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Capítulo 31

Capítulo 31

Landon:

Cuando me desperté a la mañana siguiente, Emily seguía dormida entre mis brazos. Durante la noche nos habíamos acercado más, hasta quedar completamente pegados el uno al otro. Sus piernas estaban enredadas en las mías y mi brazo estaba rozando su pelo. Sonreí al verla tan relajada y tan tranquila. ¿Quién diría que en su interior se escondía una pequeña fierecilla?

Anoche fue mágica. Ni en mis mejores sueños había imaginado que Emily tuviese ese lado salvaje. Todavía no podía creerme el hecho de que hubiésemos dado un paso tan grande en nuestra relación. Me había sorprendido y agradado que me hubiese dejado ser el primero y, ¡Dios mío!, menuda noche.

Emily murmuró algo entre sueños y esa fue la señal para que volviera a la realidad. Le di un pequeño beso en la frente, salí de la cama y me puse unos calzoncillos limpios y el pantalón del pijama con mucho cuidado de no despertarla. Ni siquiera eran las siete de la mañana todavía. Desconecté la alarma y dejé que descansara un poco más mientras le preparaba un buen desayuno. Cuando se lo llevé a la cama, ella se estaba desperezando. Su mirada recorría la habitación en busca de alguien y, al verme, sus ojos brillaron con fuerza. Joder. Esa sonrisa me encantaba y me dejaba sin aliento.

—Buenos días —dijo aún con la voz ronca por el sueño—. ¿Has dormido bien?

Sonreí de lado al ver cómo se volvía a estirar. Me acerqué a la cama, dejé la bandeja con el desayuno en la mesita de noche y me metí en la cama para darle un beso intenso. Estaba tan guapa así, recién levantada. Frotó nuestras narices con cariño y, después, enterró la cara en mi cuello.

—He tenido un buen sueño. He soñado que un ángel se convertía en un demonio —dije con mucha intención.

Una carcajada rebotó contra mi cuello. Cuando salió de su escondite segundos más tarde, su mirada se centró por completo en lo que acababa de dejar en la mesa de cerezo. Todavía apoyada contra mi pecho, me dio un beso en la barbilla antes de preguntar:

—¿Qué es eso?

Le di un beso en el pelo antes de contestar con obviedad.

—El desayuno. ¿Qué? No me mires así. Quería sorprenderte con un desayuno en la cama. Tampoco es para tanto.

Sus ojos estaban iluminados por un haz de felicidad.

—Para mí lo es.

Volvió a regalarme una de sus genuinas sonrisas. Solo con ver lo contenta que se había puesto había merecido la pena.

—Y, ahora, desayunemos si no queremos llegar tarde.

Fui a quitarle la sábana de encima, pero Emily se aferró a ella como si no hubiera un mañana, cosa que me hizo mucha gracia. Se puso roja como un tomate y empezó a decir incoherencias y cosas sin sentido, muerta de la vergüenza.

—Yo... No llevo... nada puesto —balbuceó al final colorada.

La miré como si fuera tonta.

—¡Venga ya! Te recuerdo que ya te he visto desnuda. No voy a ver nada que no haya visto ya —solté con picardía, sonriendo de lado. Me encantaba verla sonrojada. Estaba muy guapa así. Bueno, Emily era una mujer preciosa y a mis ojos siempre estaba guapa.

—No es... lo mismo —tartamudeó muerta de la vergüenza.

Me carcajeé. Me gustaba verla en un aprieto. Al ver que solo lo decía para provocarla, me dio un pequeño golpe juguetón en el hombro. Le di un beso en la punta de la nariz. Era tan adorable e irresistible.

Puse la bandeja entre los dos y tomamos el desayuno envueltos en un ambiente muy cálido. En un momento dado, ella cogió un poco de yogur con cereales y lo llevó a mis labios. Era tan cursi la escena que los dos reíamos a carcajada limpia. Yo la imité. Le di unas fresas que ella devoró. Todo era tan relajado cuando estaba a su lado, tan especial y distinto.

Cuando la bandeja se vació, la llevé a la cocina y dejé que Emily se preparase. Entendía que aún le diera un apuro que la viera con poca ropa o sin ella. Anoche había sido la primera de muchas, esperaba. Si por mí fuera, la habría secuestrado aquel día. Sabía, sin embargo, que no era lo correcto. Ya habíamos faltado toda una semana debido al inconveniente de Lion y al mal tiempo que había hecho en Phoenix. Era hora de volver al trabajo.

.   .   .

Nunca antes volver a mi puesto se me había hecho tan duro. El haber tenido una semana extra de vacaciones me había pasado factura. Las letras de los informes que estaba leyendo bailaban a mi alrededor. No podía concentrarme. En lo único en lo que podía pensar era en ella: en su risa, su manera de mirarme, su humor tan peculiar y en sus ojos.

Por acto reflejo, mi mirada se centró en el marco de fotos plateado que tenía sobre la mesa. En él había una fotografía de los dos en la que aparecíamos sonriéndonos el uno al otro. Sus ojos estaban puestos en mí y me miraba como si yo fuera la persona más importante de su vida. Tenía las manos en su mejilla. Recuerdo que me moría de ganas de besarla y que eso mismo había hecho en cuando Elli nos tomó la foto.

Sin ser verdaderamente consciente de ello, había empezado a recorrer su cara con los dedos, embelesado por completo. Emily provocaba en mí sentimientos y sensaciones que nunca antes había sentido, ni siquiera cuando estuve una temporada saliendo con una mujer de la que en su día creía que estaba enamorado. Aquella mujer de ojos peculiares y dulces había conseguido hechizarme y hacer que mi barco navegara al son de su canción, como si fuera una sirena y yo un pobre marinero perdido en alta mar. Me había vuelto adicto a sus caricias, a su risa y a su compañía. Estaba completamente loco por ella.

Un suave golpe en la puerta me hizo volver a la realidad. Aparté la fotografía y bajé de nuevo la mirada a aquellos documentos. Dije un <<Adelante>> y no despegué los ojos de las hojas de papel, como si estuviese muy ocupado en la lectura de los informes cuando la realidad era otra. Grata fue mi sorpresa cuando una voz femenina y muy familiar, demasiado, inundó la estancia.

—Buenos días, señor Brooks.

Era la voz de Mackenzie. Intenté ocultar mi malestar. Desde el mismísimo instante en el que había atacado a Emily en la cafetería aquella vez, andaba con pies de plomo en lo que se refería a ella. No sé por qué, pero sentí que un escalofrío me recorrió por entero.

Cuando mis ojos se posaron en ella, tragué saliva en seco. Llevaba un vestido rojo muy provocador y para nada formal. Se había pintado los labios de carmín y el delineador le hacía los ojos más grandes. El escote era muy profundo, demasiado diría yo. Fruncí el ceño al verla allí. Que yo supiera, no tenía ninguna cita programada para aquel día.

—Señorita Rivera —la saludé con toda la educación que pude—. ¿A qué se debe su visita tan inesperada?

Y, de pronto, la máscara cayó al suelo y supe que estaba en problemas. Su mirada se volvió coqueta. Es más, empezó a batir las pestañas y a acercarse a mí con pasos sensuales, contoneándose. Mierda. Debía parar eso. Mackenzie era una mujer muy guapa, sí, pero no era mi tipo. Era una bomba de sensualidad y coqueteo mezclado con maldad pura. No me iban ese tipo de mujeres. Prefería a las niñas buenas, como Emily, porque, al final, ellas eran las que siempre te sorprendían, como anoche. No pensé que se sintiera preparada para dar aquel paso en nuestra relación y madre mía si lo había disfrutado. Las niñas buenas guardan una fierecilla y un demonio interior.

Por eso, me alejé de ella y huí de ese acercamiento tan repentino. Me olía a chamusquina.

—Vamos, sé que te atraigo. ¿Acaso no me deseas?

—Lo siento, pero no eres mi tipo.

Los ojos de aquella mujer relucieron con fuerza.

—Soy el tipo de todos los hombres. Soy muy guapa y sexy. ¿Acaso ese no es tu tipo? —contraatacó ella mientras me perseguía por toda la estancia. Mientras, yo intentaba huir de ella.

—Además —continué—, estoy saliendo con una mujer.

Esperaba que mis palabras la frenaran, pero no consiguieron el efecto deseado. En su mirada chispeó la maldad. Aquel diablo sonrió de una manera que me puso los pelos de punta.

—Lo había olvidado. Aunque es normal, supongo. Emily es tan patética que nadie diría que un hombre como tú, tan guapo y atractivo, esté a sus pies. ¿No te das cuenta de lo rara y bicho raro que es? Y esos ojos, madre mía. Dan un asco.

Todo lo que salía de su boca era veneno en su estado más puro. Sus palabras me cabrearon. ¿Cómo una persona podía ser tan odiosa? ¿Cómo las personas eran capaces de juzgar a alguien por su apariencia? ¿Por qué lo diferente era tachado de raro?

—Sus ojos son únicos. Me gustan. La hacen especial. —Mackenzie hizo una mueca extraña con la boca y yo sonreí de lado—. ¿Qué pasa, Mackenzie? ¿No te gusta oír cosas bonitas sobre Emily? Tiene muchas cualidades: es talentosa, trabajadora, buena persona...

—Es un bicho raro. Siempre lo ha sido y siempre lo va a ser. —Se encogió de hombros.

—Parece que alguien está celosa.

Se indignó. Me miró con incredulidad, como si le hubiese dicho algo imposible.

—¿Yo? ¿Celosa de ella? Por favor. —Puso los ojos en blanco—. Soy mucho mejor que ella en todo y, además, no estoy en la empresa por enchufe. He tenido que estudiar mucho para estar aquí. Ella lo ha tenido todo en bandeja desde siempre. No sabe lo que es el trabajo duro.

Iba responderle, pero una voz femenina me cortó.

—Te equivocas. No he tenido siempre las cosas fáciles.

Abrí los ojos como platos con sorpresa.

Era la voz de Emily.

Los dos nos giramos hacia ella. Estaba apoyada en el marco de la puerta y miraba la escena con el ceño fruncido. Tenía los puños apretados, como si quisiera golpear a alguien. En seguida me di cuenta, con horror, que había estado escuchando la conversación, que había oído todas y cada una de las hirientes palabras de Mackenzie. Centró toda su atención en la mujer que le había hecho sufrir en la infancia y en la adolescencia. Dio un par de pasos al frente, lentos, como si se estuviese conteniendo para no saltarle a la yugular.

—¿Sabes? —habló por fin tras un silencio incómodo—. Es patético que una mujer como tú piense que porque mis padres tengan dinero yo siempre voy a tener una vida fácil. Me gusta ganarme mi propio dinero y, sí, tienes razón. Trabajo en la empresa que papá fundó hace años, pero te equivocas al decir que solo me han cogido por ser hija de o hermana de. Me lo he tenido que currar tanto o más que tú. La entrevista de selección fue intensa. Le exigí a Derek que no le dijera a nadie que yo era su hermana pequeña hasta que hube pasado la prueba. El favoritismo no va conmigo, eso deberías saberlo.

Cuando terminó de hablar, se había acercado lo suficiente a los dos como para quedar cara a cara de ella. No parecía nada cohibida. Otra vez me había vuelto a sorprender, pero es que ¿quién diría que aquella mujer con aspecto de ángel albergaba en su interior a un demonio?

—Eso es más falso que seguramente gran parte de tu cara. Solo hace falta verte como para saber que has pasado por varias operaciones quirúrgicas —la atacó.

Emily ni se inmutó.

—Qué triste que una mujer como tú, con talento, desperdicie todo su potencial y su energía atacando.

—Eres una zorra, ¿lo sabías?

Bufé. No me estaba gustando para nada hacia dónde marchaban los tiros.

—Tú eres una gilipollas y no te digo nada. Nunca he entendido muy bien por qué yo siempre he sido tu objetivo, Mackenzie, si ni siquiera me hacía notar en clase. Tampoco te he hecho nada malo, salvo aquella vez que tropecé contigo sin querer en el comedor y te tiré encima el refresco.

Mackenzie le clavó los ojos marrones con furia. Estaba segura que si pudiera lanzar rayos láseres por ellos, habría fulminado a mi novia.

—Siempre lo has tenido todo —le ladró—. De pequeña siempre tenías los mejores juguetes, la mejor ropa y la mejor fiesta de cumpleaños. Mientras, mis padres tenían que meter horas extras para poder pagar mis estudios. No sabes la suerte que tienes.

Emily abrió mucho los ojos sorprendida ante la confesión de Mackenzie. A mí también me había dejado igual. Vaya, no sabía que sintiera celos de ella.

—Así que después de tu séptima fiesta de cumpleaños decidí que haría algo al respecto —añadió—. Decidí que haría todo lo posible para que no te volvieras popular. En el momento en el que supe lo vulnerable que eras, cuando supe cuál era tu punto débil, decidí poner a todos nuestros compañeros en tu contra. Fue demasiado fácil. Esa panda de ingratos era muy manipulable. Todavía recuerdo cuando esparcí por el colegio el rumor de que tenías heterocromía porque tu madre fumaba marihuana durante el embarazo. Fue tan sencillo convencer a nuestros compañeros de que eras un bicho raro.

Emily temblaba. Había escuchado el relato de ese odioso ser con los labios apretados y las manos cruzadas entorno a su pecho. Se empezó a morder el labio inferior, muy probablemente en busca de las palabras adecuadas que decirle a la persona que más sufrimiento le había causado, a aquella que había sido su enemiga desde que era pequeña.

—No entiendo muy bien tu forma de actuar, de verdad que no la entiendo. ¿Me has tratado mal solo porque tenías celos de mí, de lo que tenía? Eres patética. Sí, puede que yo lo haya tenido más fácil a la hora de estar en un buen colegio y, sí, puede que no haya tenido que recurrir en mi vida a una beca. Pero, ¿sabes lo duro que es no ver a tu padre cuando eres pequeña porque se pasa el día trabajando, intentando mantener a flote una empresa que hacía poco que lleva en marcha? Porque yo sentía envidia de todos vosotros, de ver cómo vuestros padres os iban a buscar al colegio y os llevaban al parque. Yo nunca pude pasar tanto tiempo con el mío hasta que se jubiló.

Emily no había parado de temblar. Cuando me puse a su altura, vi que se había echado a llorar la pobre a medida que iba narrando. Vaya, nunca pensé que se sintiera así. No sabía que su padre se pasara los días encerrado en la editorial intentando mantenerla a flote. Al ver cómo hipaba, la abracé con fuerza contra mi pecho y dejé que sollozara.

—La próxima vez que creas que tengo suerte, párate a pensar si prefieres pasar tiempo con tu familia o que esta tenga una gran fortuna. Porque yo me quedo sin dudarlo con lo primero —le soltó aún envuelta entre mis brazos.

Mackenzie nos miró a los dos con los ojos entrecerrados y, tras soltar un bufido, se marchó de allí pisando con fuerza. Cuando cerró la puerta de un golpe seco, pude respirar de nuevo con tranquilidad. El ambiente se había vuelto tan tenso que casi se podía cortar con un cuchillo.

Emily aún seguía con la cara enterrada en mi pecho y yo, mientras tanto, le seguía recorriendo la espalda con la intención de calmarla. Sabía que aquella mujer de mirada acaramelada la ponía nerviosa y en tensión. Cuando noté que se tranquilizaba, la aparté un poco de mí y la miré. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto y el maquillaje corrido. Le pasé los dedos por las mejillas en un intento por borrar los churretes de maquillaje que las lágrimas habían dejado a modo de huella.

—Debo estar horrible —se lamentó ella muerta de la vergüenza.

Le di un beso en la mejilla.

—Qué va —mentí—. No estás tan mal.

Bufó.

—Por eso no suelo maquillarme mucho, porque se estropea en seguida.

Le pasé los dedos por la cara sin apartar la vista de ella.

—Qué suerte que tú no necesites el maquillaje para verte guapa. —Le guiñé un ojo con aires coquetos.

En cuanto vi que sonreía, todo el aire volvió a mis pulmones y mi mundo volvió a brillar de nuevo. Porque verla con esa sonrisa iluminaba todo a mi alrededor.

Le di un beso en los labios sin poder resistirme y, después, tiré de ella hacia el exterior.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis enredados y enredadas!

¿Qué tal habéis comenzado septiembre? Espero que haya sido con buen pie. Yo os regalo este capítulo cargado de emociones. ¿Os ha gustado? Repasemos:

1. El despertar juntos.

2. Desayuno en la cama.

3. Mackenzie a la carga.

4. La confesión de Mackenzie.

5. Las palabras de Emily.

6. Landon apoya a Emily.

Espero que os haya gustado el capítulo. ¡Nos vemos el miércoles! Un beso enorme. ¡Os quiero!

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