Cuentas pendientes
A pesar de no haber dormido casi nada anoche, después de todo lo que pasó entre los dos, me sentía de buen humor. No podía parar de sonreír frente al espejo.
Dejó muchas marcas en mi piel, incluso sus mordidas aún se veían a simple vista, por lo que me vi en la obligación de ponerme un abrigo por encima de la ropa que pudiera cubrir parte del pecho y cuello. Como no era suficiente, me puse algo de maquillaje para cubrir lo más que pude.
[...]
Sebastián me trajo a la universidad y me abrió la puerta para que me bajara.
—Pasaré a recogerte a la misma hora de siempre.
Le señalé mis labios insistentemente, esperando que depositara un beso sobre ellos.
—No te atrevas a decirme que no o pensaré que tienes a otra y quieres ocultarme de ella.
—Que te quede claro una cosa, pequeña demonia. Si te lo daré no es porque lo estás pidiendo, es porque me da la gana hacerlo.
Sostuvo mi mentón y me dio la impresión de que miró detrás de mí antes de besarme, es solo que su mano no permitía que pudiera voltearme.
—Tienes que ponerte al día, así que no te robo más tiempo— su dedo índice se paseó por mi cuello y suspiró—. Ten un buen día.
«¿Le molesta que me haya tapado?».
Le sonreí y esperé a que se subiera al auto y se marchara para así seguir mi camino a la entrada. Fue ahí que supe la razón detrás de haberme sujetado el mentón hace unos instantes, y es que Dereck estaba ahí con sus amigos.
«¿Acaso mi Sebas estaba celoso?».
Tener esa idea despertó en mí esa sensación de tener un sinnúmero de mariposas paseándose en mi estómago.
[...]
Tengo tanta suerte de que ya la seguridad no es como antes, ya no revisan las mochilas o estaría en serios problemas si ven el arma que traigo.
—Has estado desaparecida. Te hemos llamado y no respondes.
Mis amigas, o más bien, compañeras de clase, me atacaron con preguntas, una detrás de la otra y me sentía presionada.
—He cambiado de teléfono.
—Lamentamos mucho lo que sucedió en esa fiesta.
—No quiero hablar del tema—respondí secamente.
—¿Por qué te fuiste?
—Les dije que no quiero hablar del tema.
«¡Maldita sea, es tan irritante todo esto!».
Para colmo de males, Dereck entró en ese momento al salón, con su actitud y esa mirada que me dedicó, solo ocasionó que ellas se dieran cuenta de que estábamos en malos términos.
—¿Qué les pasa? ¿Están peleados?
—Dereck y yo terminamos—les confesé.
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por qué?
—¿Por qué no le preguntan a él? Tal vez él tenga la respuesta a todas sus preguntas— me enderecé en la silla, abriendo el libro de la clase que estaba a punto de comenzar e ignorando sus habladurías.
«Gracias a Dios falta poco tiempo para graduarme». Ya nada es lo que era. Desde esa noche, todo cambió para mí. Me di cuenta de la cantidad de hipócritas y serpientes venenosas que estaban a mi lado y les llamaba “amigas”.
Ninguna de ellas se inmutó en hacer algo por mí. Todas se quedaron allí paradas, ninguna se acercó para consolarme o ayudarme cuando más lo necesité. Ahora soy yo quien no quiera saber de ninguna de ellas.
[...]
He estado extrañando mucho a Sebastián. No han pasado muchas horas desde que nos vimos, pero todo me recuerda a él y a lo que hicimos anoche.
Encontrándome a solas en los bancos de la cancha, luego de haber almorzado y retirado del lado de mis compañeras, busqué mi teléfono con intenciones de llamar a Sebastián, cuando de pronto, alguien tapó mi boca con un paño gris y presionó bruscamente mi cuello con su antebrazo.
No logré siquiera levantarme del banco. Mi celular cayó a mis pies y bajo la desesperación de quitar ese fuerte brazo que me estaba acortando el aire, levanté uno de mis brazos y arañé el rostro del sujeto, aunque eso no surtió efecto alguno en él.
Tiré patadas al viento en vano, pues por el mismo banco era imposible darle, además, estaba a mis espaldas, presionando ese paño en mi boca y nariz, que no solo era difícil de respirar, sino que tenía un olor tan fuerte que me estaba mareando.
Mis energías iban disminuyendo con rapidez, mi cuerpo iba sintiéndose pesado, tanto como mis párpados. Lentamente perdía las fuerzas de seguir luchando. No podía soportar el cansancio y la debilidad.
Por más que traté, terminé perdiendo por completo el conocimiento.
[...]
Desperté al sentir agua helada cayendo sobre mi cabeza. Me encontraba en una habitación bastante alumbrada, amarrada a una silla con los brazos y piernas atados, rodeada de varios hombres, entre ellos, el único que reconocí fue al hermano de Sebastián, el mismo que golpeé en la cara en aquella ocasión.
—Cuñadita, ¿cuánto tiempo sin vernos? —hasta parecía divertirse con verme en estas condiciones.
Mi cuerpo temblaba, no tanto de miedo, más bien de frío.
—Hasta que al fin mi hermano te suelta. Ahora que no estás detrás de sus pantalones, ¿qué harás? —se aproximó a mi rostro, clavando su mirada en la mía—. Tú y yo tenemos una cuenta pendiente.
«¿Así que había estado esperando para hacerme esto?». Veo que herí bastante su orgullo y ego con aquel puñetazo que se merecía y del cual no me arrepiento.
—Ah, ¿sí? Que yo recuerde no tengo nada pendiente contigo.
—Ah, ¿no? —retomó la postura, soltando una carcajada, a la cual el resto de sus hombres le siguió la corriente—. ¿Han escuchado eso? La muy perra no se acuerda— me dio un puño en el rostro, sin siquiera medir su fuerza.
Reprimí todo el dolor que eso me provocó, con tal de no demostrarle que había logrado su cometido de lastimarme.
Todo mi rostro dolía, sobre todo mi nariz y la mejilla. Percibí el sabor metálico de la sangre en mi paladar, a la misma vez que sentí la lágrima que se deslizó de mi nariz en dirección hacia mis labios.
—¿Esto te refresca la memoria? Si no lo hace, no te preocupes, tengo tiempo y paciencia de sobra para ayudarte a recordar, cuñadita.
No es la primera vez que soy secuestrada, pero en todas esas ocasiones, ninguno de mis secuestradores había tenido la oportunidad de ponerme un solo dedo encima, porque siempre llegaba mi padre y sus hombres para evitarlo. En cambio ahora, este hombre acaba de golpearme y se notaba a leguas que ese golpe es nada, comparado a todo lo que tiene en mente hacerme. Soy solo yo contra siete de ellos.
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