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Capítulo veinte | Grandiose

—Me abruma.

—Díselo.

—No quiero.

—Eso significa que te gusta su atención.

—Realmente no.

—Entonces díselo.

—Quizá después.

—Fred...—Sue suspiró, por enésima vez en esa media hora que el rubio llevaba hablándole sobre una chica con la que al parecer llevaba días hablando por mensaje por alguna razón. Terminó de sacudir un libro que recién sacó de una de las cajas de su mudanza para poder ponerlo junto a los demás en el estante de la sala—. No sé qué quieres que te diga.

—Eres una persona sabia, deberías saberlo siempre—soltó obvio, con cierta gracia y se cruzó de brazos.

—Quieres que te diga lo que quieres escuchar porque no quieres aceptar las cosas y después quieres culparme a mí de tus decisiones.

—Claro que no.

Sue le miró con seriedad para después rodar sus ojos siguiendo con su trabajo. No sabía cómo terminó escuchando aquello, solo recuerda que recibió a Fred quien había llevado a Eleanor a un paseo por el parque y la llevó a casa, su nueva casa. Esperaba hacer una inauguración invitándolos a todos a cenar una vez que estuviesen instaladas ahí pero el rubio se invitó solo entrando al departamento observándolo de arriba abajo con mirada crítica. No dijo nada, eso lo agradeció, pero en vez de hacerlo comenzó a hablarle sobre una tal Arielle y sus charlas sin sentido que tenían por mensajes de texto.

—¿Cómo fue que dijiste que ella consiguió tu número? —enarcó una ceja.

—Es cliente, hago las pinturas de regalo para su mamá.

—Y te habla todos los días para preguntarte por ellas—afirmó.

—Al principio y después todo se torna extraño—rascó su nuca un tanto apenado—. Fue hasta al taller solo para decirme que quería contratarme aun cuando ya tenía mi número. ¿No es eso raro?

Sue rió—: Suena a que solo quería un pretexto para verte.

—No lo creo.

—¿Ah no?

—Da algo de miedo, ¿no crees?

—Eso me recuerda a cierto chico rubio que me acosaba en su trabajo y me siguió hasta la floristería de mis padres solo para fingir que compraba unas flores y así hablarme—canturreó—. ¿Ahora lo sientes?

—No te estaba acosando—se hizo el ofendido—, me dio cierta curiosidad por tu malévolo plan—refunfuñó—. Y si te sentías incómoda, ¿por qué no me mandaste al diablo?

—Te mandé al diablo—le recordó—, pero después me diste un poco de lástima y me di cuenta de que solo eras un poco estúpido.

Fred le miró con seriedad, sintiendo aquello como algo innecesario de decir y Sue volvió a reír tomando otro libro de la caja.

—Sabes que te adoro—terminó diciendo.

—No me sirve ahora.

—Fred, ¿por qué haces tanto lío de algo tan simple? ¿eh? ¿No es obvio? ¿Por qué tanto estrés?

—¿Qué es obvio?

—Si no fuese importante no me lo estuvieras contando y... ¿desde cuándo me cuentas estas cosas? —dejó caer sus brazos analizando un poco la situación. Ya hacía mucho tiempo desde que Fred le pedía atención de aquella forma y no sabía si tomarlo como un reflejo del cambio que estaba aconteciendo, como si fuese su otro hijo peleando por atención de su madre.

—Wesley tiene muchas cosas qué pensar ahora, Claire toma turnos de más de doce horas y Silver está en modo avión la mayoría del tiempo. Oliver solo se burlaría de mí... Mis problemas son idiotas si los comparo, eres la persona con menos problemas que conozco así que mi problema sonará como un gran problema para ti.

—No, definitivamente no suena como ningún problema en ningún sentido. —terminó de colocar el último libro y se giró sobre sus talones dirigiéndose a la cocina, Fred la siguió sin chistar ignorando por completo lo que dijo—. Haces drama por cosas que no quieres aceptar—dijo ella, sintiendo los pasos detrás.

—No es drama, solo te cuento qué es raro.

Fred se cohibió un poco al entrar y ver a Sue posicionarse junto a Park detrás de la pequeña isla de la cocina, quien estaba demasiado ocupado colocando el relleno a una decena de macarons verdes que el rubio olfateó desde que puso un pie en ese lugar y con quien solo intercambio un amigable saludo repleto de seriedad.

—Acabas de pedirme un consejo—señaló ella hacia afuera, tomando una de las galletas que ya tenía terminadas sobre un platón—. ¿Quieres que te lo diga exactamente como lo quieres escuchar?

—¿Por qué me gritas?

—No te grité.

Park levantó su mano llamando la atención de ambos, dejando lo que hacía para después intercambiar miradas con Fred quien simplemente asintió dándole a entender que podía intervenir.

—Suena a que quiere que la invites a una cita—fue lo único que dijo, lentamente y algo confundido por la negación del rubio.

—¿Cita? —Fred chistó, casi atragantándose con su saliva metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo—. Ya estoy muy grande para tener citas—se mofó.

—Tal vez ella te invite—continuó diciendo el chico—, quizá solo está buscando el momento correcto, tratando de adivinar qué es lo que responderías si fuese así. —se encogió de hombros— no es tan difícil.

—No tengo citas—se dirigió a Sue.

—Te la pedirá y le dirás que sí.

—No me digas qué hacer.

—No te estoy diciendo qué hacer, te estoy diciendo lo que harás porque sí quieres salir con ella. Lo cual sería genial, porque al parecer está igual de loca que tú, quizá es tu destino, ¿qué hay de malo en eso? —continuó atragantándose de galleta.

—No tengo citas—repitió entre dientes.

—¿Desde cuándo? —cuestionó la más bajita sin creerle—. Hasta hace poco menos de un mes nos decías que usas Tinder, ¿no es esto más sano? Invítala a tomar un café, ¿qué tan difícil es?

—¿Quieres uno? —Park arrastró hacia él un plato de macarons verdes que recién terminaba de unir.

—¿Tiene almendra? Soy alérgico a ciertos frutos secos.

—Eleanor también—sonrió acercándolo más.

—Bien—dijo sin muchos ánimos por la charla tomando uno y mordiéndolo al instante—. Nada mal—soltó con tranquilidad probándolo nuevamente—. Claire nos prohibió llevar postres a casa porque dice que debemos alimentarnos mejor y esas cosas, me obliga a acompañarla a correr por las mañanas y desde entonces no conozco los placeres de la vida.

—¡Mamá! —un grito los aturdió buscando la razón y con ello los pasos de alguien corriendo—. ¡Hay una araña en mi cuarto! —Eleanor paró en el marco de la puerta, con una sonrisa en su rostro muy distante de la imagen asustada que ellos creyeron que tenía—. ¿Se la puedo dar a Zoey?

—¿Quién es Zoey? —cuestionó Fred.

—Mi iguana.

—¿No se llamaba Rei?

—La semana pasada—asintió la pequeña rubia.

—Cambia de nombre cada semana—dijo Park.

—Todos los nombres me gustan—aclaró ella.

—Estúpida iguana—farfulló Sue por lo bajo.

—¿Puedo dársela? ¿Síiiii? —hizo un puchero.

—No la toques linda—su madre negó y después miró a Park quien tomaba un vaso de plástico de la cocina para ir donde la niña.

—Dejémosla libre afuera, quizá tiene familia—dijo él siendo guiado por la niña hasta su habitación.

Fred asomó un poco su cabeza viendo cómo se marchaban y oía a su hija hablar muy emocionada sobre dónde la encontró. Podría ir él pero realmente odiaba las arañas, tanto que era Silver quien siempre las sacaba de casa.

—Se llevan bien.

—Si no fuese así jamás habría aceptado que viviéramos juntos.

—¿Y él como lo toma? —le miró. Sue simplemente se encogió de hombros restándole importancia a algo que quizá solo ellos conocían y siempre dejó afuera a Fred por su comodidad.

—A Park le agradan mucho los niños—fue lo único que pudo decir.

—¿Y lo va a llamar papá? —cuestionó enarcando una ceja.

—Ella lo decidirá. —bromeó.

—No me hace gracia.

—Por Dios, a mí no me molestaría que otra mujer se gane el cariño de Eleanor, tanto que quiera llamarle mamá—se cruzó de brazos—. Y Arielle parece que quiere ganarse ese título—quiso traer de nuevo el tema.

—¿Disfrutas burlarte de mí, verdad?

—Me das tantas razones, ¿qué debería hacer? Te he escuchado, dado el consejo, ahora me toca burlarme—suspiró—. Fred, solo toma el teléfono e invítala a salir—señaló el bolsillo del chico—, ella lo quiere y tú también, solo hazlo, por favor y deja de martirizarme con lo obvio. Si no lo hacer te patearé el trasero. —concluyó.

—Patearías la parte trasera de mis rodillas.

—Deja de burlarte que tu hija también es enana.

—Pero es la niña más linda de su clase por obvias razones.

—Sí y tampoco puede ver bien las letras del pizarrón por obvias razones.

—Agradece que no es un niño con una calvicie en su futuro.

—Bien, deberías aprovechar que tu aun tienes cabello en tu cabeza e invitar a cierta chica que se muere por tu atención.

—No lo haré—negó nuevamente.

—Sacaremos la araña—oyeron a Park pasar, tratando de colocarle un suéter a Eleanor mientras sostenía un vaso con una araña de patas delgadas dentro y un trozo de papel evitando que saliera.

—Se llama Ellie—fue lo único que la niña dijo con emoción señalando lo que llevaba el mayor—. Papá, ¿puedo tener una araña más grande de mascota y tenerla en tu casa? —preguntó a Fred sosteniendo la mano de Park una vez que llegaron a la puerta.

—¿Quieres que me muera?

—¡Solo una! —insistió.

—Debo consultarlo con Claire y Silver—mintió.

—¡Sí! —saltó de emoción antes de salir junto a Park quien solo reía ante la inocencia de la pequeña.

—¿Y de quién heredó esos gustos? —susurró a la morena.

—Papá es biólogo—le recordó—, siempre le muestra sus notas de cuando hacia trabajos de campo en la universidad y ahora está interesada en ello—suspiró comenzando a limpiar todo lo que Park había dejado.

—Dame la iguana y tú tendrás la araña.

—No, no—rió con ironía—, tú tendrás la araña peluda porque no quisiste la iguana en primer lugar. Es el karma.

—El karma malo ya ha hecho suficiente por mí, ¿Cuándo me toca el karma bueno?

—¿Y si Arielle es el karma bueno? —inquirió.

—¿Park fue tu karma bueno? —enarcó una ceja.

—Sabes que no merezco karma bueno, de hecho soy el karma malo de Park—bromeó—. Tengo una vida grandiosa.

—No te menosprecies así—rió.

—No me menosprecio, solo digo que he tenido suerte—se acercó a él—. Fred, eres un hombre fantástico que cualquiera tendría suerte de tener en su vida, respira profundo y no tengas miedo de intentar. Ahora, lucha por tu suerte, ¿si? —palmeó su hombro y después hizo lo mismo con su mejilla, Fred simplemente cerró sus ojos sintiendo una ligera molestia—que no se va a presentar por sí sola aunque...—hizo una mueca—creo que ya hizo la mitad del trabajo.

*

—Creo que todos sabemos cómo terminará—habló con gracia, quizá algo ajeno a lo que acontecía en la habitación—. No, aún no—Wesley le miró y Camille de inmediato desvió sus ojos a otro lado—, no, no —siguió diciendo por teléfono—, sabes que odio hablar por teléfono, si no fuese importante no te llamaría—el castaño se alejó un poco de la pequeña mesa donde ella y otros dos hombres estaban. Estos últimos discutían detalles mientras Camille se mantenía callada desde que llegó hace poco más de quince minutos.

No podía terminar bien, realmente no, se repetía desde el primer momento en el que Wesley planteó el divorcio aunque ya lo sabía desde antes de que saliera de sus labios. Trató de imaginarse infinitos escenarios donde aquello pudiese quedar a su favor pero en ninguno era lo suficiente como para merecer lo que deseaba, ni aunque se hubiese quedado en casa esa mañana junto a sus hijos como todos los días desde los últimos nueve meses.

Wesley había charlado con ella seriamente la noche anterior cuando recogió a Travis y a Nigel, que se aferraban a los brazos de su madre intentando dormir con la cabeza en su cuello, pues solo le dejaba estar con ellos los fines de semana y si estaba en compañía de su padre y hermano, al menos hasta que llegaran a un acuerdo mutuo. Tranquilo y sin una pizca de temor, Wesley le hizo ver todo lo mal que había en ellos y que Camille olvidó hasta ese momento; casi rogándole que pensara las cosas y aceptara el trato que estaba por ofrecerle frente a dos testigos más.

Camille se aferraba y no sabía por qué, era más que obvio que su ex pareja tenía razón en cada una de sus palabras pero ella no podía simplemente aceptarlo aunque su palabra casi no tuviese valor. Aceptarlo le daba miedo, y no precisamente por Wesley, él jamás le causaría tal sentimiento, sino el miedo de sí misma.

Observó aun en silencio al hombre a su derecha que intercambiaba palabras con el otro más joven frente a ellos, amigo de Wesley por supuesto, conocía a Jules de algunas reuniones y era bastante amable a pesar de la situación. Wes estaba de pie, llamando por teléfono de un lado a otro, muy ajeno a todo lo que acontecía, probablemente tratando de resolver un problema que no le pertenecía.

No podría contra él, jamás lo haría. Y la culpa la estaba matando a tal grado que se quedó dormida después de llorar repitiéndose que nada se merecía. Quería regresar el tiempo para convencerse de que tenía una vida grandiosa: un esposo bueno, hijos bonitos, un departamento acogedor... ¿no era eso suficiente?

—Deberías parecerte más a la hija de Chloe—recordó el eco de la voz de su madre, con ese tono arisco y despreocupado que más de una vez usó—, dejarte de tonterías y buscar un buen hombre—repetía aquello cada momento en el que Camille expresaba alguna novedad en su vida.

Se mofaba de las palabras de su madre, creyéndose que éstas nunca le afectaron pero en realidad se enterraron en lo más profundo de su ser y florecieron cuando Wesley apareció en su vida nuevamente como una oportunidad de hacer lo que todos esperaban de ella desde que nació. Fue calma mientras duró.

Más de una vez, cuando era pequeña y su hermano Ben llegó a su vida, deseó ser un chico. Ben podía hacer cosas que ella no: Podía ensuciarse, usar malas palabras, llegar tarde, tener parejas, anteponerse ante sus padres sin causarles tanta cólera como cuando ella lo hacía. Lo envidiaba más nunca lo odió, Ben realmente siempre estuvo de su lado.

Recordó cuando se planteó vivir con un par de amigas una vez entró a la universidad y obtuvo un empleo de medio tiempo, pero su padre le prohibió esa decisión diciéndole que solo dejaría esa casa una vez que estuviese casada, en cambio Ben simplemente avisó que viviría con una par de chicos que conoció en sus clases y a sus padres no les quedó más que aceptarlo porque ya era un hombre grande, eso a pesar de ser menor que ella.

Ben pasaba yendo de un lado a otro, causando problemas, siendo más rebelde de lo permitido pero aun así siendo consentido aunque fuese un verdadero desastre mientras que a ella su padre le ofreció un trabajo en una de sus tiendas para que se mantuviera ocupada cuando abandonó la universidad en su segundo año. A su joven yo le pareció fácil vivir así, se sintió afortunada por un tiempo pero, ahora, realmente deseó haber tomado sus cosas y hacer algo por sí misma cuando tuvo la oportunidad.

Se sintió perdida cuando comenzó a creer que desperdició su vida haciendo nada, viviendo del dinero de sus padres y teniendo excesos momentáneos sin nada qué esperar como si aún fuese una adolescente de dieciocho años. Decidió irse de la casa de su padre cuando su madre se mudó al otro lado del país, lejos de lo que siempre conoció sin darse cuenta de que las ideas de su progenitora eran más duras y exigentes con cada día que pasaba a su lado.

Pero a Camille no le importó en lo más mínimo —siempre quiso creer eso—, no le importaba tener que oír a su madre quejarse o diciéndole qué hacer pues normalmente su obediencia era tan nula como la de Ben. Eso hasta que se reencontró con Wesley casualmente en una pequeña reunión de otros amigos, y cuando eso pasó, todas aquellas ideas de su madre florecieron dándole una señal de salida y redención que, a esas alturas, parecía lo más correcto.

Observó a Wesley nuevamente, sumido en esa llamada haciéndolos esperar para continuar con la discusión. Y Camille, discretamente, sonrió.

Pudo haberse enamorado de él, o quizá si lo estaba y tristemente dejó de ser así. No lo sabía en realidad. Siempre le gustaron más las chicas, lo supo desde que tenía catorce años y sus hormonas solo se alborotaban por el contacto de alguna chica atractiva; era curioso terminar de esa manera. Realmente se lamentó, realmente se lamentó hacerles eso, especialmente a él.

—Solo dos minutos más—dijo Wesley hacia ellos, apenado por tener que interrumpir así la pequeña junta y continuó con su trabajo.

Cuando le presentó a Wesley, su madre instantáneamente suavizó su trato con ella, animándola y convenciéndola de que no podría tener una vida mejor si no lo convencía de casarse con ella. Era ridículo al principio, se negó en lo absoluto, pero comenzó a tener sentido con el paso de las semanas viendo la nada en sus manos y el tiempo que parecía no volver. ¿Qué era lo correcto? Fue bueno al principio, bastante cómodo y el futuro no se veía tan mal, ¿qué podría pasar?

Quiso ignorarlo pero la suerte jugó de un día a otro cuando él lo propuso. Trató de decir que no, de bromear y que quedara como una anécdota graciosa pues era más que claro que Wesley no le amaba de esa forma; pero una afirmación se le escapó de los labios y se lamentó de inmediato. Ante la duda, con todo el desespero y convenciéndose de que fueron estragos del alcohol, le cuestionó si hablaba en serio al día siguiente, Wesley solo vaciló con gracia.

—No envejeceríamos solos—dijo, trayendo de nuevo sus charlas pasadas donde se lamentaban sobre el amor y el fiasco que era.

Estaban bien, demasiado bien pues los meses anteriores a eso solo se trataba de ellos saliendo como buenos amigos, compartiendo pesares y teniendo encuentros como si aún tuviesen 22 años dentro del cuarto de limpieza de la tienda de discos. Estaba bien, muy bien, perfectamente bien hasta que decidieron regresar a Vancouver.

Su padre aceptó a Wesley casi al instante, Ben simplemente le cuestionaba la decisión sin creerlo del todo y, cuando vio a Claire a la cara después de tanto tiempo tras darle la noticias a los amigos del castaño, entendió que nada debió ser así.

—Camille—habló Wes terminando su llamada, sobresaltándola y ella le miró un tanto aturdida—, ¿lo pensaste?

—Necesito que me lo explique a mí también señor—dijo su abogado y Wesley suspiró, harto y tomando asiendo para después aclarar su garganta.

—Todos nuestros bienes están separados—aclaró—, eso ya está por escrito, siempre ha sido así.

—¿Hasta los de su padre? —inquirió el abogado mayor junto a Camille.

—Sí—afirmó el castaño.

—Papá me permitió tener sus bienes hasta que me casé y porque mi hermano no los quiso—chistó Camille para sí misma.

—Jamás los puse a mi nombre, no me pertenecen—dijo Wesley tras oírle, un tanto cohibido por la decisión que su suegro tomó hace algunos meses—, sabes que son tuyos.

—Lo sé—asintió—, solo quería recordar que es gracioso—sonrió de lado.

—La discusión es sobre los pequeños—intervino Jules—, ¿el trato? —invitó a Wesley a continuar.

—Conmigo.

—No—Camille protestó casi al instante.

—¿Al menos pensaste en lo que te dije anoche? —arqueó sus cejas con sorpresa—. No pienso alejarlos de ti.

—Pero...

—No les contaré esto, no les contaré lo que pasó—quiso tranquilizar el ambiente tenso que rodeó a la mujer de cabello oscuro que de pronto parecía perdida y eso le desconcertó bastante; jamás se acostumbraría a verle de aquella manera—, no quiero que lo sepan, no quiero, ¿sí? —Camille asintió tras un largo suspiro—. Sé que no cuento con el tiempo para criarlos como es debido pero buscaré la manera, ¿está bien? —miró al par de hombros quienes parecieron comprender y después regresó sus mirada a ella— Sería lo más sensato que estuvieran contigo pues así ha sido siempre, ellos te aman más que a mí y lo entendí en todos esos días, sé que puedas darles una buena vida y que no me necesitas del todo, el dinero no es problema y yo también haré lo que me corresponde pero—suspiró—, después de esto que pasó—hizo una mueca, espero entiendas.

Camille se cruzó de brazos y divagó, mirando por la ventana de la pequeña sala de juntas buscando algún escape del trío de miradas que de seguro le estaban juzgando.

—Yo me las arreglaré—continuó él—, pero necesito, en verdad necesito que pongas de tu parte. No puedes cuidarlos tu sola, ya vivimos esto una vez y...

—Estoy bien—dijo en voz baja.

—También parecías estar bien y queda claro que no es así—quiso se conciso y no sonar molesto, después de todo era culpa de ambos. Se puso de pie notando como Camille se rehusaba a volver, llegando hasta ella y sentándose en la silla que le quedaba a la izquierda interrumpiendo lo que ella veía por la ventana—. Necesitas estar bien, ¿sí? Te ayudaré, solo tienes que aceptarlo, ¿está bien?

Sonó gentil, dulce diría si fuese un mejor momento, y bastante preocupado. Camille pudo regresar diez meses atrás cuando Wesley le dijo casi las mismas palabras cuando se rehusaba a cargar a sus gemelos recién nacidos necesitados de ella. Regresó a los llantos hambrientos de sus pequeños mientras el castaño intentaba alimentarlos por su cuenta porque ella lo único que hacía era llorar y dormir. A su madre empeorando todo echándole la culpa de la situación en vez de ayudar como dijo cuando llegó a visitarlos. A los medicamentos y el olor a lavanda que soltaba el difusor de su habitación a diario. A la sensación de querer huir por la ventana y hacer como que nada existió.

—Nunca quise ser madre.—admitió, casi al borde de las lágrimas que el castaño ignoró para no hacerle sentir peor.

—Lo sé.

—Pero los amo, Wes, en verdad quiero aprender a amarlos. —soltó sin analizar lo que decía.

—Lo entiendo.

—¿Por qué no me odias? —casi suplicó por una respuesta.

—Te dije cosas horribles. —sí, Wes no podía sacarse de la cabeza todo lo malo que soltó el día que ella regresó en el cumpleaños de Eleanor y no podía evitar sentirse la peor persona del mundo.

Estaba angustiado, cansado y probablemente un tanto enojado; con ella, con él, con todos. Dejó que eso le manejara y dijera todas esas cosas hirientes a Camille cuando ella se sintió lo suficientemente fuerte para enfrentarlos; siendo egoísta, no quiso comprenderla, solo se quiso comprender él. Y se odió después por eso: porque ninguno estaba cumpliendo su promesa.

—Hice algo horrible.

—Ya no digas eso.

—Perdón por arruinarlo así, Wesley, yo...—limpió las lágrimas que querían salir, rehusándose a llorar frente al par de hombres que veían la escena atentos.

—Ya estaba arruinado desde que inició—hizo una mueca, y Camille simplemente asintió dándole la razón.—Está bien, todo está bien, ellos están bien— Wesley dejó un corto beso en su frente como lo hacía las primeras noches después del parto cuando ella comenzaba a llorar sin razón y le abrazó esperando a que se acurrucara en su pecho para ocultarse de los demás.

Miró a ambos hombres por encima de Camille, les veían con atención sin saber qué decir y algo apenados por tener que presenciar algo como eso. Wesley asintió a su amigo quien de inmediato comenzó a organizar el acta de divorcio quedando en claro lo que se debía hacer.

Grandiose - Pomme


¡Hola!

Planeaba subir esto desde hace días, no quería que pasara enero sin subir un capítulo pero fallé u_u Creo que ya expresé mi sentir respecto a esta historia en mi último anuncio en mi tablero pero bueno, supongo que se entiende. 

Hice y deshice este capítulo muchísimas veces, porque no iba a estar aquí sino que sería un Extra (que supongo puede notarse ya que es una perspectiva diferente desde un ángulo que jamás escribí) pero lo transformé para hacer hincapié en algo que supongo ya se dieron cuenta. Esto porque me llegó un mensaje muy bonito y profundo que me animó demasiado a hacerlo, que me hizo ver que necesitaba hacerlo y que era sumamente importante tocar el tema. Más porque considero éste libro como un libro de sanación. No justifico, solo explico.

La canción es muy significativa, es de mis favoritas.

Eeen fin, estoy comenzando a escribir otro libro porque me vi necesitada de volver a las lecturas más ligeras y softs. Aún no sé si lo publicaré, espero escribir más de él para eso y espero que sea corto. Tiene relación a esta serie más no pienso que forme parte de ella, planeo que pueda leerse independientemente (recemos para que sea así). Peeero no les diré de qué es exactamente hasta que esté segura que verá la luz jeej

Si tienen dudas favor de dejarlas aquí x

Los quiere, Judee

Pd: Mañana 2 de febrero sería el cumpleaños número 30 de Wes. Ya está anciano el wey. 

Pd2: A estas alturas de la historia es mediado de enero de 2019 así que Wes está por cumplir 28, aun no está tan anciano el wey.

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