Capítulo 9: Confusión y besos.
—Buenos días señor Hamilton, siéntese —me dice la doctora Cox.
Mis ojos divagan a la persona que está sentada dándome la espalda, su cabello castaño está suelto al natural, veo que su espalda está tensa y eso me hace sonreír. No esperaba encontrarme aquí, y ni siquiera estoy seguro porqué estoy aquí.
Me siento al lado de ella, un ligero aroma a vainilla y coco me envuelven, es un contraste con la tensión que se siente en el aire.
—¿Cómo va todo? —le pregunto a la doc, sin responderle su saludo.
—Todo bien, le estaba realizando un par de preguntas rutinarias a su novia —me contesta.
«Su novia» no es mi novia, y no creo que lo sea. Miro nuevamente a la chica a mi lado y esta tiene su ceño fruncido. No le digo nada, no la quiero contradecir porque tampoco quiero dar explicaciones. La doctora le sigue preguntando cosas y Clarissa responde con monosílabos. Le dice que la acompañe a otro lugar y ella se levanta empuñando su bolso, entramos a otra habitación y la doctora Cox le dice que se siente en una de las sillas que hay allí, sale dejándome sólo con Clarissa.
—¿Cómo estás? —le pregunto cuando la veo moviendo sus manos en un gesto de nervios.
—Bien —murmura.
—¿Has comido? —me acerco un poco más.
—Si...—su voz sale en susurro.
—Mírame, Clarissa —niega—. ¿Por qué no lo haces?
—No… me da pena con usted —dice con su cabeza agachada.
Le agarro el mentón y lo alzo. El escozor de sus ojos lucha por salir, sus iris me escanean el rostro. Me arrodillo ante ella y en la mente me llega un recuerdo «No te arrodilles delante de nadie hijo». Ignoro la voz de papá y aquí estoy, acunandole el rostro con mis manos, mirándola fijamente y con ganas de…
—Me da miedo… —su murmuro me hace fruncir el ceño.
—¿Te doy miedo?
—No… me dan miedo las inyecciones —suelta, y me río—. No se ría, eso duele.
—Solo es una pincha de zancudo, nada de otro mundo.
—No.
Parece una niña, pero en realidad es una mujer fuerte. La investigué y descubrí todo lo que ha estado enfrentando, lo que la llevó a tomar la difícil decisión de vender su virginidad. Todo lo que ha hecho es admirable, aunque me duele pensar en ello.
Me levanto y me siento en la silla a su lado. Unos segundos después, la doctora entra con todos sus implementos. Le agarro la mano a Clarissa y la aprieto suavemente, intentando transmitirle un poco de ánimo.
—¿Cuánto tiempo llevan de pareja? —pregunta la doctora, preparando lo que ha traído.
—Un par de meses —respondo rápidamente, sin pensarlo demasiado.
—Oh, y… ¿son un poco inexpresivos entre ustedes?
—¿Por qué lo dice? —frunzo el ceño.
—Es que no los he visto darse un beso o algo —dice, mientras destapa una inyección. Clarissa aprieta mi mano con fuerza.
—¿Acaso todas las parejas deben ser demostrativas? —replico, tratando de contener mi tensión.
—No digo eso… mejor procedamos con mi trabajo —responde la doctora, intentando desviar el tema.
—Sí, mejor —asiento.
Cox le dice a Clarissa que extienda su brazo y, temblando, ella lo hace. La doctora le pasa un algodón con alcohol en la zona interna del codo y le da unos golpecitos suaves. Clarissa gira su rostro hacia mí, cerrando los ojos.
—Relájate —le susurro en el oído—. Así dolerá menos.
Ella abre los ojos cuando me aparto un poco. Sus ojos castaños me evalúan, recorriendo mi rostro hasta detenerse en mis labios. Relame sus labios secos y las ganas de besarla vuelven a invadirme, pero me contengo.
—Listo —anuncia la doctora—. Hazte presión con el algodón.
Clarissa muestra sorpresa en su rostro, pero rápidamente se le escapa un pequeño gesto de dolor. La doctora sostiene en su mano la jeringa con la sangre de Clarissa.
—¿Dolió? —le pregunto, y ella niega con la cabeza—. ¿Ves? Te lo dije —le sonrío, y ella me responde con una sonrisa tímida que la hace sonrojar.
—Los exámenes los verán mañana…
—Los quiero para hoy mismo —interrumpo a la doctora en un tono más firme de lo que pretendía—. Para más tardar en la tarde.
—Landon… —la dulce voz de Clarissa me hace mirarla—. Creo que estás siendo un poco duro con ella —musita solo para mí.
—Lo siento —me disculpo, sintiendo una mezcla de frustración y preocupación—. Pero necesito esos exámenes hoy.
—Está bien, señor Landon, como usted quiera —responde la servicial señora Cox, aunque su tono es un tanto reticente.
Miro mi mano entrelazada con la delicada mano de Clarissa; la diferencia entre nuestros tamaños es evidente. Nos levantamos y ella lucha por separar nuestras manos, pero yo aprieto más fuerte.
«No sé por qué no quiero separarme de ella, joder».
Salimos del hospital y nos despedimos de la doctora Cox. A lo lejos, veo a Luis, mi chofer aquí en Estados Unidos, recostado sobre una pared. Nos acercamos a él, y le hago una seña para que nos siga.
—Luis —lo llamo cuando llegamos a su altura—. Ve a casa, yo llevaré a Clarissa.
—Como ordene, señor —responde con una inclinación de cabeza antes de marcharse.
Clarissa está con el ceño fruncido y los brazos cruzados, su expresión refleja la incomodidad que siento en el aire. Nuestras manos se separaron al salir del hospital, y ahora se ha alejado un poco. Camino unos pasos hacia ella, y cuando me ve frente a frente, baja la mirada. Con suavidad, acuno su rostro entre mis manos para que levante la vista.
—¿Estás bien? —pregunto, mi voz es un susurro lleno de preocupación.
—Sí… ¿podemos irnos ya? —solicita, mirándome con esos ojos castaños que parecen leerme el alma.
«Me gusta». Me encanta que me mire así, con esa intensidad que me deja sin aliento. Su mirada se detiene en mis labios, y siento que el tiempo se detiene entre nosotros. Ella humedece sus labios, dándoles un brillo que me hipnotiza. Me acerco lentamente a su rostro, rozando suavemente su nariz con la mía. Cierro los ojos al sentir su calidez, pegando mi frente a la suya.
—¿Puedo besarte?... Por favor —mi voz tiembla con un ruego apenas audible.
Ella duda por un instante que parece eterno, pero luego sonríe y asiente. No puedo esperar más; la beso con suavidad, y… Dios mío. Sus labios son dulces y suaves, se mueven tímidamente contra los míos. Rodeo su pequeña cintura y la atraigo hacia mí, sintiendo cómo su cuerpo se adapta al mío. Saboreo su beso, tanteando con mi lengua; ella me responde, su lengua se encuentra con la mía en un baile torpe pero lleno de promesas.
—Hay que irnos —su voz jadeante rompe el hechizo cuando nos separamos por falta de aire.
—Sí, hay que hablar —asiento, aún sintiendo el calor de su aliento en mi piel.
Caminamos hacia mi auto. En el interior, la tensión es palpable, pero también hay una extraña normalidad entre nosotros, como si fuéramos dos viejos amigos que han compartido más de lo que las palabras pueden expresar.
Al llegar al pequeño local de comida que vi en el camino hacia el hospital, bajo primero para abrirle la puerta a Clarissa; sé que no sabrá cómo hacerlo. Le extiendo la mano y ella la toma con confianza. Al entrar, el olor a comida se desliza por mis fosas nasales, y veo una mesa al fondo donde nos dirigimos.
Nos sentamos y esperamos a que alguien venga a tomar nuestro pedido. El silencio es cómodo hasta que Clarissa rompe la tensión.
—Y bien… ¿puedo hacerte unas preguntas? —inquiere después de un rato.
—Claro, dime.
—¿Por qué yo? Habiendo tantas mujeres... ¿por qué yo?
«Ni yo mismo sé». Quiero decirle eso, pero simplemente niego con la cabeza.
—Paso. ¿Otra pregunta?
—No, esta es la que realmente me está carcomiendo. Respóndeme, Landon.
Mi mente trabaja a mil por hora buscando excusas creíbles. Pero no hay una respuesta sencilla para eso. ¿Qué le diré? ¿“Oh Clarissa, quiero comprar tu virginidad porque soy impulsivo”? ¿O “escuché la conversación que tuviste con tu amiga y no quería que otra persona te comprara porque solo imaginarlo me destroza”? Mierda, no. No puedo decirle eso.
Abro la boca para improvisar algo, pero un joven mesero interrumpe nuestra conversación al acercarse a nuestra mesa y mirar directamente a Clarissa. Ella también lo observa, pero no de la misma forma en que él la mira.
—Buenos días, ¿qué desayuno pedirán? —pregunta el chico, enfocándose solo en ella.
Eso me molesta más de lo que debería.
—Bueno, amor, ¿qué quieres pedir? —le digo a Clarissa con una sonrisa tensa.
Ella abre los ojos sorprendida y luego niega con una risita nerviosa. Miro al chico; está algo sonrojado y serio. No puedo evitar reírme por dentro.
—Unos waffles, por favor —le sonríe a él mientras yo gruño internamente.
«No estoy celoso, no estoy celoso… Mierda, creo que sí».
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¿Celos? ¿Es eso lo que estoy sintiendo?
«No te ilusiones, Clarissa. Solo te quiere follar».
Una sonrisa se escapa de mis labios mientras observo la escena. El chico solo me miró, y el hombre frente a mí parece un perro rabioso, gruñendo de forma casi ridícula.
—Y a mí me traes unos panecillos y café, por favor. Y retírate —ordena Landon con tono autoritario.
—Enseguida se los traigo —asiente el mesero, visiblemente nervioso, y se aleja a toda prisa.
No puedo evitar reírme ante la situación, pero Landon desvió su mirada, como si estuviera enojado. Hoy, gracias a él, me siento extrañamente bien. Cuando entró al consultorio, estaba tan nerviosa y tensa que no podía imaginar que se tomaría la molestia de venir a ver cómo estaba. No pensé que me tomaría la mano ni que le diría a la doctora que éramos novios. Su intento de distraerme para que no sintiera el dolor de la inyección fue tan dulce que en ese momento quise besarlo…
Y luego vino el beso. Oh. Por. Dios. Nunca había tenido un novio serio que me besara así. Señor, Dios bendiga esos labios Y esa barba… me gusta la sensación que me da.
—Creo que fuiste un poco… duro, ¿no? —le digo, tratando de mantener la ligereza.
—No. No tiene por qué mirar lo que es mío, ¿o sí? —responde con seriedad.
—Pero no lo vi mirando tu auto o tu reloj.
Niega con la cabeza y se inclina hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Te estaba mirando a ti… y tú ya eres mía —murmura, volviendo a erguirse.
Mi piel se eriza y mi estómago se contrae, sonrojándome. Mierda, no me gusta cuando un hombre le dice a una mujer que es de su propiedad; las mujeres somos libres… pero viniendo de Landon, todo es diferente.
—Eh… no. No soy un objeto que puedas reclamar —le respondo, intentando sonar firme.
Él ríe de manera sarcástica.
—No, no eres un objeto, pero era mía.
Los pedidos llegan y por un momento olvido la pregunta que le hice antes, esa que me desconcierta… Hasta que mi estómago ruge al ver mi waffle cubierto de sirope de chocolate negro y blanco, adornado con rodajas de fresa y banana. Quiero devorarlo de un solo bocado, pero miro a Landon, quien me observa con curiosidad.
—¿Te lo vas a comer todo?
—Sí —le respondo con determinación.
Empiezo a comer, sin prisa ni pausa. La pregunta sigue rondando en mi mente, pero decido dejarla a un lado por ahora. El silencio entre nosotros es tenso, interrumpido solo por las risas y murmullos de las otras mesas.
Cuando mi estómago finalmente se siente satisfecho y una chica viene a retirar los platos, coloco mis codos en la mesa y descanso mi cabeza en mis manos, mirándolo fijamente.
—No vas a responder la pregunta que te hice, ¿verdad?
—Joder, pensé que lo habías olvidado —responde él con un suspiro.
—No. Dímelo.
Suelta un largo suspiro antes de hablar.
—No lo sé, Clarissa. Te quiero a ti porque… joder, no lo sé. Solo te quiero a ti y ya —dictamina—. Y porque no quiero que otro tenga lo que yo deseo, ¿ok?
Mis ojos se agrandan y un rubor intenso me invade. «¿Me quiere a mí o solo desea mi virginidad?». Esa pregunta resuena en mi mente, pero elijo mantenerla en silencio. Él ya ha afirmado que me quiere, lo que implica que anhela tenerlo todo de mí.
—A veces me siento… un verdadero idiota—agrega, su tono se torna sombrío—. Hay once años entre nosotros, prácticamente soy un viejo para ti, y eso me hace sentir… un sinvergüenza.
Niego con la cabeza: —No, Landon, eres joven, atractivo y bueno. Y la verdad, tu edad no me importa, solo…—la palabra "dinero" se asoma en mi mente, pero la reprimo. La verdad es que Landon me está gustando mucho, y creo que si decido entregarme a él, no será solo por el dinero.
—Seré directo—retoma su seriedad—. Te compraré, te haré mía siempre que yo quiera y tú estés disponible. No habrá compromiso, pero seremos exclusivos; soy yo quien te tocará y solo a ti. Nada de celos, nada de enamoramientos, nada de citas. No somos una pareja ni lo seremos, ¿entendido?
Un nudo se forma en mi garganta mientras trago saliva y asiento.
—Te proporcionaré un departamento para nuestros encuentros y para que vivas allí también—continúa—. ¿Tienes una cuenta bancaria?—pregunta. Niego con la cabeza—. Entonces abrirás una para que pueda depositarte el dinero: un millón al mes.
Siento que la palabra "Puta" se tatúa en mi frente. Quiero llorar, juro que quiero hacerlo, pero no se lo demostraré al señor Hamilton. Esto es lo que obtengo por vender mi virginidad en una aplicación. Justo en ese momento, el móvil de Landon suena; lo saca y lee el mensaje. Se levanta y dice:
—Debemos irnos, la doctora ya tiene los resultados de los exámenes.
Asiento, con la cabeza baja, y me levanto de la silla. Lo observo dirigirse a la cajera para pagar mientras yo salgo a tomar aire fresco. Camino hacia el auto de Landon y me detengo a un lado de él, esperando a que Hamilton llegue.
El trayecto al hospital transcurre en silencio. Al llegar, abro la puerta y salgo sin darle oportunidad a Landon de seguirme. Entro y, en el mesón donde lo vi por primera vez, se encuentra la doctora Cox. Al verme, me sonríe.
—¿Y el señor Hamilton?—pregunta.
—Él está...—mi respuesta se interrumpe cuando siento una mano en mi cintura que me hace callar.
—Aquí estoy. ¿Podría decirnos qué tiene mi novia?—interviene Landon, y no puedo evitar sentir un profundo desagrado hacia él en ese momento.
—Claro, síganme—responde la doctora, llevándonos al mismo consultorio de esta mañana. Nos sentamos y muevo mi pie impaciente, esperando que comience a dictar los resultados.
—Bueno, Clarissa, la causa de tus desmayos y mareos es que tienes las defensas bajas; estás cerca de tener anemia—dice al fin, y mis ojos se llenan de lágrimas—. Necesitas tomar unas vitaminas que te voy a recetar, comer bien y descansar. Después de una semana, regresa para un chequeo.
—Nada de embarazo—continúa, leyendo el papel en su mano—. No hay enfermedades infecciosas ni de transmisión sexual; estás bien, solo necesitas fortalecer tus defensas. ¿Tienes alguna pregunta?
La única pregunta que me atormenta es: ¿Hamilton hizo que me hicieran esos exámenes? ¿Embarazo? ¿Enfermedades sexuales? ¡Pero si él sabe que soy virgen! Por Dios.
—Bueno, aquí tienes—la doctora me extiende una hoja, que tomo con manos temblorosas—. Ahí están las vitaminas y algunos alimentos que deberías incluir en tu dieta.
Asiento en señal de comprensión.
—Gracias—murmuro.
—Estoy aquí para ayudar—me responde con una sonrisa.
Landon se levanta y estrecha la mano de la doctora en señal de despedida; yo hago lo mismo antes de salir. Él intenta tomarme de la mano, pero me zafó, alejándome de él.
En el auto, por tercera vez en el día, pienso que me dejará en casa, pero noto que se desvía del camino.
—¿A dónde vamos?—rompo el tenso silencio.
—A la farmacia.
—¿Para qué? ¿Para comprobar que no estoy embarazada por obra del Espíritu Santo?—respondo con sarcasmo.
—No, ¿qué te pasa?
—Tú, imbécil. ¿Cómo pudiste pedir que me hicieran exámenes de embarazo y de enfermedades de transmisión sexual sabiendo que soy virgen?
—No los pedí; solo mencioné que te hicieran un examen general. Supongo que eso incluía lo del embarazo y todo eso.
Oh. No lo había considerado. Ahora todo tiene sentido.
—Lo siento, señor Hamilton—me cruzo de brazos, sintiéndome un poco culpable.
—Eres tan rara—revela, con una sonrisa divertida—. Ayer me tratabas de usted y ahora me llamas imbécil.
No digo nada porque es cierto. Finalmente llegamos a la farmacia, que se asemeja más a un supermercado por la variedad de productos. Landon toma la receta que me dio la doctora y se dirige a una de las chicas detrás del mostrador; supongo que le preguntará por las vitaminas. Mientras tanto, yo exploro cada rincón del lugar. Llego a una sección llena de productos para chicas: todo es rosa y violeta, con ligas para el cabello, peines, cepillos, maquillaje y accesorios de todo tipo. Me quedo fascinada.
Agarro una delicada pulsera de plata decorada con diamantes de fantasía; me encanta, pero finalmente decido dejarla donde estaba.
—Llévatela—me dice una voz detrás de mí, haciéndome dar un brinco.
—¿Qué? No, no tengo dinero.
—¿Quién dijo que lo pagarías tú?—responde Landon con una sonrisa pícara—. Lo pagaré yo, así que llévatela.
—No…
Al ver mi negativa, él agarra la pulsera y la coloca en su bolsa. Empiezo a seguirlo mientras nos dirigimos a la caja. Landon paga por las vitaminas y la pulsera, luego me extiende la bolsa para que la agarre.
El camino a casa es silencioso. Al llegar, le agradezco débilmente y abro la puerta. Cuando estoy a punto de sacar mi pierna para salir, siento una mano agarrando mi brazo y tirando de mí hacia adentro.
—¿Qué...?
Mis palabras se ahogan cuando sus labios carnosos y su barba rasposa encuentran los míos. Landon da pequeños besos, y yo le respondo como sé, aferrándome a su nuca y acercándolo más a mí mientras él me abraza por la cintura. Saborea mis labios como si fueran su dulce favorito; yo lo sigo con mi inexperiencia. Su lengua finalmente encuentra la mía, luchamos por el control hasta que jadeo al sentir cómo la chupa y me separo por falta de aire, apoyando mi frente contra la suya.
—Esto va a ser difícil… —murmuro sin atreverme a completar la frase. «va a ser difícil no enamorarme de ti».
No me responde, solo me da un casto beso y se separa completamente de mi.
—Nos vemos... la próxima semana —dice y al fin salgo.
Respiro hondo al escuchar el auto alejarse y, al entrar a mi casa, una sensación de vacío me invade.
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