Capítulo 35
Capítulo 35
Emily:
Llevaba días sintiendo que algo malo pasaría y el hecho de que la actitud y el comportamiento de Mackenzie fuera de lo más anormal y raro no ayudó mucho. Habíamos tenido nuestras grescas en lo que ambas llevábamos trabajando en la misma empresa. Era un tira y afloja. Mackenzie siempre había estado acostumbrada a triunfar allá a donde fuera. También lo hizo en la universidad —la seguía en las redes sociales y había visto que se había vuelto muy popular entre sus compañeros, llegando a ser incluso la delegada—. Que ahora los ojos no estuviesen puestos en ella era algo que claramente no le gustaba. No solo eso; estaba acostumbrada a conseguir aquello que quería y, para mi desgracia, sospechaba que Landon estaba en su lista. No era tonta, había visto cómo le miraba desde su mesa en los almuerzos y cómo intentaba acercarse a él sin éxito, cómo me fulminaba con los ojos cuando él mostraba afecto ante mí.
Estaba acostumbrada a sus pullas, a sus miraditas, a su lengua venenosa. Por eso, que de la noche a la mañana no hiciera ningún comentario de ningún tipo ni ningún movimiento propio de ella me llamó la atención, más que estuviera muy mansa toda la semana. Así que en vez de relajarme, me puse en alerta. La conocía lo suficiente como para saber que estaba tramando algo. La vez en la que me dejó en paz más de una semana fue porque planeó con el resto de compañeros dejarme en ridículo en el baile de graduación y aquella humillación fue para mí mucho peor que la vivida por ella en general.
—Emily, no te obsesiones con eso. Puede que por fin haya madurado —observó Anna pinchando un trozo de pasta de su plato.
Dejé de mirar fijamente a la perra de Mackenzie y me centré en mis amigos. Suspiré. La verdad es que me sentía muy tensa y temía que su ataque fuera culminante.
—Ese bicho jamás madurará —escupí yo. Me había hecho tanto daño, me había torturado tanto, que no podía evitar pensar así.
—Estoy de acuerdo con ella. Es muy raro. Lleva un tiempo actuando de manera extraña —convino Elli. Había venido de visita. Se suponía que debía mantener reposo absoluto debido a su estado avanzado de embarazo y al pequeño altercado en Phoenix. Por ello, mi hermano le había suplicado que cogiera la baja de maternidad. La había echado de menos. La editorial no era la misma sin ella. Añoraba sus comentarios y su sentido del humor—. No sé, es algo que me da mala espina.
—Espero que esta vez te equivoques, bichillo. Espero que tu sexto sentido esté defectuoso por el embarazo.
Los presentimientos de Elli, ese sexto sentido del que tanto se hablaba, casi siempre se cumplían. Temía que aquella vez estuviera en lo cierto, porque de estarlo estaría jodida. Mackenzie era conocida por todas las artimañas que utilizaba a la hora de joderme la existencia. Me había humillado de formas tales como tirarme slime en el pelo de manera imprevista, dejarme encerrada a oscuras en el armario de la limpieza o incluso cambiarme el champú por tinte de color vómito. Recuerdo la de veces que papá y mamá intentaron hacer algo. El centro al que asistía, uno muy bueno, decía que eran cosas de críos, que no debían preocuparse. Aquello no era cosas de críos, yo había sufrido acoso escolar y que los profesionales de la escuela no hicieran nada llegó a tal punto que cuando ocurrió la bromita del baile de graduación, mis padres decidieron poner una denuncia al centro.
—¿Lo siento? —Sonrió como una niña buena. Una de las cosas que me gustaban de ella era que era muy parecida a mí en muchos aspectos y creo que por eso nos llevábamos tan bien.
—Ahora en serio —dije dejando a un lado el almuerzo. Se me había quitado el apetito de repente—. Está demasiado tranquila para ser ella. Ni siquiera me ha soltado uno de sus comentarios. Es tremendamente sospechoso.
—Lo que es sospechoso —puntualizó Landon sentado a mi lado— es que apenas has probado bocado y todos sabemos que la pasta a la carbonara te encanta. Deja de darle vueltas. ¿Está demasiado tranquila? Eso no te lo voy a negar. Pero deja de prestarle atención; seguro que es eso lo que quiere.
En cierta manera, Landon tenía razón. A lo mejor solo se estaba regodeando de mí, a lo mejor solo quería que la tuviese en el punto de mira, que estuviese tensa. No hay nada más dañino que el silencio.
Apoyé la cabeza en su hombro y, pasado un tiempo, lo miré pestañeando en un intento por parecer coqueta.
—¿Sabes qué? Tienes razón. Y ahora, ¿vas a comerte ese flan?
Landon rió con fuerza. Me dio un pequeño beso en la frente antes de pasar el postre a mi bandeja.
—Todo tuyo, preciosa.
Decidí que no debería importarme si Mackenzie hacía o dejaba de hacer lo que fuera. No viviría esperando su ataque. No obstante, cuando me marchaba camino a mi puesto de trabajo, sentí la mirada fría y perturbadora de aquella mujer clavada en la nuca y supe que estaba tramando algo malo.
. . .
El tiempo fue pasando con rapidez. Pronto estábamos ya casi a primeros de mayo y poco a poco los días empezaron a ser más soleados y menos fríos. Los entrenamientos estaban siendo muy duros puesto que aquel fin de semana tenía la última ronda de la liga de tiro con arco. Me iba pronto de casa y llegaba tardísimo. Quería dar lo mejor de mí misma puesto que quería asistir a los nacionales. Quedaban dos escasos días para aquella competición.
Debido a todo eso, en mi cabeza solo había espacio para el trabajo y para los entrenamientos. Había dejado un poco de lado a Landon. Él estaba siendo muy atento y paciente conmigo. Me llevaba a sitios increíbles, a cenar fuera o incluso a dar un paseo cuando me veía estresada por todo. Porque en aquella temporada sentía los niveles de estrés por las nubes debido a todo.
Me habían encargado leer y hacer el informe de valoración de mi primer manuscrito importante. Por fin mi trabajo se estaba valorando, por fin había dejado atrás la imagen de la hija de papá. Había sido un arduo trabajo que me había costado meses conseguir y cuando Margaret, mi jefa, me dijo que ya estaba preparada para asumir responsabilidades mayores no me lo podía creer.
Así que mi día a día se basaba en ir al trabajo, leer el manuscrito, tomar apuntes, volver a casa e ir a entrenar. No tenía tiempo para mimarme a mí misma ni para tener citas decentes con Landon, solo aquellas escasas escapadas que hacíamos cuando me obligaba a desconectar, como cuando me llevó un fin de semana entero a otro Estado solo para que dejara de pensar y preocuparme por todo.
Por eso, aquel día quise hacerle algo especial porque sí. Me había prometido a mí misma que aquella tarde no iría a entrenar. Había planeado una salida a cualquier lugar que él escogiera.
Me levanté mucho antes que él de la cama, me puse las zapatillas de casa y salí de la habitación. Crucé todo el apartamento hasta la cocina e intenté hacer el menor ruido posible mientras preparaba un buen desayuno pese a saber que Landon no era mucho de desayunar. Cuando tuve todo listo, lo llevé todo en una bandeja y me metí en su habitación tocando antes la puerta.
La imagen que encontré dentro fue de lo más adorable. Landon estaba totalmente dormido bocabajo, con la sábana apenas cubriéndole. Tenía el pecho desnudo descubierto y los brazos estaban enroscado en la almohada. Estaba tan guapo así dormido que me dio pena despertarlo con un cojinazo. Dejé la bandejita en la mesilla de noche y sin mucho cuidado agarré un cojín que había en el sillón que estaba frente a la ventana y le empecé a dar a diestro y siniestro hasta que empezó sacudirse.
—¿Qué hora es? —preguntó medio dormido volviéndose hacia mí. Bostezó.
—Hora de levantarse.
Pero el muy listillo se dio la vuelta.
—No son horas de levantarse.
Sonreí de lado y me subí a la cama. Me senté a horcajadas sobre él y empecé a darle con el cojín riéndome por los intentos que él hacía de quitármelo sin éxito hasta que al final, en un despiste, se deshizo de él arrojándolo a cualquier rincón de la habitación.
—Eres traviesa —susurró él en mi oído con la voz ronca. Esbozó una sonrisa maligna—. ¿Sabes lo que les pasa a las chicas traviesas? —Tiró de mí con fuerza y me tumbó en el colchón, invirtiendo los papeles. Ahora él estaba arriba y yo abajo—. Han de ser castigadas.
Empezó a hacerme cosquillas de tal manera que empecé a reír de manera histérica, revolviéndome bajo él. Cuando creía que ya no aguantaría más, él se inclinó y unió nuestros labios en un beso cargado sentimientos. Mis manos recorrieron su pecho desnudo, maravillándose por su tacto tan suave y definido. Sus manos volaron hacia los bordes de mi camiseta vieja, aquella que utilizaba cuando el tiempo me lo permitía. No llevaba pantalones; debajo solo llevaba las bragas. Sentir cómo lamía la piel de mi oreja izquierda me hizo soltar un gemido involuntario.
—No sabes cuánto me gusta esta camiseta. ¿Sabes por qué? —Negué con la cabeza, disfrutando de las caricias que sus dedos hacían. Viajaron desde la cintura hasta el dobladillo de la misma. Sonrió al ver que empezaba a mordisquearme el labio con impaciencia—. Te hace ver tan deliciosa y tentadora.
Se abalanzó sobre mí y empezó a devorar mis labios con ansia. Nuestras bocas se movían al ritmo de nuestros corazones, frenéticas. Pronto sus labios empezaron a mordisquear mi labio inferior. Solté un jadeo gutural. Landon aprovechó la ocasión de invadirme con su lengua para que danzaran siguiendo el ritmo desenfrenado de nuestras bocas.
Sus manos juguetonas se adentraron dentro de la camiseta y empezaron a recorrerme la piel hasta llegar a la base de mis pechos. Al darse cuenta de que no llevaba sujetador, se separó de mí apenas unos centímetros para mirarme enarcando las cejas.
—Eres toda una caja de sorpresas.
Y empezó a acariciarme los senos con las manos, jugando con mis pezones erectos. Al mismo tiempo, me clavó en el vientre su erección y no sé por qué estúpida razón me puse roja como un tomate. Aquello no tenía sentido, porque no era la primera vez que nos acostábamos. Sin embargo, no podía evitar que mi cuerpo reaccionara así.
Gemí con sonoramente cuando pellizcó con fuerza mis pezones. Él parecía estar deleitándose de oír su nombre en mi boca, puesto que su tortura se hizo más intensa hasta tal punto que empecé a ver las estrellas.
—¿Te gusta, Emily? ¿Te gustan mis caricias?
Eché la cabeza hacia atrás.
—¡Ajá! —jadeaba.
Me fue levantando poco a poco la camiseta, relamiéndose los labios cuando por fin se deshizo de aquella prenda. Hizo una bola y la tiró de cualquier manera por la habitación.
—Así está mucho mejor. —Se movió lo justó encima de mí para clavarme su erección en mi sexo aún cubierto por las bragas—. ¿Me sientes? ¿Sientes lo duro que estoy por ti? ¿Lo mucho que me pones?
Uf. Jamás pensé que las palabras sucias de un hombre hacia mí me fueran a poner tan cachonda, pero así lo era. Me sentía preparada, lista para jugar con él a cosas de mayores.
Empezó a lamerme la piel con devoción. Desde el ombligo fue dejando un reguero de besos hasta mis pechos, en donde se concentró para darme una deliciosa tortura. Le tiré del pelo muerta de placer al mismo tiempo que empezaba a mover las caderas en busca de fricción. Necesita sentirlo contra mí.
Cuando dejó mis pechos en paz, me incorporé lo justo y con un movimiento rápido cambié las tornas. Me situé encima de él y empecé a besar aquella deliciosa piel con los labios. Recorrí sus abdominales, su pecho, jugueteé con sus pezones hasta llegar a su cuello. Le di besos y lamidas que le hacían gemir y jadear.
Sus manos se posaron en mis caderas y me sentaron sobre su gran erección. Empezó a mecer nuestros sexos con suavidad, provocando en ambos jadeos involuntarios. Le di un beso en los labios que lo decía todo y sonreí de manera traviesa. Me deslicé a un lado de la cama y le quité los pantalones con ansiedad, con ganas de verlo. También me deshice de los calzoncillos apretados que llevaba, dejando a la vista su miembro.
—¿Qué vas a ha...? —Pero no tuvo tiempo de terminar la frase. Me metí su miembro en la boca y empecé a lamerlo desde la base hasta la punta. Landon jadeó—. ¡Eres todo un demonio del sexo!
Sus palabras me envalentonaron. Empecé a lamer con más determinación, como si estuviese saboreando un caramelo. No era la primera mamada que hacía.
Landon gemía con fuerza. Verlo así, tan fuera de sí, me hizo sentir poderosa. Lo tenía a mi merced. Quién diría que Landon Brooks, un hombre con que tenía todo bajo control, estaba allí, perdiendo el poco juicio que le quedaba.
De pronto, me separó y me hizo tomar su lugar.
—Ahora es mi turno, preciosa —murmuró con la voz ronca de deseo.
Se deshizo de la única prenda que me quedaba y enterró la cara entre mis piernas. Acarició mi entrada con los dedos con suavidad, provocando que una descarga eléctrica me recorriera de pies a cabeza. Solté un gritito cuando sentí un dedo dando vueltas en círculo entorno a mi botón, y otro al sentir la lengua de Landon en mi interior. Tuve que aferrarme a las sábanas con fuerza mientras él me daba placer con la boca. Se sentía tan bien, casi como viajar a las estrellas.
—Estás muy preparada para mí —dijo él levantando la mirada. Introdujo un dedo en mi interior y yo grité su nombre con fuerza—. No sabes lo mucho que me gusta tenerte así, pidiendo que te dé más.
Eché la cabeza hacia atrás, sintiendo que estaba por llegar al clímax. Las caricias de Landon eran tan constantes, sus lengüetazos tan precisos... Sentí que algo dentro de mí se resquebrajaba por dentro. Me sentí desfallecer cuando él me hizo llegar a mi punto de máximo placer.
Tras recuperar la respiración, él se situó encima de mí y con mucho cuidado se introdujo en mi interior. Entrelazó nuestras miradas y nuestras manos e hicimos el amor de la mejor manera que los dos sabíamos, dándonos el uno al otro el mayor de los placeres. Me hizo gritar su nombre cuando ambos alcanzamos el clímax, me hizo ver las estrellas, la luna y el universo solo con sus caricias.
No fue hasta que se nos fue el subidón que Landon se dio cuenta de un pequeño detalle que habíamos olvidado.
—¡Mierda!
Lo miré con horror.
—¿Qué... qué pasa?
¿Acaso había hecho algo mal? ¿Me habría precipitado al hacerle una mamada?
—Lo siento, Emily. Yo no... —tartamudeó pálido como un muerto—... yo no... no me he puesto... ya sabes... un condón.
Lo miré sin ningún tipo de emoción durante un rato para después romper a reír. ¿En serio se preocupaba tanto?
—No tiene gracia. Yo...
Lo atrapé entre mis brazos y enterré la cara en su pecho, restregando la nariz contra su cuerpo.
—No debes preocuparte —hablé. Salí de mi escondite para mirarlo directamente a los ojos. De pronto, sentí un poco de vergüenza por tener que contarle aquello—. Siempre he tenido... bueno... la regla muy irregular. Mamá desde muy joven me ha llevado al ginecólogo para que me recetara unos anticonceptivos. Uno de sus beneficios es que te regula el periodo. Así que no debes preocuparte por eso. No hay peligro de que salga embarazada ni nada por el estilo —lo tranquilicé.
Sus ojos azules chispearon con fuerza.
—¿Todo este tiempo los has estado tomando?
Asentí con la cabeza.
—Desde que se me recetaron. No me salto ni uno solo.
Esbozó una sonrisa ladina.
—Es bueno saberlo. —Me encerró entre sus brazos y volvió a besarme con fuerza. Se movió de tal manera que su entrepierna se clavó en mi vientre y lo miré asombrada. ¿Estaba listo de nuevo?—. ¿Otra ronda?
Atrapé de nuevo su boca con la mía y le susurré:
—Otra ronda.
. . .
La mañana se me hizo eterna y, para más inri, sentía un dolor de cabeza tremendo y unas ganas de tirarme en mi cama de aupa. Había empezado a sentirme fatal desde hacía un par de horas, pero no quería dejar mi puesto por temor al qué dirán. Mas cuando estábamos almorzando todos juntos, empecé a sentirme peor. El bullicio de la cafetería no me ayudaba tampoco. El olor nauseabundo del puré que estaba tomando Elli, que había venido de nuevo de visita, me hizo dar una arcada.
—¿Te encuentras bien? —susurró Landon en mi oído.
Lo miré como si fuera idiota. No, no me encontraba bien. Eso se notaba a leguas de distancia.
—Yo...
Me puso una mano en la frente. Maldijo entre dientes.
—Estás ardiendo de fiebre, Emily. Vete a casa.
—No creo que...
Pero volvió a callarme.
—¡Vas a irte a casa!
Debido a su explosión de palabras, todas las cabezas se posaron en nosotros y sus miradas me pusieron nerviosa.
—¿Qué pasa? —preguntó con curiosidad Elli, metiéndose en la boca aquel potingue verdoso.
—Nada...
Landon tensó la mandíbula.
—No mientas, Emily —me avisó él lanzándome una mirada de advertencia. Se giró hacia el resto de los comensales y dijo—: Emily es tan cabezota. Está enferma y no quiere irse a casa.
—Pero no quiero que los demás piensen...
—¡Qué más da eso!
—Eso es. Qué más da, amiga mía —lo apoyó Elli—. Tampoco es que luego te vayas a ir de compras o a una discoteca a mover el esqueleto. Si te encuentras fatal, lo mejor será que vayas a casa y descanses. Te estás exigiendo demasiado últimamente, más de lo usual. Aprovecha un poco la tarde: date un baño, echa una cabezada y, sobre todo, desconecta de la realidad.
Al final, tuve que ceder. Terminé el almuerzo y subí a mi puesto para recoger mis cosas. Le hice saber a mi jefa que me encontraba fatal. Ella fue muy amable conmigo. Me dijo que marchara sin problema, que total el informe estaba casi listo. Me aseguró que incluso podría faltar el día siguiente si seguía estando indispuesta.
Llegué a casa prácticamente arrastrándome y lo primero que hice fue tirarme sobre mi cama. Cerré los ojos por una fracción de segundos y lo próximo que supe fue que habían pasado tres horas desde que había entrado por la puerta. Me estiré como un gato, desperezándome. Reprimí un pequeño bostezo.
Decidí que haría caso de las palabras de Elli y me daría un buen baño. Llené la bañera con agua calentita y vertí unas burbujas de baño que ella misma me había regalado por mi cumpleaños. Qué gustito se estaba y cuánto lo necesitaba. Todos tenían razón: llevaba días sin dedicarme a mí misma, centrada en mi trabajo y en los entrenamientos. Necesitaba relajarme.
No salí de allí hasta que no quedé arrugada como una pasa y, cuando por fin me digné a hacerlo, había pasado casi una hora. Empecé a preocuparme. Por lo general, Landon solía ir directo a casa o llamarme o escribirme para avisarme de que se quedaría. Pronto supe la respuesta.
Al coger el teléfono, vi que tenía tres llamadas perdidas de Elli, cuatro de Derek, y varios mensajes de texto. Abrí el primero que vi, que era uno de los miles que aquella rubia me había mandado en apenas ese periodo de tiempo.
<<¡Emily! Pon la televisión.>>
Minutos después.
<<En serio, Emily. Enciende la televisión.>>
Y otro más.
<<Por favor, coge el maldito teléfono. Estoy asustada.>>
¿Qué narices estaba pasando?
Encendí la tele y puse el canal de las noticias y lo que vi no me gustó nada de nada. Se me cayó el teléfono de la impresión. Y es que en el apartado de última hora aparecía el edificio de FosterWords en llamas y lo primero que me vino a la cabeza fue la imagen de Landon. ¿Estaría bien o...?
No, no debía pensar eso. Debía ser positiva.
Recogí el aparato y marqué su número. No daba señal. Empecé a preocuparme y a llenarme de miedo. Marqué el número de Elli. Me contestó en seguida.
—¡Emily! Por fin, me ha costado... me ha costado... —Ahogó un sollozo.
—¿Qué... qué pasa? —pregunté con temor.
Silencio. Un sollozo. Unas palabras de aliento.
—¡Elli, qué coño pasa!
Sentía la respiración agitada y el pulso acelerado. Aquello no molaba nada, nada de nada.
—Landon... —sollozó—. La editorial ha sufrido un atentado y Landon... Landon está... está...
—¿Cómo? ¿Cómo está? —Sentía un nudo en la garganta y ganas de llorar de la impotencia—. ¿Cómo... cómo se encuentra?
Otro sollozo.
—Landon está en coma.
Y todo se volvió un caos.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles, mis enredados y enredadas!
Menudo capítulo. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. La actitud rara de Mackenzie.
2. El sexto sentido de Elli.
3. Emily está estresada.
4. La forma de empezar el día al puro estilo #Landly.
5. Emily se enferma y se va a casa a despertar.
6. Las llamadas.
7. ¡Landon está en coma!
Espero que el capítulo de hoy os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes! Os quiero mucho. Un beso enorme.
Mis redes:
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