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6. Agujas de pino

Tiempo más tarde ambos chicos se encontraban dando vueltas entre los pasillos y estantes del supermercado. Oliver empujaba uno de esos carritos de compras cuyas ruedas rechinaban. Se detuvo en el pasillo de cereales y tomó la caja de cereal más interesante que vio.

—Es mejor tener provisiones a largo plazo —comentó para seguir empujando el carrito. A su vez, echó una caja de galletas, papas fritas, chocolates y por fin latas de comida real—. No es como si en Willow Creek no hubiera comida, pero yo supongo que será más costosa por la distancia.

Allen le miró un tanto serio. Consideraba que llevaba aquello más por gusto que por necesidad.

—Claro, claro —negó mientras caminaba y veía los precios. Por lo que llevaban no aparentaba que todo saliera más allá del presupuesto que habían determinado, y Allen esperaba que fuera así.

Al poco tiempo tenía la pinta de que tenían lo que necesitaban. Por lo que caminaron a la caja para pagar.

Mientras la cajera pasaba los productos por el escáner, Oliver pensaba sobre que el dinero que llevaban alcanzaba para llenar el tanque, los víveres y difícilmente para rentar algo en Willow Creek. Ya no habría dinero para algo más después de eso, por lo que tendrían que buscar trabajo prácticamente en cuanto llegaran, o sobrevivir como pudieran.

Miró las cajetillas de cigarro detrás del mostrador, con esas advertencias estúpidas que nadie nunca escuchaba, y después miró el gran letrero que prohibía la venta a menores de edad. Frunció el ceño, había mucha gente en la fila, por lo que eligió quedarse callado y pagar la cuenta.

Después, salían de la tienda, Oliver procurando cargar con la mayor cantidad de cosas.

—Me parece estúpido que la gente haga un escándalo por ver a jóvenes fumar ¿sabes? Yo no veo a nadie histérico porque estemos deprimidos, o estresados, o abandonados en un internado, ¿cuál es la diferencia con un cigarrillo? Ambas cosas te hacen daño pero de distinta manera. Sólo que una importa a los adultos y la otra no.

Guardó los víveres en el asiento trasero. Allen se encogió de hombros:

—Cosa de adultos supongo. Normalmente cargan con su doble moral a cualquier lado —comentó ciertamente despreocupado por el asunto. No defendía el consumir nicotina ni aunque fuera moderada, pero también no esperaba cambiar nada hablando de ello, pues quien consume normalmente sabe lo que hace y sus riesgos. Por ello nunca se había molestado porque Oliver fumara—. Ya encontrarás un modo de conseguir una cajetilla.

Una vez las cosas fueron acomodadas bien, volvieron a los asientos delanteros. Allen había pasado por aquella ciudad unas tres veces por ser cercana al internado, por lo que al menos sabía por dónde quedaba la salida. Puso en marcha el vehículo y lo guió por las calles según recordaba. Sabía que había una gasolinera casi al final de la ciudad.

Oliver apoyó el brazo en el marco de la ventana del auto y después apoyó la cabeza en la mano. Miró el recorrido, miró la estúpida ciudad con el sin fin de edificios y el sin fin de vehículos. Pensó en que si, un policía los llegaba a detener por cualquier clase de falla, seguramente acabarían llamando a sus padres. Cerró los ojos, la brisa le daba en la cara.

—¿De qué estás huyendo? —preguntó sin más—. Nunca habías dicho que deseabas irte del internado, o por lo menos nunca lo dijiste de la manera que yo lo hacía.

Por un momento, la expresión de Allen se paralizó. Sabía que el momento llegaría, pero no lo esperaba tan pronto. Se tomó un momento antes de responder:

—Mi padre... Ya no podía... Simplemente ya me había cansado de temerle tanto y no tener el valor de enfrentarlo realmente. —Nunca había pensado en la posibilidad de decir justo aquellas palabras en voz alta—. Huyo de él... Tal vez parezca algo tonto e irracional mi miedo hacia él, pero hay mucha historia por detrás —decidió al final dar una sonrisa triste. No estaba preparado para recordar el pasado a profundidad.

Oliver apartó la vista de la ventana conforme escuchaba la respuesta de Allen. Por un pequeño instante se arrepintió de haber preguntado, pero realmente en algún momento tenía que saber la verdad. Volteó a verlo.

—Está bien, Allen. Si realmente le tienes tanto miedo como para huir, es porque realmente es una persona detestable. Cuentas conmigo, y mientras yo esté vivo, no dejaré que siquiera te dirija la maldita palabra. No te va a encontrar. Y me aseguraré de que nadie más te haga nada, ni Lenny, ni nadie.

Abrió mucho los ojos al mencionar al Lenny, luego los volvió a entrecerrar, de tal forma que parecía cansado.

Extrañado por la mención de su ahora excompañero, Allen asintió:

—Ojalá algún día pagarte todo lo que has hecho para ayudarme —su sonrisa se transformó en una de felicidad.

Luego de casi una hora pudieron ver el final de aquella ciudad. Por lo mismo, encontraron una estación de servicio, que no estaba llena. Allen desvió el auto para entrar en la misma, se estacionó en el lugar para llenar el tanque de gasolina. Por suerte nadie cuestionó nada, esto ya que el encargado estaba más al tanto de su celular que de quién llegaba o no. Podrían haberle robado en su nariz y él no se daría cuenta.

Luego de tener el tanque lleno arrancaron esta vez en dirección a la carretera. Sería un largo viaje y necesitaría las indicaciones de Oliver para llegar. Oliver sacó su teléfono y por primera vez desde la llamada con Casey, lo encendió. Miró las notificaciones de un sin fin de llamadas perdidas y mensajes sin ver, pero hizo caso omiso. Gracias a las recargas mensuales que su familia solía hacerle, no tuvo problemas en usar los datos para Google Maps. Recordaba ligeramente el camino a Willow Creek, pero no quería perderse bajo ningún concepto. Dijo las indicaciones a la vez que se dejaba hundir completamente en el asiento:

—Solía ir a Willow Creek en los veranos. Con Casey, y esas cosas. Mi abuelo salía a las montañas a dispararle a las aves y conejos. Luego Casey se ponía a llorar y decía cosas como «si la llevamos a casa puedo curarla». Por supuesto que no podía revivir a un conejo de herida de bala pero —dio un suspiro—...Casey siempre mostró interés en ayudar desde niña. Por eso ahora es enfermera. Y.., la verdad no sé porque te cuento estas cosas estúpidas.

Quizás se sentía mal por abandonar a Casey, o por no darle explicaciones mínimas.

—No son cosas estúpidas, o al menos así lo veo —murmuró Allen.

Siguieron por la carretera en un sólo sentido recto por al menos una hora.

—¿Qué tal si pones algo de música? — Allen mantenía su vista al frente. Por el momento no sentía incomodidad por lo de sus costillas y esperaba que fuera así por un extendido lapso de tiempo.

Por su mente no pasaba nada en específico más que estar al pendiente del camino, sería la primera vez que hacía un viaje tan largo. Lo cierto era, que en la desviación al final de aquella ciudad, era el camino hacia su antigua ciudad y por ende casa, la cual oficialmente había dejado atrás.

Oliver asintió con la cabeza y se acercó a la radio.

—Te ves muy pretencioso por como sostienes el volante y la forma en la que estás sentado —dijo mientras sonreía—. Es obvio que quieres humillarme y mostrar que eres mejor conductor. Ya lo hiciste. ¡Así que deja de restregármelo en la cara!

Encendió la radio, presionó los botones al azar. Escuchó algo en una estación sobre que el clima iba a empeorar, en otra estación hacían un concurso para un concierto, y en otra un noticiero reportaba algo importante sobre..., cambio de estación y escuchó la musiquilla de blues.

—No soy pretencioso, solo me siento ridículamente ansioso si no mantengo la vista al frente —aseguró para luego reír—. Seguro aprenderás en algún otro momento.

La música hacía más ameno el ambiente, llenaba esos espacios vacíos causados por el silencio. Todo era más cómodo de esa manera.

—Esto parece una escena de película dónde los protas se van en busca de una nueva vida o qué sé yo —Allen rio ante su propio comentario. Estaba viajando más allá de lo debido.

—Eso somos: protagonistas de una película que escribió un hombre drogado. Es una horrible película y mínimo espero que tenga final feliz —dijo a la vez que sonreía.

Oliver se asomó al asiento trasero y tomó la caja de cereal. La abrió y sin más comenzó a comer las bolitas de colores con más azúcar del que nadie podría procesar. El auto que estaba detrás ellos comenzó a sonar el claxon impacientemente. El conductor estaba fastidiado, quizás porque ellos avanzaban lento. Oliver se tomó su tiempo para sacar la mano por la ventana y formar la universal seña obscena con el dedo. El conductor gritó algo, no se entendió, pero seguramente era algún insulto.

—Siempre quise hacer eso —dijo mientras se reía.

Allen, por lejos de quedarse cómodamente en su asiento y reír como se esperaría de cualquier persona, sólo se estresó por la situación:

—Aparentemente la gente ya no sabe cómo es conducir en carretera —masculló. Miró bien que no viniera ningún vehículo del otro sentido de la carretera, sacó su brazo para hacerle la seña de que pasara.

Al poco tiempo el otro vehículo se les adelantó no sin antes decirles algunas cosas más. Allen decidió ignorarlo. Suspiró y luego terminó por reír. Sus cambios repentinos de humor serían lo de menos por el momento.

Oliver se percató un poco de lo rápido que cambiaba de estado de ánimo, pero consideró que era relativamente normal dadas las circunstancias. Decidió que era mejor concentrarse en el «conduces como vieja» que había dicho aquel hombre:

—Si ese tipo supiera que eres menor de edad tras el volante y sin licencia, seguramente se lo pensaría dos veces antes de hacerte perder los estribos —masticaba el cereal a la vez que se le escapa alguna que otra risa.

Atravesaban uno de esos puentes con un gran río debajo, con árboles altos y frondosos, incluso algún que otro pino.

—Deberíamos, algún día, deberíamos ir a pescar. Subirnos a una lancha, ponernos sombreros ridículos y esperar toda la mañana para intentar atrapar algo como verdaderos estúpidos. Sería genial que hiciéramos eso.

—Eso suena algo que harían dos ancianos que vivieron una larga y cansada vida —sonrió Allen—. Suena bien, sólo espero que sí alcancemos a pescar algo.

El paisaje era simplemente irreal. Nunca había pasado por un lugar así, había tanto que aún no conocía y sentía que había perdido tiempo de conocer, sin importar su corta edad. Una sensación nostálgica inexplicable, que esperaba más adelante se transformara en verdaderos recuerdos para extrañar.

Y Oliver, por un instante, casi un parpadeo, sintió una fuerte sensación de felicidad, pero una felicidad estúpidamente intensa. Y eso fue sólo con la respuesta que le dio Allen. Quizás era porque sentía aceptación, o pertenencia, o sentía que de verdad alguien lo apreciaba por cómo era. Se quedó pensando sobre eso, pero luego Allen hizo una pregunta:

—¿Puedo pedirte un favor? —le dio un vistazo rápido.

—Por supuesto. Habla.

—¿Podrías detallar bien este lugar? Quisiera dibujarlo después —pidió. Esperaba que con sus descripciones pudiera así recrear el gran paisaje en algún otro momento.

Estaban casi a la mitad del puente.

Oliver quedó un poco perplejo ante la petición, pero poco después asintió energéticamente mientras sonreía y pensaba: «solo Allen pediría algo así, sólo Allen...» Sin decir nada más, ya se encontraba prácticamente sacando la cabeza por la ventanilla:

—¡Bien! Los árboles son tan frondosos que parecen enormes arbustos bordeando el río. Hay muchísimos. Hay algunos de hojas amarillas, algunos pinos que sobresalen, y hay tanto viento que hay hojas por todos lados. Y un árbol está lleno de..., de aves. Tiene más aves que hojas. También puedo ver rocas blancas y grises, y...., el río parece tan tranquilo para la extensión y la profundidad que seguramente tiene —tomó aire—. Es hermoso, ¡si me muero ahora me muero feliz!

El entusiasmo le había vuelto, de nuevo se sentía unido a la vida, de nuevo se sentía parte de algún lugar. Allen sonrió ampliamente:

—Eso me parece suficiente —al escuchar su comentario negó riendo— ¿Es eso posible? —cuestionó sin pensarlo mucho. Tal vez no era una reflexión que debiera ser hecha tan precipitadamente.

Al poco tiempo el poco sol que había pegado fue opacado por los árboles que había a lo largo del camino, dando entrada a sus inmensos bosques. Sin duda había sido un drástico cambio de luminosidad. El camino seguía, y parecía ser tarde, solo que no tenía idea de que tan tarde exactamente. Pronto daría el primer desvío que los llevaría a aquel lugar que les deparaba como destino en el momento.

Oliver hizo silencio por un largo rato, dejó de comer los dichosos cereales y se detuvo a pensar, por un momento, en esto y aquello. No entendía muchas cosas de sí mismo, y mucho menos comprendía muchas cosas del resto de las personas. Pero solo sabía que estar en aquel auto con Allen, lo hacía sentir vivo. Era realmente Oliver Wade. Pensó con mucha intensidad en una cosa: haber atacado a Lenny esa noche valió la pena. Y quién sabe, quizás ahora ese tipo esté muerto o algo por el estilo. Un golpe en la cabeza de tal magnitud es muy amenazante, pero lejos de sentirse asustado, se convenció de que había sido un movimiento increíblemente acertado y justo.

—¡Eh, mira! Estamos cerca —Oliver señaló el clásico letrero que anunciaba el poblado próximo: Willow Creek.

Allen miró embobado el letrero. Realmente estaban casi allí, ¿en qué momento había pasado tan rápido el tiempo? Se inundó de tanta felicidad que decidió aumentar un poco la velocidad. Por alguna razón totalmente desconocida en el momento, quería llegar cuanto antes. Y entonces recordó, que nunca había estado tan emocionado por ir a algún lugar porque sabía que no sería para siempre y ahora en Willow Creek era como esa luz que indicaba que estabas por salir de aquel eterno y oscuro túnel.

—Esto es increíble —mencionó con una gran sonrisa.

Luego de pasar el letrero los árboles se teñían cada vez más con aquel color marchito y rojizo de sus hojas característico de los fríos otoños. Por un momento parecía haber salido de su realidad. Esperaba que el lugar también se sintiera así de bien para vivir. La temperatura había disminuido considerablemente debido a la altura y la intensidad del bosque que rodeaba el sitio. Los pinos tomaron más protagonismo, parecía que competían entre sí por quién podía llegar más alto.

Y pronto apareció por fin, el poblado dónde las casas eran de madera, dónde había en un principio un puñado de negocios, la más llamativa era una cafetería. Los suelos estaban llenos de agujas de pino y, de hecho, ahora el auto estaba lleno de ese aroma. El pueblo no era muy extenso, podrías recorrerlo de lado a lado en mucho menos de una hora. Los lugareños seguramente acostumbrados al frío no llevaban ropa tan abrigada. Un grupo de cabras se veía en el fondo, siendo guiadas por una mujer.

—Es justo como cuando venía de niño. Me da la misma sensación de estar dentro de una postal —dijo Oliver—. Deberíamos parar en esa cafetería, compremos algo en lo que pensamos en lo que sigue.

Allen asintió llevando el auto hasta estacionarlo en el lugar:

—Cada vez estoy más seguro de que estoy soñando esto —bromeó mientras admiraba el lugar. Salió del auto con sumo cuidado. Confiaba en que Oliver se encargaría de lo demás.

Si su móvil estuviera encendido, Allen hubiera hecho lo que todo turista y tomaría fotos a todo. Después de acomodar las cosas y poner seguro a la puerta, avanzaron hacia la cafetería. El frío los mantenía despiertos, y una taza de café les sonaba bien. La cafetería era sencilla, mesas aquí, mesas allá, decoración simple y nada pretencioso. Había gente que parecía del mismo pueblo, ningún otro que pudiera calificarse como turista. Se sentaron en una mesa frente a una ventana, Oliver revisó el menú y simplemente pidió dos capuchinos a la mesera. Ya conocía a Allen lo suficiente como para conocer el dato de que también le gustaba dicha bebida.

—Posiblemente tengamos que dormir en el auto por hoy, pero estoy seguro de que pronto encontraremos algo —comentó Oliver.

A esas alturas el pelirrojo parecía más un niño emocionado por ir al McDonald 's que un adolescente huyendo de catástrofes. Asintió mientras observaba todo.

—Está bien —mencionó para no dejar la respuesta al silencio. Tal vez incluso empezaba a exagerar un poco con su comportamiento, por lo que cuidadosamente tomó postura en el asiento, ahora estaba más serio.

Oliver notó ese comportamiento casi de niño, y también notó cómo drásticamente lo moderó para verse más adulto. Ahogó una risa, se veía cómico. Y pensó en decirle algo como «no te reprimas, me gusta verte feliz y que estés mirando todo como si tuvieras seis años», pero no dijo nada y se limitó a bajar la mirada con una sonrisa, luego comenzó a hablar:

—En este sitio hay un gran lago por alguna parte, y había una panadería con las mejores magdalenas de canela del país, si todavía está, te llevaré ahí. Oh, y luego estaba esa mujer con los quesos de cabra...

Los recuerdos de su infancia llegaban como lluvia. Y de alguna forma estaba de nuevo ahí, en esos días de verano con Casey y el columpio bajo el árbol.

—¿Queso de cabra? ¿Es bueno? —En su vida Allen había probado algún tipo de queso que no fuera el parmesano y el industrializado que usaban para los sándwiches. Su madre era intolerante a la lactosa, por lo que era extraño ver cualquier cosa comestible que contuviera lactosa, a excepción claro, de las veces que su padre compraba aquellos sobres de queso que servían para echarle a la pasta, la cual sólo comían cuando visitas importantes iban a su casa.

Casi luego de haber hablado el pedido de su mesa llegó. Agradecieron para al instante comenzar a tomar la bebida.

—¿Alguna vez has tenido insomnio a causa de la cafeína? —cuestionó Allen, al recordar que los últimos dos días no había dormido nada bien, esperando que una de sus bebidas favoritas no empeorara las cosas.

—Sí, muchas veces. Pero es un sacrificio que estoy dispuesto a aceptar. El café es café. Y el café es bebida de dioses.

Dieron largos sorbos.

—Esto era lo que necesitaba después de tanto tiempo —dijo Oliver en un susurro.

Oliver apoyó la cabeza en su mano, se inclinó para ver un poco alrededor. Bien, era perfecto. ¿Cuándo los encontrarían ahí? ¿Cuándo alguien pensaría que se fueron a esconder a uno de los poblados más lejanos de la ciudad principal? Quizás había una sola persona..., pero Oliver ni siquiera consideró que los descubrieran como una posibilidad sólida. Miró a Allen con el café entre las manos, con rastros de felicidad y un poco de cansancio en su rostro, y con la ropa un tanto desaliñada. Apartó la mirada porque quizás lo observaba mucho sin darse cuenta.

—Hagamos un..., un brindis—dijo Oliver con un tono vacilante, mientras alzaba su café—. Por nuestra nueva vida como criminales fugitivos.

Allen le miró un tanto confundido pero terminó por ceder con un tanto de entusiasmo. Levantó su café de igual forma:

—Por la vida de criminales fugitivos — repitió para luego así chocar levemente ambas tazas—. Espero que nadie haya escuchado eso... O que al menos crean que sólo es una broma.

Mientras bebía, Oliver pensó divertido «pues eso de criminales fugitivos sólo aplica para mí». Debía ser más cuidadoso respecto a ese tema, pero en realidad no creía en absoluto que algún día Allen iba a sospechar demasiado y mucho menos como para descubrirlo, así que por ello andaba soltando verdades a medias sin pánico. Pidió la cuenta y pagó tranquilamente. La señora más próxima a ellos los miraba feo, pero Oliver no se tomó la molestia de explicarle que era broma (más o menos) y mejor se divirtió con ello.

Subieron al auto, y ahí sí que hacía frío en comparación con la cafetería.

—Nos vamos a morir de hipotermia.

La noche había caído, se sentían cansados, por lo que tal vez era indicio de que iban a dormir sin mucho problema esa noche, eso quería pensar Allen ignorando lo evidente:

—¿Crees en algún Dios? Porque no estaría demás rezar para que no sea así —su humor nunca había sido su fuerte.

Allen arrancó nuevamente el auto pero lo mantuvo inmóvil esperando que Oliver le diera algún indicio de donde podrían.

—Por cierto, ¿los autos no tienen calefacción? —cuestionó Allen mientras que miraba los botones del aire acondicionado, no creía que con tanta tecnología, no hubiese un sistema para calentar el vehículo en casos de frío.

—Sí pensé en eso, pero..., ¿qué tal si se agota la batería por tener la calefacción toda la...? Meh, es mejor un auto muerto a dos muchachos muertos —dijo y de un tirón encendió la calefacción. Soltó un suspiro de alivio, pero de cualquier forma siguió con su suéter verde encima. Se rascó la herida de la ceja—. Creo que podemos dejar el auto en.., uh... —intentó disimular que no tenía idea—. ¿Qué tal en ese terreno vacío de allá?

Señaló una gran extensión vacía a la lejanía, sólo con un que otro pino estorbando. Con algo de suerte, nadie vendría a reclamar.

—¿Seguro? ¿Y sí le pertenece a alguien y luego nos despertamos con alguien golpeando el vidrio de la puerta? —cuestionó Allen no muy seguro. Recordó al instante lo que se había dicho a sí mismo: no iba a cuestionar a Oliver. Terminó por sólo suspirar: —Qué importa, vamos allá.

Dio marcha al lugar a lo que en cuestión de segundos ya estaba el auto estacionado y ellos acomodándose en sus asientos. Esa podría o no ser una larga noche, dependiendo de qué tan susceptibles estuvieran sus cuerpos a descansar.

Poco después, Oliver se quitó los zapatos más por costumbre que por otra cosa, y antes de acomodarse verificó que las puertas y la ventana estuviera asegurada. Metió las manos a los bolsillos del suéter, pensó un poco más en esto y aquello. Últimamente pensaba demasiado. Para este punto los pinos otorgaban una oscuridad casi total y espeluznante.

—Allen..., ¿no tienes miedo? —murmuró sin pensar.

No sabía exactamente a qué se refería. Si se refería a miedo del futuro, a miedo de que los encuentren, a miedo de la noche, a miedo de que venga un loco, o si preguntaba si le tenía miedo a él. La cosa es que su mirada se perdió por un instante, y la respuesta era importante.

Una pregunta que a simple vista podría significar todo o nada, hizo moverse a Allen en el asiento, en busca de comodidad:

—Supongo que depende... —en el fondo aún tenía miedo, dirigido siempre a la misma persona. No quería pensar en ello, pero lo haría tarde o temprano—. Diría que sí y no. Mi miedo no está aquí en este lugar, por lo que ahora mismo no tengo miedo.

No había pensado muy bien sus palabras. Solo esperaba que Oliver le comprendiera, que en ese momento, en ese lugar, en su compañía, no tenía miedo. Estaba dónde no había razones para tenerlo, pero eso no quería decir que fuese inexistente, porque mientras en su mente su padre siguiera con vida, su miedo estaría por allí caminando normalmente por las calles.

La respuesta era sencilla y corta, pero Oliver pudo entender perfectamente a qué se refería y lo que implicaba. Tardó en volver la vista y apartarla de lo que sea que veía, le miró y asintió brevemente. Le miró a los ojos, como pensativo, como casi queriendo decir algo más, algo cómo, ¿Sería yo tan confiable para ti si supieras que le partí la cabeza a un tipo y qué no siento nada de remordimiento? ¿Está bien hacer un viaje sin retorno con un tipo como yo? ¿Soy comparable a tu padre? Las preguntas le venían a la cabeza tan rápido que sintió la necesidad sacudir la cabeza porque podría escupirlas. En el fondo quería explicarle que sentía que había cambiado, y que quizás en cualquier momento volvería a hacer una locura de ese estilo.

—Estarás bien —dijo lentamente—. Lo juro.

Allen sonrió levemente. Después de tanto tiempo volvía a tener total certeza de que era posible confiar en las personas mientras estás fueran las indicadas. Su suerte había cambiado para bien finalmente:

—Gracias —murmuró mientras llevaba su mirada a lo que seguramente era el techo. Esperaba poder cerrar sus ojos y descansar. Pero no pasaba. No lograba ceder ante su evidente cansancio, mantenía sus ojos abiertos y su mente en blanco.

Oliver volvió a fijar la vista en lo que sea que estaba viendo. Su rostro permaneció inexpresivo pero sin dudas, estaba pensando en algo y mucho. Se dio la vuelta para darle la espalda a Allen. Se bajó la manga de la camisa y del suéter, observó un poco la piel, la volvió a subir, todo en movimientos pausados. «¿Y qué más da? Nunca se dará cuenta», cerró los ojos. «¿Y si eso es lo peor? Que nunca lo descubra. El café me pone ansioso. Seguramente no me acordaré de esto en un par de horas. Y tengo cosas más importantes para enfocarse». Tardó bastante, pero al final pudo dormirse. Soñó de nuevo con un estadio de béisbol vacío, sentado en las gradas, nadie en la arena, las tijeras clavadas en el asiento más próximo a él, y ni un solo sonido. Sus sueños se tornaban extraños.

Y con Allen, la historia se repetía. Allí estaba, con los ojos abiertos entre tanta oscuridad. ¿Cómo iba a no pensar? El silencio era tal que se le hacía incómodo escuchar su propia respiración, pensando en sí podría molestar a Oliver, quién dormía aparentemente de manera pacífica. Optó por concentrarse en la brisa que sonaba de las afueras, era increíble cómo oía el zumbido del motor como algo lejano y al mismo tiempo el silbar del viento. Parecía una obra de arte. Ahora era esa su visión, todo pareciendo tan irreal, como sacado de esas historias fantasiosas con paisajes hermosos. No tenía idea de cuando caería esa fachada, no sabía y temía que fuera en el momento menos oportuno. Deseaba que su realidad fuera aquella, que aunque tenía toda la pinta de ser una idealización y mentira de su cerebro, era la más preciada.

Cerró los ojos y así los mantuvo por un tiempo hasta finalmente lograr caer por momentos en un no tan profundo sueño. Tal vez si lo conseguiría después de todo.

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