé si en gran parte fue la decepción tras enterarme de su infidelidad. Solo sé que ahora mismo ni siquiera lo tengo presente en mi mente.
Me vi tumbada por su repentino movimiento. Estaba todavía medio dormido, pero me echó la pierna por encima, mientras que su rostro esta vez fue el que descansó a la altura de mi seno. Su brazo era mi almohada, mientras que el otro se fue de un extremo a otro a la altura de mi cintura.
No me atreví ni a decir nada ni muchos a mover ni un músculo, solo me le quedé viendo, pues parecía un tierno bebé. Solo faltaba que lo amamantara.
No sé por qué ese pensamiento me sacó una sonrisa. «Buenos recuerdos, supongo».
Enredé con suma delicadeza mis dedos en su cabello.
«Hoy será una noche larga, muy larga…».
[...]
Abrí los ojos viendo a Sebastián de pie frente al espejo, arreglándose la corbata y luego ajustando su reloj de mano. No sé qué hora es, pero ya se había bañado.
—Buenos días— le dije, sentándome en el borde de la cama y estirando los brazos.
—Buenos días— fue a la mesa de noche y se puso los lentes.
Está actuando muy distante. «¿Qué le sucede?».
—¿No hice nada raro anoche?
Su pregunta aclaró mis dudas.
—No— negué con la cabeza, recordando la manera en que dormimos—. ¿Por qué?
—En una hora salimos al aeropuerto. Alístate para que puedas desayunar algo. Y no olvides cargar tu arma encima. Guardada en el maletín no sirve de nada.
Está tan perfumado y galante, es una pena que haya vuelto a su verdadera forma de ser. Cuando está así lo siento tan inalcanzable. «¿Por qué ese pensamiento me decepciona un poco?».
[...]
Mis suegros nos acompañaron en la mesa durante el desayuno e incluso insistieron en acompañarnos al aeropuerto. Han sido muy amables y dulces conmigo, no tengo ninguna queja de ellos. Ojalá mis padres hubieran sido igual a ellos. Se nota que tienen una buena química y relación. Lucían tan acaramelados, como dos adolescentes enamorados.
Antes de abandonar la casa, alcancé a ver al hermano de Sebastián. Por fortuna, no se acercó a ninguno de nosotros. Por supuesto que no pude evitar sonreírle a la distancia para amargarle el día. Se lo merece por idiota.
Juliet y Damián nos siguieron en otra camioneta, mientras que había una delante de nosotros que nos escoltaba. Sebastián estaba en modo silencio mientras que yo andaba acomodándome en el asiento, pues el arma me incomodaba al tenerla en la cintura. Probablemente se sienta incómodo después de haber despertado encontrándose aferrado a mí como un perezoso a la rama de un árbol.
Según llegamos a la pista, fue ahí donde me despidió la Sra. Juliet con un beso en la mejilla, como si me conociera de toda la vida. El Sr. Damián me dio la mano con una sonrisa amable.
—No olvides guardar mi contacto. Ojalá podamos volver a vernos pronto. Las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas para ti, bella.
—Gracias, Sra. Juliet.
Nuestra atención se fue hacia la pista, donde venían dos camionetas Lincoln tintadas. Son iguales a las de mi tía.
Las cosas se volvieron serias de repente, cuando vi a los padres de Sebastián sacar dos armas largas de su camioneta y los hombres que venían en la que nos escoltó hicieron lo mismo.
—¡Esperen, esperen! —les grité.
«¡Joder, venían bien preparados y sincronizados!».
Sebastián se mantuvo en silencio, sentí que él también sabía que no eran una amenaza, por eso ni se movió.
Las camionetas se detuvieron y vi bajar a mi madre. Ella estaba armada, igual que mi tía. Ambas se estaban escudando de las puertas traseras.
—¿A dónde creen que van a llevarse a mi hija?
«¿Cómo demonios supo que estábamos aquí?».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro