Ricitos vinnterestelares
Las bolsas plásticas, como tules bermejos. Acacio espacio turbio en que a momentos arrugaba. Y con golpe de hojas secas, se abría dejando postales desparramadas. Dudando, titubeosa por la hora, abría su bolso como puerta de biblioteca y colocaba algunas.
Los cuadros, pequeños como sus manos, o medianos cual su estatura. Eran desdeñados por su espesura, y sus colores en marrón. Siendo los melocotones grumosos, los bosques nubarrosos, perchas de ornís, ceñidos sus marcos por baratas cintas de seda. Quedando la alamanda de sus antepasados melancólicamente sumida en acienzo. El abental de su pieza cubierta en vez de flores por bonetes, y ella bostezaba y estirándose revolvía los zapatos.
Una afección nerviosa le impedía andar, bajo los ruidos rosas sus medias temblaban, se volvía a tender. Formando habito clerical con edredones y colchas, esperaba junto a las ventanas siguiendo la danza suave de las pesadas cortinas.
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