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Dulce Ginebra

Fueron invitados a una reunión entre compañeros en uno de esos bares donde el sake suele ser el mejor elixir para una noche tras un arduo trabajo en las escuelas y trabajos. El mayor entre todos pidió una bebida especial; beberían ginebra toda la noche, algo nuevo para el par de amigos protagonistas de este relato. Kaneki no quiso ir, como siempre, pero el rubio hizo de las suyas para arrastrarlo al lugar y beber juntos un par de botellas.

Tarde o temprano el alcohol hizo de las suyas dentro del cuerpo de ambos. Todo mundo disfrutó de la peuqueña fiesta y a eso de la media noche, se despidieron para volver a casa, dando por terminado todo.

Hide se pudo levantarse en sus pies, tambaleante y con los brazos trazando figuras extrañas en el aire.

—Oye —dijo arrastrando la voz y tocando la espalda del azabache que se había dejado vencer en la barra—. Ya vámonos ¿Puedes ponerte de pie?

Los dos terminaron borrachos, de eso no hubo duda, pero Kaneki ya no logró ponerse de pie o articular alguna palabra. Había logrado perder la conciencia, sólo una sonrisa se le dibujó en el rostro.

Nagachika lanzó un suspiro frustrado. Al instante un sonrojo vino a acompañarlo en sus pensamientos, los cuales le decían que su mejor amigo se miraba muy tierno dormido y con un poco de alcohol en su organismo. Alejó todo pensamiento cachondo de su mente y se encargó de llevarlo a la casa más cercana, la cual era la de Hideyoshi.

Llegaron a la casa del rubio, cerró muy bien la puerta principal y a tientas y tropezones alcanzaron a llegar al sofá.

—Bien, es hora de dormir —sentenció el rubio asegurándole a Kaneki unas cobijas y almohadas para confeccionar el sofá.

Una vez que le dio las buenas noches al azabache, que aparentemente estaba dormido, dio la media vuelta con una sonrisa floja, preguntándose ¿En qué estaba pensando al traerlo a casa?

Pero algo lo detuvo, un agarre un poco fuerte y tonto en la muñeca lo hizo perder el equilibro. En un par de segundos, en un parpadeo, Hideyoshi estaba recostado en el sofá, con un Kaneki bastante extraño montándolo por la pelvis y moviéndose rítmicamente con la intención de despertar algo.

Sus dudas o sorpresas fueron silenciadas con un par de besos lujurioso y atrevidos. El azabache, mudo a una respuesta lógica, pero presto a regalar jadeos a diestra y siniestra, se encontró bajo la oscuridad, con el cuerpo caliente, con su miembro deseoso de unirse a un dulce vaiven con el de su mejor amigo.

En ese momento no hubo tiempo para pensar si las cosas estaban bien o mal, qué harían o dirían el día de mañana.

Hide siguió con el juego, saboreó los besos húmedos e inexpertos de Kaneki mientras poco a poco ambos se iban deshaciendo de sus ropas. Era una lastima no poder admirar el rubor en el pálido rostro de Ken, pero Nagachika estaba seguro que estaba tan rojo como las fresas, así como tembloroso como la gelatina y en celo como un animal agresivo.

Formó un intento pobre de una sonrisa y prontamente tomó las riendas de asunto. Mordió con fuerza el labio inferior de Kaneki y aprovechó su guardia baja para tumbarlo y quitarle los pantalones.

—Espera, Hide —pidió Ken temblando y con la mirada tierna, con un tinte atrevido—. ¿De verdad lo vamos a hacer?

—¿Tú que crees? —le respondió con un tono juguetón—. Tú comenzaste esto.

Cansado de sólo un par de caricias y con el pene bien levantado, Hide no lo podía seguir ocultando, tenían que llegar hasta las últimas consecuencias. Levantó las piernas de Kaneki, quien se mostró receptivo y con una expresión deseosas.

En medio de un coro de jadeos y gemidos, Hide comenzó por restregar la punta en la entrada, dándole al azabache una sensación extraña pero placentera. Bajó su mirada y sonrió al ver el genuino placer dibujado en los ojos y labios de Kaneki, los cuales estaban abiertos en espera de un beso.

—Se siente... —murmuró Kaneki­— ...Ra... Raro, Hide.

Nagachika volvió a sonreír, pero ahora con el ceño fruncido, ya no lo soportaba más.

—Mentiroso —le dijo con la voz gruesa, pero temblorosa—. Se siente bien, sólo espera un poco más.

Y entró con tal desesperación que arrancó del azabache un adolorido gemido. Nagachika ya estaba dentro de Kaneki, y la sensación era única en su especie.

Estaba enloquecidamente apretado.

Estaba enloquecidamente húmedo.

Hide intentó abrazar el cuerpo flacucho de Kaneki, pero una descarga cruel de placer y cosquilleos lo invadió y lo obligó a arquear la espalda. Reprimió un fuerte gemido, atrapó a Ken por sus nalgas y el pobre se colgó del cuello del rubio para levantarse un poco y robarle un beso.

Durante la caricia ambos permanecieron quietos, interesados en explorar sus cavidades bucales, pero más temprano que tarde Nagachika comenzó a moverse. Las embestidas iniciaron con una lentitud respetuosa y temerosa a romper a su amigo, pero la situación no era la más propensa para la paciencia y al cabo de un par de penetraciones, comenzó a aumentar su fuerza y rapidez.

Se amaron en ese momento, lo gritaron entre jadeos y maldiciones, hasta que por fin e ignorando el dolor de la primera vez para ambos, se corrieron; Hide dentro de Kaneki, y este ultimo en su vientre, alcanzando a manchar a su amigo.

Hide salió de Kaneki, satisfecho de cierta forma por ser correspondido. No cabía en alegría, pero cuando se separó un poco del cuerpo del azabache una fuerza extraña pareció apoderarse de él y arrojarlo lejos de la cama.

Pataleó, gritó y se desgarró la garganta por volver al lado del lecho con el amor de su vida, pero el lugar en donde se encontró repentinamente se volvió oscuro. Las luces de su sala se volvieron negras y el sofá en donde lo habían hecho y donde reposaba Kaneki, pidiendo por más, se encontró fuera de su alcance.

De rodillas y con las uñas bien aferradas, Hide intentó arrastrarse para llegar con Kaneki. Quería llorar, no podía separarse tan pronto, sólo lo necesitaba a él, debía protegerlo, preocuparse por él y amarlo como nadie en el mundo para poder mostrarle lo que significaba la verdadera felicidad, pero cuando alcanzó la punta del sofá, el juego terminó para él.

Abrió los ojos. Se encontró lleno de sudor y cegado por la luz de la mañana colándose por una ventana en una habitación que no reconoció al momento. Se llevó una mano a la frente, la cual le recorrió la cabellera rubia y avergonzado formó una sonrisa floja.

—No lo puedo creer —dijo antes de reír.

Se levantó para darse cuenta que estaba dormido en una cama que no era la suya, sino la de su mejor amigo Kaneki. Apretó las sabanas y miró en derredor, pero prontamente se sintió extraño; bajó la mirada a su entrepierna y sí, tenía una típica erección provocada por un sueño húmedo.

Se volvió a echar a reír y la puerta se abrió para mostrar a Kaneki con un delantal y con un huevo frito en un plato.

—Hide —regañó a su amigo—. Te dije que no tomaras tanto anoche, te tuve que traer a casa y casi nos caíamos.

"Así que eso pasó en realidad" pensó el mencionado queriendo morir de la vergüenza.

—Ya, lo siento por las molestias —le respondió inclinándose un poco y recibiendo el plato.

—Como sea —restó el otro formando un tierno puchero, volviendo a clavar una flecha en el corazón de Nagachika—. ¿Cómo te sientes con la resaca?

—Ah —cayó en cuenta y era cierto que le dolía la cabeza, pero por pequeñeces no iba a preocupar a su amigo—. Estoy bien, gracias. ¡Y que aproveche!

Se lanzó al platillo que Kaneki le había preparado. Se acabaría hasta las migas, porque no siempre se tiene la oportunidad de comer algo preparado por la persona de la que se gusta.

Sin embargo, una pregunta lo llevó con rapidez a las orillas de la muerte y desesperación.

—Oye, Hide —le preguntó el azabache—. ¿Por qué gritabas tanto mi nombre cuando estabas dormido? ¿Me moría en tu sueño y por eso gritabas?

El rubio se atragantó con la comida. Levantó los brazos para atrapar un poco de aire y una vez calmado, con un suave tinte rosa en las mejillas le admitió a Kaneki.

—Eh, sí —mintió rodando la mirada, un poco nervioso—. Te morías, por eso grité.

Kaneki ahogó un grito, continuó la charla exponiendo su preocupación, queriendo saber más y con exactitud qué había soñado su amigo, pero este se perdió en el recuerdo de sus sueños y logró murmurar algo que pasó desapercibido para Ken.

—Esa dulce ginebra —murmuró Nagachika—. No vuelvo a probarla en mi vida.






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