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Capítulo 38

Capítulo 38

Emily:

Hacía frío, mucho frío para que estuviésemos en primavera. Un viento estruendoso ululaba fuera. Me había quedado en FosterWords a hacer horas extras. Lo necesitaba si quería terminar el trabajo a tiempo. Tenía el manuscrito a un lado, repleto de notas, y estaba tecleando en el ordenador el informe de valoración. Estaba redactando los puntos fuertes.

De pronto, se escuchó un estruendo, el estallido de algo proveniente de un piso superior. Fuera la tormenta pareció hacerse más intensa. Cayó parte de la planta superior a unos metros de mí. Fuego, fuego por todos lados. Y gritos. El miedo corriendo por mis venas. Mis ganas de huir.

Y la imagen de él gritando, quemándose y abrasándose por las llamas. Asfixiándose por el humo.

Quise hacer algo, lo que fuera para ayudarle. Pero no estaba en mi poder. Él estaba a unas cuantos pisos de mí. ¿Cómo era posible escuchar sus gritos?

El fuego llegó hasta donde estaba, el edificio se caía a cachos. Grité, chillé e intenté escapar. Pero parecía que mis pies estaban congelados en el suelo. El terror me cegaba, quería salir de allí. Cuando las llamas lamieron mi piel, todo se quedó negro. Escuché una risa femenina malvada que me fue muy familiar, un grito y su voz, sus palabras:

—No te rindas, preciosa.

Y, súbitamente, se hizo la luz. Desperté de golpe. Pero no estaba en mi cama; estaba en la suya. ¿En qué momento había ido hasta su habitación? ¿Habría vuelto a ser sonámbula? Hacía muchos años que no me pasaba, desde que había dejado el colegio. Estaba tendida en su cama, tapada con sus sábanas. Llevaba una de sus camisas. ¿También me había cambiado en sueños?

Miré la hora en el despertador que él tenía y me levanté a todo correr. Mierda. Llegaba tarde.

Landon:

Oscuridad. Era lo único que veía. Fuera a donde fuera, allí estaba. Era como si me hubiese metido en un túnel sin salida. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando a la deriva. Para mí era toda una eternidad.

Pero lo peor eran aquellas voces que escuchaba. Eran ellos: mi familia, Derek, Elli, ella. Sobre todo ella. Los escuchaba como si hubiese una pared de por medio, pero no podía verlos. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no se dejaban ver?

Empecé a correr en todas las direcciones, buscándoles. Llevaba días, semanas o meses (no estaba muy seguro del tiempo que llevaba allí metido) intentando encontrarles. Joder. Quería salir de allí. ¿Era mucho pedir? Quería verles, quería escucharles con normalidad. ¿Dónde demonios estaba? ¿Por qué todo estaba tan oscuro?

No sé cuándo, pero un día empecé a golpear el suelo y todas las paredes que encontraba. Pateaba el suelo, gritaba y saltaba. No sentía el cuerpo. Aquella ligereza y aquella falta de sensibilidad a los golpes (cada vez que le pegaba una buena hostia al yeso, no sentía dolor alguno; ¿cómo era eso posible?) me estaban volviendo loco.

Quería salir. Quería verla.

Emily:

—Mierda —musitó una voz femenina.

Acababa de chocarme con una mujer en la cafetería que era ni más ni menos que Mackenzie, aquella zorra que me había hecho la vida imposible en el colegio. Sin querer, había volcado parte del contenido de mi bandeja sobre ella, aunque también gran parte se había quedado en mi ropa y cabello.

—Lo siento. No te había visto —me disculpé de corazón.

Ella me lanzó una mirada desdeñosa.

—Seguro que no. No me vengas con esas. Sé que no eres la mosquita muerta que todos se creen que eres —escupió.

La miré de arriba a abajo. Tenía una gran mancha de tomate en la camisa blanca, sobre el pecho. Unos trozos de macarrón se habían pegado a su larga cabellera color chocolate, plagada de tirabuzones. Sus ojos grandes me lanzaban dagas llenas de veneno, como si quisiera matarme con la mirada. Genial. El sentimiento era mutuo.

—Mira, Mackenzie, sé que nunca hemos sido amigas, pero ahora que somos compañeras de trabajo creo que nos merecemos una tregua. —Extendí una mano en su dirección—. ¿Qué me dices?

Ella miró mi gesto y esbozó una sonrisita perversa.

—Paso. Juntarme con personas patéticas es contagioso. —Se giró para marcharse, pero de un momento a otro volvió a mirarme de nuevo. Aquella mueca cruel parecía estar tatuada en sus labios—. Siento lo de Landon. Es toda una pena que la bomba lo pillara a él de primera mano. Sospecho que el incidente no estaba dirigido a él.

Con esas últimas palabras me dejó sola en la cola, con una cara de pasmarote y la boca medio abierta. ¿Qué acababa de decir?

Landon:

—¡Quiero salir de esta cárcel! —grité a pleno pulmón por milésima vez.

Estaba fuera de mí. Gritaba, golpeaba e intentaba escaparme. Quería volver a mi realidad, con los míos. Llevaba un tiempo sin escuchar sus voces, ahogado en mi propio silencio. Mirara a donde mirara no había ni un solo resquicio de luz. Todo era una completa y espeluznante oscuridad, hasta que de repente escuché aquella voz que tan bien conocía. Era papá. Me estaba hablando, pero, ¿dónde estaba?

Di una vuelta a mi alrededor, pero allí no había absolutamente nadie. Estaba solo, acompañado únicamente por la soledad de mis pensamientos.

—Hijo. —Su voz se escuchaba lejana y apagada—. Eres fuerte, muy fuerte. Sé que saldrás de esta. Por favor... —Se le quebró la voz—. Te necesitamos aquí. Ella te necesita. Lucha por ella.

Sentí un hormigueo en mi mano derecha, un fogonazo de calor. Me la toqué de manera inconsciente, pero aquella sensación cálida seguía allí.

<<Lucha por ella>>, me repetí mentalmente. <<Lucha por ella>>. <<Lucha por ella>>. <<Lucha por ella>>.

Grité. Golpeé el suelo con los pies. Me rebelé.

Lucharía por Emily.

Emily:

Cuando entré en la habitación en la que estaba hospitalizado Landon, su padre estaba allí. Sujetaba y acariciaba su mano derecha con cariño. Sonreía entre lágrimas mientras le hablaba, como todos habíamos estado haciendo. En el momento en que sus ojos hicieron contacto con los míos, esbozó una bonita sonrisa en los labios, muy parecida a la de su hijo, y se levantó. Me envolvió en un cálido abrazo y me dio un beso en la mejilla con cariño.

—¿Cómo estás, tesoro?

Intenté devolverle el gesto, pero comprobé con horror que solo había hecho una mueca grotesca.

—Voy tirando. ¿Y tú? ¿Qué tal el día?

Jasper se encogió de hombros.

—Normalucho. Derek me ha llevado a dar un paseo por Central Park esta mañana. Tu hermano es muy encantador y las revistas no le hacen justicia. Ha intentado que por un momento deje de pensar en todo lo que está ocurriendo para que aproveche mi visita a la ciudad para hacer un poco de turismo.

Sonreí. Aquello era tan propio de él.

—¿Ha ido Elli con vosotros?

Negó con la cabeza.

—¡Qué va! Según me ha contado Derek, ella se encontraba un poco mal esta mañana y no ha querido venir. Ya sabes que en unos días sale de cuentas y está paranoica con todo el tema del parto. Ya le he dicho que no se preocupe, que su marido la va a cuidar. Pero ya sabes lo cabezota que es.

Reí.

Pero Jasper se puso muy serio. Me alarmé.

—¿Qué pasa? —incluso yo notaba aquella nota de pánico en la voz.

Los ojos, del mismo color que su hijo, se bañaron en lágrimas. Fruncí el ceño.

—Mira —susurró con la voz teñida de esperanza.

Seguí la dirección de su mirada. La mano que antes estaba acariciando la de Landon su hijo la estaba agarrando con fuerza. ¡Dios mío!

Landon:

Esa risa. Era su risa. Sonreí y empecé a reír como un loco.

Ella estaba allí.

Me aferré a su risa, a su voz. Me dejé guiar por ella, buscándola. Choqué contra un muro fuerte. De allí provenía su risa. Golpeé el muro de ladrillo con fuerza. Una, dos, tres veces. No me importaba el dolor que estaba empezando a sentir por primera vez en mucho tiempo. Solo quería verla.

—Landon, sé que estás ahí. Por favor, amor. Te quiero tanto —la escuché decir. Tenía una voz tan dulce y espesa como la miel—. Lucha, cariño. Me estoy muriendo lentamente sin ti.

—¡Te quiero! —grité a pleno pulmón golpeando con fuerza la pared que me separaba de ella, de la chica de la mirada dulce. Ansiaba verla, admirar aquellos ojos que tan enamorados me tenían.

—Eres lo mejor que me ha pasado en mi vida, amor. Lucha. Eres fuerte. Todos te queremos tanto: tu padre, tus hermanos, tu sobrino y, ahora, la sobrina que está en camino. Yo te amo con locura.

Sonreí. Ella me quería, me amaba.

Di otro golpe, esa vez mucho más fuerte que el anterior. Tenía que derribarlo.

No me rendiría tan fácilmente.

Emily:

Tenía un mal presentimiento desde que aquella mañana de finales de mes había salido de casa. Había vuelto a encontrarme con Mackenzie en la entrada y la muy perra se había limitado a mirarme por encima del hombro como si fuera un ser inferior a ella. Mas cuando en el almuerzo  había ido al servicio, escuché su voz desde uno de los cubículos.

—... Lo sé. No te preocupes, todo ha salido bien. Nadie sospecha de mí, nadie cree que he sido yo. Tu plan ha sido todo un éxito, primito.

Enarqué una ceja, totalmente interesada en la conversación. ¿Qué plan? Me metí rápidamente en el aseo de al lado. Puse la tapa sin hacer ruido, me senté y subí las pierna por encima del wáter. Escuché con atención. La regla número uno de una cotilla: nunca ser visto ni oído. Eso era fácil para mí, ¿verdad?

—Es una pena que Elli no estuviera en la empresa cuando explotó el dispositivo. Tu fuente te mintió. Solo se quedó a comer... Ya, ya... ¡Pero no fue mi culpa! Seguí al pie de la letra tu plan... Sí, no te preocupes. Nadie sabe que tú y yo somos primos, ni siquiera la tonta de tu ex.

¿Qué narices estaba pasando allí?

—... ¿Que si fue difícil poner el explosivo en el puesto de trabajo de tu adorada Elliana? Para nada. Landon sí que me preguntó por qué traía un bolso tan grande, pero nada más... Sí, sigue ingresado y sospecho que no saldrá de esta. Pobre Emily. Su novio ha sido el que más grave ha salido, pero, ¿sabes?, me gusta verla sufrir. Esa zorra no se merece ser feliz. Es un error de la naturaleza.

La escuché reír, una risa que me puso los pelos de punta.

—Sí, es la hermana de Derek. ¿No crees que el mundo es un pañuelo? Pero mejor así. Ha sido mucho más fácil y efectivo el plan.

Apreté los puños con fuerza. ¿Había sido ella? Ella había sido la responsable del atentado contra la editorial. ¿Con quién estaría hablando?

Salí del cubículo y la encaré. La muy idiota no había cerrado la puerta con pestillo, así que cuando la abrí, la pillé con las manos en la masa.

—¿Qué coño has hecho?

Los ojos azules de Mackenzie se abrieron como platos ante la sorpresa de verme, aunque pronto volvió a aquella pose de seguridad que tanto la caracterizaba.

—Tú no sabes nada —escupió con asco.

Pero yo no me pensaba amedrentar.

—Tú, has sido tú, ¿verdad? Has sido la culpable de todo lo que ha pasado en FosterWords.

Ella soltó una risa que me puso la piel de gallina. Avanzó unos pasos en mi dirección. Conocía muy bien sus intenciones. Estaba intentando asustarme. ¿Sabéis? No me dejaría ganar por alguien como ella. Era hora de hacer justicia, por Landon.

—Sabes que yo no sería capaz de hacerle daño a nadie —intentó excusarse.

Me crucé de brazos y enarqué una ceja con seguridad.

—No te creo.

Ella se encogió de hombros.

—Me da igual que no...

Saqué el teléfono de mi bolsillo.

—Voy a llamar a mi hermano para... —Pero ella me arrancó el aparato de las manos—. ¿Se puede saber qué haces? Si tan inocente eres, no te importará que se lo comente a mi hermano.

Mackenzie dio un último paso en mi dirección y, cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí, me dio un empujón tan fuerte que caí al suelo. Intenté incorporarme, pero ella fue mucho más ágil y en seguida la tuve encima de mí. Acercó su rostro al mío y clavó en mí aquella mirada amenazadora que en otras circunstancias me habría puesto la carne de gallina.

—Escúchame, niña rica. No vas a hacer nada. —Se pasó las manos entre el cabello con frustración—. Debería haber supuesto que te entrometerías. Siempre has metido las narices en donde no te llaman. Ya es hora de enseñarte las consecuencias de ello.

Me dio una gran bofetada, seguida de otra. Cuando intentó darme otra, le agarré la mano con fuerza y tiré de ella, sorprendiéndola. Conseguí desestabilizarla y tirarla al suelo. Mas cuando intenté ponerme de pie y salir de allí en busca de ayuda, tiró de mí para que no pudiera moverme. Se volvió a colocar encima, inmovilizándome.

Estaba asustada, para qué os lo voy a negar. Sentía el pulso a mil por hora. Mi mirada buscaba aterrada algo con lo que pudiera defenderme, lo que fuera. Pero en aquellos baños no había nada útil. Solo podía hacer una cosa.

Sin que se lo esperara, eché mano de la elasticidad que tenía para darle un golpe con mis piernas en su cabeza. Aproveché que ella estaba sentada sobre mi pecho para hacerlo. El golpe la dejó por un momento aturdida, instante que aproveché para salir de allí corriendo. Llegué hasta la mesa en la que almorzaba con mis amigos y en la que ocasiones mi hermano estaba. Ese día, en cambio, no era el caso.

Ni siquiera había llegado cuando unos brazos me sujetaron con fuerza y me volvieron hacia aquella persona que me había torturado durante años. Era hora de hacer justicia.

—Ten mucho cuidado con lo que dices, friki. Puede que tus palabras te cuesten la vida.

Me crucé de brazos.

—No te tengo miedo, monina.

—Deberías. ¿Debo recordarte que tengo acceso ilimitado a un arsenal de armas? Podría matarte por la noche. Podría colarme en ese departamentucho en el que vives, ese que está en ese barrio pijo que te paga tu padre, y asfixiarte con una almohada. Sería una gran muerte y por fin me desharía de ti, bicho asqueroso. No eres más que un error de la naturaleza.

Me hice la desinteresada y cuando vi que se impacientaba, ataqué.

—¿Has terminado de decir tonterías? En ese caso, tengo que hacer cosas importantes.

Y sin darle tiempo a reaccionar, salí pitando de allí. Le di un empujón cuando pasé a su lado. Fue muy satisfactorio ver cómo caía al suelo.

Subí en ascensor y al llegar a la planta de mi hermano, fui directa a su despacho. Quería ser rápida. Mackenzie me parecía demasiado peligrosa. Encontré la puerta abierta y, junto al escritorio, mirando por la ventana, estaba él. Parecía ausente, como si su mente estuviera a kilómetros de distancia.

Toqué la puerta con los nudillos. Se giró y en cuanto me vio tan seria, se acercó a mí. Frunció el ceño ante mi expresión.

—¿Ha pasado algo, enana?

Lo cogí de las manos y lo miré a los ojos.

—Sé quién ha sido, Derek. Sé quién ha atentado contra la editorial.

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Nota de autora:

¡Feliz miércoles, mis enredadas y enredados!

Menudo capítulo tan explosivo, ¿no creéis? Tengo que contaros que al final solo quedan tres capítulos (¿por qué pensaba yo que había más?) y el epílogo. Por otro lado, ¿os ha gustado que haya alternado a los personajes u os ha parecido cansino? Es la primera vez que lo hago tantas veces.

Ahora sí. Repasemos:

1. La pesadilla de Emily.

2. Landon está luchando.

3. Landon empieza a reaccionar.

4. Mackenzie. ¿Habéis acertado?

5. ¿Quién es su cómplice, el cabecilla?

6. Pelea en los baños.

7. ¡Emily se defiende y lucha por lo suyo!

8. Es hora de hacer justicia.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes! Os quiero mucho.

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