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Atrevimiento

«Veo que va muy en serio con todo esto».

Entramos a la tienda y me mantuve aferrada a su brazo, no quería cruzar mirada con nadie de la vergüenza. Hay más gente de la que imaginé.

—No somos los únicos aquí. Todos los que están en la tienda, vienen para lo mismo y no ves a ninguno avergonzándose de ello, ¿o sí?

—Entrar a esta tienda es como entrar a otro mundo.

—¿Por qué te sorprende tanto la variedad de artículos que hay? ¿No hay nada que hayas usado alguna vez a la vista?

—Yo nunca he usado estas cosas. Te dije que yo jamás he entrado a una tienda de estas.

—Debe ser aburrido solo usar tus dedos.

Mi rostro debía parecer un tomate, estoy segura, pues este hombre no piensa antes de hablar.

—Además, no necesariamente hay que entrar aquí para adquirir ciertos artículos, ahora todo se consigue en línea. Es más confidencial y está al alcance de todos. 

—¿Por qué estás cogiendo un carro? ¿Una canasta no es mejor? Cualquiera diría que piensas llevarte la tienda entera.

—Para que falte es mejor que sobre, ¿no?

Las personas que pasaban por nuestro lado se veían muy felices haciendo sus compras y llenando sus canastas de artículos que jamás en la vida había visto. Cada uno más extraño que el anterior.

En la primera góndola mis ojos estaban a punto de salir expulsados. Había dildos de distintas formas, tamaños, colores y material, pero los más que me sacaron de concentración fueron los que tenían forma de animales. Juro que debía medir más de doce pulgadas de largo y de grosor, diría que mi brazo es mucho más delgado que esa cosa.

—¿E-eso para qué lo usan?

—Todo lo que hay aquí es para placer personal o el de tu pareja.

—Sí, pero ¿quién puede meterse una cosa así?

—Baja la voz. Lo utilizan hombres y mujeres para dar y recibir placer, sobre todo para dilatar. Muchos de ellos tienden a sentir placer con el fisting, pero eso no es para todo el mundo, es más para casos extremos y veteranos. Es algo progresivo. Para llegar ahí se requiere de mucha práctica e ir aumentando de tamaño hasta que logres acostumbrarte.

—Eso puede perforarle un órgano a alguien.  

—En esta sesión podemos encontrar algunos dildos más realistas y que se podrían ajustar a una correa.

—¿A una correa?

Tomó uno mediano en su mano y me lo extendió, pero no me atreví a tomarlo.

—Aquí en el empaque hay una imagen de cómo se vería.

—Pero es una mujer quien lo lleva puesto en el empaque.

—Sí, porque tiende a ser más usado entre mujeres, pero elimina de tu mente a una mujer e intenta visualizarme a mí.

—¿A ti?

—Debes conocer tu propio cuerpo. Me gustaría saber cuál te gusta y qué tamaño podrías soportar.

—No me das ni un segundo para reponerme de una situación cuando sales con algo más. Cada vez dices cosas que me ponen nerviosa.

El dildo que tenía a la mano lo llevó más abajo de mi vientre y la punta de este me llegaba un poco más arriba del ombligo.

—¿Qué haces?

—Quédate quieta. Estoy creando una imagen mental.

«¡Joder, este hombre es tan desvergonzado!».

—Me llevaré este— lo arrojó al carro y, sin darme oportunidad de alegar nada, simplemente siguió caminando.

«Al menos ese que eligió se ve más normal que el resto».

Fue arrojando varias marcas de lubricantes al carro, entre las correas que comentó y solo me limité a observarlo de espalda.

Intento imaginarlo, pero me cuesta hacerlo. Aunque debo admitir que ha despertado mucha curiosidad en mí todo esto que quiere que pongamos en práctica.

Se detuvo en la góndola donde había fustas, látigos extremos, pinches y sogas. Acarició con su dedo índice las sogas y ladeó la cabeza mientras las observaba.

—¿Acaso a ti te gustan esas cosas?

—Te seré honesto, nunca lo he puesto en práctica con una mujer en la intimidad. De hecho, los tipos de amarres que sé hacer han sido solo para inmovilizar a mis objetivos, pero no creo que sea tan distinto o complicado el ponerlo en práctica. De hecho, estoy abierto a aprender.

—Las personas tienen unos fetiches extremadamente raros…

—Amarrada debes verte muy bien. Sentirte indefensa y expuesta, debe brindarte suficiente emoción y placer. 

Hasta la nuca se me calentó de golpe, pues sé que debía estarlo imaginando en este momento.

Pasé saliva y desvié la mirada de la suya, porque para ser honesta, no pude mantener contacto visual con él mucho tiempo. Esa forma en que me mira hace que no solo mi corazón se alborote, sino que envía varias ondas eléctricas y de calor a todo mi cuerpo.

—S-si tú lo dices… — sin mirarlo, cogí la soga y la arrojé tímidamente al carro.

—Deben ser más de una. 

Una pareja se acercó a nosotros, el hombre tenía un collar de cuero con la inicial «F» en el cuello. Ella era muy guapa, su cabello rubio le sentaba bien con su tono de piel. Se veía muy amable y dulce.

—Son nuevos por aquí, ¿cierto? Los hemos estado observando desde que llegaron y son muy mi tipo. Verán, nosotros pertenecemos a un club nocturno, donde realizamos ciertas actividades entre miembros—me entregó una tarjeta negra, donde estaba la información del club que hablaba—. No sé si les interese participar en un intercambio de pareja. 

—¿Intercambio de pareja? — cuestioné confundida.

—No, pero gracias por el ofrecimiento— respondió Sebastián secamente.

—¡Qué lástima! Se me hacen muy atractivos. Si cambian de opinión, pueden contactarme. Mi nombre es Felicia. Fue un enorme placer— se alejó sonriente, llevándose a ese hombre con ella.

«Eso ha sido extremadamente incómodo y raro».

—Es normal ese tipo de invitaciones en lugares como estos, así que no te preocupes.

—Ella te echó el ojo, ¿cierto?

—Posiblemente fue a ti. Ese tipo de mujeres normalmente se sienten atraídas por ambos.

—¡Es una atrevida! ¿Cómo se le ocurre pedirnos algo así?

—Olvida lo que acaba de pasar. Debemos pasar por varias góndolas más. No puedo esperar a mostrarte todo lo que tengo en mente.

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