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No me acostumbraba a muchísimas cosas de Corea, como estar en Octubre y que fuera otoño, pero por lo menos era una hermosa época para estar en el país.
Otra cosa era la cultura y el idioma. De la primera sabía lo básico, aunque a veces se me olvidaba, como saludar con una inclinación. Del segundo, bueno, había tenido suerte de que mi padre me había enseñado lo básico del idioma y el resto lo había aprendido con un profesor particular, igual que mi hermano, pero no estaba acostumbrada a escucharlo siempre y hablarlo constantemente.
Supongo que es algo típico cuando tus padres vienen de dos países diferentes, en especial si se trata de una cultura y/o continente distinto.
Pero yo me definía como latinoamérica, no como asiática. Pienso, hablo y hasta diría que me veo como alguien de América Latina, no de Asia. Pero es que me crié ahí, muy lejos de Corea, y con mi madre latina, no con mi padre coreano. Claro que él estuvo presente siempre que pudo, pero mayormente trabajaba, manteniéndose lejos de nosotros por meses. Era militar y viajaba mucho por sus misiones.
De él heredé mi pelo lacio y oscuro, y mis ojos rasgados, esos por los que tantas veces me apodaban «china» en la escuela. O hasta «japonesa», casi nunca nadie pensaba en Corea, y cuando lo hacían, preguntaban sí del Sur o del Norte, como si fuera fácil salir del Norte...
Tambien mi nombre era coreano: Myeong-Suk Park. O bueno, en Corea sería Park Myeong-Suk. Significaba luz pura. El significado del nombre era algo muy importante en la cultura de mi padre.
De mi madre había heredado todas mis facciones, mi piel bronceada y mi contextura media. Tenía muslos amplios, caderas anchas y un trasero del que estaba orgullosa, aunque nada de pecho, pero tampoco era que eso me molestara mucho, a excepción de esos días cuando mi autoestima era una mierda, generalmente causados por los rollos que me notaba en el vientre al mirarme en el espejo. Pero era imposible no tener rollos: estaban ahí por genetica y biológica. El abdomen es de las zonas que más acumulan grasa, así estaba hecho el cuerpo humano. Y claro que yo no me quejaba de la grasa que acumulaba mi trasero... Yo estaba saludable y en eso debería concentrarme, pero a veces era imposible no dejarme llevar por los estándares de belleza que impone la sociedad: no rollos, pero si curvas, guapa, pero no vulgar, arreglada, pero natural.
Simplemente imposible de cumplir.
Por suerte tenía más días buenos que malos. Era cuestión de comenzar a aceptarse y amarse, todos somos bellos, la belleza es subjetiva y hay que ser nosotros mismos sin tratar de cumplir ningún canon de belleza.
O algo así decía mi mamá. Seguramente ella también debió de haber pasado por lo mismo que yo considerando que tiene el mismo tipo de cuerpo y se crío en el mismo país que yo.
Lo que me recuerda que ella murió.
Y que ya no estamos allí.
Yo. Yo estoy en Corea del Sur.
Nunca había estado aquí, ni siquiera me había acercado a Asia; algo que, ahora que lo pienso, es extraño ya que mi padre siempre trataba de inculcarnos de su cultura, aunque no estuviera mucho en casa.
Sentí como mis ojos se cristalizaron de pensar en mis padres... Ahora estaba por completo sola en Corea. Podría no estarlo, claro, pero mi enojo era más fuerte que mi tristeza y mis ganas de estar con mi familia.
A pesar de tener mejores amigos y ser feliz con mi familia, siempre había sido una persona solitaria y que amaba la soledad. Sin embargo, ésta vez, lejos de mi zona de confort, lo que más podía anhelar era compañía.
«¿Ese es tu deseo? ¿Eso es lo que quieres?»
No, no. No.
Ignoré la voz en mi cabeza, ya me tenía harta. La había estado escuchando desde ya hace unos días, luego de cumplir tres semanas de haberme escapado de la casa de mi padre. Eso, sumado a las alucinaciones, desmayos y sangrados de nariz abundantes (ni en mi período me bajaba tanto, era una cantidad tan grande que la primera vez pensé que estaba muriendo por un derrame cerebral), no parecía pronosticar nada bueno. Eso sí que era no estar saludable...
Pero a pesar de las cosas ya dichas, sigo igual de firme que antes. Pensé en ir al hospital, pero en este país aún soy menor de edad y no sé si llamarán a mi padre para atenderme... O bueno, a no ser que me sumen ese año de cuando era un feto en el vientre de mi madre como un año más de vida, como suelen hacer aquí en Asia, por lo que tendría 19 en vez de 18 años. ¿Con los extranjeros también se hace eso? ¿Cuento siquiera como extranjera?
Como sea. Por suerte, sigo viva y no morí ni siquiera de hemorragia, lo que es una muy buena señal. Además estuve comiendo bastantes alimentos con hierro, para que no me fuera a dar anemia.
Aunque ya me estoy quedando sin dinero... Bien, no importa, puedo vender algunas de mis cosas.
Mi celular vibró en mi bolsillo trasero llamando mi atención. Al sacarlo y mirar la pantalla verifiqué que era mi padre. Llamaba al menos unas diez veces al día, al igual que mi hermano. Coloqué el teléfono en silencio y lo guardé para seguir con mi camino.
Estaba a una calle del edificio, había salido a una tienda que quedaba a tres calles para comprar unos pocos víveres que me hacían falta; pude haberlo hecho en el mercado que estaba en la residencia, pero no era precisamente barato y yo necesitaba de cada centavo que pudiera ahorrar.
Independizarse, si es que puede llamarse así, era un horror.
Un sonido atrajo mi atención y me desvió de mi camino. Una caja alta que yacía al lado de los contenedores de basura, cerca de la calle, se movía y emitía ligeros chillidos. Me acerqué, sabiendo lo que me encontraría, pues el abandono de animales era algo común en todo el mundo.
Había un minino, era atigrado gris y blanco; lucía asustado y retrocedió hasta la esquina más alejada de mi, lloraba en tono bajo y supuse que tenía hambre, tal vez también frío.
Levanté la mirada y observé hacia ambos lados, aunque no sé para qué, supongo que fue la costumbre de que cuando uno encuentra algo, busca a su dueño. Pero ése animal no estaba perdido, así que era en vano, aunque pudiera dar con la persona que lo dejó ahí, él o ella no lo querría.
¿Quién sabe hace cuánto tiempo estaba ahí? ¿De todas las personas que pasaban por la calle, yo fui la única que se había detenido?
Sentí un nudo formándose en mi garganta y tomé la caja sintiendo pena por aquel bebé; me hacía acordar a Bulgae, el perro de mi familia. Le habíamos puesto así por una leyenda coreana que decía que estos perros míticos, a los que se le llamaban perros de fuego, provenían del reino de las tinieblas y siempre estaba persiguiendo el sol y la luna, y cuando por fin los alcanzaban, provocaban los eclipses.
No sabía si en la residencia aceptaban mascotas, pero bueno, metería al gato a escondidas si era necesario. No podía dejarlo ahí en la calle.
Caminé lo que me faltaba para llegar a mi departamento, con las bolsas de víveres en una mano y abrazando la caja que tenía el animal con mi brazo libre.
Noté que el guardia de seguridad estaba cortando el césped y decidí acercarme.
—Buenos días. ¿Sabe si se permite tener animales en el edificio? —pregunté en coreano.
—Buenos días, señorita. Sí, se puede tener mascotas.
—Oh, genial. Gracias. Que tenga un buen día.
—Igualmente... —Creo que iba a decir algo más, pero fue interrumpido porque de repente, una de las cuchillas de la cortadora de césped salió volando y dio en un árbol, casi rozando la cabeza de un chico que iba pasando por allí.
¿¡Qué rayos!? Dios santo, pudo haberlo matado.
—¿Pero qué...? —susurró el muchacho viendo la cuchilla clavada en la madera.
—¡Ey, lo siento! Woah, eso pudo haber terminado muy mal —se disculpó el guardia.
Observé preocupada al muchacho qur parecía tener mi edad. Su pelo oscuro estaba un poco largo y caía sobre su rostro tapando su frente. Vestía ropa oscura y llevaba una mochila. Su expresión cambió de una sobresaltada por la cuchilla a una más seria. Casi parecía deprimido.
Él miró al guardia y luego a mi, mientras el señor se seguía disculpando y explicaba que nadie más podía cortar el césped el fin de semana porque no había muchos empleados. Yo decidí que era hora de retirarme hacia mi departamento, así que comencé a alejarme sintiendo aun su mirada en mí.
Subí a mi departamento por el ascensor. Era el 1607. Antes que yo, entró uno de mi vecinos. Parecía ser allí, tan nuevo como yo, pero ya todos lo conocían y le tenían un apodo que le iba como anillo al dedo.
—Señor mafioso. —Me incliné en forma de saludo al ver a uno de mis vecinos.
—¿Por qué me siguen llamando así? Soy un buen tipo —se quejó.
—Nadie lo niega —respondí con una sonrisa—. Pero el apodo le queda.
—Adiós, niña emo —se despidió al bajarse del elevador, burlándose de mi y mi ropa.
Miré mi ropa en cuanto quedé sola. No lo había notado, pero de nuevo iba vestida toda de negro... como todos los días. Nunca lo notaba, no lo hacia a propósito. Simplemente la mayoría de mi ropa era negra y yo elegía lo más cómodo. Generalmente la compraba porque me gustaba mucho como quedaba en negro que en colores chillones. También porque combinaba con todo (aunque no tenía con que combinarla si todo era negro). Ah, y sin dudas también porque era más práctica, la ropa de color se manchaba mucho más rápido, en especial sí era clara. Las camisetas blancas no me duraban ni un año...
Hoy llevaba unas botas tipo militar, shorts y una camisa. Me gustaban mucho las camisas, pero nunca encontraba una ocasión para usarlas ya que suelen ser muy formales. Ese día me levanté, vi la camisa en mi armario y decidí que iba a usarla por fin.
Por fin el ascensor llegó a mi piso y al entrar en mi departamento busqué una lata de atún en agua y se la di al gatito, al principio fue un poco reticente, pero terminó por engullir el contenido completo. Luego de investigar sobre los cuidados que debía tener con un gato tan cachorro, herví leche para que no le cayera mal y la dejé aparte para que se enfriara y no se quemara al beberla. Esperé un rato y cuando sentí que ya no estaba muy caliente, se la di para que bebiera antes de salir de nuevo, pues necesitaba comprar ciertas cosas para él, como alimento balanceado, caja sanitaria, piedras, además de llevarlo al veterinario... Sería un gasto más, pero no me importaba. Él lo valía.
Al llegar a la veterinaria descubrimos que no era un gatito, sino una gatita y decidí ponerle como un personaje de mi leyenda surcoreana favorita: Gumiho. Al menos esperaba que no se transformara en un monstruo y me devorara; me reí mentalmente por ese chiste.
Al llegar de nuevo a la residencia sonreí pensando en que ya no estaba más sola, tenía compañía.
La nariz comenzó a sangrarme de nuevo en cuanto las puertas del ascensor se cerraron y la caja metálica comenzó a subir hacia mi piso. Por suerte, el ascensor esta vez estaba vacío.
La voz dentro de mi cabeza gruñó.
«Que patética. ¿Crees que eso te va a dar lo que necesitas? ¿Qué va darte lo que quieres? ¡Yo voy a darte lo que deseas! Solo dímelo... Solo tienes que decírmelo.»
N/A:
¡Ah! Primer capítulo, que emoción. ¿Qué les va pareciendo hasta ahora la historia? ¿Les agrada Myeong-Suk Park y Gumiho?👀💖
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