Capítulo 1
Capítulo 1
Emily:
Mamá y papá siempre decían que mis ojos eran especiales, que no debía avergonzarme de ellos. La verdad, hubo un tiempo en el que sufrí el peor de los calvarios por ser diferente, por tener una anomalía. Las chicas no querían ser mis amigas porque era un bicho raro y los chicos simplemente pasaban de mí.
Mi adolescencia no fue muy bonita que digamos. Sufrí acoso escolar. Las niñas se burlaban de mí e incluso me gastaban bromas crueles. Hubo un tiempo en el que pensé que quizás yo era un error y que no debía existir.
Por fortuna, no solo conté con el apoyo de mi familia; sino que tuve la fortuna de conocer a tres personitas que hacían que todo el sufrimiento del día a día fuera mucho más fácil de sobrellevar. Evelyn, Skye y Heather eran mis escuderas y me habían enseñado que no debía avergonzarme de algo tan bonito y peculiar como lo era el color de mis ojos. Si bien en ocasiones podría seguir mostrándome débil, ya no me importaba.
O eso pensaba.
A veces sentía que las mujeres me juzgaban sin conocerme. Me veían y ya tenían algún prejuicio sobre mí. Comentarios como <<Es una niña de papá>> o <<Iugh, ¿has visto sus ojos?>> eran muy habituales en mi día a día. Con el tiempo había aprendido a hacer caso omiso de ellos, aunque a veces eran tantos que era imposible hacer oídos sordos.
Hacía dos meses que por fin había empezado a trabajar en la empresa de papá y yo estaba eufórica. Me encantaba mi trabajo. Todavía estaba en un periodo que yo llamaría de prueba. No tenía tantos encargos como el resto y, si os soy sincera, tenía la leve sospecha de que varios compañeros creían que solo estaba allí porque era la hermana del jefe. Lo que pocos sabían era que tuve que enviar mi currículum y enfrentarme a una dura entrevista de trabajo.
Prejuicios. Vivía rodeada de ellos.
—Mierda —susurré aquella mañana cuando me desperté—. ¡Joder! Llego tardísimo.
Me levanté de la cama como alma que lleva al diablo. Me vestí a todo correr, me hice un moño y, tras coger el bolso, salí pitando de mi apartamento de alquiler. Estaba ubicado en el Uper East Side, un barrio muy bueno de Nueva York, uno de los mejores, y, por fortuna para mí, a escasos quince minutos andando de la editorial.
Avancé por las atestadas calles de la ciudad esquivando peatones. En un momento dado, me metí en una cafetería y pedí un buen chocolate caliente. Estábamos en noviembre y poco a poco el frío ya se iba notando. Además, odiaba el café. Es raro, porque tanto a mis padres como a mi hermano les encantaba. No entendía el por qué. Era una bebida muy asquerosa.
Ya con mi bebida en mano, salí de nuevo a la calle. Hacía un día soleado, aunque el frío ya se dejaba notar. Lejos quedaron los días de verano en el lago en casa de mis padres o mi viaje a Francia. Extrañaba aquellos días calurosos y veraniegos. Siempre me había gustado más el verano.
Llegué a FosterWords justo a tiempo. En la entrada me encontré con Abigail, una mujer encantadora que desde mi primer día de trabajo me había tratado de maravilla. Al verme un poco perdida a la hora del almuerzo, me arrastró con ella a la mesa en donde se sentaba, que era casualmente en la que estaba Elli... y él.
—¡Buenos días, nena! —me saludó ella con demasiado entusiasmo mañanero. No entendía a la gente que ya desde primera hora estaba muy activa. ¿Cómo lo hacían? ¿Cuál era su secreto?
—Ey —le devolví el saludo, aunque no con tanta fuerza.
Caminamos juntas hacia los ascensores y, por el camino, saludamos a Anna, una de las personas más agradables de la empresa. Era una de las recepcionistas principales y siempre tenía una sonrisa pintada en la cara. Era un sol de persona y, al igual que Abigail, en seguida me hizo sentirme integrada.
No os mentiré. Al principio pensé que me costaría sentirme parte del equipo. Siempre me había costado socializar debido a mi no tan agradable pasado. Mi historial de relaciones sociales era casi nula. Si no fuera por Evelyn, Skye y Heather, estoy segura de que me habría vuelto una ermitaña. No se me daba bien hacer amigos. Tampoco es que fuera por la calle preguntando: <<¿Quieres ser mi amigo?>>.
Así que sí, me sentía agradecida de que mujeres como Anna y Abigail me ayudaran un poco a sentirme integrada. A veces las personas solo necesitamos un pequeño empujón. Ese era mi caso.
—Me encanta cómo te resaltan los ojos con esa blusa —comentó Abigail mientras acariciaba la tela.
Me miré y maldije. Con las prisas no me había dado cuenta de que había elegido una prenda aguamarina un tanto llamativa. Por lo general, mi manera vestir solía ser bastante recatada, con colores un tanto neutros. No me gustaba destacar. Bastante lo hacía ya sin yo quererlo.
La blusa era una de mis favoritas y la había comprado a un buen precio. Tampoco me gustaba derrochar, tal y como a la gente le gustaba pensar. Al parecer, que fuera la hija de un hombre rico me tachaba directamente de niña mimada. Odiaba aquel prejuicio con todo mi ser. No me gustaba gastar el dinero de mi padre. Era más del tipo de persona al que le gusta ganarlo por sí sola sin que se lo den en bandeja. Mi apartamento, por ejemplo, en Upper East Side lo pagaba yo con el dinero que había ganado trabajando al mismo tiempo que estudiaba.
—Lo compré de rebajas. ¿Por qué no nos pasamos a la salida? Seguro que encuentras algo que te guste.
Ella bufó.
—Con la suerte que tengo, no me gustaría nada o, de hacerlo, no tendrán mi talla. Además, he quedado.
Reí a carcajada limpia. El carácter de Abigail me encantaba. Podría parecer mansita, pero no lo era. Había ido descubriendo todas sus facetas y había encontrado en ella a una gran amiga.
El ascensor llegó y, por fortuna, no estaba tan a rebosar de gente. Nos subimos y continuamos hablando durante todo el trayecto, hasta que yo llegué a la quinta planta.
Trabajaba en el departamento de Propuesta Editorial, que compartía piso con el departamento encargado de la creación de la página web de la empresa y con la sala repleta de material de oficina.
—Nos vemos en el almuerzo, nena. ¡Ten un buen día! —le deseé.
Ella me tiró un beso que yo recogí con la mano a modo de broma.
Terminé mi chocolate caliente y me puse manos a la obra. Mi trabajo consistía en leer el manuscrito que se me asignaba y redactar un informe con los pros y los contras de su publicación bajo el sello editorial. Una vez escrito el informe, debía entregárselo a mi superiora. Por lo general, una novela se le asignaba a más de un trabajador, por lo que la señora Maslow, la jefa del departamento, tendría más de una opinión objetiva. Cuando todos los encargados de un manuscrito terminábamos la lectura, debíamos reunirnos para comentar nuestra opinión y lo redactado.
No os mentiré. Era un trabajo arduo, pero me encantaba. Era una devoradora de libros y gracias a aquella oportunidad estaba trabajando de lo que quería. Si bien a veces sentía que tenía una gran responsabilidad entre mis manos (de mí dependía que un escritor publicara su novela), no lo cambiaría por nada en el mundo.
A media mañana, me reuní con Robert en la pequeña sala de juntas. Estaba un poco nerviosa, la verdad. Él era todo un trabajador y solo esperaba estar a la altura. Los dos habíamos leído el mismo manuscrito.
Entré en la estancia y, tras saludarlo de forma cordial (no había tenido mucho trato con él, solo en el ámbito de trabajo), me senté en la silla frente a él. Me acomodé la falda y saqué una hoja de la carpeta que llevaba. A medida que leía una obra, apuntaba en un folio a parte lo que me estaba pareciendo, cuáles eran sus puntos fuertes y cuáles no. Era un pequeño esquema que, a posteriori, utilizaba para escribir el tan temido informe. Solo había escrito dos en lo que llevaba de tiempo trabajando allí. El primero no había sido muy positivo, si bien no pasó nada. La señora Maslow me dijo que era muy normal que mis primeros proyectos no fueran tan buenos. Por eso, aquella gran mujer me estuvo ayudando a crear el siguiente, el que debatiría con mi compañero.
Margaret Maslow era una gran mujer. A simple vista la gente podría pensar que era una persona bastante fría y seria, pero, la verdad, era muy agradable. Me había guiado en todo momento. Era una mujer muy competente y se notaba que amaba su trabajo.
Sinceramente, estaba segura de que se me había asignado como compañero a Robert para que me guiara y ayudara. Según tenía entendido, era uno de los trabajadores más buenos que había en el departamento, y eso me ponía algo nerviosa y me hacía pensar que quizás no estuviera a la altura.
Ojalá yo fuera tan buena como él. Mi mayor aspiración era ser tan trabajadora como lo era Robert y, en el futuro, tener proyectos grandes.
—Antes de empezar —comenzó a hablar él. Hizo una breve pausa para aclararse la garganta—. Antes de empezar me gustaría que diésemos nuestra opinión personal al respecto.
—Me parece bien.
Y empecé a soltarle una chapa de lo que me había parecido aquel manuscrito. Estaba muy contenta de que dentro de todos los géneros literarios se me hubiese asignado a mí la novela romántica. Y es que yo era una amante de la novela rosa, más si tenía alguna que otra escena subidita de tono.
No os dejéis engañar por mi apariencia. La gente tendía a pensar que yo era una niña buena, un angelito. Estaba lejos de serlo. Sí, puede que en ciertos aspectos lo fuera. Pero no del todo. Cuando me lo proponía, podía ser un poquito rebelde.
Cuando cerré la boca, escuché cómo mi compañero soltaba su discurso. En sus ojos brillaba la chispa de la pasión. Muy pocas veces había visto a hombres a los que les apasionara una novela romántica. Casi siempre había creído que eran más de leer otros géneros, como lo son la novela fantástica o la policiaca. Me había sorprendido, aún más su opinión.
Una vez finalizado el periodo de opiniones, nos vimos sumidos en un debate acerca de los pros y los contras. Aquella manera de trabajar me gustaba y me ayudaba muchísimo. Quiero decir, en varias ocasiones me había visto a mí misma escribiendo en mi esquema algunas ideas que no había tenido en cuenta antes. Lo mismo hizo Robert.
Fue una reunión intensa y, cuando salí, sentía que había sido muy productiva. Me despedí de él con un suave apretón de manos y una sonrisa educada. Miré la hora en mi reloj de muñeca y me quedé ojiplática. Habíamos estado tan sumidos en el trabajo que casi se nos había pasado la hora del almuerzo.
Dejé todo sobre la mesa y fui a la cafetería. Tenía tan solo veinte minutos para devorar lo que fuera y volver al trabajo. Al llegar, fui a la zona del bufete y cogí lo primero que me pareció comestible y, después, empecé a buscar la mesa en la que solía sentarme. Sonreí al divisar a mis compañeros.
A unos metros de distancia estaban Luke, Connor, Anna y Abigail. Me dirigí hacia aquella mesa. En cierta manera, aquel espacio me recordaba al comedor de mi colegio. Solo faltaban las bandejas metálicas estilo ejército.
Elliana y Derek no estaban allí. Supuse que habrían salido a almorzar a algún restaurante. Era típico de mi hermano mimarla.
—Vaya, vaya, vaya. Mirad quién se digna por fin a bajar —comentó Luke esbozando una sonrisa burlona.
—Pensábamos que ya no bajarías. —Anna se giró y me dedicó una mirada tierna. Si es que esa mujer era todo un dulce de leche.
Dejé la bandeja granate en la mesa y me dejé caer en el asiento con un suspiro cansado. Había sido una mañana muy intensa y productiva. La tarde sería similar. Tendría que reescribir el informe teniendo en cuenta todas las ideas que había tomado en la reunión. Si me ponía las pilas, podría enviárselo a la señora Maslow aquella misma tarde. Me planteé incluso hacer horas extras si lo veía necesario.
—Perdonad el retraso. He estado reunida con Robert, un compañero, y se me ha ido el santo al cielo.
Me metí un buen trozo de mi lasaña de carne en la boca. Estaba tan buena.
—Trabajas demasiado, Emily.
Me encogí de hombros. Unté un poco de pan en la salsa.
—Me gusta mi trabajo y soy muy perfeccionista.
De pronto, Connor alzó la mirada a la persona que había tras mi espalda.
—Joder, otro que llega tardísimo —comentó. No me gustó para nada la miradita pícara que me lanzó.
—Lo siento, chicos. He estado a tope de trabajo. He discutido con un compañero por un trabajo y se nos ha ido el tiempo.
Me tensé. Esa voz que conocía tan bien y que me ponía tan nerviosa. No hizo falta que me volviera. Sabía perfectamente quién era.
Era él, el hombre que me había quitado el aliento desde el primer instante en que lo vi.
Landon.
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Nota de autora:
¡Feliz lunes!
Comenzamos esta historia. ¿Qué os ha parecido el primer capítulo?
Capítulo dedicado a @VLackLord, ganadora del sorteo realizado en la Caja de Pandora, proyecto oficias se AmbassadorsES. Repasemos:
1. Conociendo un poco de Emily.
2. Emily está pillada de Landon.
3. El trabajo de Emily en FosterWords.
Espero que este primer capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos en el siguiente!
Mis redes
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