Capítulo 41
Capítulo 41
Emily:
Unos días más tarde, Elli y la pequeña Galatea pudieron volver a casa. Landon, en cambio, tuvo que esperar más tiempo para que le dieran el alta. Le hicieron varios análisis y revisiones hasta que por fin los médicos estuvieron seguros de que estaba completamente sano. Yo en ningún momento me separé de él, solo cuando se ponía muy pesado y me obligaba a marcharme a casa por la noche.
El día que por fin los dos entramos en casa tras meses de estar separados fue una sensación agradable. Había añorado tenerlo conmigo. ¿Cómo antes había podido soportar la soledad de aquel apartamento? ¿Cómo había podido vivir sola tanto tiempo en el pasado? Con lo bien que se estaba con un compañero de piso alto y atractivo.
Lo primero que hizo Landon fue tomarme en brazos y darme un gran beso que me dejó sin aliento. Cuando no separamos, juraba ver estrellitas por todos los lados de la intensidad.
—No sabes las ganas que tenía de besarte sin que nadie nos interrumpiera —musitó él apoyando su frente en la mía.
Me ruboricé al pensar en la vez en la que mi hermano y Elli nos habían pillado en medio de una sesión de besos. Si no hubiese sido porque Landon estaba ingresado, os juraba que Derek le habría partido la cara. Fue tan bochornoso que nos encontraran en medio de un acto tan íntimo.
Sentí sus labios recorriendo mis mejillas en dirección a mi oreja derecha. Mordisqueó el lóbulo y a mí se me escapó un jadeo involuntario. Empezó a susurrarme palabras guarras mientras sentía que el ambiente se iba caldeando a medida que sus manos iban aventurándose por dentro de la camiseta celeste que llevaba. Su boca volvió a devorar la mía con deseo y fervor.
—Eres tan deliciosa y yo tengo tanta hambre de ti —dijo contra mis labios.
Aún sumidos en nuestra batalla de besos, fuimos avanzando hasta entrar en el primer dormitorio que encontramos: el mío. No estaba muy ordenado, pero ¿qué importaba eso ahora cuando con su boca me estaba llevando al cielo? Se sentó sobre la cama conmigo encima de su regazo. Continuamos nuestra batalla de besos húmedos. Sus manos volaron hacia mi cintura y me apretaron con fuerza contra su entrepierna. Estaba duro como una piedra.
Empecé a mover las caderas entorno a su erección sin ningún pudor. Pronto, la ropa empezó a sobrarnos. Él se deshizo de mi camiseta y yo de la suya. Nuestros pantalones corrieron la misma suerte, al igual que mi sujetador. Landon se echó hacia atrás, pasando los brazos por encima de su cabeza. Enarqué una ceja.
—¿Qué haces?
—Admirando las vistas. No siempre tengo la oportunidad de ver al ser más bello de la tierra.
Sus palabras provocaron que mis mejillas empezaran a arderme con intensidad.
Las tornas cambiaron y ahora él se colocó encima de mí. Empezó a devorar mis labios con anhelo, como si llevase días sediento de mis besos. Poco a poco fue descendiendo. Pasó por mi cuello, en donde mordió y lamió la zona, hasta posarse en mis pechos desnudos. Jugó con ellos y me hizo gritar su nombre de placer antes de seguir descendiendo hacia el sur, hasta llegar a mi monte de Venus.
Me quitó las bragas con brusquedad y en el acto, se resquebrajaron por la fuerza bruta.
—De todos modos, no me gustaban mucho —comentó con la voz teñida de lujuria.
En seguida enterró la cabeza entre mis piernas y empezó a darme placer con sus dedos y su lengua, llevándome al extremo y haciéndome volar del éxtasis. Grité una y mil veces mientras le tiraba del pelo llena de gozo. Cuando alcancé el clímax, Landon se tendió sobre mí y me llenó de besos.
Sentí su dureza en mi entrada y cómo poco a poco se iba adentrando en mi interior. Entrelazó nuestras manos mientras me llenaba y me brindó de cálidos besos. Empezó a moverse con una lentitud deliciosa que pronto fue sustituida por movimientos frenéticos y certeros. Sabía exactamente qué puntos tocar para ponerme al límite, para tenerme a su merced. Solté un gritito cuando me rozó el botón con un dedo.
—Eso es, preciosa, déjate llevar —murmuró contra mis labios.
Un par de embestidas después sentí que algo dentro de mí se rompía para componerse en algo mucho más intenso. Me sentí en el mejor de los cielos, llena de vida. Grité su nombre hasta que las fuerzas me abandonaron, hasta que la intensidad abandonó mi cuerpo y me dejó temblando. Landon se unió a mí poco después, llenándome con su esencia.
Nos quedamos enredados el uno en el otro, mirándonos, sonriéndonos y acariciándonos. Sus ojos brillaban y sus dedos se enroscaron en mi cabello, que debía ser en ese momento como un nido de pájaros. Apoyé la cabeza en su pecho y me dejé llevar por aquella sensación de paz que sentía desde el mismísimo momento en el que lo había visto despierto, sano y salvo. Dejé que me recorriera la espalda y que dejara un pequeño rastro de besos por mi cuerpo.
Lo único que me importaba era el aquí y el ahora. El accidente me había enseñado a disfrutar de los pequeños momentos, de los instantes de felicidad.
—Te quiero —musité sobre su pecho.
Él me envolvió entre sus brazos y nos tapó con las sábanas.
—Yo también te quiero.
Landon:
Emily estaba nerviosa. Se movía de un lado para el otro como si fuera un león enjaulado. Había estado así toda la tarde, desde que habíamos regresado a casa de trabajar. La entendía, sabe Dios que lo hacía. ¡Al día siguiente tenía la competición nacional de tiro con arco! Pero verla tan alterada me estaba poniendo de mal humor. Llegó un momento en el que ya no lo pude soportar más. Me levanté del sofá y me interpuse en su camino.
—No debes preocuparte por nada, preciosa. Lo harás muy bien.
Ella se mordió el labio, no creyendo mis palabras. Se pasó la mano por la base de la nariz, gesto que siempre hacía cuando sentía que algo estaba por encima de sus posibilidades.
—¡Estoy nerviosa! ¡Y emocionada! ¿Es normal sentir que tengo ganas de vomitar? Podría correr una maratón ahora mismo —dijo de corrida, sin pararse a respirar.
Le puse las manos en los hombros y la miré a los ojos.
—Quiero que sepas que sea cual sea el resultado, yo te seguiré queriendo. Quiero que te diviertas y que lo tomes como una experiencia más de la vida.
—Pero quiero hacerlo bien y...
Le coloqué un dedo sobre sus labios para callarla. Ya empezaba a decir tonterías y a menospreciarse.
—Mira, Em. Vas a hacerlo fenomenal. Has tenido una buena puntuación en la liga, así que ¿por qué deberías preocuparte? —Le aparté un mechón negro de la cara y acaricié sus mejillas sonrosadas por la emoción. Le di un pequeño beso en los labios, un anticipo de lo que le esperaba el resto de su vida—. Y, ahora, quiero que te pongas más guapa de lo eres. Vamos a ir a cenar a un sitio que te va a encantar. —Emily abrió los labios para protestar, pero yo la acallé con un beso—. Prometo que no llegaremos muy tarde.
Me miró con el ceño fruncido, pensando seguramente que salir justo la noche anterior a una competición tan importante no era buena idea. Pero tras unos segundos de deliberación, por fin esbozó esa sonrisa que tan enamorado me tenía. Ese gesto fue acompañado por el brillo de sus ojos.
—Está bien.
. . .
Si pensaba que el día anterior estaba nerviosa, ahora lo estaba flipando. Revisó al menos una quincena de veces que había cogido todo el material y que no se dejaba nada. Comprobó otras siete veces que tenía la licencia y que se había puesto el uniforme del equipo. Estaba tan asustada que apenas tomó su leche con cacao del desayuno. Por si las moscas, le guardé algo de fruta por si le entraba el hambre de camino. Teníamos casi una hora de viaje.
Cuando salimos a la calle, el aire frío de la mañana nos dio la bienvenida. Era muy probable que en cuanto la mañana avanzara, el calor de principios de junio sofocara el ambiente. Llegamos al garaje del edificio, el que estaba a unos metros de distancia, y nos instalamos en el coche. Acomodé la bolsa en donde llevaba el arco como si fuera mi hijo, con mucho mimo. Pasados unos minutos, después de que Emily quisiera volver a comprobar que no se dejaba nada, nos pusimos en marcha. Por suerte, no había mucho tráfico a aquella hora. Apenas eran las siete de la mañana. Debíamos estar allí a las nueve. Se suponía que con ir con hora y media bastaba, pero Emily se había emperrado en que quería salir con dos horas por si las moscas. No quise contradecirla. Cuando estaba en aquel estado era peor que la niña del exorcista y la niña de la curva juntas. Mejor no hacerla enfadar.
Durante el trayecto puse un poco de música para calmar el ambiente y relajar lo tensa que estaba ella. Intenté entablar una conversación también, pero comprobé que Emily estaba tan sumida en sus propios pensamientos que apenas me prestaba atención. Fue el viaje más largo de mi vida y, cuando por fin llegamos a Nueva Jersey y conseguí aparcar el coche cerca del polideportivo en donde se disputaban los nacionales, quise besar la tierra.
Como no habíamos tardado mucho, decidí llevar a Emily a una cafetería que había cerca. Era muy mona y tenía unos bollos que tenían una pinta estupenda y deliciosa. Pedí por los dos: un café y una leche con cacao y dos bollitos de mantequilla. Quería mimar a mi arquera preferida, mas cuando llegaron los pedidos, Emily apenas probó bocado. Se mordía el labio con nerviosismo y se pasaba la mano por la base de la nariz. Estaba tensa y estaba claro que aquello no era un juego para ella.
Tomé su mano por encima de la mesa y le di un ligero apretón.
—Lo vas a hacer muy bien, preciosa. No debes preocuparte.
—Pero, ¿y si fallo? ¿Y si lo hago tan mal que mi entrenador decide que no valgo?
Le manché la nariz con un poco de espuma de su bebida. Ese pequeño gesto la hizo sonreír y aquella sonrisa provocó que mi corazón aleteara con fuerza.
—No creo que Ian te diga algo así por muy mal que lo hagas. Recuerda que él fue quien te dijo que te apuntaras a los nacionales. No creo que lo haya hecho porque piense que no tengas talento. Él cree en ti, como yo. ¿Por qué no lo haces tú?
Ella tragó saliva con fuerza y apartó la mirada avergonzada. Ah, no. No se lo iba a permitir. Coloqué mis manos en su mentón y la obligué a mirarme. En cuanto aquella mirada tan peculiar y dulce se me clavó en el cuerpo, me sentí temblar por dentro. Tenía unos ojos tan únicos e hipnotizantes que era una pena que no se valorara lo suficiente.
—Tienes razón —dijo tras unos instantes de silencio. Su boca tiró hacia arriba, regalándome una sonrisa matadora. Mi perdición—. No puedo evitar estar un poco asustada y sentir que todo esto es demasiado grande para mí. Pero, ¿sabes?, te haré caso. Lo tomaré como una experiencia más. Intentaré divertirme, puesto que eso es lo que hace el tiro con arco. No debo preocuparme demasiado si lo haré bien o no.
Volví a apretar sus manos con fuerza, aunque pronto ella separó las suyas de las mías para empezar a devorar su desayuno. Esbocé una gran sonrisa. Me sentía feliz de hacer que se olvidara por un momento de aquella competición, de ser el causante de aquella sonrisa.
. . .
Todo estaba en completo silencio, solo se escuchaban las flechas romper la barrera del aire y dar de lleno contra las dianas. La tensión era palpable en el ambiente, se notaba a leguas de distancia que para muchos aquella competición no era un simple juego.
Estaba justo detrás de Emily. Estaba sospechosamente tranquila para lo nerviosa que se había mostrado los días anteriores. Se mostraba serena y movía el arco con una destreza que aún me asombraba. Había ido a unas cuantas competiciones, pero en ninguna de ellas la había visto tan seria y tan concentrada. Se notaba que quería hacerlo bien, que quería demostrar que no era una niña tonta.
Y lo estaba consiguiendo. Madre mía. Por lo que sabía, estaba teniendo una muy buena puntuación, tan buena que su mayor rival, Jade, las estaba pasando canutas para seguirla el ritmo. Las flechas iban directas a la franja amarilla, aquella que estaba destinada a los nueves y a los dieces, las mayores puntuaciones.
Todo iba sobre ruedas. Parecía que se lo estaba pasando bien y que no se sentía presionada por hacerlo todo perfecto y bien. Pero, de un momento a otro, una flecha se le fue fuera de la diana y la pobre miró con asombro el parapeto, sin poder creérselo. Masculló una pequeña maldición, tensando la mandíbula. Tomó un par de bocanadas en un intento por serenarse y por no dejarse llevar por los nervios.
Lo estaba haciendo muy bien. Controlaba las emociones negativas de una manera asombrosa. Yo no habría sido capaz de mantener el tipo cuando después de hacer buenas puntuaciones una flecha se me hubiese ido fuera de la diana. Era una crac.
A mi lado, un hombre unos años mayor que yo vitoreó cuando Jade hizo una gran puntuación. Aquella castaña de ojos azules se acercó a mi chica y le susurró algo que la hizo rabiar. Estaba totalmente seguro de que si no hubiesen estado en medio de una competición tan importante, Emily le habría soltado un buen guantazo. Pero como buena profesional que era se aguantó las ganas y canalizó toda la rabia sentida en la siguiente ronda, donde hizo una puntuación espectacular.
—¡Eso es, preciosa! —la alabé cuando volvió de recoger sus flechas. Me tiró un beso y me lanzó un guiño coqueto y juguetón.
¿En qué momento me había visto envuelto en aquella historia romántica? ¿Cuándo había pasado de sentir un deseo y una atracción prohibida por aquella mujer de dulce mirada a vivir con ella la mayor de las aventuras? Antes de empezar aquella locura, sentía que ella no era para mí, que solo era un tonto enamoramiento infantil. Pensaba que el hecho de que fuera la hermana de mi jefe lo volvía prohibido, y lo prohibido era muy tentador y adictivo. Mas con el paso del tiempo me había dado cuenta de que toda esa atracción que había sentido al principio se había convertido en un amor puro y maravilloso. No cambiaría nada de lo vivido aquellos meses.
Volví al presente cuando el presentador dio por finalizada la ronda. Mientras se hacía el recuento de los puntos, bajé de las gradas y me reuní con Emily. Le di un fuerte abrazo y un beso de película. Mientras le recorría las dos trencitas con los dedos, le susurré:
—Lo has hecho de maravilla. Todavía me sorprende que seas capaz de atinar a una distancia tan lejana.
Ella sonrió. Frotó su nariz con la mía, un gesto que hacía muy a menudo y que había descubierto que me gustaba.
—Eso es porque no me has visto tirar a cincuenta metro o más. Fliparías al ver las buenas puntuaciones que hago.
Le di un beso en la punta de la nariz que la hizo reír.
—¿Ese tonito es de petulancia? —me burlé.
Ella me siguió el juego entre risas.
—¡Qué se le va a hacer si soy tan buena!
Me encantaba verla tan relajada en una situación tan tensa.
No nos dio tiempo para añadir más. Los jueces ya habían hecho el recuento y estaban a punto de llamar al podio a los tres finalistas de cada modalidad. Pasaron categoría por categoría, desde los más pequeños hasta los sénior, la categoría a la que pertenecía Emily. Dijeron el tercer puesto y nombraron a Jade. Emily hizo una mueca al escuchar el nombre de su mayor enemiga dentro del mundillo del tiro con arco. Nombraron al segundo finalista y, cuando llamaron al ganador, sentí una punzada de decepción. Emily no había quedado.
Cuando ya todos los premios fueron dados, me volví hacia Emily. Me sorprendió verla sonreír tras aquella derrota. Conociéndola, habría esperado verla triste y decepcionada consigo misma. Pero no era así. Se mostraba contenta con el resultado.
—Siento que no hayas ganado ni quedado finalista.
Ella se encogió de hombros.
—Tampoco es que esperara ganar la primera vez que participaba en un concurso tan importante.
Entrelacé nuestros dedos.
—Has estado fantástica.
Esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Lo sé. —Se puso de puntillas y unió nuestros labios en un beso casto. Cuando se separó de mí sin borrar el gesto de la boca, añadió—: Voy a ver la clasificación. Quiero saber en qué posición he quedado. —Empezó a caminar en dirección a la mesa de los jueces, en donde habían colocado una larga lista con la posición de todos los participantes. Cuando hubo avanzado unos metros, se volvió hacia mí—. ¿Vienes?
Me tendía la mano y yo sin dudarlo se la estreché. Juntos miramos la planilla y cuando encontré su nombre, abrí muchísimo los ojos. Estaba ojiplático.
—¡No me lo puedo creer! —chilló Emily con tanta emoción que un par de lágrimas se escaparon de sus ojos—. Quinta. ¡He quedado quinta!
Me vi envuelto entre sus brazos. La estreché con fuerza, aunque pronto empezó a dar pequeños saltos de alegría en el suelo. Y es que era una gran noticia. Ella no se esperaba haber quedado en tan buena posición cuando había faltado a varios entrenamientos debido al accidente que yo había sufrido.
Le di un beso y la hice girar entre mis brazos.
—Estoy tan orgulloso de ti, preciosa.
Estaba tan contento por ella, por todo lo que había conseguido gracias a todo el esfuerzo que había hecho. No era una niña mimada ni una niña de papá, tal y como había pensado yo al principio. Emily Foster era una mujer increíble y sorprendente, con un carácter fuerte. Si bien podía parecer vulnerable e inocente al principio, no lo era. Me gustaba que me sorprendiera cada día, que descubriera una faceta nueva que me dejaba todavía más prendado de ella.
Si bien al principio nos había costado congeniar, ahora podía deciros que estaba completamente enamorado de ella desde el primer momento en que mis ojos la vieron, cuando sus ojos tan bonitos y peculiares cayeron sobre mí y su dulce mirada me dejó hechizado.
Estaba listo para vivir miles de aventuras con ella, para dejarme arrastrar por aquella oleada de amor en la que me había visto arrastrado a la fuerza desde el momento en que los dos empezamos a convivir bajo el mismo techo.
Quería que Emily Foster fuera la definitiva.
...................................................................................................................................
Nota de autora:
¡Feliz miércoles, mis enredados y enredadas!
¿Qué os ha parecido el último capítulo de Dulce Mirada? Os recuerdo que el viernes subiré el epílogo y, con ello, terminaré de subir la novela al completo. Se me ha hecho tan corto, ¿y a vosotros?
Repasemos:
1. Momento de pasión.
2. ¡Los nacionales de tiro con arco!
3. Emily piensa que lo va a hacer fatal y Landon la anima.
4. El campeonato.
5. ¡Emily ha quedado quinta!
Espero que os haya gustado el capítulo. ¡Nos vemos el viernes! Os quiero. Un besazo.
Mis redes:
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro