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01 - La casa vecina

01 - La casa vecina

Todo era demasiado... perfecto.

Y no me refería en absoluto a mi familia, sino a todo a nuestro alrededor. Las casas, las calles, e incluso las personas. Todos parecían salidos de una revista que tendría de titular "Así luce el cielo".

Evolet tuvo que ir a buscar las llaves de nuestro nuevo hogar en la casa de la alcaldesa, por lo que me dejó a cargo de mis hermanos mientras ella y papá iban en el auto. Por suerte no tardaron mucho, pero sí lo suficiente como para que los dueños de las casas más cercanas se acercaran a preguntarnos si éramos los nuevos.

—¿Y son solo ustedes tres? —preguntó una mujer alta y rubia, bastante sorprendida.

—Nuestros padres fueron a casa de la alcaldesa para buscar la llave —se apresuró a decir Neil, mostrándole los dientes, aún con restos de tocino.

—Oh, me alivia escuchar eso —sonrió de vuelta al pequeño antes de mirarme—. Los niños son el futuro de la sociedad y deben de tener todos los cuidados, ¿no lo crees?

—Ajá —contesté, insegura de a dónde quería llevar la conversación. Observé a Lewis, que la miraba con una ceja enarcada.

—En fin, si alguna vez necesitan algo pueden tocar a mi puerta justo allá —canturreó, señalando una enorme casa blanca al otro lado de la calle, casi al final—. Mis hijos estarán muy contentos de tener nuevos amigos.

Después de asentir y dedicarle la sonrisa menos forzada que pude, ella retornó su caminata hacia quién sabe dónde y desapareció de nuestro frente. Nuestros padres llegaron poco después con las llaves y por fin pudimos entrar a lo que sería nuestro nuevo hogar.

El olor a polvo y humedad fue lo primero que capté del lugar, y pude ver en las expresiones del resto que también lo había notado. Las escaleras al segundo nivel dividían la planta baja en dos espacios grandes, con la sala de estar y una habitación de puertas dobles por un lado, y la cocina, el comedor y un pequeño baño por el otro. Todas las demás habitaciones estaban en el piso superior.

—¿Qué son todas esas sábanas? —preguntó Neil, estirándose para tomar la punta de la que tenía más cerca y jalarla, levantando mucho polvo en el proceso, pero descubriendo también una mesa de entrada hecha de madera.

—¿No es increíble, niños? La casa incluye los muebles, por lo que no vamos a necesitar nada de nuestro viejo hogar —dijo mi madre, con una sonrisa que por poco no le cabía en el rostro—. Aunque trajimos unas cuantas cosas, así que vamos a sacarlas y a limpiar este lugar.

La mayor parte de la mañana la pasamos metiendo cajas y bolsos a la casa, y una buena parte de la tarde quitando las sábanas que cubrían los muebles y barriendo todo el polvo que habíamos levantado en el camino.

Cuando tocó la parte de hacer la elección de habitaciones, corrí con la suerte de entrar a la más grande y que incluso tenía baño, y pude conservarla por ser la mayor. La habitación daba al frente de la casa, justo encima del porche, mientras que la de Lewis quedaba a un costado y la de Neil daba al patio trasero. Nuestros padres tenían la habitación principal, que ocupaba casi la otra mitad del segundo nivel ya que contaba con un balcón desde el que podías ver el patio trasero de la casa.

Para el final de la tarde, todos estábamos exhaustos y por suerte ese olor que habíamos percibido apenas entramos había desaparecido, por lo que pudimos volver a respirar con normalidad.

Aun no me podía creer las dimensiones de este lugar, y mucho menos podía asimilar que mi nueva habitación tuviese tanto espacio y ventanas, y comparándolo con nuestro hogar en la ciudad, el apartamento parecía una caja de zapatos.

Me senté sobre la cama doble con aspecto de ser increíblemente vieja y eché un vistazo a mi alrededor, tratando de pensar qué iba a hacer durante mi estadía aquí y cómo iba a hacer entrar en razón a mi madre para largarme. Era bueno tener todo este espacio, pero no era lo quería para mi vida. Quería conseguir un título universitario y dedicarle mi vida a la botánica, pero este pueblo no podía ofrecerme ni una pequeña parte de eso.

Fui hasta el armario donde había metido mis cosas y busqué esa pequeña lata de salchichas en la que con las prisas había embutido mis ahorros. Les había dado a mis padres parte de lo que ganaba en ese trabajo para poder ayudarlos, pero también había sido egoísta al guardarme una parte para mi futuro sin decirles ni una sola palabra a ninguno de ellos. Después de contarlo y hacer unos cuantos cálculos mentales, supuse que tenía dinero suficiente para pagar el taxi de vuelta a la ciudad y quizás un mes de renta en algún piso compartido, pero nada más.

Guardé los billetes y los escondí hasta el fondo justo a tiempo. Las cabezas de mis hermanos se asomaron por la puerta, buscándome con la mirada, y se confundieron al verme tirada frente a las puertas del armario.

—Eh... ¿Qué haces, Amara? —preguntó el menor, acercándose para ver lo que hacía.

—Pues termina de guardar sus cosas, tonto —contestó el otro por mí.

—Ey, nada de insultarse —lo regañé, señalándolo con el dedo. Él se cubrió la boca con una mano.

—Lo siento, hermanito —se apresuró a decir.

—La cena está casi lista y mamá nos pidió que te avisáramos —dijo, completamente ajeno a la disculpa. Neil ni siquiera estaba molesto de que lo hubiesen insultado.

—Ah. Está bien, ya voy.

Ambos parecieron satisfechos con mi respuesta, porque asintieron antes de salir de la habitación dando saltitos y haciendo que la madera del piso chirriara en el camino. Solté un suspiro cuando los escuché bajar las escaleras y me levanté del suelo.

Noté con el rabillo del ojo que algo se había movido detrás de mí, y casi escupo el corazón por la boca al darme la vuelta y ver a Lewis parado al otro lado de la cama, junto a la ventana más cercana a la puerta. Me permití moverme para hacerle saber que me había asustado.

—Dios, pensé que te habías ido —susurré, llevándome una mano al pecho. Él ni siquiera sonrió—. ¿Está todo bien?

—No soy un niño, Amara —dijo.

—Lo sé. Ya tienes trece años...

—¿Entonces por qué te comportas conmigo como si tuviese la edad de Neil? ¿Crees que no me doy cuenta?

—Escucha, no quería que sintieras que te trato como un... —intenté decir, dando un paso al frente.

—Sé lo que has hecho todo este tiempo, Amara. Nuestra anterior casa era pequeña y las paredes de papel, y sabía que nos ponías música con audífonos a Neil y a mí para no escuchar a nuestros padres pelear, —gruñó, sacudiendo las manos de un lado al otro—pero ya no soy un niño pequeño. Puedo entender si me explicas lo que sucede... —ese fue mi momento para interrumpirlo.

—No quiero que te involucres en esto porque sí eres un niño, Lewis. Por supuesto que no eres pequeño, pero eres un niño a fin de cuentas. Y no deberías de cargar con el peso de los problemas de nuestros padres a tu edad.

—¿Por qué no? ¿Y por qué eres tú quien decide lo que debo saber y lo que no?

—Porque soy tu hermana mayor y mi deber es protegerte. A ambos.

Eso lo hizo callar por un momento y aliviar el tono rojizo que estaban teniendo sus mejillas. Realmente quería hablarlo con él y explicarle la situación, pero no podía arriesgarme a que se rebelara y terminara como yo a su edad.

Volvió a hablar después de unos minutos, esta vez más calmado.

—Tratas de protegernos, pero ¿quién te protegió a ti de esos problemas, Amara? ¿Por qué deberías de cargar con eso tu sola? ¿Quién estuvo para ti cuando nosotros éramos demasiado pequeños para entender?

No supe qué responderle.

Neil apareció de nuevo en mi puerta y nos tomó a ambos de la mano para arrastrarnos escaleras abajo, donde por fin escuché el grito de mamá llamándonos para comer. Me sorprendí de no haberla escuchado antes, a pesar de que su tono había sido bastante alto. Me alegré al pensar que incluso estando dentro de la casa, no se escucharían las discusiones si estabas a una distancia adecuada.

Por supuesto que la comida no fue la gran cosa, teniendo en cuenta que ni siquiera teníamos una jarra de agua en la nevera, pero si fue suficiente para saciar el hambre de todos. Me ofrecí a lavar los platos y ninguno puso objeción alguna antes de soltar los trastes sobre el lavaplatos y salir de la cocina.

Mis hermanos fueron al patio trasero para explorar un poco, mientras que nuestros padres habían ido a la sala de estar y hablaban de dios-sabrá-qué. Pude ver desde la ventana cómo los chicos corrían por todo el lugar y caían sobre la grama, y cuando terminé de lavar todo salí por la puerta trasera a su encuentro.

—¡Amara, mira! ¡Dientes de león! —chilló el pequeño, arrancando una ramita del suelo y trayéndola hacia donde yo estaba. La alzó para que pudiera verla mejor—. ¿No es bonita? ¡Me las llevaré todas a mi nueva habitación y se verán genial!

Sonreí ante su inocencia y me agaché para estar a la altura de sus ojos. Tomé la pequeña ramita que había desprendido del resto y la sostuve entre nosotros.

—Son muy bonitas, sí —aseguré, consiguiendo que sonriera—. Pero si te las llevas todas esta noche, para mañana van a estar tristes y marchitas, y no tendremos más. ¿No te parece mejor si las dejamos plantadas y cuidamos de ellas?

—¡Sí, sí! ¡Eso está mejor! Serán hermosas y muy verdes —asintió, volviendo al lugar de donde la había arrancado. Mantuve la distancia por si se le ocurría correr y se tropezaba—. Plantitas, vamos a cuidarlas muy bien, ¿oyeron? ¡Mi hermana es la mejor cuidando plantas! Sí, sí.

Recordé todas las plantas que tenía en mi habitación y cuidaba y estudiaba desde hace años, y solo pensar que ahora morirían por no tener los cuidados necesarios hizo que mi corazón se encogiera un poco.

Traté de olvidarlo al echarle un vistazo al patio y darme cuenta del auténtico desastre que tenía frente a mis ojos, y pensé que esta era la oportunidad para hacer algo de magia con este lugar y por fin tener un invernadero.

No quise hacerme ilusiones, pero quizá este lugar no era tan malo después de todo.

Entramos a la casa cuando la noche terminó de caer y cada quién se fue a su habitación después de dar las buenas noches. Cuando hice mi equipaje no pensé en meter alguna pijama, por lo que tuve que conformarme con una camiseta aleatoria que me llegara hasta los muslos y la ropa interior. Ya tendría que empezar a gastar dinero en ropa y no me gustaba la idea de perder dinero por cosas que perfectamente pude haber tenido en cuenta. Me hacía sentir una idiota.

Cerré todas las ventanas antes de meterme a la cama y arroparme hasta la cabeza, esperando dormirme al instante, pero entendí después de un buen rato dando vueltas que no iba a ser posible. Me quité la sábana de la cara y miré al culpable al otro lado de la ventana que daba al costado de la casa, donde las ramas del árbol que tenía en todo el frente chocaban con el vidrio y me distraían de mi objetivo.

Me di la vuelta y cerré los ojos con más fuerza, como si eso pudiera ayudarme, pero desistí después de unos minutos. Quité las sábanas y abrí la ventana para que las ramas dejaran de hacer ruido y tal vez poder dormir, pero me distraje cuando levanté un poco la mirada y me encontré de frente con la casa vecina.

Todas las luces estaban apagadas a excepción de una, que daba a la habitación de Lewis pero que aun así podía ver desde aquí. Me senté en el alféizar para mirar la luz encendida, a pesar de que no pudiera ver el interior porque una cortina interrumpía el paso.

Pensé que podría quedarme mirándola hasta aburrirme e irme a dormir, pero esa idea fue desechada en el momento que la cortina se corrió y dejó ver a alguien detrás de ella. Era un chico alto y delgado, con cara de estar molesto con el universo.

Mi corazón se saltó un latido en el instante que torció la cabeza de golpe y fijó su vista en mí, que para ese momento estaba pálida y ligeramente asustada. La forma en la que se había girado había sido tan dura que incluso llegué a pensar que era inhumana, por lo que no me atreví a moverme ni un centímetro.

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