Tic-tac.

—¿Dónde estarán?

Tic-tac.

—Este disfraz me matará de comezón si no llegan pronto.

Tic-tac.

—¡Por los Grimm! Fui clara con cada árbol: ¡debían conducirlos hacia aquí sin retraso! Sé que tienen savia y no cerebro, pero mi hechizo prometía encargarse de esas deficien…

Vocecillas infantiles interrumpen mi monólogo:

—¿Aquello es una casa…

—…de algodón?

Visualizo a mis víctimas gracias a las persianas de regaliz y respiro hondo para entrar en el personaje.

—¿Será obra de padre? —inquiere la niña—.

—Adora actuar sin avisarnos; aunque deberemos editar el video para evitar ser llamados farsantes.

—Tienes razón, esta vez ha sido demasiado.

—Acerquémonos.

«¡Es hora!»

Abro la puerta de jengibre cuidadosamente, según madre: “tomarlos desprevenidos es parte esencial del plan”.

—Niños, ¿qué hacen tan lejos de casa? 

Los escuincles chillan y me contengo de rodar los ojos, no sería un gesto típico de una viejecita.

—¿Quién es usted?

—Gretel, obviamente trabaja para padre. Además, señora, técnicamente somos preadolescentes, ¿sabe? Nuestro cuerpo empieza a cambiar y…

El niñato queda en silencio al recaer en el mazapán que hemos utilizado para la fachada de nuestra trampa.

—¿Es comestible?

Veo sus intenciones de juzgarlo personalmente, no obstante, logro detenerlo a tiempo:

—No, querido; demasiado dulce. Mas, ¿querrían probar mis pretzels? He horneado una docena.

Hänsel se dispone a dar el primer paso cuando su hermana lo frena. «Supongo que ella sí tiene sentido común.»

Le sonrío persuasivamente:

—¿Rechazarán a esta ancianita? Mis nietos jamás vienen; me siento tan sola.

La compasión de Gretel acaba convirtiéndose en su condena.

Los hago pasar ante de desaparecer el molesto disfraz de octogenaria. «No sé cómo Raina pudo tolerarlo para convencer a Alba de morder aquella manzana envenenada.»

Admiro el pánico en sus ojos luego de que el halo malva a mi alrededor, desaparezca, revelándoles mi verdadera apariencia.

Con mi varita y simples ademanes, consigo que los objetos en la habitación me obedezcan mientras un agradable cosquilleo mágico recorre cada vértebra de mi columna. Segundos después, ellos están atrapados en una adorable jaula dorada y yo bebo una taza de té verde.

—No es una señora —El chico realiza el hallazgo del milenio—.

—Tampoco trabajo para tu padre.

Gretel toma la palabra temblorosamente—: ¿Quién eres?

Dos pañuelos siguen las líneas trazadas por mi mano y los amordazan. «Necesito concentrarme.»

—Ya lo sabrán.

Hasta entonces, tengo un ritual que preparar.

«Terminaré lo que Henri comenzó; haré valer la muerte de mi hermano.»

…

Para el ocaso, todo está listo; por ende, dejo hablar a los chiquillos.

—¿Eres una bruja?

Obviamente, Hänsel toma el primer turno.

—Más o menos.

—¿Qué nos harás?

—Nada. Sin embargo, conozco una persona que desea algo de ti, pequeño Wilde.

El mellizo pasa saliva y realiza su próxima pregunta:

—¿Quién?

Un electrizante tornado rojo ilumina la habitación y la persona recién llegada es precisamente la respuesta que necesitan.

—¿¡Hortense!? Pero si tú eres nuestra…

—Madrastra, sí —Ella masajea sus sienes, agotada—. El peor infortunio de mi vida. ¡Y yo estuve en Salem!