Capítulo 15: Tenerte en mi brazos
—¿Y por qué no lo llamas y le agradeces? —pregunta mi mejor amiga, su voz llena de curiosidad.
—No, no seré yo quien rompa este contacto cero —respondo, con determinación.
Ella niega con una mezcla de frustración y resignación.
Estamos en mi habitación, el lugar donde tantas veces hemos compartido risas y secretos, pero hoy el ambiente se siente pesado. Ha pasado una semana y media desde la última vez que vi a Landon, y la ausencia de noticias suena como un eco en mis pensamientos. Ni una palabra, ni un mensaje, ni una llamada. La última vez que me contactó fue esa noche, cuando me pidió los nombres de los medicamentos de mi hermano. Después de que se los envié, me dejó en visto. Es extraño, porque Landon siempre encuentra una razón para escribirme, y su silencio me hiere más de lo que quisiera admitir.
Ayer, sin embargo, llegó una caja mediana con los medicamentos que le mencioné. Un envío proveniente de Londres, según el sticker en la caja. En ese momento, una mezcla de alivio y ansiedad se apoderó de mí. Afortunadamente, mi madre no estaba en casa y pude esconderla rápidamente. Cuando le mencioné a mi madre que había conseguido los medicamentos restantes para Edward, sentí la punzada de la mentira en mi pecho. Ella sospecha, de eso estoy segura, aunque no dice nada. La respuesta que le di sobre el farmacéutico me dejó con un sabor amargo.
—¿No lo extrañas un poco? —insiste mi amiga, y en su pregunta siento la verdad a punto de escaparse de mis labios.
—No —respondo, negando con la cabeza, pero sé que mis ojos cuentan otra historia. Estoy deseando que suene mi teléfono, que su nombre aparezca en la pantalla. Pero no daré el primer paso.
—Bueno, cambiemos de tema. ¿Ya le respondiste a la universidad? —cambia de estrategia.
—No, todavía no. —Mi voz suena más apagada de lo que quisiera.
—¿Por qué no? Hazlo ya —me anima, casi suplicando.
—Porque mi hermano todavía no se ha recuperado del todo —le explico, el peso de la preocupación reflejándose en mi rostro—. Cuando esté mejor, le respondo. Aún no estoy segura de qué decirles.
Ella frunce el ceño, dejando caer una pequeña risa.
—Dile que sí; tu "ruquito" te ayudará a pagarla.
—Primero, él no es mi "ruquito". Segundo, no estoy tan segura de que lo de Landon y yo dure...
—Claro que sí durará —me interrumpe, eyectando un brillo en sus ojos—. Solo necesitas enamorarlo, y ¡bum! Se quedará contigo para siempre.
Niego riendo, aunque en el fondo su positivo optimismo me hace sentir un poco de esperanza.
Cambio de tema y la conversación se desplaza hacia su vida. Me cuenta sobre un chico, el hermano de una compañera, que le gusta. Le lleva cinco años, pero eso no la detiene ni un poco. Su emoción contagiosa me hace sonreír. Después, habla sobre cómo su madre está expandiendo su boutique a otros estados del país. Es imposible no alegrarme por ella; siempre he admirado su valentía y dedicación.
Poco después, me dice que tiene que irse. La despido y me quedo sola, pensativa.
Minutos más tarde, escucho la puerta de entrada cerrarse de golpe. Me levanto y voy a la sala. La escena que encuentro es desanimante: Tom, con la cara roja de enojo, y mi madre, con una expresión seria. Mi hermano lanza una bolsa al suelo y me pasa de largo, sin prestarme atención.
—¡Tomas, ven para acá! —exclama mi madre, pero él ignora su llamada.
—¿Qué pasó? —le pregunto, tratando de desentrañar la situación.
—Tom está rebelde —responde mi madre con un suspiro, sus manos en las caderas—. Se enojó porque le dije que no podía comprarle el juguete que quería.
Mi madre y Tom se fueron al parque de diversiones, tal como yo había pedido. La semana había sido larga y estresante, y no habían salido ni siquiera el 4 de julio. Decidí que un poco de diversión les vendría bien mientras yo me quedaba en casa, acompañando a Sav y cuidando a Ed.
—¿Cuánto costaba? —pregunto, intentando calmar mi propia curiosidad.
—No pregunté, pero se veía muy costoso. No tenía ese dinero —responde ella con un tono de desánimo.
Le había dado un poco de dinero a mi madre para que compraran golosinas y comieran algo. También les di para los juegos del parque, así que sabía que no podían haber gastado todo.
—¿Dónde queda esa tienda? —insisto.
—¿Para qué? No se lo irás a comprar, ¿verdad? —me pregunta, con una ceja levantada.
Hago una mueca, consciente de que mis intenciones son un poco demasiado generosas.
—Sí, mamá. Tom es un niño, y quiero que sea feliz.
—No hay dinero, Clarissa. ¿Cómo piensas comprarlo? —me inquiere, y su mirada seria me hace sentir pequeña—. Tampoco te he visto trabajar en la cafetería últimamente, así que no puedo creer que de allí venga el dinero. ¿De dónde lo sacas, Clarissa? Quiero la verdad.
La intensidad de su mirada me intimida. Sé que mi madre desconfía, y su inquietud me provoca un torbellino en el estómago. Temo que, al descubrir la realidad, me culpabilizará de todo.
—Mamá... yo…
Justo en ese momento, el pitido de mi celular interrumpe mis pensamientos. «Landon H» brilla en la pantalla. Lo pongo en silencio, sin saber si me atreveré a contestar.
Mi madre, con los brazos cruzados, espera que hable, su expresión una mezcla de preocupación y escepticismo.
—Ya te he dicho, mamá…
Pero nuevamente, mi teléfono interrumpe, esta vez con una llamada insistente de Landon. Me apresuro a ponerlo en silencio. ¿Por qué ahora?
—¿Por qué no contestas? —me pregunta mi madre, su tono cada vez más severo.
—Porque estoy hablando contigo, madre —le digo, intentando mantener la calma mientras las dudas rondan mi mente—. Y, bueno, sobre el dinero…
Justo entonces, el timbre de la puerta suena, rompiendo la tensión en el aire. Le sonrío a mi madre, indicándole que iré a abrir, y me dirijo a la entrada.
Al abrir la puerta, quedo paralizada ante la imagen que tengo frente a mí.
Landon Hamilton está aquí.
En mi casa.
Con mi madre justo detrás de mí.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto, sin poder ocultar la sorpresa en mi voz.
—¿Quién es usted? —pregunta mi madre, deteniéndome en seco.
Miro a Landon, su mirada se encuentra con la mía y, en un instante, mi mayor temor se cumple: que mi madre conozca a Landon.
—Mucho gusto, señora. Soy Landon Hamilton… el dueño del departamento donde la señorita Clarissa se quedará —su voz grave me provoca un escalofrío y me recuerda cuánto lo he extrañado.
—Mucho gusto, si, ella me comentó algo. Disculpe que sea grosera, pero ¿qué hace aquí? —mi madre inquiere, su tono más firme de lo que me gustaría.
Landon traga, como si tuviera que reunir valor para lo que viene. Me mira, y es mi turno de intervenir.
—Mamá, ¿por qué no me dejas hablar con el señor Hamilton? —le digo con calma—. Hoy es domingo y me imagino que es importante lo que tiene que decirme.
—Está bien. Pueden pasar a la sala —responde, aunque su expresión aún indica que no confía del todo en él.
—No te preocupes, madre. Hablaremos aquí afuera —le aseguro, mientras guío a Landon hacia el patio.
Respirando hondo, intento liberar la tensión en mi pecho. No sé por qué está aquí, pero no debería haber venido. Me doy cuenta de que Landon viste unos pantalones vaqueros negros y una camiseta simple, una apariencia casual que me hace verlo más joven. Lo extraño; todo de él me resulta familiar y reconfortante.
—¿Qué quieres, Hamilton? ¿Por qué has venido a mi casa? —pregunto, intrigada por saber su motivo.
—No estaría aquí si no te dignaras a mudarte al departamento. ¿Por qué no lo has hecho? —contesta, cruzándose de brazos, su mirada fija en mí.
Me pierdo en su expresión seria y la sensación de anhelo se apodera de mí. La verdad es que no me he mudado porque su ausencia me ha dejado confundida. La idea de habitar ese departamento sin él parece inapropiada.
—Porque... no quiero —respondo, tratando de encontrar la seguridad que me falta.
—Eso no es una respuesta, Clarissa —me gruñe, y su tono me hace sentir pequeña—. Recoge tus cosas, que hoy te instalas.
Landon da la espalda para caminar y...
—¿Qué? ¿estás loco? —increpo.
Esto es increíble, ¿cómo me puede mandar así y en mi casa?
Landon se gira y avanza con determinación, acercándose a mí. Sus dedos se deslizan por mi nuca mientras acerca sus labios a los míos. Un escalofrío recorre mi cuerpo; el temor de que mamá pueda vernos en algún rincón de la casa me abruma, pero el aliento mentolado mezclado con el whisky escocés que ha estado bebiendo me embriaga como un suave hechizo.
—¿Es locura el deseo que siento de tenerte siempre a mi lado? —susurra contra mis labios—. Si es así, entonces estoy completamente loco, Clarissa. Estoy loco por ti. No sé qué demonios me has hecho, pero anhelo tenerte en mis brazos para siempre.
«No puedo creerlo».
Landon Hamilton aparece y, con sus palabras, borra de mi mente su desaparición de una semana. Su voz resuena en lo más profundo de mi corazón, que late desbocado. Lo agarro por la parte posterior del cuello y, de puntillas, estampo mis labios contra los suyos. Él responde al beso con la misma intensidad, pero me separo, no solo por falta de aire, sino también porque no quiero que ninguna vecina chismosa nos vea.
—Si estás loco —me responde con una sonrisa—. Mañana me mudo a ese departamento, no hoy —declaro con firmeza.
—Pero…
—Pero nada —interrumpo—. Necesito resolver algunas cosas, y también tenemos que hablar sobre…
Mis palabras se detienen. «Sobre tu desaparición». No estoy segura de cómo sonará eso, así que decido callar. Landon frunce el ceño al notar mi silencio.
—¿Sobre qué?
—No, nada —niego con un gesto—. Nos vemos mañana.
—Nena… —una sensación electrizante recorre mi piel—. Quería estar contigo hoy.
—Bueno… será mañana —mis mejillas arden.
—¿Te gustaría salir a cenar más tarde? —pregunta, haciendo un pequeño puchero.
¿De verdad está haciendo pucheros? No puedo creerlo. El gran Hamilton, haciendo pucheros solo para mí.
—¿Burritos? —sugiero, recordando que hace unos días se me antojó y no he tenido la oportunidad de comprarlos.
—Lo que tú quieras, pero saldremos.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro.
—Está bien, te espero a las ocho donde siempre.
Asiente, me da un beso en la mejilla y se aleja. Lo observo salir de mi casa, quedándome ahí hasta que escucho el motor de su auto arrancar.
Al entrar, espero que mamá no esté en casa. La suerte parece estar de mi lado; la sala está vacía. Suspiro aliviada y me dirijo a mi habitación. Necesito organizar todo, dejar todo listo para mañana. También debo hablar con mamá, pero eso lo dejaré para más tarde.
•••
—Mami, tengo que decirte algo —anuncio con cierta nerviosidad.
—Dime, hija —mi madre responde, dejando su libro de lado y mirándome atentamente.
Me acerco y me siento junto a ella en la cama, sintiendo que el momento ha llegado.
—Saldré a comer con unos compañeros.
—Uhm, ¿y dónde? —su interés inmediato me alivia un poco.
—En… en la taquería de Don Benito —digo, el primer lugar que se me ocurre.
—Está bien —afirma, pero hay algo en su voz que me hace dudar—. ¿Me dirás lo que te dijo el señor Hamilton?
—Ah, sí, esa es la otra cosa que te iba a contar —acoto, sintiendo que la sinceridad se me escapa—. ¿Te acuerdas cuando te dije que me darían un departamento para cuidarlo y que también me pagarían por ello?
—Sí, ¿qué sucede con eso?
—Pues… mañana me tendré que mudar —sus ojos se abren como platos—. Vino a notificarme que el viaje se adelantó y quiere que me instale en el departamento.
Dentro de mí, una voz se recrimina: «Eres una mentirosa». Mi mente lucha con las palabras que acabo de soltar. Pero sé que debo mentir, para que todo suene creíble.
Mi madre asiente, pero no me mira a la cara, lo que me hace sentir aún más culpable.
—Pero te vendré a visitar siempre, mamá —digo rápidamente, apretando los brazos de mi sweater contra mi pecho—. Vendré a verlos y estaré pendiente de todos ustedes.
—Está bien, Clari. Ya estás grande y eso te da un poco de libertad —me dice, y una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro—. Yo a tu edad ya te tenía a ti.
Sonreímos, el recuerdo de lo que hicimos juntas llena la habitación de una luz cálida. Mamá me tuvo muy joven, y mi llegada fue un regalo inesperado que llenó de alegría sus vidas.
—Sí, pero en mi caso, todavía estoy joven para tener bebés —bromeo, soltando una risa.
Ella se ríe también, el sonido aliviando un poco la tensión de la conversación.
—Cuídate, hija, y disfruta de tu cena.
—Gracias, mami —le digo, dándole un beso en la frente antes de recordarle que esté pendiente de que Edward se tome sus medicamentos. Luego, salgo de su habitación y regreso a la mía.
Me miro en el espejo de cuerpo completo: llevo un vestido veraniego de un lila claro que me hace ver más pálida. Estamos en verano, y la noche trae contigo un color aplastante. Me aplico un poco del perfume nuevo que compré y un poco de brillo labial antes de salir.
Al salir de mi casa, veo aparcado en la esquina de siempre el auto de Landon. Camino hacia él con pasos apresurados, imaginando que ha estado esperándome todo el tiempo, y cuando llego, abro la puerta del copiloto y me siento.
—Hola —saludo, sintiendo un cosquilleo de emoción.
—Hola, nena —me responde con una sonrisa que ilumina su rostro. Acto seguido, me besa.
Es un beso breve, pero profundo, y lo disfruto. El silencio se llena de una complicidad agradable mientras comienza a conducir.
A los pocos minutos, nos detenemos en un local de comida que no es demasiado sofisticado, pero tampoco informal. Al bajarnos, entrelazamos nuestras manos, sintiendo la conexión que existe entre nosotros. Landon me hace pasar primero, como un buen caballero, y me guía hacia una mesa junto a la ventana.
Una chica se acerca a tomar nuestro pedido. Landon me dice que pida por él, lo que me pone un poco nerviosa. Me pregunto si le gustará el shawarma de pollo, pero eso es lo que pido para los dos junto con sus respectivas bebidas.
—Estás hermosa —me dice Landon una vez que la chica se aleja.
Mis mejillas se calientan y me sonrojo, dejando escapar un suave tartamudeo.
—Gracias... —respondo, incapaz de encontrar más palabras. Me siento como una adolescente recibiendo un cumplido por primera vez.
Sostenemos un silencio nervioso durante unos minutos hasta que él saca su celular y comienza a teclear en él. Yo miro a mi alrededor, observando a las familias, parejas y personas solas que pasan el tiempo en este lugar tan acogedor. Sin quererlo, saco mi propio teléfono de mi pequeño bolso y empiezo a navegar. De repente, escucho y veo un flash: Landon me ha tomado una foto.
—Lo siento, te veías tan tierna con ese ceño fruncido —sonríe ligeramente—. Me di cuenta de que te has hecho caso y te compraste un nuevo teléfono.
Es cierto, me he comprado un nuevo teléfono. Con un leve suspiro, transferí todos los recuerdos de mi antiguo dispositivo al nuevo, dejando atrás cuatro años de mi vida en los que guardé momentos significativos.
—Sí, realmente necesitaba un cambio de celular —respondo, intentando restarle importancia al tema.
Iba a decir algo más, pero justo en ese momento, la misma mesera que nos atendió al principio vuelve con nuestros pedidos. Nos acomodamos y comenzamos a comer en silencio, tratando de ser lo más educados posible. Mientras disfruto de mi shawarma, me concentro en no derramar el relleno. Al final, doy un par de sorbos a mi Coca-Cola para limpiar mi paladar y marco el final de mi cena. Landon ya ha terminado también, pero se sumerge de nuevo en su celular.
—¿Hablaremos o planeas estar toda la noche en tu teléfono? —pregunto, intentando que mi voz no suene a reproche, aunque claramente falla.
—Lo siento —dice, bloqueando su teléfono y guardándolo rápidamente—. ¿De qué te gustaría hablar?
—No lo sé, tú dime.
—¿Ya preparaste todo para mañana?
—Sí... —y ahí estamos de nuevo, atrapados en un incómodo silencio.
No soporto su mutismo. ¿Para qué quería verme entonces? ¿Solo quiere follar y ya? La frustración burbujea dentro de mí mientras él vuelve a sacar su celular, tecleando de nuevo. Me pregunto si lo que está haciendo es realmente más interesante que yo. Con un suspiro, me levanto de la silla, ajusto mi vestido y me dirijo hacia la salida. Escucho su voz llamándome, pero el eco se pierde en el aire cuando, finalmente, estoy afuera, y una mano suave me detiene del brazo.
—Suéltame, Landon.
—No, ¿qué haces? ¿Por qué te vas? —me pregunta, fijando sus ojos en mí, llenos de preocupación.
—No lo sé, Landon. Tal vez porque pareces más interesado en tu teléfono que en la persona que tienes frente a ti.
Él me suelta, pero en un instante, vuelve a acercarme, esta vez por la cintura, atrayéndome hacia él.
—Lo siento, nena —se disculpa, su tono ahora más serio—. La empresa de Londres tiene algunos inconvenientes y necesitan mi opinión.
—Pero es de noche…
—Lo sé, pero estaba hablando con mi mejor amigo, que también es mi mano derecha en la empresa.
Sus palabras me generan un leve rubor. No quiero ser comprensiva, pero también entiendo que su trabajo es importante. Sin pensar demasiado, me pongo de puntillas y rodeo su cuello con mis brazos para darle un suave beso en los labios.
—Lo siento —le digo, sintiendo una mezcla de vulnerabilidad y deseo—. No lo sabía.
—No te preocupes, nena —me responde mientras me besa de nuevo—. Es mi culpa por no decirte. —besa mi mejilla— ¿Ya quieres irte a tu casa? —acerca su boca a mi oído, susurrando—. Es que tengo unas ganas locas de hacerlo en el auto.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y mi vientre se contrae ante su susurro.
—Lan… vamos —gimo suavemente, sintiendo cómo reparte besos en mi cuello.
Se separa de mí, mostrando una sonrisa de victoria antes de que ambos nos deslicemos al interior del auto. Landon enciende el motor y comienza a conducir rápidamente. Ruedo los ojos, sabiendo que su prisa es tan evidente como la mía. Luego de unos minutos, frena abruptamente en un lugar apartado y oscuro. Una mezcla de emoción y nerviosismo me invade, aunque se disipa cuando escucho el sonido del respaldo del asiento reclinándose hacia atrás.
—Ven —me dice, estirando su mano hacia mí.
Despego el cinturón de seguridad y me acomodo sobre Landon, sintiendo su calor a través del tejido de su camisa.
—Agradezco al cielo que llevas puesto un vestido —bromea, provocando una risa que se escapa de mis labios.
La sensación de su dureza contra mi cuerpo me hace temblar de anticipación, y me muevo en círculos, sintiendo su excitación aumentar. Landon jadea, y eso me enciende aún más.
—Quítate las bragas —demanda, su voz profunda y cargada de deseo.
Sin dudarlo, obedezco, luchando un poco con la tela antes de liberarlas y arrojarlas al asiento del copiloto. Landon rápidamente se desabotona los pantalones y los baja hasta las rodillas. Su miembro salta entre nosotros, y no puedo evitar que una oleada de deseo me invada al verlo, su glande rosado y brillante contra su abdomen. Me inclino hacia adelante y, con un movimiento atrevido, le doy un lengüetazo a su preseminal. La sensación es electrizante.
—Mierda, Clarissa —gruñe, su voz ronca—. Abrete, nena. Ya quiero estar dentro de ti.
Hago lo que me pide, levantando el vestido mientras me posiciono. Él agarra su miembro y lo alinea con mi entrada, indicándome que descienda poco a poco. Una presión deliciosa me recorre, y un suave suspiro escapa de mis labios.
—Te sientes tan bien —ronronea Landon—. Tan estrecha, tan suave.
Con un movimiento, Landon me quita el vestido, dejándome solo con el sujetador. Luego le quita también a este, dejándome completamente desnuda. Mis senos se erigen, y sus ojos brillan de deseo mientras subo y bajo lentamente. Él se sumerge en mi piel, besando y chupando mis senos, mientras yo lo agarro por la nuca, arqueando la espalda en respuesta al placer.
—Qué rico... —gimo.
Landon levanta su mirada, sus ojos reflejando una posesión intensa, y me agarra de las caderas, comenzando a embestirme con una fuerza que me hace perder el aliento.
—¡Ah! —dejo escapar un gemido, inclinando la cabeza hacia atrás, sumergiéndome en el placer.
—¿Te gusta, eh? —con su voz ronca y excitada, me embruja.
—Sí... ah —respondo, sintiendo cómo las oleadas de placer se intensifican.
Su ritmo se vuelve más agresivo, y estoy al borde de la explosión.
—Te... ah... te odio —balbuceo, comenzando a pronunciar incoherencias mientras la excitación me abruma.
—¿Por qué? —inquiere, divertido.
—Por esto... —las embestidas se vuelven más profundas—. Por gustarme tanto... y no poder alejarme de ti.
Es la cruda verdad. Aunque había pensado en alejarme, en sacarlo de mi sistema antes de que las cosas se complicaran, ya no puedo. He caído demasiado hondo.
La sincronía de nuestros cuerpos es hipnótica. Siento mi vientre contraerse, dándome cuenta de que estoy cerca de correrme.
—Yo no quiero que te alejes de mí, Clarissa, nunca... ah —jadea—. Nena, ya estoy a punto. ¿Y tú?
—También.
Un par de embestidas más y…
—Córrete para mí, nena.
Y lo hago, dejando escapar un grito que parece resonar en el aire mientras siento su calor en mi interior. Es un momento perfecto, un clímax absoluto.
Escondo mi rostro en su cuello para regular mi respiración, disfrutando de su abrazo mientras él permanece dentro de mí. Después de unos minutos, le doy un pequeño beso en la piel de su cuello antes de intentar vestirme nuevamente. Me pongo el sujetador y el vestido mientras él hace lo mismo, buscando algo en el asiento trasero. Finalmente, me pasa un pañuelo y me indica que me limpie. Lo hago, luego con mis dedos peino mi cabello deshecho.
Landon enciende el auto, abriendo las ventanas para que el aire fresco entre y alivie el ambiente, llevándose con él el rastro de lo que acabamos de hacer. Me río al darme cuenta de que, en medio de toda esta locura, olvidé preguntarle algo importante. Sin embargo, también es culpa suya, ya que es él quien me desconecta de la realidad.
—Landon...
—Dime.
—Espero que no te moleste esta pregunta, pero… ¿por qué desapareciste una semana entera? —suelto, sintiendo un nudo en mi garganta.
Traga, preparándose para responder.
—Trabajo. Uno de los hoteles no estaba produciendo como debería.
—Uhm... ¿y por eso no pudiste enviarme un solo mensaje?
—Clarissa… acabamos de tener sexo y ¿me estás reclamando?
—Mejor... no diré nada.
Corto la conversación, dándome cuenta de que eso soy. Una chica con quien tiene sexo y que no tiene derecho a quejarse.
Unos minutos después, aparca frente a mi casa. Recojo mi bolso del asiento del copiloto y me preparo para salir.
—¿Nos vemos mañana? —pregunto, con un dejo de incertidumbre.
—Sí, te veré en el departamento. Primero tengo que hacer unos asuntos.
—Está bien. Hasta mañana.
—Hasta mañana —me dice, jalándome hacia él para darme un beso que correspondo brevemente.
Al salir del auto, mi corazón aún late con la intensidad de lo que acabamos de compartir. Camino rápidamente hacia la puerta de casa, sintiendo la adrenalina recorriendo cada parte de mi cuerpo. Abro la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido, ya que son más de las diez de la noche y espero que todos estén dormidos. Una calma silenciosa me envuelve mientras observo que la sala está vacía.
Subo las escaleras, cada paso resonando en mis oídos, y una sensación de inquietud comienza a invadirme. Una vez en mi habitación, cierro la puerta, pero rápidamente me doy cuenta de que hay algo importante en mi mente: Landon no usó protección, y sentí su calor corriendo dentro de mí. La realidad me golpea de inmediato.
—Mañana iré a comprar la pastilla de emergencia —murmuro para mí misma, intentando calmar la creciente ansiedad que se apodera de mis pensamientos.
Decido ducharme para despejar mi mente. El agua caliente cae sobre mi piel, y mientras me enjabono, trato de dejar atrás los momentos intensos que acabamos de compartir. Sin embargo, su aroma y el recuerdo de sus caricias se resisten a desvanecerse. Después de la ducha, me coloco mi pijama, sintiéndome más cómoda, pero el nudo en mi estómago no desaparece.
Me acuesto en la cama, y en lugar de cerrar los ojos y dejar que el sueño me abrace, mi mente comienza a divagar. Pienso en Landon, en sus brazos fuertes, en la forma en que me miró, tan posesivo y seguro de sí mismo.
Mientras me dejo llevar por la memoria de su risa y sus murmullos al oído, comienzan a aparecer imágenes vívidas de él: su sonrisa traviesa, la forma en que su mirada se intensifica cuando me folla, y la forma en que su cuerpo se mueve al ritmo de nuestros deseos.
Finalmente, me quedo dormida, entregada a un sueño en el que estoy en sus brazos, sintiendo su calor, donde todo es posible, y donde el mundo fuera de mí se desdibuja.
Duermo, soñando con Landon Hamilton, imaginando un futuro.
•••
Antes amaba a Lando, ahora lo sigo amando pero con un poquito de odio 😁
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