Capítulo 4
Capítulo 4
Emily:
Estaba con los nervios a flor de piel. Ostras, ¿qué acababa de pasar? ¿Desde cuándo Landon coqueteaba conmigo de aquella manera? ¿Desde cuándo un hombre me decía algo tan intenso referente a mis ojos?
Mis amigas me arrastraron por las calles de Nueva York. Fuimos al cine a ver una película y, al salir, fuimos a mi apartamento. Estaba en una buena zona y era de agradecer. Por el camino, nos encontramos con Willow, una vecina que tendría ya más de sesenta años. Era muy cotilla la mujer y siempre estaba contándome los últimos chismes.
—¡Hola, chicas! —exclamó la mar de contenta al vernos. Entró en el ascensor y le dio al botón del cuarto piso, mi planta. Por desgracia, era mi vecina de enfrente—. ¿Qué tal en el trabajo, muchachita?
Sonreí con educación.
—Muy bien. Es un poco duro, pero me encanta trabajar en la editorial.
—¿Cómo se porta tu hermano contigo? Espero que no sea un jefe muy duro.
Me encogí de hombros.
—Hace muy bien su trabajo. ¿Qué puedo decir? Es un gran jefe y me encanta que me haya dado la oportunidad de trabajar a su lado.
La anciana sonrió. Era maja, pero a veces era muy plasta.
—Me alegro.
Llegamos a nuestro piso y nos despedimos de la mujer con educación. Cuando entramos en el apartamento, ellas se pusieron cómodas en la sala. Mientras, yo fui a la cocina y cogí unos refrescos de cola para todas. Cuando estaba cruzando el pasillo, escuché cómo las dos cuchicheaban y soltaban risitas muy femeninas.
—Aquí tenéis, mis reinas —dije al mismo tiempo que dejaba las bebidas en la mesa. Ellas se quedaron mirándome de una manera que me puso los pelos de punta—. ¿Qué?
Unas sonrisitas pícaras se dibujaron en sus labios. Oh, no. ¿Qué estarían tramando esos dos demonios?
—Nada, nada —dijo Evelyn con un encogimiento de hombros.
Las miré con más intensidad. No me lo tragaba. A ver, las conocía desde siempre. Nos habíamos criado juntas, habíamos ido al mismo colegio e incluso a los mismos campamentos. Sabía cuándo me estaban ocultando algo.
—¿Seguras?
Alcé una ceja de manera inquisidora. Evelyn empezó a mirarme de la misma manera. Llevaba unas gafas de pasta negras. Bajó un poco la cabeza, de tal manera que sus pupilas miraban hacia arriba. Sonreí con malicia.
—No me mires por encima de las gafas.
En respuesta, ella se subió las gafas por el puente.
Era una pequeña broma que hacíamos desde ya ni siquiera sé cuánto tiempo. Reí y ellas conmigo.
—Ahora, en serio. ¿Qué os pasa? ¿Por qué os habéis quedado tan calladas cuando he entrado en la sala?
Ellas se miraron y rompieron a reír con complicidad. Oh, no. Eso solo me decía que sí tramaban algo. Cuando por fin abrieron la boca para decir algo, hablaron a la vez.
—¡Te gusta!
Las miré sin comprender.
—Me he perdido.
—¡Te gusta! —repitieron.
Alcé una ceja y me crucé de brazos. Estaba frente a ellas, de pie.
—¿Quién?
Ellas intercambiaron una mirada.
—El amigo de Declan y Cooper. Te gusta un montón, y no nos lo niegues, eh. Que nos conocemos.
Abrí los ojos tanto que casi se me salen de lar órbitas. ¿Qué narices estaba pasando? ¿Dónde estaba la cámara oculta?
—¿De qué habláis? —resoplé.
Las dos me miraron con una expresión que lo decía todo: <<Te hemos pillado con las manos en la masa>>. Sabía que por mucho que se lo negara no me dejarían en paz. Además, eran mis mejores amigas. Así que, estando más roja que un tomate, confesé:
—Está bien, está bien. Me gusta Landon. ¿Tanto se me nota?
El gritito que soltaron casi me dejó sorda. Se miraron y se levantaron del sofá para empezar a dar saltitos en el sitio. Mientras, yo las miraba sin comprender.
—¡Tía, eso es una gran noticia!
—¡Qué buen gusto que tienes, mujer!
Sonreí. En parte me sentía aliviada. Para mí era muy importante la aprobación de ellas.
—Ese hombre está colado por ti hasta los huesos. Se le nota. ¿O acaso no has visto cómo ha coqueteado contigo hoy? —preguntó Skye mientras se rehacía la coleta.
—Además, no te quitaba el ojo.
Me ruboricé de nuevo.
—Calla, calla. Él es el mejor amigo de mi futura cuñada y es un compañero del trabajo también.
Las dos me miraron como si me hubiese salido una segunda cabeza o, peor, mi cuerpo se hubiese vuelto azul de repente.
—Joder, ¡qué intenso! —Skye se abanicó con las manos de manera exagerada.
—¡Qué morro tienes! Ojalá en mi trabajo tuviese hombres así de guapos y sexys. Es una pena que en el bufete de abogados para el que trabajo casi todos estén ya casados o a punto de jubilarse —se quejó Evelyn. Se quitó la diadema del mismo color que su cabello y la dejó en la mesa de cristal. Acto seguido, se sentó de nuevo en el sofá de color pastel.
El apartamento que había alquilado era muy femenino. Estaba encantada con la decoración que había puesto. Los sofás de la sala eran de color pastel. Había un par de cojines rosa que había comprado a muy buen precio. Las dos butacas que había a ambos lados de la mesita eran de color menta. La estancia era muy luminosa y acogedora.
Me senté junto a ella. Skye en seguida se nos unió.
—Qué se le va a hacer. Es la suerte.
—O el destino —argumentó Skye con ojitos soñadores. Allí estaba de nuevo su faceta romántica. Uf, qué empalagosa.
—Por cierto, ¿qué tal lleva tu hermano los preparativos de la boda? ¿Ya tienen una fecha? —preguntó Evelyn.
—Eso. ¿Se sabe ya algo?
Sonreí. Elli estaba un poco atacada y eso que le quedaban todavía unos meses para prepararlo todo. Pobre mujer, se agobiaba hasta con un vaso de agua.
—¡No os lo he contado! Se casarán el veinticinco de junio y, adivinad, ¡seré una de las damas de honor! Estoy tan contenta. Mi hermano ha dado con la indicada y ojalá yo encuentre a alguien que me amara tanto como él ama a Elli. Son una pareja ejemplar.
—Ya se les ve, aunque las revistas a veces se inventan unos chismes de aupa.
Chasqueé la lengua. Era el problema de estar en el punto de mira de la prensa rosa. Ya no sabían ni qué inventar para vender. Pobre Elli. La entendía. A mí me había pasado y había tenido que sufrirlo desde que tuve la edad suficiente como para que mi rostro no fuera pixelado. Era lo peor estar en el ojo del huracán y que te atosigaran con un millar de preguntas.
—¿Ya saben dónde celebrarán la boda? —preguntó Skye.
Me encogí de hombros.
—¡Qué va! Todavía están asimilando que se van a casar. Fue tan romántica la forma en que se lo pidió.
—Pobre Derek. Debió de pasarlo fatal cuando Tyler, el ex de ella, la secuestró —habló Evelyn con el ceño fruncido.
Bufé.
—No me lo recuerdes, por favor.
Aquel periodo de tiempo en el que no se sabía nada del paradero de Elliana fue el peor de mi vida. No teníamos ni idea de dónde estaba la mujer ni si estaba bien. Derek lo pasó muy mal. Por un momento, pensaba que no la volvería a ver con vida. Las noticias eran tan terribles que os juraba que pensaba que Elliana había sido violada y asesinada.
Nunca antes había visto a mi hermano tan desolado, tan destrozado. Lloraba con facilidad y perdía el control constantemente. Le habían arrebatado a la fuerza a la mujer que amaba y, como yo, pensaba que jamás la volvería a verla.
Por fortuna, en uno de sus viajes de negocios la encontró. No sé cómo narices acabó la mujer allí. Estaba perdida, sin memoria. No lo recordaba. Era extraño, solo recordaba pasajes anteriores a conocerle. Mas cuando sus ojos conectaron, lo recordó todo.
El amor, pese a ser complicado, es la fuerza que mueve el mundo. Gracias a él, mi hermano no tiró la toalla hasta encontrarla. Su amor era tan puro. Parecían destinados a encontrarse.
Si es que el destino era muy caprichoso.
—No pienses en eso, mujer —dijo Skye en cuanto vio cómo se me nublaba la mirada. Me apretó un hombro con cariño. La miré y tragué el nudo que se había formado en mi garganta. Era tan duro recordar aquel mes de desesperación y sufrimiento—. Sé que fue una etapa muy dura, pero, oye, Elliana ya está de vuelta y te aseguro que nada ni nadie va a separarlos. Se aman con locura. Solo hay que verlos.
Esbocé una sonrisa de agradecimiento.
—Gracias.
Continuamos hablando hasta que se hizo un poco tarde. Les dije que se podían quedar a cenar, pero las dos rechazaron mi oferta. Tras despedirnos con dos besos en la mejilla, prometimos quedar todas de nuevo en los próximos días.
. . .
El día siguiente fue agotador. Fui al trabajo y, después, pasé por casa única y exclusivamente para cambiarme de ropa. Me puse unas mallas deportivas largas, una camiseta vieja, una sudadera de color gris y mis playeras favoritas. Me hice una coleta alta también.
Tenía entrenamiento en poco menos de media hora. Hacía tiro con arco desde el instituto. Empecé a hacerlo como un simple hobby y ahora se había convertido en una parte crucial de mi vida. Me encantaba y estaba muy a gusto en el club.
Una vez lista, cogí la funda en la que guardaba el arco, las llave y una chaqueta, y salí de casa. El club Robin archer, el centro al que iba, estaba muy cerca de Central Park. Estaba también a unas manzanas del apartamento, a pocos minutos a pie. Llevaba en aquel club desde segundo de carrera, cuando supe que quería competir no solo a nivel local. Era uno de los mejores de la ciudad y el entrenamiento era muy bueno.
Diez minutos después estaba entrando por la puerta. Lo bueno del club era que podías ir las horas que quisieras cualquier día de la semana. Como era de esperar por la hora siendo martes, solo estaba el dueño del club, Ian Crowell. Él fue campeón nacional hace unos años e incluso había ido a los Juegos Olímpicos. Era una máquina y hacía que las clases pese a ser muy estrictas fueran divertidas.
—Hola, Emily. ¿Qué tal el inicio de semana?
Era tan majo y jovial a pesar de tener ya los sesenta años.
—Buenas, Ian. Durilla. Espero que el entrenamiento de hoy me ayude a desestresarme —dije.
El club estaba dividido en tres salas. La primera, la que estaba nada más entrar por la puerta, era la principal. El gran espacio nos servía para tirar las flechas que quisiéramos. En una esquina había un pequeño almacén en donde guardábamos los trípodes, parapetos, dianas y demás materiales que utilizábamos. En el suelo, pasando un poco la puerta, estaba la línea de tiro, aquella de delimitaba el espacio dirigido para tirar con el de seguridad. La segunda estancia era una sala de descanso o de ocio. Allí solíamos reunirnos los compañeros para tomar algún refresco y tentempié o charlar. Asimismo, nos servía de sala de reuniones, donde se comentaban las próximas ligas estatales y las nacionales. Por último, estaba el taller. Solíamos usarlo si teníamos que arreglar nuestras palas, la cuerda del arco, las flechas, etc. Una de las primeras lecciones que recibí fue el aprendizaje y cuidado del material.
Me gustaba mucho el club. Me ofrecía muchas más posibilidades que el anterior y me motivaban mucho más mis compañeros. Había hecho grandes amigos que, en vez de frenarme, me ayudaban a alzar el vuelo.
—Recuerda que en menos dos semanas tenemos una ronda de la liga en Nueva York. Asistirás, ¿verdad?
Lo miré como si hubiese dicho la mayor tontería del siglo.
—¡Cómo iba a perdérmela! Es más, creo que traeré público. La prometida de mi hermano me ha dicho que le gustaría verme tirar.
El hombre esbozó una amplia sonrisa.
—¡Eso es fantástico! Ya era hora que alguno fuera a verte. Tienes mucho talento, muchacha, y estoy seguro de que si te esfuerzas, llegarás lejos.
Ian siempre me decía lo mismo. Desde que vio lo mucho que disfrutaba cuando venía y la mejora que hacía con el paso del tiempo, estuvo ayudándome a que pudiera optar a participar en los nacionales. A ver, era muy complicado. Por mucho que fuera mi interés, si no era lo suficientemente buena, no podría asistir.
—Qué más quisiera.
Le quité importancia con una risita y fui a una esquina a montar el arco, porque, sí, había que montarlo. Primero monté el soporte para arcos. A continuación, uní las palas al cuerpo y, después, con la ayuda del montador, puse la cuerda. Por último, coloqué el visor y el estabilizador. Saqué de la bolsa de deporte el protector del brazo y la dactilera al igual que el carcaj en donde tenía las flechas y coloqué todo el material a unos pocos pasos de la línea blanca de tiro.
Suspiré. Una cosa estaba hecha. Ahora, solo debía montar el parapeto.
Cogí el trípode, lo abrí y lo atornillé. Luego, puse la goma protectora y, por último, el parapeto de color azul. Coloqué mi diana, que era una tira con tres dianas de cuarenta centímetros ya un poco desgastada, y lo llevé hasta colocarlo a dieciocho metros de mí.
Antes de empezar a lanza flechas calenté un poco con la pelota de medicinas, hice flexiones y abdominales. Pasada media hora, fui a la línea de tiro y comencé a disparar. Cogí el arco de color rojo metálico por la empuñadura, hice la prepuntería, agarré la cuerda con la flecha y la llevé a mis labios y a mi nariz. Esperé mientras apuntaba, contando hasta seis antes de soltarla. Volví a repetir el gesto otras dos veces.
Antes de ir a ver qué tal me había ido, fui a por la hoja que tenía Ian en donde apuntaba mis series. Ya con ella en las manos, caminé hasta el parapeto y me fijé en la tira. Sonreí con orgullo. No estaba mal. Decidí no empezar la serie hasta pasada media hora. Poco a poco varios compañeros habían ido viniendo. Entre ellos, Tarah, Milo y Amber. Casi siempre coincidíamos, aunque cabe destacar que en la mayoría de los casos quedábamos para ir juntos.
Cuando ya llevaba media serie, Milo, el que estaba tirando en el mismo parapeto que yo, exclamó:
—¡Así se hace, nena!
Me dio un gran abrazo para después chocar las cinco. Como para no festejarlo. De un máximo de treinta puntos había hecho veintinueve. No había hecho un pleno porque me había movido un milímetro cuando estaba apuntando.
Milo tenía mi edad. Era un chico muy majo y carismático, a parte de guapo. Era un hombre que engañaba a simple vista. Era bastante alto y musculoso, pero bajo esa fachada se escondía un friki de los videojuegos y del manga. Yo solo lo veía como un amigo, igual que él a mí. Desde el primer momento nos habíamos caído de maravilla.
Lo mismo me pasó con Tarah. Aquella pelirroja despampanante de cabello rizado, a la que apodábamos de manera cariñosa Mérida, se había ganado un hueco en mi corazón desde que la conocí. Era maja, pero, joder, menudo carácter tenía la mujer.
Con Amber no había congeniado muy bien al principio, más que nada porque era tímida, mucho más de lo que yo lo era. Aquella rubita de ojos mieles tenía tres años más que yo y estaba terminando su máster acerca de la historia medieval. Era la hostia, joder. Era muy inteligente y trabajadora.
Los cuatro nos llevábamos tan bien que siempre en las competiciones nos apoyábamos pese a competir en la misma categoría. Para mí era reconfortante tener tan buenos compañeros dentro del equipo. Por eso estaba tan a gusto en el club. En el anterior se discutía mucho y se pisaban a los compañeros.
Me quedé toda la tarde allí. Hice un total de dos series antes de ir hacia la sala de descanso con Tarah, Milo y Amber. Estuvimos media hora charlando al mismo tiempo que bebíamos nuestros refrescos. Pasado ese periodo, volvimos de nuevo al ruedo.
Para mí el tiro con arco no era solo un deporte más. Me fascinaba aprender cada día cosas nuevas, mejorar con cada entrenamiento. No os mentiré, había días que eran demasiado frustrantes, que no entendía por qué las tiradas me salían mal. También había días malos. Sin embargo, en todo momento contaba con mi equipo, el que me apoyaba y me hacía ver que no pasaba nada por ello. Éramos un pilar, una familia, y yo estaba orgullosa de ser parte de ella.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles a todos! ¿Qué tal lleváis la semana?
Capítulo 4 recién salido del horno. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. Reunión de amigas.
2. Cotilleo.
3. Emily ha confesado su amor por Landon.
4. ¡Estamos invitadas a la boda de Derek y Elliana!
5. El hobbie de Emily.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes! Besos.
Mis redes:
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