Amenaza
Estuve desvelada durante toda la noche. No debería sentirme mal por lo que dije, después de todo, fue ella quien me engañó, pero ¿por qué debo sentirme tan miserable?
Me preparé para la misma rutina de todas las mañanas, pero Dylan no estaba en la entrada. El auto sí se encontraba estacionado al frente, por lo que asumí que debía estar en alguna otra parte de la casa.
—¿Ha visto a Dylan? — le pregunté a Luzbel, al verla limpiando en la sala.
—Sí, señorita. Se encuentra en el gimnasio.
«Debí asumir que no quería darme la cara».
Guardé el teléfono en mi bolsillo mientras me dirigía al gimnasio y allí estaba, dándole golpes al saco y sin camisa.
Quedé sorprendida, impactada, confundida, al ver que debajo de esa ropa que suele usar se ocultaba un cuerpo tan poderoso y masculino, a diferencia de su rostro afeminado. No era para menos, después de todo, hace ejercicios todos los días sin falta.
Dejando eso a un lado, no tenía pechos, sino unos pectorales bastante definidos. Era el cuerpo de un hombre en su máximo esplendor, de eso hasta ahí no me quedaban dudas.
«¿Acaso me equivoqué?».
No, no pude haberme equivocado. No sentí nada en esa zona ayer y él mismo me confirmó las cosas cuando me preguntó si mis manos se sentían vacías.
«¿Qué está pasando aquí?».
Cuando se dio la espalda para coger la botella de agua, noté que en su espalda había una horrible cicatriz de lo que aparentaba haber sido una grave quemadura. Le cubría casi toda la espalda.
«¿Qué demonios le ocurrió? No parece reciente».
Estaba lleno de marcas y cicatrices en los hombros y brazos, ninguna reciente.
—¿Ya terminó su exploración? —se limpió el sudor con la toalla.
—Pensé que ibas a acompañarme.
—Ya sabe lo que tiene que hacer, por lo que no me necesita.
—Por favor, explícame qué está pasando aquí. Yo pensé que tú eras…
—¿Una mujer? —me interrumpió.
—Sí… —asentí incómoda.
—Soy lo más parecido, por lo que no puedo ni aceptarlo, ni mucho menos negarlo. Lamento no poder saciar su curiosidad.
—¿Eso qué significa? Mira, yo no quiero discutir contigo. Lo que dije ayer fue bajo coraje. No es lo que realmente pienso o siento. Entiéndeme, me tomó desprevenida todo esto.
—¿Qué es lo que en sí quiere oír, señorita? ¿Quiere que le diga que estuvo a punto de acostarse con un hombre y no con una “mujer”, de ese modo su cuerpo se sentirá limpio y la conciencia tranquila? Pues sí, soy un hombre; uno a medias, si es lo que tanto quería oír.
—¿A medias? ¿Qué quieres decir con eso?
—Quedamos en algo anoche, por si se le ha olvidado. No quiera inmiscuirse en asuntos que no le competen.
—¡Pues esto sí me compete y mucho! Estuvimos a punto de acostarnos ayer, Dylan. Pensé que podríamos llegar a ser buenos amigos, que nos sentíamos más a gusto y en confianza el uno con el otro.
—Ha confundido las cosas. El hecho de que la haya hecho correr en mi boca, no significa que eso nos haga amigos o cercanos. No confunda la atracción física y las necesidades fisiológicas con ese tipo de estupideces. Ni quiero, ni necesito nada de eso en mi vida. En el momento que mi trabajo acabe, todo, absolutamente todo, acabará aquí.
—Lo mucho que hablas de mí, pero me temo que eres tú el único cobarde aquí.
—A lo que usted llama cobardía, yo le llamo supervivencia.
—Si no tienes planes de quedarte, entonces, ¿por qué algunas veces eres amable conmigo? No te entiendo. Solo haces que me confunda.
Se mantuvo en silencio, mirándome fijamente.
—Solo cumplo con mi trabajo para que este sea uno más llevadero y tranquilo.
Nuestra conversación se vio interrumpida por el timbre de mi teléfono. Recibí un mensaje de parte de mí mamá, el cual cuando lo abrí, me dejó haciendo cruces. Era una foto de ella amordazada y amarrada a una silla. Traía la misma ropa del sepelio. Había un mensaje adjuntado donde hacían un conteo del 1 al 4, del cual el uno y el dos estaban tachados, mientras que el tres y cuatro estaban intactos.
—¿Todo bien? —preguntó Dylan.
Le pasé mi teléfono y caminé de un lado a otro.
—Son ellos. Deben ser ellos. Primero fueron por la cabeza de la familia; mi papá, y ahora por mi mamá. ¿Qué hago? — dije para mí misma, mordiéndome el dedo índice.
—No se preocupe por nada. Déjeme todo a mí, yo me encargaré de traer a su madre sana y salva.
—A esos desgraciados no les bastó con matar a mi papá, ahora vienen por más. Me temo que esto no se acabará hasta que arranquemos el problema de raíz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro