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Capítulo 01

Las mañanas son la peor parte de la semana, ya que suelen definir en su totalidad cómo será tu día. Si empiezas con el pie izquierdo está claro que cosas bonitas no van a suceder. ¡Por favor! Hay que ser demasiado optimista para que luego de haber cometido un error este no vuelva a ocurrir o acarrear otros problemas que terminen por ser la gota que rebalse el vaso.

—¿Es necesario? —pregunto desganada, viendo por encima de mi iPad a la persona que se encuentra de pie esperando mi respuesta.

Aun así, ver que Laura está decidida y no pretende moverse hasta recibir algo de mi parte me pone inquieta. De hecho, me genera escalofríos. Suelto un suspiro cargado de frustración y en ese instante hago a un lado el iPad, apoyando los codos sobre el escritorio a fin de estrujar mi entrecejo con libertad.

«Mi cabeza va a estallar.» Las náuseas se presentan obligándome a empezar a respirar con calma, las luces que se cuelan por las ventanas de mi oficina me sofocan y los sonidos del edificio logran aturdirme con cada segundo que pasa. «Bendita migraña.» Pienso fastidiada.

—¿No has tomado el analgésico?

Laura detona preocupación, pero le resto importancia al hacer un ademán y busco sobre la mesa un vaso de agua. Después me estiro a un lado para abrir la gaveta en donde se encuentran los medicamentos.

—Estoy teniendo una pésima mañana —digo con la necesidad de desahogarme.

Quiero decir, además de ser mi secretaria, ella es mi mejor amiga. Es una persona muy capaz en el área de relaciones públicas. Sin embargo, decidió seguirme a mí en vez de a su gran futuro.

—Empezando porque hoy tenemos una junta importante con los inversionistas de la empresa y Noah se ha esfumado. Estoy tan preocupada, ¡detesto cuando desaparece sin razón! ¡Ni siquiera ha enviado un mensaje de texto! —alzo la voz gracias a la irritación del momento—. ¡Por...! ¡Mierda! —grito, sintiéndome molesta, ya que sin querer moví el vaso de agua y cayó sobre el iPad.

Las ganas de llorar empiezan a pesar en mis hombros. Y sí, muy maduro para una mujer de 26 años, pero estoy arruinada. La mala suerte me persigue día y noche.

Mi vida es tan deprimente y voy a empezar por mi hermano, Nate ingresó al hospital de urgencias por haber tenido un accidente grave y si no estoy con él es porque mi endiablado padre me obligó a venir a la maldita empresa.

«A ese viejo de mierda solo le importan los negocios y no sus hijos de diferentes mujeres. Otro asqueroso infiel de porquería.» Además, la compañía de mi pareja es escasa cuando se trata de apoyo emocional, quiero decir, ni siquiera me ha preguntado cómo me siento o al menos un maldito consuelo. Solo tengo que tragar y digerir sus estúpidas migajas. «Y a veces, por no decir siempre, me siento sola.»

—Tienes que calmarte.

No sé en qué momento Laura rodeó el escritorio para estar a mi lado, pero sus manos cálidas, en mis hombros, me traen de vuelta.

—Ekaterina. Deberías tomarte un respiro, yo... entiendo que tengas una reunión importante en unas horas. Pero en este estado solo vas a arruinarlo. Ve al lobby a tomar aire, pide un café y trata de descansar. Arreglaré tu agenda para evitar más estrés.

Ambas exhalamos debido a la frustración.

Sin ella todo habría sido un desastre, yo la conocí en el kínder y en el momento que nos tiramos de las trenzas nos hicimos inseparables. Es una jodida rubia con manos peligrosas —y fuertes— que te hacen saltar las lágrimas.

—Iré —el peso que cargaba se desvanece poco a poco—. Gracias, realmente, yo necesito descansar. Estas semanas han sido muy agitadas en la empresa, por lo que no he tenido tiempo para mí y... Nate me preocupa bastante. No he podido ir a verlo —peino mis cabellos hacia atrás, sintiéndome acalorada y sudorosa.

Exhalo.

—Entiendo, quizá, esta noche tengas el honor de que yo te invite a beber una copa —anima siendo cautelosa.

Aunque no puede ocultar la emoción, ya que hace tiempo no nos damos una noche para nosotras.

—Lo siento, yo...

La libreta que Laura lleva en sus manos termina en mi cara.

—Contigo siempre hay un "pero" eres tan despiadada con tu mejor amiga, tarada —lloriquea molesta hablándome en castellano.

En cambio, bajo con cuidado la agenda para verla a los ojos y hago una mueca por no comprender a la argentina enfrente de mí.

—No entiendo lo que dijiste, pero lo que sí sé es que es una cena de negocios y vamos a ir. ¿Dos por uno? —me quejo desplomándome en el asiento—. Es una pesadilla. Al menos podremos beber cuando se termine el calvario.

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Las mañanas en el edificio de La Constructora Wright son mayormente agitadas. Al menos eso fue lo que noté durante el rato que estuve tomando un café.

Fue reflexivo haber seguido el consejo de Laura, ya que fui capaz de detenerme por un momento y cuestionar los factores que están aportando de manera negativa en mi existencia. No suelo sentirme presionada a menos que esté llegando a mi límite y en esta etapa de mi vida muchas situaciones y personas lo han cruzado.

No sé por dónde debo empezar para ir deshaciéndome de obligaciones que no son mías. Es agotador, cargar con sentimientos ajenos e incluso más difícil aguantar actitudes que siguen lastimándome. Pero la idea de mantenerme como la mujer perfecta ante los demás para ocultar el desastre que soy me pisa los talones. Mi padre me obliga a ser una heredera impecable, porque en la lista interminable de hijos ilegítimos que tiene... él se casó con mi madre y me reconoció sólo a mí a pesar de haber deseado un primogénito varón.

La razón de por qué mi padre no dejó a una mujer podrida en dinero es porque no lo beneficia y ella no va a dar el brazo a torcer, ni en sueños desea que su fortuna sea compartida con esa sabandija que... ¡Sorpresa! También posee millones.

No son una pareja, están lejos de serlo. Se trata de una competencia por quién tiene más dinero, gana más y en esa guerra yo me encuentro en el fuego cruzado.

Y en cuanto a la relación que llevo con mis otros hermanos... mamá me lo prohibió y a papá le importa un bledo lo que ocurra con sus hijos.

«Son una basura.»

En cuanto a mis hermanos, empecemos por Nate. Él es el menor y es un adolescente muy bueno. Tiene 14 años, se parece mucho a mí porque heredó los rasgos de papá y los ojos de su madre.

Luego, Samantha y Alexander, honestamente, prefiero no hablar de ellos —me odian—. Si solo supieran que estoy bajo las estrictas órdenes de mamá y el puño de hierro de papá tratando de hacer lo que puedo, tal vez podríamos llevarnos mejor.

—... —gimo gracias a la quemadura que me hago a mí misma.

Mi cuerpo se paraliza en la entrada del ascensor en el instante que la camisa se empieza a adherir a mi piel desvelando mi sostén.

Mis labios entreabiertos no son capaces de pronunciar una palabra al respecto y pierdo por completo el control de mis pies. Solo puedo ver la camisa blanca —ahora marrón— quemarme el pecho.

Levanto la mirada encontrándome a gran parte de los oficinistas de la empresa, quienes me ven espantados por lo que acaba de ocurrir. Luego dirijo la vista al sujeto que avanza entre la multitud, porque se atrevió a salir como si se tratara del mismísimo rey de Roma, ignorando a las personas que estaban esperando en el ascensor. Aunque la culpa también es mía por no llevar los cafés de mi equipo cubiertos como me lo recomendó la cajera del café.

—Lo siento —suspiro aturdida, sintiéndome confundida por mis sentimientos que caen al suelo como las gotas de café por mi falda.

—¡Señorita Ekaterina! —Los gritos de auxilio de las mujeres, al igual que la mano de los hombres por cubrirme con sus sacos, me deja sin aliento.

«¿Por qué me siento así?» La capacidad de aguantar que me quedaba se derrumba en este instante. Trago con fuerza. Y me atrevo a levantar la cabeza para ver al hombre de pie enfrente de mí y jamás me había sentido tan intimidada, ansiosa y expuesta al encontrarme con una mirada que me aterra.

Sus ojos tan claros como un cielo despejado me obligan a dar un paso hacia atrás y la bandeja que llevo termina por caer al suelo.

Mis tacos beige resuenan en las cerámicas. Todo ocurre en cámara lenta, por lo que me da tiempo a contemplar al hombre desconocido enfrente de mí. Sus cejas gruesas hacen que su expresión sea dura, su cabello negro perfectamente peinado con gel resaltan su palidez. El traje azul —entallado—, que deja todo a la imaginación, hace que inconscientemente lo escanee, admirando el porte definido e inmenso del hombre.

En principio, lo que me orilla a cubrirme con uno de los sacos es su mirada ambiciosa que me produjo pavor y un sentimiento incapaz de reaccionar ante un rostro inexpresivo que habla —aunque suene una locura— a través de la mirada.

—Encárgate de que reciba una camisa nueva a su gusto —Sí, así es. Mi boca, si fuera posible, caería al suelo, pero solo me quedo en silencio al oír lo que dijo. No me atrevo a refutar, de hecho, me siento muda y estúpida por no lograr controlar las emociones que están paralizando mi cuerpo.

Al parecer, el hombre que va a su lado asiente antes de que el actor de mi desgracia desaparezca de mi vista.

—¿Podría acompañarme?

—No será necesario. Le agradezco su preocupación —tengo que aclarar mi garganta antes de hablar. Luego me adentro al ascensor y presiono el botón para desaparecer de aquí lo más pronto posible. Yo solo veo las puertas cerrarse, teniendo como última imagen una expresión incrédula por parte del secretario.

Me aferro con fuerza al saco oscuro, tal vez, ¿molesta o avergonzada? No sé describir lo que está pasando por mi cabeza al ver mis tacones. El reflejo de mí en el espejo del ascensor hace que oprima los labios con fuerzas y cierre los ojos para ignorarme.

«Soy un completo desastre.»

La falda en tubo larga, al igual que mi camisa, está estropeada por la enorme mancha de café y tengo que aguantarme la quemazón.

—¿Katya?

Mi mejor amiga se sobresalta y se pone de pie dando un salto al verme salir del ascensor.

—Llama el conserje al lobby —Le apunto antes de guardar mi celular.

Camino decidida hacia mi oficina para marcharme de una vez por todas de este lugar.

—Comunícate con mi sastre y dile que vengan ahora mismo con un traje. También con un vestido para esta noche —indico antes de ingresar a mi oficina. Sin embargo, vuelvo sobre mis pasos, que su labio inferior esté siendo ultrajado por sus dientes me obliga a captar su ansiedad—. ¿Qué sucede, Laura?

—Parker, él estuvo aquí. Quería esclarecer algunos puntos del contrato exclusivamente contigo antes de la cena de esta noche —el mensaje es claro, más cuando hace énfasis al comunicarme lo que ocurrió en mi ausencia.

—Se trata del nuevo inversionista de la Constructora —me llevo una mano hacia la cabeza, acariciando mi sien gracias a que los dolores volvieron. Exhalo con ímpetu—; Comunícate con mi padre.

—¿A quién debería llamar tu secretaria?

Mi rostro se descompone y realmente deseo vomitar en los zapatos del anciano que está enfrente de mí. «Después de todo, no sería una mala idea.»

—Trae café.

Su orden me hace rechinar los dientes, la simple razón de que se dirija de esa forma a mis empleados y —exclusivamente— a mi mejor amiga de toda la vida, me enloquece.

Sé que todavía está él al mando, por esa razón soy incapaz de apaciguar los terribles impulsos de arrancarle la cabeza, que brilla por la ausencia de cabello, a fin de darle una patada y enviarlo hacia el edificio de al lado

—Qué sorpresa —libero con ironía, clavando la mirada en el techo para no encontrarme con su asquerosa expresión.

«Ya demasiado tengo con ser su maldita figura.»

—La sorpresa me la he llevado yo —recalca disgustado—. Te dejo una mañana a cargo y la empresa es un desastre.

Tenso la mandíbula por ello mientras lo veo dirigirse de nuevo a Laura.

—Tú tráeme un café ahora mismo —escupe y me cruzo de brazos para estrujar la camisa con el objetivo de no perder los estribos—. ¡Dios mío, Ekaterina! —alza la voz, por lo que cierro los ojos—. ¿Acaso debo ponerte un espejo enfrente para que veas el papel lamentable que estás haciendo? Tu imagen es la mía, ¿comprendes?

«Dios, dame paciencia, porque si me das fuerzas lo ahorco con mis propias manos.»

Abro los ojos antes de enviarle una ojeada rápida a Laura, quien me miró preocupada previo a desaparecer de la recepción, ya que ella más que nadie sabe la clase de "padre" que tengo. Exigente. Malhumorado. Despiadado. Avaricioso. Manipulador. Él es el mismísimo diablo en persona. Un completo hijo de puta.

Me aferro al pomo de la puerta de mi oficina para abrirla y realizo una seña con la cabeza a fin de invitarlo a pasar. No me limito a contestarle, de hecho, sería perder el tiempo si lo hago.

—Ha venido Parker, ¿acaso sabes algo que yo no sé? —pregunto a secas, tomando asiento en mi silla.

Él camina hacia los ventanales para contemplar el atardecer en la gran ciudad de Londres.

—Si lo supiera, ¿piensas que habría acudido a una novata? —Su desprecio hace que lo vea de reojo, más no respondo y me trago las palabras—. La Constructora no puede darse el lujo de perder un inversionista de su calibre. Es irlandés, pero tuvo una trayectoria impecable en Estados Unidos. Su mano en nuestra empresa son millones asegurados.

—Comprendo —trago con fuerza—. Laura —titubeo, ya que voltea en el sitio confundido—. Mi asistente me comunicó que Parker se presentó en la mañana para hablar sobre el contrato exclusivamente conmigo —anuncio siendo elocuente—. Lamentablemente, no tuve el placer de charlar con él.

—Eres una incompetente, Ekaterina —inhalo para ignorarlo. Sin embargo, sus pasos marcados hacia mí están ahogándome y su mirada asesina logra hacerme perder la cabeza—. Estoy cansado de esta clase de comportamientos infantiles. Mi única heredera es...

Me pongo de pie siendo brusca, generando un estruendo gracias a que mi silla colisiona con el carrito de archivos que yacía a un lado de mi escritorio.

Además, azoto con fuerza la mesa en el momento que nuestras miradas se cruzaron.

—Qué inoportuna visita, padre —siseo con rabia—, pero tengo que prepararme para esta noche.

Mi pecho se agita con violencia debido a mi respiración y le agradezco a Laura que abre la puerta a tiempo, ya que detrás de ella viene mi sastre.

—Que tengas una buena mañana, papá.


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