Capítulo 4: Edward Smith.
—Adiós Travis, nos vemos mañana —me despido de mi amigo.
Es lunes por la noche y mi ahora amigo Travis como casi siempre me trae a casa sana y salva. Lo he catalogado como amigo porque he empezado a convivir más con él y con Mara, ella también es mi amiga.
—Hasta mañana, Clarissa.
—Adiós, Clari —Mara saca su mano por la ventana y la agita. Yo hago lo mismo desde la acera.
Ha pasado una semana desde que vi por última vez al señor Hamilton, y no hay ninguna relevancia de esta semana. Oliver se había ido de viaje con su padre y no lo vi, la señora Matilda es la misma pero un poco más amable.
Me adentro a mi casa y es raro no encontrarme a mi mamá en la sala, le resto importancia y dejo las cosas en el sillón, me encamino hacia la cocina y tomo un vaso con agua.
Me dirijo a mi habitación pero cuando paso por la de mi hermano menor siento como tose ruidosamente, sin importarme nada abro la puerta y me lo encuentro tirado en el piso agarrándose el pecho con una de sus manos, está tosiendo y su respiración es errática. Se está ahogando.
—¡Dios mío, Edy! —entro preocupada.
Él sigue tosiendo y veo como le salen lágrimas, sé que está sufriendo y sollozos salen de mi por eso.
—¡Mamá! —grito fuerte.
No puede ser que mamá no lo haya escuchado. Cuando ella entra su rostro cambia a uno de miedo y preocupación.
—Oh dios mío, ¿qué pasó?
—¡Llama al 911! ¡Rápido, por favor! —exclamo.
Asiente y sale despavorida.
Trato de calmar a mi hermano, le digo que trate de respirar calmadamente pero niega. Ha dejado de toser, sin embargo, si respiración sigue irratica.
—Ya vienen —anuncia mamá al entrar—. Edward, ¿Qué pasó, hijo? ¿Por qué estás así? —con lágrimas en los ojos le cuestiona.
Mi hermano, obviamente, no responde y sólo niega. A los lejos escucho las sirenas de la ambulancia, le pido a mamá que prepare un bolso con lo necesario para irme con él. En todo el ajetreo descuido por un momento a mi hermano y este deja de respirar, grito angustiada y en un par de segundos la puerta es abierta. Entran y le dan los primeros auxilios, Edward da un gran suspiro y vuelve a respirar, sin embargo, queda inconsciente. Lo trasladan a la camilla, y de ahí hasta la ambulancia.
Mamá me da el bolso con las cosas y me despido de ella. Le prometo que todo estará bien.
Ya en la ambulancia, le ponen oxígeno y le hacen sus revisiones. Me pregunta si sabe más o menos lo que pasó pero niego completamente.
—Solo llegué a casa y lo encontré así —digo con voz entrecortada.
Edward Smith sólo tiene 16 años de edad, él era un chico como cualquiera; jugador de fútbol, amistoso, buena persona y sobre todo amoroso. Todo eso cambió el día en que papá murió, se volvió rebelde con mamá, ya no era amigable, no se la pasaba en casa y entre otras cosas ajenas a lo que era él.
Recuerdo cuando mi madre lo puso en mis pequeños brazos, pensé que se me caería.
—Ven cariño, ven a ver a tu hermanito —me animó papá. Él era el más feliz por tener un hombrecito que, según él, nos cuidaría.
Me acerqué con cuidado, y acaricié con mi pequeño dedo su rostro sonrojado. Tenía dos semanas de haber nacido, y ya sus ojos –verdosos con los de papá–estaban abiertos.
—¿Puedo calgarlo, papi? —le pregunté. Este asintió y me explicó como poner mis brazos.
Colocó a Ed en ellos, tenía miedo de dejarlo caer pero padre dejó sus manos debajo de mis brazos para ayudar.
—Hola Edy, soy tu hermana mayor —le hablé, esperando a que me entendiera—, me llamo Clarissa, pero tú me puedes decir princesa Clari, ya que soy una princesita. ¿Cierto, papá? —mire a mi padre.
—Muy cierto, mi princesa.
—Ves, pero necesito al caballero para que me defienda de los niños malos y para eso estás tú —Ed no emitió nada, ya que sólo tenía una semana. Pero sus ojos sólo me veían a mí con su ceñito semi-fruncido.
Desde ese día nunca me separé de él, a pesar de tener 5 años de diferencia nunca le vi impedimento de estar con mi hermano. Y ahora verlo como está, me duele muchísimo, si, se ha vuelto rebelde pero eso no lo hace dejar de ser mi hermano.
Rápidamente ya nos encontramos en urgencias, y meten a mi hermano a una habitación, y cuando iba a entrar me cierran la puerta. Me pego a la pared y me deslizo por ella, mis piernas las apego a mi pecho sollozando en silencio. Agarro mi cara tapándola.
—¡De nuevo! —se escuchan adentro, al igual que escucho como pegan algo contra su cuerpo.
Niego la cabeza y me levanto para ir a recepción y llenar la hoja requerida. Mientras avanzo le rezo a Dios para que mi hermano esté mejor. Me siento mal, estoy cansada, me duele la cabeza, pero lo único que me importa es mi hermano.
«¿Qué fue lo que le pasó?»
«¿Tan mal lo descuidé para desconocerlo?»
Preguntas que me golpean en la cabeza como balas.
—Buenas noches señorita, vengo a rellenar la hoja hospitalaria —le digo a la chica un par de años mayor que yo. Esta me mira con compresión y me pasa la hoja.
La dicha hoja pide las referencias personales, y del representante ya que estamos hablando de un menor de edad. Las lleno y se la entrego.
Me siento en la sala de espera y mis ojos pesan de lo hinchados que están. Quiero volver a llorar porque no sé que hacer, no me han dicho nada sobre mi hermano. Mi estómago ruge y recuerdo no haber comido nada, la punzada en mi cabeza se hace más latente y siento que va a explotar. Rebusco en mi bolso para ver si tengo alguna pastilla para el dolor y no hay éxito, pero si tengo un poco de dinero para poder ir a la tiendita que está a las afueras del hospital y comprar algo para comer…
—¿Es la familiar del joven Edward Smith? —la voz gruesa de un doctor me quita la atención y volteo a verlo.
—Si, soy su hermana —me levanto y lo miro esperanzada—. ¿Me puede decir que le pasó?
El doctor me mira y asiente.
—Bueno, le estamos haciendo unos exámenes para determinar todo —empieza a decir—. Pero lo más probable es que sea enfisema ¿Sabes si él fuma?
—No… no que yo lo sepa.
—Bueno, sus pulmones tenían… tienen pequeñas manchas y en algunos lugares y sus pulmones tienen un tamaño mayor que lo normal —agrando mis ojos—, por eso te pregunto ¿realmente no fuma? Es normal que adolescente experimenten esta clase de mal hábito, pero en su caso es mucho más avanzado de los que un joven común experimenta.
Con mis ojos llenos de agua sacudo la cabeza en negación. ¿Cómo pudo mamá descuidarlo? ¿cómo pude yo ignorarlo? Sabía del hecho que llegaba tarde a casa, pero pensaba que estaba con sus amigos en algún centro de juegos o que estaba estudiando ¡dios!, que ganas de llorar.
—¿Tiene consecuencia? ¿Tiene tratamiento? ¿Mo... morirá? —pregunto con temor.
Junta sus labios para luego echar un largo suspiro.
—Bueno, las pequeñas manchas pueden crecer y expandirse más si no se combate antes de tiempo, es una de las consecuencias, ya que eso poco a poco puede tapar por completo las vías respiratorias y pasar casos más frecuente como del día de hoy.
»Tiene tratamiento, si—prosigue—, pero aquí no contamos con los medicamentos como los broncodilatadores, que suelen venir en inhaladores estos pueden ayudar con la falta de aire y facilitar la respiración. Hay otros medicamentos que son un poco más efectivos en cuanto a limpiar los pulmones como lo son: Abulterol, Levalbuterol e Ipratropio pero como te dije, en este hospital no tenemos esos tratamientos.
Gruesas lágrimas resbalan por mis mejillas tras todo lo que relata el doctor.
—¿Qué más se puede hacer? —le cuestiono.
—Por los momentos reposo, alejarse de humos de cualquier tipo, olores fuertes, y no entrar en agitación—me explica—. Beberá jugo de naranja, comerá comidas balanceadas, y estará prácticamente en calma.
—¿Sabe por casualidad en cuanto están los medicamentos que necesita?
—El más barato está en mil quinientos dólares.
Dios, tendré que dar la vida para conseguir ese dinero. Pediré un préstamo a la cafetería o a los señores Spencer. Y creo que todavía no alcanzaría. Mamá también tendrá que ayudar en algo.
—¿Puede ir a verlo?
—Si —me dice—, pero recuerda, nada de agitación.
Asiento, y me dirijo hacia la blanca habitación. Entro y lo veo acostado con sus ojos cerrados, ahogo un sollozo que lucha con salir de mi boca. Me acerco a él, y le corro el cabello que estaba en su frente a un lado. Y es allí en que abre los ojos.
—Hola —musito—, ¿Cómo te sientes?
—Bien —su voz sale rasposa.
—¿Qué te ha pasado Edy?
Como puede bufa y se encoge de hombros.
—¿Qué te puedo decir? ¿Que no lo sé?
—Respondeme, ¿has estado fumando cigarrillos?
—Tal vez sí, tal vez no.
—¡Eso no es juego Ed! Estás grave, y no hay dinero para comprar los putos medicamentos que necesitas —suspiro, calmandome—, por favor, sólo de ahora en adelante tienes que colaborar. Pediré que te congelen en el instituto ya que estarás en reposo absoluto, no saldrás de la casa, cerrarás su ventana ya que podría entrar humo y no puedes aspirar eso.
—Preferiría estar muerto.
—Que mal agradecido eres, no puedo creer lo que dices. No eres el que conozco —niego—. ¿Sabes que? Te dejaré solo para que pienses y analices bien.
Me volteo, me parte el corazón que él prefiere estar muerto a haciendas de que mamá sufriría más, a estar con nosotros…
Sin esperar respuesta, salgo de aquella habitación. Me dirijo al pequeño lugar de comida, compro un sándwich y un jugo mientras llamo a mamá para decirle que venga ya que yo tengo que descansar y pensar con cabeza fría lo que haré de ahora en adelante.
Haré lo que sea necesario, pediré préstamos, trabajaré el doble o… tomaré la opción de Sav, vender mi virginidad.
•~•~•~
Se viene, compis😐
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