Capítulo 16
Capítulo 16
Emily:
Desde que Landon y yo habíamos mantenido aquella charla nuestra relación iba mucho mejor. De entrada, ese hombre ya me hablaba, lo que era todo un adelanto. Habíamos pasado de sentirnos tensos a poco a poco ir perdiendo la vergüenza. Había descubierto cosas de él que me parecían simplemente fascinantes, como la razón que le había impulsado a estudiar idiomas o que le daban miedo las arañas. La verdad es que había pasado de ser borde a ser un tío muy majo y agradable.
La semana siguiente tuve que hacer horas extras en la empresa. Margaret quería que le diera una valoración cuanto antes. Al parecer, era de suma importancia que el informe estuviera completo y que fuera objetivo. Por ello, me pasé horas y horas encerrada en mi cubículo con la única compañía de mi ordenador. Me salté las horas de comida. Mientras devoraba un sándwich, reescribía y pulía todo mis apuntes. Quería que todo estuviera perfecto, impoluto. Ni siquiera me importó tener que perderme las horas de almuerzo en compañía de mis amigos. Ya les había avisado de que estaría muy ocupada.
El jueves fue un día agotador. Tras reunirme con Robert, mi compañero, volví a encerrarme y a trabajar como si no hubiera un mañana. Lo necesitaba. Quería dar el ciento diez por ciento de mí misma y demostrarles así a todos que no estaba allí porque fuera la hija del dueño y la hermana del actual jefe. Quería demostrar que estaba capacitada para estar en un puesto tan importante como lo era aquel.
Todavía la gente tenía aquellos prejuicios sobre mí. Había escuchado a mis compañeros decir que solo era una niña rica y mimada que, de seguro, no tenía el suficiente nivel para estar en un puesto como tal. Pensaban que solo estaba allí por enchufe, cuando en realidad había tenido que currármelo muy bien para estar allí. Comentarios como <<He escuchado que su padre la ha puesto en ese puesto>> o <<Mírala. Seguro que le hacen todo el trabajo sucio>> eran parte del pan de cada día y, si bien me gustaría cambiar la mentalidad de aquellos energúmenos, sabía que sería muy difícil hacerles entender que mis aptitudes eran iguales que las del resto. Al parecer, que proviniese de una familia adinerada me hacía ser la típica chica tonta y mimada que tanto había leído en las novelas.
Suspiré. Si quería acabar con aquellos prejuicios, debía hacer bien mi trabajo. Si para lograrlo debía meter más horas que el resto, lo haría. No había nada más satisfactorio que el trabajo bien hecho.
Eran cerca de las ocho y media de la tarde cuando recibí un mensaje de texto de Landon. Decía: <<¿Vienes a cenar?>>. Sonreí como una boba sin poder evitarlo. Desde que habíamos comenzado de nuevo, como él lo había llamado, nos estábamos acercando al territorio de la amistad. Ya no era frío conmigo, ya no me evitaba. Ahora se mostraba atento e incluso compartíamos tardes o noches de películas. La verdad es que jamás había pensado que alguien como Landon, tan interesante, quisiese pasar tiempo conmigo.
Sin borrar la sonrisa boba, redacté: <<Llegaré en un rato. Estoy en FosterWords terminando un trabajo>>.
Dos minutos después, me llegó su respuesta: <<Últimamente trabajas demasiado. Deberías tener también tu horario de ocio. Tanto trabajo no es bueno>>.
Que se preocupara por mí me derritió el corazón. Ay, si es que era todo un bombonazo.
<<Margaret me ha dado un trabajo importante y quiero darlo todo>>, le escribí con ansia.
Dejé el móvil encima de la mesa y volví al lío. A mi lado tenía el manuscrito que había leído. Había ido subrayando los puntos fuertes de la novela en color amarillo y destacando los que no me habían gustado tanto o los que creía que eran incoherencias con color verde. En los laterales se podían apreciar mis anotaciones, comentarios que había dejado según hacía la primera y segunda lectura del manuscrito.
Mi escritorio era un desastre. Mirases por donde mirases, podías apreciar la gran cantidad de notas adhesivas que dejaba cuando leía o escribía un informe. Había lápices, bolígrafos y demás cosas esparcidas aquí y allá. En casa podía ser una mujer ordenada, pero tanto a la hora de trabajar como a la hora de estudiar siempre había sido muy desordenada.
Cuando llegué a casa eran pasadas las nueve. Estaba agotada después de haberme pasado prácticamente todo el día sentada frente al escritorio. Lo primero que noté nada más entrar por la puerta fue el delicioso aroma que inundó mis fosas nasales. ¿Qué era ese olor tan rico y apetitoso? Madre mía, qué hambre tenía. Apenas había comido algo durante la tarde.
Entré en la cocina con una cara de muerta viviente y lo que me encontré me activó de nuevo. Landon estaba entre los fogones, sin camiseta. Tragué saliva. Estaba tan guapo y, la hostia, estaba tan bueno sin camiseta. Gracias, Dioses de los Dioses, por permitirme apreciar semejante obra de arte. Landon tenía una versión muy sexy de la clásica tableta de chocolate. Se notaba a leguas que hacía ejercicio con regularidad. Su torso tenía esos abdominales que tanto nos gustaban a las mujeres. Sus brazos eran musculosos sin llegar a ser exagerados. Mas, lo que me sorprendió por completo fue ver que tenía un pequeño tatuaje en la clavícula con forma de ancla. Era pequeño y muy mono.
—¡Buenas noches! —canturreó él con felicidad cuando me vio en la entrada. Estaba quieta, sorprendida por encontrármelo así. Mmm, si las bienvenidas iban a ser siempre así, no me importaría llegar tarde a casa más a menudo—. No te había oído entrar.
—Hola. —Suspiré con un poco de cansancio—. Siento llegar tan tarde. Tengo una semana dura por delante.
Él sonrió aún entre los fogones.
—No sabes cómo te entiendo. Hay semanas que son tan estresantes que siento que el trabajo puede conmigo. Pero, ¿sabes?, lo mejor de esas semanas es que cuando te lo quitas de en medio, sientes un alivio y una paz mental de la leche.
—Tienes toda la razón. A pesar de que me he agobiado la hostia, me siento gratificada porque sé que estoy haciendo un gran trabajo.
—Esto estará listo en unos minutos. ¿Por qué no te pones cómoda? Date una buena ducha y después cenamos juntos.
¿Que si me parecía bien? La leche. Era lo que más me apetecía.
Salí de allí, dejé el bolso encima de la cama y cogí el pijama y unas bragas limpias y me encerré en el baño. Abrí el grifo para que se fuera calentando el agua al mismo tiempo que me desvestía. Una ducha era lo que más necesitaba. Puede que sonase exagerado, pero sentía que habían pasado años desde que había terminado la universidad. Ahora comprendía por qué se decía que la vida del estudiante era la mejor de todas. La única preocupación era la de aprobar los exámenes y los trabajos. No recuerdo haber metido tantas horas en mi vida, ni siquiera cuando tuve que hacer el trabajo de fin de grado, un trabajo que me dio más de un quebradero de cabeza.
Dejé que mi cuerpo se relajara mientras cantaba una canción que había escuchado aquella misma mañana en el trabajo. Cantar en la ducha era un hábito que había heredado de mi madre. Ella siempre nos cantaba cada vez que podía, incluso cuando nos bañaba a Derek y a mí. Sé que él también tenía como hábito dar conciertos pasados por agua.
No sé cuánto tiempo estuve realmente bajo el agua, solo sé que cuando salí del cuarto de baño y fui a la cocina a dejar la ropa sucia en la lavadora, Landon ya estaba colocando todo. Llevaba los platos a la sala, aquella estancia que estaba en frente de la cocina, pasando el pasillo.
—¿Necesitas ayuda?
Él me miró con una sonrisa burlona pintada en sus bonitos rasgos.
—Para nada, Heidi.
Fruncí el ceño. Allí estaba de nuevo aquel mote.
—¿Se puede saber por qué te ha dado por llamarme así? —objeté fingiendo enfado. Ahora que estábamos de buenas no iba a joderlo todo, con lo que nos había costado llevarnos bien.
Él alzó una ceja y yo lo imité cruzándome de brazos.
—¿Acaso no te has mirado al espejo? Tienes las mejillas más rojas que Heidi. Eres tan adorable. —Me pellizcó un pómulo con ternura.
Genial, le parecía adorable. No quería despertarle ternura, quería que me viera sexy y guapa. ¿Era eso mucho pedir? ¿Por qué no podría ser como muchas de mis compañeras de la universidad? Porque había estudiado con muchas chicas que no tenían que esforzarse por ser sexys. Yo, en cambio, no me sentía así. Ser sexy no era algo que se asociara conmigo. Adorable, tal vez. Mona, quizás. Pero no sexy o atrevida. No eran adjetivos que me representaran, aunque a veces quisiera que sí lo hicieran. Por ejemplo, cuando estaba con aquel hombre tan guapo y tan comestible.
Para mi desgracia, se había puesto una camiseta y ya no podía apreciar la buena tableta de chocolate que tenía. En momentos como aquel agradecía a los Dioses por permitirme compartir mi tiempo con semejante bombón andante. ¿Quién decía que las cosas buenas no podían pasarle a las personas comunes?
Cenamos en silencio, viendo una serie de misterio e intriga. Devoré con gusto el gran plato de guisantes que había cocinado Landon. Estaban deliciosos y qué hambre tenía, por Dios. El plato se me vació enseguida y eso que él me había echado una buena ración. A modo de postre, saqué unas patatas fritas de bolsa que tenía guardadas en la alacena y las devoramos mientras reíamos con las ocurrencias de los protagonistas. Estaba recostada en el pecho de Landon y a medida que iba avanzando la noche el sueño se iba apoderando de mí hasta que mis ojos se cerraron por completo. Me quedé profundamente dormida sintiendo el latido constante de su corazón y el trazado de unos círculos en mi hombro.
A la mañana siguiente todo fue un caos para mí. Me volví a despertar tarde por no haber puesto la alarma. Se me había olvidado. No sé cómo, pero al abrir los ojos me encontré en mi cama, arropada en mis sábanas. Sin embargo, no estaba sola. Landon estaba allí, de pie, a unos pocos pasos de mí.
—Vamos, perezosilla, es hora de levantarse.
Abrí los ojos como platos al fijarme en el reloj de mi mesita. Me levanté como un resorte y, tras echarlo de mi dormitorio, empecé a vestirme con prisa. Hice la cama a todo correr y dejé un poco que la habitación se ventilara mientras desayunaba. Por suerte, Landon me había preparado un buen desayuno: zumo de naranja, leche con cacao en polvo y unas galletas.
Tras el desayuno, fuimos al trabajo andando. Hacía un día agradable y pudimos disfrutar del fresco de la mañana. Fuimos charlando sobre temas un tanto banales. De vez en cuando, le vacilaba o él me vacilaba a mí. Así fue cómo llegamos, riéndonos como dos buenos amigos.
—Te juro que en la graduación Elli se cayó del escenario cuando fue a recoger el título —decía él soltando una serie de carcajadas contagiosas.
Es que me la estaba imaginando. Era tan propio de ella que le pasaran ese tipo de cosas.
—Yo solo espero que no me pase.
—¿Cuándo la tienes? —preguntó él cuando entrábamos por la puerta.
—Hasta el año que viene nada. De momento nos han dado un título provisional. Mejor, cuanto menos tenga que ver a esa gente, más contenta estaré.
Se paró en seco en la entrada y me miró.
—¿Por?
Bufé.
—He tenido unos compañeros muy especialitos —me limité a decir como si aquello no importara.
—¡Que me vas a contar! Recuerdo que en mi carrera había mucho secretismo. Ya sabes, los compañeros se callaban y escondían muy buena información. Recuerdo una vez que nos enteramos que había habido un seminario muy importante cuando este ya había sido dado. El cabrón de mi compañero se lo había guardado para sí mismo y para su grupito. Lo peor es que no solo era un par de compañeros, sino que casi toda la clase lo hacía.
—Te entiendo. Es muy triste no poder confiar en tus propios compañeros —expuse con pena, recordando mis tiempo de estudiante. Tanto en el colegio como en la universidad había sido la paria del grupo, aquella persona que nadie quería tener a su lado por temor al qué dirán.
La mano de Landon en mi brazo me hizo volver a la realidad.
—Deja ya de morderte el labio. Vas a quitarte ese bonito pintalabios que te has puesto y que te sienta tan bien.
Me sonrojé, pero ¿cómo no hacerlo cuando semejante hombre decía algo así? Sabía que lo decía para ser amable conmigo, pero no podía evitar que cada vez que comentarios de ese estilo provocaran que mi corazón brincara con fuerza y que una chispa de esperanza brillara en lo más profundo de mi ser.
Sonreí en respuesta.
Avanzamos hacia los ascensores, mas de un momento a otro me quedé paralizada. Era como si mis pies hubiesen echado raíces en el suelo. Al ver a unos metros de distancia de mí, esperando uno de los ascensores, se encontraba Mackenzie Payne, una compañera del colegio que me había torturado en mis años de estudiante.
Mis ojos se abrieron con sorpresa y mi pulso se disparó.
Oh, no. Sabía lo que significaba aquello: problemas, problemas muy gordos.
Mierda.
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Nota de autora:
¡Sorpresa!
Vaya, vaya, vaya. Parece que a estos dos les va muy bien. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. Semana estresante para Emily.
2. Landon siendo un buen amigo.
3. Landon vacilando a Emily. ¿Os gusta el mote "Heidi"?
4. La aparición de Mackenzie. Insertad aquí vuestras teorías.
Espero que este capítulo os haya gustado. Ahora sí, ¡hasta el miércoles! Os quiero. Besos.
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