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Capítulo 33

Capítulo 33

Landon:

—¡Feliz cumpleaños, preciosa!

Emily abrió los ojos con aire somnoliento y aún estando medio adormilada esbozó una sonrisa.

—Te has acordado. —Parecía sorprendida de ello y no sabía muy bien cómo sentirme al respecto. ¿En serio pensaba de mí que no recordaría una fecha tan importante como la de su cumpleaños?

Estando sentado a horcajadas sobre ella, le robé un beso rápido. Vi maravillado cómo se estiraba, ya sin pudor alguno. Habíamos dejado esas tonterías atrás.

—¿Sería poco ético y profesional faltar el día de mi cumpleaños? —preguntó con voz melosa.

Le di una pequeña palmada en la cabeza.

—Venga, arriba gandula.

Pero Emily volvió a taparse con la sábana y dio media vuelta. Así que esas teníamos...

—No quiero. Debería estar prohibido ir al colegio, universidad o trabajo en un día así.

Sin que le diera tiempo a protestar, le quité las sábanas, la alcé entre mis brazos y corrí con ella al baño. Soltó un pequeño gritito seguido de carcajadas cuando la dejé dentro del baño y empecé a hacerle cosquillas mientras la desvestía. Su risa me contagió y cuando los dos estuvimos desnudos, le hice el amor en la ducha entre besos y caricias e hice que perdiera la cordura de la misma manera que ella hizo lo mismo conmigo.

Ya en el desayuno le tendí una pequeña caja de terciopelo que había envuelto con esmero. Ella primero me miró a mí antes de centrarse en el regalo.

—No tenías por qué molestarte —dijo, aunque su tono y su forma de admirar el regalo que aún seguía envuelto me hizo entender lo contrario.

—Ábrelo —le pedí. No estaba muy seguro de si le gustaría. Empezó a quitar el papel de regalo con forma de corazón que había comprado en una tienda barata con ansias y eso me sacó una sonrisa—. Si no te gusta, se puede devolver. Me ha dicho el joyero que...

Pero las palabras de Emily, teñidas de emoción, me cortaron.

—¡Es perfecto!

Tenía la vista centrada en el pequeño colgante con forma de arquero. Era una pieza que había visto en el escapare de una joyería hacía unas semanas y que en seguida me había hecho pensar en ella. Era la imagen de un arquero hecha en plata. En la punta de la flecha había un pequeño corazón.

—Tiene tu nombre grabado detrás. —Cuando me acerqué para coger la pieza de sus manos, nuestros dedos se rozaron y aquella corriente eléctrica me recorrió por entero. Cuando nuestras pieles dejaron de estar en contacto, sentí un pequeño hormigueo allí en donde nuestras manos habían estado conectadas—. En cuanto lo vi en el escaparate pensé en ti y no dudé en comprártelo.— Le mostré la parte de atrás, aquella que tenía el nombre de ella escrito en cursiva y la fecha exacta en la que habíamos empezado a salir oficialmente.

—No tenías por qué comprarme algo así. Debe de haber sido muy caro.

La callé con un beso.

—¿Sabes lo que significa este corazón para mí? —le pregunté acariciándolo con los dedos sin apartar los ojos en aquella mirada bicolor.

Ella negó con la cabeza, seria.

—No tengo ni idea.

Le di otro beso en los labios, esa vez mucho más largo que el anterior. Un beso con el que quería transmitir todo lo que sentía por ella, con el que quería decirle cuán importante era para mí y cuán agradecido estaba de tenerla en mi vida si bien nos había costado Dios y ayuda dar el paso porque éramos unos cabezotas.

—El arquero eres tú —expliqué jadeante por el beso—. Cazaste mi corazón de sopetón cuando yo creía que lo tenía bien guardado. Me atrapaste con tu encanto y tu personalidad, y con estos ojazos que yo amo tanto. Quiero que cuando lo lleves puesto sepas que tienes en tus manos mi corazón, que me tienes atrapado.

Mi confesión la dejó sin palabras. Estaba muda, sin saber muy bien qué decir y eso me produjo una gran sonrisa.

Emily se puso la cadena en el cuello y, tras intentar abrochar el pequeño broche varias veces en balde, la rodeé y se lo até al cuello. Miró maravillada mi regalo, con los ojos bañados en lágrimas sin derramar. Estaba feliz por aquel simple gesto, emocionada, y saber que había sido yo el causante de aquello me hizo sentirme pleno.

—Gracias —suspiró—. Es perfecto.

Tras el desayuno, los dos terminamos de prepararnos y fuimos al trabajo caminando. Hacía un buen día para ser mediados de febrero. Llegamos a la editorial poco tiempo después. Justo en la entrada nos encontramos con Derek, quien le tiró de las orejas a mi chica y a quien subió en brazos y dio vueltas cantándole el Cumpleaños feliz. Emily estaba avergonzada cuando su hermano la soltó y vio que todo el mundo la mirada.

—¿Qué tal está Elli? La echo de menos. El trabajo sin ella es diferente —comentó ella cuando entramos en los ascensores.

Qué me iba a contar. Echaba de menos verla a diario y pasarme por su sección solo para bromear con ella.

—Está bien, aunque no le gusta quedarse en casa sin hacer nada. Dice que siente que está dando una mala imagen, ya sabes cómo de cabezota es.

Reí. Eran tan ciertas sus palabras.

—Pobrecilla, debe de estar aburrida como una ostra —indiqué yo.

Él se encogió de hombros.

—Le he dicho que aprovechara estos meses para escribir, porque cuando nazca la niña apenas va a tener tiempo, sobre todo cuando sea pequeña. Espero que no sea muy revoltosa, aunque con la madre que tiene dudo que lo sea.

—Pero teniendo en cuenta que el padre fue un fiestero en su época joven, miedo me da —expuso Emily con una sonrisa cargada de maldad.

La cara de Derek fue todo un poema. Su boca se desencajó y sus ojos se abrieron de par en par.

—De todo menos eso. No quiero tener que espantar moscardones ya desde una edad tan temprana. Solo de pensarlo...

Reí. Ay, Derek. La que le esperaba.

—Elli es muy guapa. Como salga a ella, tendrás que ejercer como papá oso desde el comienzo —lo chinchó su hermana.

La miré con asombro. Aquel día Emily estaba de muy buen humor la condenada y disfrutaba de torturar a su hermano.

Derek torció el morro con desagrado.

—Lo que menos quiero ahora mismo es pensar en la de amenazas que tendré que inventar cuando mi hija sea una adolescente. Quiero pensar que todavía queda mucho tiempo para eso.

Verlo tan alterado fue curioso de ver. Derek casi siempre mostraba la faceta de un hombre que lo tenía todo controlado y calculado al dedillo. Lo que más me habían enseñado desde aquellos meses en los que mi mejor amiga y él estaban mantenido una relación era que todo era una mera fachada y que bajo ella se escondía un hombre increíble y un gran amigo. Porque ya lo consideraba uno de los míos. Solo había que ver lo feliz que estaba mi bichillo a su lado.

Cuando llegamos a la planta en la que trabajaba Emily, me despedí de ella con un beso casto en los labios y cuando las puertas metálicas se cerraron, sentí la intensa mirada de su hermano en mí. Era muy sobreprotector con ella y, en parte, lo entendía. Yo también lo era con Elli, a quien consideraba como la hermana que nunca tuve.

—La quieres, ¿verdad?

Su pregunta me dejó patidifuso. No me la esperaba para nada, así, a bote pronto.

—La quiero con locura —dije sin pestañear—. Es una gran chica, Derek, y no pienso hacerle daño —añadí al ver que abría la boca para decir algo.

Pareció que mi respuesta le gustó, puesto que las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa que le llegó a los ojos.

—Me alegra oír eso. Así no malgasto saliva amenazándote de nuevo. Porque te juro que si llora por tu culpa, haré de tu vida un infierno. —Derek achinó los ojos y ese gesto me puso los pelos de punta. Mas cuando las puerta del ascensor se abrieron, me dedicó otra sonrisa de niño bueno, muy similar a las de Emily—. Que tengas un buen día.

Tragué saliva. Joder.

Emily:

Quedaba apenas una hora para salir de FosterWords cuando un hombre entró en nuestra planta cargando un ramo de dalias de tonos vivos. Todas las chicas dejamos por un momento nuestro trabajo a un lado y miramos al pobre hombre que no sabía muy bien dónde meterse. Sacó una hoja de su bolsillo y, tras leerla, dijo:

—¿Dónde puedo encontrar a Emily Foster?

Abrí los ojos como platos. ¿Era a mí a quien buscaba? Nunca antes había recibido flores, menos en mi cumpleaños.

Me levanté como movida por un rayo y fui donde estaba él. Le dije muy amablemente que esa chica era yo y después de darle una propina salió de allí. Volví a mi puesto de trabajo sonriendo como una boba y, cuando me senté, acomodé el hermoso ramo en mi mesa. Tenía una tarjeta en cuyo centro había un gran corazón y a un lado estaba Cupido, ese famoso bebé que siempre andaba en pañales. Pero lo que más feliz me hizo fue leer las palabras que había escritas dentro.

"Emily,

Eres tan elegante y tan bonita como estas flores. Espero que estés teniendo un buen día. No hagas planes para esta tarde, quiero llevarte a un sitio especial.

Te quiere,

Landon."

Dios mío, ese hombre era perfecto. Aunque no estuviera a mi lado, lograba sacarme sonrisas de enamorada. ¿En qué momento me había tocado la lotería? ¿Desde cuándo yo tenía tanta suerte con los hombres? Por suerte para mí, en mi vida solo me había tocado una rana y, tras ella, había encontrado en Landon una persona mucho mejor que mi príncipe azul. Él no se podía comparar con ese famoso príncipe con el que todas las niñas soñábamos de pequeñas; era mucho mejor que él, más de lo que esperaba.

Su regalo me tuvo sonriendo lo que quedaba de trabajo. Cuando dieron las cinco, recogí todo con tanta ansiedad que por poco tiraba el estuche lleno de subrayadores de colores. Tenía tantas ganas de verlo y de darle un beso a modo de agradecimiento por su gesto tan romántico que estuve a nada de dejarme el abrigo en la oficina.

El amor es una fuerza que nos impulsa a cometer locuras, que nos envalentona y que nos envuelve en su burbuja cada vez que los dos estábamos juntos. El amor es el sentimiento más poderoso de todo, como un río de miel dulce que calentaba mis venas.

Con el ramo de dalias en la mano bajé a la planta baja. Allí ya estaba él esperándome. Estaba hurgando en su teléfono móvil con tanta concentración que no se dio cuenta de mi presencia hasta que le di un pequeño beso en la nuca que lo sobresaltó. Del susto se le resbaló el aparato de las manos y cayó al suelo con un sonido seco. Por suerte para él no le pasó nada malo, menos a la pantalla. Los teléfonos móviles de ahora tenían tan poca vida que una rosa en el desierto.

—Eres una mala persona —dijo en broma Landon cuando hubo recogido el aparato.

Reí de manera perversa, regodeándome.

—Es una de mis muchas facetas, sí. No me dices nada nuevo —lo vacilé. Le di un beso en los labios y señalé con emoción el ramo de flores—. Gracias por el gesto. Ha sido todo un detalle.

Él esbozó una gran sonrisa.

—Me alegra que te haya gustado. He estado una hora en la floristería sin saber muy bien qué ramo era el indicado para ti. En cuanto le he dicho a la mujer cómo eras, me ha asegurado que las dalias eran la mejor opción.

—Has acertado de lleno. —Me puse de puntillas y le di otro beso.

Cuando nos separamos, los dos salimos de la empresa y fuimos hacia el apartamento que estaba situado en Upper East Side y a pocos minutos a pie de la editorial. Por fin era viernes, y mi cumpleaños. No conocía una mejor combinación posible. En todo momento fuimos cogidos de la mano mientras nos contábamos nuestro día de trabajo. Al parecer, había tenido una reunión con uno de los departamentos de traducción debido a que llevaban un retraso de una semana. Arrugué el morro cuando escuché el nombre Mackenzie en la conversación.

—Es una pesada de mujer. Trabaja duro, eso no te lo voy a negar, pero no me gusta que esté todo el rato detrás de mí. Lleva insinuándoseme toda la semana a pesar de que le he reiterado en más de una ocasión que tengo pareja, una muy guapa, por cierto. —Me guiñó un ojo con picardía.

Puse los ojos en blanco. Conocía bien sus tácticas de distracción y aquella era una de ellas. Quería que dejara pasar el tema, que lo olvidara. Sin embargo, ¿por qué debería dejarlo correr? Mackenzie se había pasado toda su infancia y su adolescencia torturándome y menospreciándome. Ahora que tenía la ocasión, me gustaría poder usar aquellas incidencias para perderla de vista para siempre.

—Está acostumbrada a ser el centro de atención. En el colegio siempre ha sido la abeja reina y ahora que ve que a mí me está yendo bien creo que solo intenta mosquearme y dañarme utilizándote a ti. Quiere enrollarse contigo para después regodearse delante de mis narices. Es una perra sin escrúpulos —me desahogué.

Los dedos de Landon se ciñeron a los míos con más fuerza.

—No debes preocuparte por eso. Jamás haría algo así; jamás te pondría los cuernos. Una mujer lo que merece ante todo es respeto y si por lo que sea lo nuestro no llega a funcionar, te prometo que ante todo lo hablaría contigo antes de liarme con otra mujer. Odio a los chicos que hacen eso. Tyler, el ex de Elli, le puso los cuernos con la que ella creía que era su mejor amiga y he vivido en primera fila lo que es ese tipo de sufrimiento. He pasado por la fase de la negación, la de la rabia, la del porqué y la de la aceptación con ella y no mola. Si una relación no funciona, lo mejor será hablarlo con tu pareja en vez de ir acostándote con otras mujeres.

Su discurso me dejó sin palabras. Pobre Elli. Debió de haberlo pasado fatal al enterarse de ello.

—Pero aún así, si ella sigue insistiendo, si Mackenzie sigue siendo tan acosadora, creo que deberías comunicárselo a mi hermano —propuse.

Él enarcó una ceja.

—Parece que alguien está celosa. —Me pellizcó el puente de la nariz con los dedos.

—¿Y qué si es así? No tengo miedo a perderte, porque sé que lo nuestro, lo que sentimos, es muy profundo. Temo lo que ella pueda tener planeado. Sus bromas eran muy crueles, como aquella en la que me pegó a la silla o cuando tras una sesión de educación física ella aprovechó que estaba duchándome para cambiarme la ropa o meterme pica pica en la ropa interior. Si no vas a hacer nada con respecto a ella, te voy avisando: ten cuidado con ella. Es un ser mezquino.

Continuamos caminando hasta que poco a poco empezamos a ver la fachada moderna del edificio de apartamentos en el que vivíamos. Mas antes de poder pisar el interior del portal, Landon me atrajo hacia sí y me dio un beso en la coronilla. Me rodeó los hombros con los brazos.

—No quiero que hoy pienses en esa gente. Quiero que por un día la olvides. Además, tengo planeada una tarde especial. Al fin y al cabo, hoy a parte de tu cumpleaños también es San Valentín, nuestro primer día de los enamorados juntos.

Lo miré y al verlo tan serio decidí dejar el tema correr. Le di un pequeño beso en la mejilla y le regalé una pequeña sonrisa.

—Está bien. ¿Qué tienes planeado?

.   .   .

Tras salir de la ducha ya vestida, me extrañó no ver a Landon por ninguna parte. Me había dicho que me pusiera guapa y que no me tirara tanto tiempo bajo el agua. Revisé todo el apartamento, pero no había nadie allí. Busqué en su habitación, en la mía, en la sala y en la cocina, pero allí no había nadie más que yo. Pero cuando estaba por llamarlo, encontré una pequeña nota en la encimera. La caligrafía curva y elegante era la seña de identidad de Landon. La nota decía:

"Emily,

He preparado un picnic en North Woods. No me hagas esperarte mucho. Ponte más guapa de lo que eres. Te prometo que pasaremos la mejor tarde de nuestras vidas.

Te quiere.

Landon."

Dios mío, ¿ese hombre era real? ¿En serio alguien como yo estaba saliendo con alguien tan alucinante como lo era él?

Releí la nota una y otra vez sonriendo como una boba y cuando salí de ese estado de atolondramiento, empecé a prepararme con prisa. Me ricé el pelo, me maquillé de manera sutil y me eché mi perfume favorito. Media hora después, ya estaba de camino a aquel paraíso verde. Tuve que coger dos autobuses, pero tras más de cuarenta minutos de trayecto, llegué.

Lo primero que vi en la entrada fue una nota del mismo color que la que Landon me había dejado en casa colgada de uno de los arbusto. A pesar de que me costó desenredarla lo suyo, al final conseguí desengancharla de las pequeñas ramas. La nota decía:

"Preciosa,

Si estás leyendo esto, ¡enhorabuena!, estás muy cerca de encontrarme. Me encuentro en uno de los rincones más relajantes del parque, aquel cuyas cascadas me ayudan a evadirme del ruido de la ciudad. ¿Sabes ya dónde estoy?

Te espero. No tardes. Estoy ansioso por verte.

Landon."

Tardé un poco en saber a qué zona de todo el parque se refería, pero en cuanto volví a leer de nuevo la palabra cascadas supe en qué parte estaba: en The Ravine, aquel paraíso recóndito perdido que había en Central Park.

Caminando con ansiedad por encontrarlo, avancé con paso rápido hasta que llegué a aquel paisaje tan encantador y pintoresco. Miraras por donde miraras todo estaba lleno de vegetación. Quién diría que se encontraba en pleno Nueva York aquel paraje salido de cuento. Pasé por el arco Huddlestone, admirando el Loch, aquel río de aguas cristalinas que pronto se acercaba a aquellas cascadas artificiales situadas en el pulmón de la ciudad.

Pocos minutos después, encontré mi objetivo. Había una manta fina de cuadros rojos y blancos extendida en la hierba, debajo de un árbol. Sobre ella había varias bolsas repletas de vete-a-saber-tú-qué. Sentado preparándolo todo estaba él, Landon, aquel hombre que me había robado el corazón, que lo hacía latir desenfrenado, lleno de vitalidad.

Apresuré el paso y cuando llegué a su lado, me tiré a sus brazos. Al estar de espaldas, dio un bote del susto, pero al notar mi risa malvada se relajó y se volvió para recibirme sonriendo de lado, de aquella forma que tanto me gustaba. Me miró de arriba a abajo, analizándome con aquella mirada azulada que tanto me gustaba. Su gesto se amplió.

—Me encanta este vestido —dijo relamiéndose los labios—. Estás preciosa.

Sentí cómo mis mejillas se iban poniendo coloradas por su piropo, aunque que no apartara los ojos de mí como si estuviera devorándome con la mirada tampoco ayudó mucho.

—¿De verdad te gusta?

Di una vuelta a mi alrededor con aire coqueto. Y es que aquella prenda la había comprado hacía apenas una semana y con el tiempo tan malo que había hecho no había tenido tiempo de estrenarla.

Landon soltó un silbido.

—Sí, te queda muy bien. —Me acercó a él y me susurró en el oído—: Te ves tan tentadora y deliciosa con él puesto. Tengo ganas de ver qué se esconde bajo él, si llevas esas bonitas bragas de ositos o si has decidido ponerte aquellas de encaje que tanto me gustan.

—¿Quién dice que lleve bragas puestas? —Enarqué una ceja con aire coqueto.

La expresión de Landon fue todo un poema de emociones. Me hizo tanta gracia que no pude evitar reírme de él. Cómo me gustaba tomarle el pelo.

Cuando se dio cuenta de que no iba en serio y que solo se trataba de un vacile, me rodeó con sus brazos y tiró de mí hasta hacernos caer sobre la manta. Empezó a hacerme cosquillas y yo a retorcerme entre sus brazos pidiéndole que parara, cosa que hizo unos instantes después, aunque en ningún momento me soltó. Es más, apoyó la espalda en el tronco del árbol bajo el que nos cobijábamos y mi espalda contra su pecho. Empezó a recorrerme la espalda con los dedos sin prisa con los ojos clavados en mí.

—¿Qué has comprado? —pregunté un tiempo después, cuando la mirada de él era tan intensa que me había visto obligada a apartar la mía, roja como un tomate.

Me dio un beso en la punta de la nariz antes de apartarme con cuidado y acercar todos los bártulos.

—He pensado que podíamos merendar algo dulce mientras disfrutamos de la tranquilidad del parque. —De manera inconsciente acarició la pequeña figura de plata que llevaba colgada al cuello—. Esto de que tu cumpleaños coincida con San Valentín me ha hecho currarme más la sorpresa que tenía planeada.

Sacó de una de las bolsas una caja repleta de vete-a-saber-tú-qué, otra caja más grande, dos vasos de plástico, dos cucharillas y servilletas. De la otra sacó un batido de chocolate que era de aquella marca que me encantaba, platos reutilizables, un brik de zumo de melocotón y uva y una botella de agua.

—¿Qué es eso? —pregunté con la voz chillona de la emoción hurgando en la caja grande. La abrí sin ningún cuidado bajo la divertida mirada de Landon y cuando vi su interior, me quedé asombrada—. ¡No tenías por qué molestarte!

—Quería darte un regalo de los buenos.

—Pero ya lo has hecho —objeté yo tocando y mostrándole el pequeño colgante que me había regalado aquella misma mañana.

—Quería darte algo dulce, relacionado con el día de los enamorados.

¿Landon Brooks se estaba ruborizando? Lo miré llena de felicidad y, antes de que pudiera decir nada, le di un pequeño beso en los labios.

—Es perfecta.

Dentro de la caja de colores vivos había una tarta con forma de corazón. El exterior era de un color turquesa muy llamativo y por encima había toda clase de chocolates, desde huevos Kinder hasta chocolatinas de todas las clases y Kinder Bueno. Madre mía, estaba en el paraíso del dulce.

Landon sacó aquella obra de arte con sumo cuidado, la dejó en el centro del mantel y me tendió un vaso reutilizable. Mientras, yo saqué un par de servilletas muy monas con corazones bordados y puse sobre la mesa dos platos también del mismo modelo. En el momento que empezó a echar batido de chocolate en los vasos, Landon volvió a hablar.

—Tienes que adivinar el sabor de la tarta. Si no, no podrás saborearla.

Yo fingí que pensaba en ello.

—¿Es de chocolate?

—Frío frío.

Hice una mueca.

—¿De tarta de queso?

Negó con la cabeza.

—Te estás congelando, preciosa. Prueba de nuevo.

—Mmm... ¿De cookies?

Hizo una mueca a modo de respuesta.

Me senté sobre sus rodillas y lo encaré. Lo miré directamente a los ojos y empecé a soltar todos los sabores que se me ocurrían:

—¿Vainilla? ¿Frutos rojos? ¿Arándanos? ¿Frutos del bosque? ¿Oreo?

Landon soltó una tremenda serie de risotadas que me contagió. Cogió un cuchillo de la bolsa y partió un trozo bien generoso. Cuando lo levantó un poquito y lo depositó en mi plato, solté un gritito de júbilo.

—¡Red Velvet! Me encanta.

Estaba más contenta y feliz que una niña en una tienda de golosinas.

En la otra caja había mini dónuts de todos los sabores. Dios mío, estaba en el paraíso de los sabores, en el país de los dulces.

Tomamos la merienda entre risas y caricias, besándonos de ve en cuando. Cuando poco a poco se fue anocheciendo y el frío ya empezaba a hacer mella en nosotros, recogimos todo y salimos de allí cogidos de la mano. Estaba tan rebosante de felicidad que pensaba que no habría nada ni nadie que nos separara, aunque me equivocaba.

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Nota de autora:

¡Feliz viernes, mis enredadas y enredados!

¿Qué tal os ha ido la semana? Espero que no haya sido tan dura. ¿Os ha gustado el capítulo? Repasemos:

1. ¡Es el cumpleaños de Emily!

2. Desayuno y regalos.

3. Derek en modo papá oso.

4. Las flores.

5. La sorpresa de Landon.

Espero que este capítulo os haya gustado. Nos vemos el lunes. Os quiero. Un beso enorme.

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