Capítulo 8: Es él.
Respiro aire puro, aire sano.
Siento que estoy en un lugar armónico, donde el tiempo parece detenerse.
Todo a mi alrededor es una neblina blanca que envuelve mis sentidos.
Un toque suave en mi hombro me hace girar, y mis ojos se llenan de lágrimas al reconocer al hombre que me dio la vida. Luce más joven, con una luz que parece emanar de su ser.
—Papá… —susurro, la voz quebrada por la emoción.
—Hola, mi linda princesa —dice, acariciando con su pulgar mi mejilla, como solía hacerlo en mis días más difíciles.
—¿Qué...? ¿Pero...?
—Shh, tranquila, mi niña —me dice mientras acaricia mi cabello con ternura—. Lamento no estar con ustedes, cariño, pero siempre los veo y los cuido desde donde estoy.
—Te extraño tanto, papi —un sollozo escapa de mis labios.
—Y yo los extraño a ustedes—responde con una sonrisa que ilumina su rostro—. Mi princesa, aguanta un poco más. Eres la luz de nuestra familia, y todo lo que has hecho será recompensado más allá de lo que imaginas. Te amo y estoy tan orgulloso de ti—me mira fijamente, como si pudiera ver lo que llevo dentro—. Estás en un buen lugar, Clarisa. Es él.
—¿Quién, papá? —pregunto, confundida por sus palabras.
Mi padre abre la boca para contestar, pero una voz profunda y varonil interrumpe el momento.
—¡Clarissa! ¡Despierta! —la voz resuena en el aire como un eco lejano.
Volteo hacia esa voz familiar y solo puedo ver sus ojos grises, intensos y llenos de una promesa silenciosa.
—Ve con él, mi princesa —me dice mi padre, su figura comenzando a desvanecerse en la neblina.
—¿Papá?... ¡Papá! —grito mientras lo veo desaparecer lentamente.
El dolor de su ausencia se clava en mi pecho cuando la voz vuelve a llamarme:
—Nena, reacciona...
Sigo el sonido de esa voz hasta que…
El olor a alcohol penetra mis fosas nasales y me hace entreabrir mis ojos encontrándome a Landon con sus ojos inspeccionandome y con su ceño fruncido, lleno de preocupación. Mi respiración es un asco y la trato de normalizar. Estoy acostada en un sofá, me imagino que fue el señor Hamilton quien me trajo hasta aquí.
—Lan…
—Shh, no te muevas —me dice acunando mi cabeza con sus manos—. ¡Fanie! ¡ven aquí, ahora!—grita.
Muevo mis ojos por toda su cara y lo que noto es miedo y muchas preocupación. Mi cabeza siente un leve dolor y estoy aturdida.
—Dígame seño… ¡Ay Dios! ¿Qué le pasó? —una voz femenina y unos pasos acercándose es lo que noto.
—Se desmayó. ¿Puedes llamar a Jamie para que venga? —pide Hamilton.
—Enseguida señor.
La puerta suena en señal de que salió. Tengo tantas preguntas por querer hacerle a este hombre de ojos grises pero mi estado no me lo permite.
—¿Po-or qué? —titubeo en un susurro luego de unos minutos.
Nesecito saber por qué se creo un perfil falso, necesito saber si es un comprador de vírgenes, necesito saber por qué a mí.
—¿Qué pasó, Landon? —la voz de otro señor llega. Volteo para mirarlo y es un hombre mayor, sus canas sobresalen en el castaño de su cabello.
—Se desmayó —repite por segunda vez—. Revisala.
Landon se aleja para darle paso al señor.
—Bien señorita, soy el doctor Jamie y trabajo para ese hombre que ves allí —lo señala. Saca una especie de linternas que más bien parece un bolígrafo—. Vas a mirar directamente a la luz y vas a seguirla, ¿okey?
Asiento como puedo. Mis ojos se mueven de izquierda a derecha siguiendo la pequeña luz amarilla. Toma mi pulso en la muñeca y cuello y palpa mi frente. Hace una mueca al mirarme bien la cara.
—Estas pálida, señorita…
—Clarissa —musito suave.
—Señorita Clarissa —asiente—, como le dije se encuentra muy pálida para mi experiencia como doctor, podría ser el desmayo u otra cosa. Sus ojos se encuentran amarillezcos, y me temo que tenga principios de anemia, pero para descartar eso tendría que hacerse unos exámenes.
Tengo ganas de llorar con todo lo que me dice. «¿Yo también estoy enferma?». No quiero ser otra carga más, y si estoy enferma no podré conseguir el dinero.
—Retírate, Jamie —exige Landon a él doc.
—Pero la señorita…
—Yo me encargo —lo interrumpe.
—Doctor...—lo llamo cuando lo veo incitar a levantarse. Me mira—. ¿Sería muy grave si tengo anemia?
Sueno como una niña pequeña. La inocencia sobresale. Odio esta situación, odio estar así.
—Primero hay que hacerte unos exámenes, Clarissa —es lo que dice y se retira.
Me arden los ojos como si una brasa ardiente estuviera justo debajo de ellos y todo mi alrededor se vuelve borroso. No sirvo para nada, me despiden, y ahora estoy enferma, ¿cómo podré entregar mi virginidad? Cuando llegue el día ¿me desmayaré igual? Tengo miedo, mucho miedo. Sollozo y mis lágrimas por fin salen de mis ojos. Lloro por tantas cosas a la vez, siento una presión en mi pecho mientras más lágrimas salen.
Me sobresalto cuando Landon se sienta a mi lado. Por un momento se me había olvidado que estaba en su oficina, con él.
—Lo si-siento —tartamudeo y seco mi lágrimas—. Creo que… tengo que irme —me levando y camino hacia el escritorio en donde está mi bolso.
—¡No, espera! —exclama, acercándose a mi—. Cuenta lo que te pasa —se acerca a mí.
—Ya oyó al doctor… —mi voz tiembla, sin embargo, finjo estar firme.
—Si, pero eso no es lo que quiero saber —me interrumpe—. ¿Que estas pasando para que tomarás esa decisión de…?
—Situaciones, señor —lo interrumpo, y me sorprendo de mi voz clara—. No creo que le importe tanto… total sólo quiere mi virginidad.
—No—gruñe—. Si supieras por que te cite…la verdad es que solo quiero ayudarte. No puedo decirte más, porque me tacharías de loco.
Sus ojos grises me observan con una mezcla de preocupación y algo más, pero no lo logro descifrar. Aún con mis ojos llenos de lágrimas, le respondo.
—¿Es usted samaritano?, ¿ayuda a todas las vírgenes? —Ironizo.
Niega y suspira, lo veo caminar hacia mí y me agarra de los hombros con una inesperada firmeza, para luego mirarme a los ojos. En este momento su cercanía no me molesta, más bien lo siento como un consuelo.
—La única a la que quiero ayudar, es a ti.
Niego.
—Pero no entiendo, ¿cómo supo que yo…?
Un mareo me invade de repente y Landon me sostiene de la cintura para evitar que caiga. Cierro los ojos con fuerza, deseando que todo pare.
—¿Has comido algo? —me pregunta con preocupación.
Pensándolo bien, no. La última vez que comí fue cuando Sav me llevó a la cafetería y solo digerí un rollito de pan con queso. Niego abriendo los ojos.
—No, señor, no pude…
—¡Fanie! —llama a la mujer que entró hace minutos.
La puerta se abre: —¿Sí, señor?
—Tráeme un sándwich y un jugo, rápido —le pide.
—Por favor... —musito, reprendiéndolo suavemente.
Landon me dirige hacia el sofá. Me siento y suspiro, sintiendo que mi cabeza está en un torbellino. Quiero salir rápido de aquí y refugiarme en los brazos de mi madre como cuando era pequeña. Quiero descansar.
—No me sorprendería si tuvieras anemia —su voz me hace alzar la cabeza para mirarlo. Está serio, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—No tuve tiempo de comer —bajo nuevamente la mirada.
—¿Ah sí? Pero si son más de las tres de la tarde, ¿cómo que no te dio tiempo?
Abro la boca para refutarlo, pero el sonido de la puerta y unos pasos me hacen cerrarla.
—Aquí tiene, señor.
—Puede irse, Fanie —contesta Landon sin apartar la vista de mí.
La pobre Fanie sale mientras Hamilton me extiende un plato con el sándwich y un vaso con jugo de naranja.
—Come despacio —me dice antes de volver a su lugar.
Con vergüenza empiezo a comer; mi estómago lo agradece. El sándwich trae queso, jamón, tomate y lechuga con aderezo; está delicioso. Quiero reír por lo absurdo del momento, pero me contengo.
Le agradezco a Hamilton mientras me levanto.
—Gracias, señor —digo con la cabeza gacha por la pena—. Y disculpe por todo lo ocurrido hoy; sé que me citó para hablar de... ya sabe, y no se pudo. Quiero decirle también que si ya no me quiere comprar, lo entenderé —aclaro nerviosa—. Pero si la propuesta sigue en pie, me gustaría que nos viéramos otro día; tengo preguntas que le quiero hacer.
—Mírame —me dice con firmeza.
Lo hago y siento una mezcla de vulnerabilidad y determinación en su mirada.
—Te dije que quiero ayudarte... Solo no me preguntes por qué. La propuesta sigue en pie.
Mi corazón se acelera y un alivio inesperado me inunda. No sé por qué, pero es como si un peso se levantara de mis hombros. Lo miro y siento una necesidad abrumadora de abrazarlo, de que me devuelva ese abrazo. En el fondo, creo que anhelo ese contacto humano, ese consuelo que solo un abrazo puede brindar.
—Necesito tu dirección. Mañana mandaré a alguien a buscarte para vernos, pero primero te llevará al hospital para realizarte unos exámenes —continúa con seriedad.
Luego se vuelve hacia su escritorio y coge un bolígrafo junto con un pedazo de papel. Me lo extiende y me pide que escriba allí mi dirección y número telefónico. Lo hago y luego se lo devuelvo. Recojo mi bolso, sintiendo una mezcla de nerviosismo y confusión.
—Bueno, señor… me voy. Adiós —digo rápidamente.
Abro la puerta apresuradamente, sin darle tiempo a responder. Bajo en el ascensor, llamando a Savy para decirle que ya estoy afuera. Ella me responde que está cerca y ya viene.
Mi corazón late con fuerza mientras pienso en lo sucedido. No entiendo qué gana Landon con esto. «¿Qué quiere de mí?» me pregunto, inquieta. Mañana le preguntaré; tengo tantas dudas que necesito aclarar.
Cuando veo el auto de mi mejor amiga, camino rápido hasta llegar a él y me subo, respirando profundamente.
—¿Qué sucedió? —me pregunta Savy, su voz llena de curiosidad.
—Harry... no es Harry. Es Landon Hamilton.
—¿What? —exclama, sus ojos se agrandan como platos—. ¿El señor Landon Hamilton es él?
—Sí, ahora conduce, por favor.
❤️🔥❤️🔥❤️🔥
—¿A qué hora te pasará a buscar? —pregunta Savy, su voz llena de curiosidad.
—No lo sé —me encojo de hombros, aunque no me ve—. Le di mi número, me imagino que me enviará.
Estoy hablando con mi amiga por teléfono. Después de dejarme en casa, me dijo que me llamaría más tarde para hablar bien, ya que tenía algo que hacer. Y cumplió.
—Ay, Clarissita, yo pensaba que ibas a tener a un viejo baboso, pero lo que tienes es un viejo sabroso. Menos mal que somos amigas, ¿eh?
Me río, aunque una parte de mí se estremece al recordar lo que sucedió hoy.
—No es un viejo, Savy, y sí, yo también tenía pavor de que fuera alguien horrible. Pero… —me muerdo el dedo índice por el nerviosismo— Sav… no te he dicho algo importante.
—Okeeey, dime.
—Es que… me desmayé.
—¿Qué? —su voz se eleva, llena de preocupación.
—Cuando estaba en la oficina de Hamilton, me desmayé. Tuve un sueño con mi padre y luego desperté. Landon llamó a un doctor y me examinó. Me dijo que tenía que hacerme unos exámenes porque me veía pálida y puede que… —trago saliva— tenga anemia.
—¡¿Qué?! —repite más exaltada—. Yo sabía que te ibas a enfermar. No descansas de nada y no comes bien; trabajas y trabajas. Es obvio que te ibas a enfermar —la oigo suspirar—. ¿Qué vas a hacer?
—Mañana voy al hospital cuando Hamilton venga por mí —le digo—. Fue él quien me sugirió ir.
—Uf, por lo menos se preocupa por ti y no solo quiere tu coño.
Hago una mueca.
—Todavía no lo sé; puede que se preocupe por mí porque quiere mi coño, como tú dices.
—Oh, cierto.
Decido cambiar de tema para distraerme un poco.
—¿Y tú? ¿Cómo te va en la universidad?
Ella me cuenta que va bien, aunque hay una materia que no le gusta. De broma, me dice que le llegó una lencería brillosa de Europa y me río, negándome a aceptarla. Al final, dejamos de hablar porque ya es tarde y tengo que descansar.
❤️🔥❤️🔥❤️🔥
Al día siguiente, me levanto y me alisto: jeans ajustados y un suéter sencillo que me da un poco de calor en esta mañana fría. El aroma a café recién hecho se mezcla con el de las tostadas en la cocina. Desayuno con mamá, quien parece más preocupada que de costumbre; mi hermanito ya lo había llevado para la escuela y Ed está encerrado en su cuarto.
—¿A dónde vas? —pregunta mamá, con un tono de preocupación.
—Solo a buscar trabajo —respondo, tratando de sonar casual. Su mirada se entristece, y siento un nudo en el estómago; no quiero preocuparla más.
De repente, mi teléfono vibra. Lo miro con curiosidad.
»Número desconocido:
Sal, el chofer está esperándote«
No necesito pensarlo mucho para adivinar de quién se trata. Salgo, despidiéndome rápidamente de mamá, y veo un auto negro estacionado. Un hombre de unos cincuenta años está parado junto a él. Suspiro profundamente antes de acercarme.
—Buenos días, ¿usted...?
—Buenos días, señorita. El señor Landon me mandó a buscarla —me interrumpe con un tono profesional.
—¿Disculpe? —pregunto, confundida.
—Que el señor Hamilton me ha enviado para llevarla a donde usted quiera.
—Oh —me sonrojo—. ¿Le dijo que íbamos al hospital?
—Sí, ya tiene su cita apartada. Es en... —mira su reloj— veinte minutos. Así que, andando.
Me abre la puerta del auto y subo a él. En la carretera, mis nervios aumentan; no me gustan las inyecciones y detesto la idea de que me saquen sangre. Me paralizo al ver la entrada del hospital; es un lugar privado y no esperaba menos de Landon.
El chofer —que aún no me ha dicho su nombre— me abre la puerta y extiende su mano para ayudarme a salir. Camino a su lado mientras mis nervios se disparan al entrar en la fría sala de espera, llena de personas; pacientes y doctores que se mueven rápidamente.
—Por aquí, señorita —dice mientras coloca una mano en mi espalda para guiarme hacia una recepción—. Buenos días, vengo de parte del señor Hamilton —le dice a una mujer detrás del mesón redondo.
—Ah sí, la doctora la espera en su consultorio —le responde—. En la sala 5.
—Gracias —musito, sintiéndome cada vez más inquieta.
Caminamos por un pasillo hasta llegar a una puerta con el número 5 pegado a ella. Toco suavemente antes de abrirla.
—¡Pase! —se escucha una voz desde dentro.
—Hasta aquí la acompaño, señorita —dice el chofer.
—Por favor, trátame de tú; y quisiera saber cómo te llamas —le digo con una sonrisa tímida.
—No sé si debo hacerlo, señorita —responde con seriedad—. Me llamo Luis.
Asiento sin más remedio y entro al consultorio. Una mujer rubia con algunas canas sonríe desde detrás del escritorio; tiene un cuerpo entre delgado y rellenito.
—Hola, tú debes ser Clarissa, ¿cierto? —pregunta.
Asiento nuevamente, sintiéndome un poco más tranquila.
—Bueno, déjame unos minutos —dice mientras saca su teléfono del bolsillo y empieza a teclear.
La conversación es breve y me frunzo el ceño al escucharla mencionar a Landon: «¿Vendrá?». La idea me incomoda; no quiero verlo ni que me vea chillar cuando me saquen sangre. Supongo que llamó a otro doctor para examinarme mejor.
—Te haré una serie de preguntas primero, ¿okey? —dice, sacándome de mis pensamientos.
Asiento mientras comienza a preguntarme sobre mi dieta, enfermedades hereditarias en mi familia y cómo me he estado sintiendo últimamente. Respondo sinceramente a cada pregunta.
De repente, alguien toca la puerta antes de abrirla... Un olor exquisito invade la habitación.
—Buenos días, señor Hamilton, siéntese —dice la doctora con una sonrisa profesional.
Carajo, Hamilton está aquí.
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