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22

Ambas emprenden el camino de vuelta a Florida, pasan antes por el hogar de Sharon y se despiden de todos, a Montserrat le cuesta irse dejando a Demian, de hecho lo abraza por un buen tiempo. Se sube al auto de Abi y se marchan alejándose con los saludos efusivos de los niños que se despiden de ellas.

—Estoy preocupada, no quiero dejarlo.

—Vendré al final de esta semana, cuidaré de nuestro hijo —toma su mano y la besa— no dejaré que nada le pase cariño.

—Suspira— Está bien copito de nieve —Abigail levanta una ceja— ¿Qué?

—No me llames con apodos estúpidos, por favor. Si en el taller escuchan, o peor si Madox y Simba escuchan que me dices copito de nieve, me van a molestar. Solo nos digamos por los clásicos. Mi amor ¿Te parece? —Montse le regala una gran sonrisa.

—Me parece. Me gusta que me digas así, mi amor—se acerca y le susurra al oído—. Mi panecillo de canela.

—Montse.

—Dime bizcochito.

—De verdad.

—De verdad, caramelito.

—¿Me vas a molestar con eso?

—Sí, sweety. Al menos déjame que te llame como yo quiera en nuestra intimidad, ¿puede ser? Prometo controlarme delante de tus empleados y hermanos.

—Si se te escapa delante de ellos atente a las consecuencias —se coloca lentes de sol y sonríe con malicia, una que hace que le den escalofríos a Montserrat.

Se turnan para manejar llegando a Florida de noche. Montserrat le pide que se quede esta noche a dormir con ella, entran besándose al departamento. Llegan a la habitación la deja acostada en la cama, alguien toca la puerta, pero ellas siguen en lo suyo, vuelven a tocar de vuelta y de vuelta, Abigail a regañadientes decide ir atender ella. Es un matrimonio anciano que necesita ayuda para sacar a su gatito, y como escuchó ruido del departamento de Montse decidió pedir ayuda aquí.

Al volver Montserrat está acurrucada hecha un ovillo en el borde de la cama, se descalza, saca mantas del clóset y se acuesta a su lado tapándola mientras la abraza, besando su hombro y acariciando su brazo. Se pega más a ella que ronca débilmente para descansar también por fin.

—Buenas tardes mi amor —deja la bandeja en la mesita de luz y la besa en el rostro para despertarla— te traje comida y algo para que tomes, es la una de la tarde amor, despierta.

Montserrat se incorpora de golpe, la ve desorientada, y mira por la ventana entrecerrando los ojos se pregunta que tan cansada estaba que durmió tanto. Habla y su voz sale rasposa y ronca.

—Buenos días —se vuelve a acostar sintiendo los párpados pesados.

—Buenos días belleza dormilona.

—Estaré dormida, pero estoy muy segura de que es bella durmiente —Abigail se ríe— ¿Por qué no me has despertado antes?

—Necesitabas descansar y yo necesitaba ir a comprar las cosas para hacerte el almuerzo. Por cierto tus vecinos, Mirna y Leo nos han invitado a cenar para agradecerme que —la rubia se acurruca a su lado en busca de caricias que la pelinegra le regala— rescaté a su gatito anoche.

—No sé quienes son.

—El matrimonio anciano que vive a dos puertas. Ya saben que somos pareja y no tienen problema con eso, de hecho te iban a presentar a su nieta antes de saber que estás conmigo —le aparta el cabello del rostro—. Hablé con Úrsula y vuelvo el miércoles, Simba se hará cargo de lo que haga falta mientras no estoy. Ella también me hizo una propuesta para ti —la mira con un ojo abierto— quiere que trabajes en el área de marketing de la empresa, me dijo que le llamaras si te interesaba y hablarían de números. Nova una de sus esposas, quiere también que diseñes unas publicidades para sus hoteles, marca de ropa y restaurantes, no encuentra a nadie que le guste y te advierto que es muy exigente, pero va a pagar lo que le pidas —la rubia voltea y la mira seria—. Es solo una propuesta no tienes que...

La toma y la baja al lado de ella abrazándola. Se acurruca en su cuello y Abigail no sabe que pasa hasta que siente húmeda su piel y Montserrat tiene unos espasmos, voltea y la ve llorar. Se cómoda mejor frente a ella y la abraza, no sabe que dijo o hizo que la hizo llorar y está preocupada.

—Tuve miedo —dice la rubia— por eso fui a buscarte y estuve afuera de tu casa pensando si era lo correcto estar ahí, porque me habías pedido tiempo y espacio y yo con miedo de perderte, fui a verte, necesitaba verte. Vi cuando tu ex llegó y me quedé paralizada, ví todo —levantó el rostro—, cuándo le echaste furiosa. Tarde un poco en reaccionar en lo que había ocurrido, lloré de alivio, que vergüenza un vecino tuyo me preguntó si estaba bien.

—¿Viste todo? —Abi recuerda exactamente que dijo que estaba con alguien, que la amaba y al hijo que tienen en común— ¿Escuchaste también?

—No —Abi exhala aliviada, aún no está lista para admitir que la/los ama— estaban lejos, solo vi que estabas muy enojada por lo que ella hizo. Sé que es demasiado, que todo esto es mucho y que —suspira—. Abi si quieres abrirte de esto, lo entiendo, es lo que quiero decir. Apenas estamos comenzando algo y es demasiado.

—Montserrat ya te dije que tomé una decisión —le dice con voz seria—. La verdad es que lo pensé bastante, de verdad mucho. Pero luego de hablar con Sharon, de verte con Demian, que mis amigas te apoyen y hasta mis hermanos te quieran, por Dios hasta le caes bien a Mushu, y a Mushu no la e cae bien nadie. Entonces supe que en realidad tenía miedo de que me abandonen, un miedo que Tessa clavó en mí profundo, y no es algo por lo que tengas que pagar tú, ni Demian. Quiero estar aquí mi amor, estoy aquí, déjame estar aquí contigo y para ustedes.

Se abraza fuerte a ella por un rato, y luego de unos besos matutinos. Se acomodan para comer, pero no en la cama sino que en el comedor dónde llevan todo, se bañan juntas y hoy por un día se dan un poco de tregua y paz como hace mucho no tienen, claro que siempre teniendo presente lo que tienen que resolver.

Esa misma tarde entre los brazos de Abigail tiradas en el sillón viendo una película habla con Úrsula, mientras la pelinegra le acaricia la espalda y el cabello, llegan a un acuerdo y decide que el viernes se reunirá con Abigail, presentando la renuncia en su trabajo y para estar las dos más cerca de Demian.

—Entonces te unirás a mí luego —ella asiente— ¿Y ya sabes dónde vas a vivir?

—Mi hermana me ofreció quedarme con ella un tiempo hasta que encuentre departamento. Asombrosamente hablamos bastante, es un alivio ya no odiarnos a muerte, hasta quiere conocer a Demian... y a ti.

—Bueno que casualidad, porque a mi me gustaría que conocieran al resto de mi familia. Mis padres y resto de hermanos ya saben de ti, mi madre quiere conocer a quién me ha hecho sentar cabeza —ella ríe.

—Es que eras una oveja descarriada imagínate cuándo sepan cómo nos conocimos y te metías en mi vida —la pelinegra la mira suplicante— no voy a mentir, por mucho que me gustes y te —«ame»— quiera. Así que te aguantas.

—Se acomoda de nuevo— Mi amor, también te quiero —sale un susurro— y a nuestro hijo.

—Te queremos conejita —Abigail se muerde los labios ante los apodos cursis que se le ocurren a Montserrat— ¿Quieres decirme algo? Bombón.

—No, calabacita.

Montserrat sonríe, al principio solo lo hacía para molestarla, pero la verdad es que lo sigue haciendo por eso, le gusta ver su cara de ofuscada cuando la llama por un apodo empalagoso, y sabe que mientras más se niegue, peor va a ser, así que solo le queda aguantar.

—Entonces hoy viajas —se sienta en su escritorio mientras Abigail intenta no distraerse y firmar papeles que tiene que dejar— ¿Te parece si sales de aquí y pasamos el día juntas? —cruza las piernas apretadas bajo su falda distrayendo a la morocha que las mira y sacude la cabeza.

—Sí, claro —traga y se aclara la garganta mientras teclea en la computadora. Montserrat le acomoda despacio un rulo suelto tras su oreja y la mira seductora.

—Nunca lo he hecho en una oficina —ese comentario provoca un cortocircuito en Abigail que deja de teclear— la adrenalina de que te agarren en cualquier momento y lo papeles desparramados por el piso mientras estás en el escritorio, me parece sexy ¿A ti no? —le levanta el mentón y unos ojos oscuros se clavan en ella— bueno me voy, te veo en...

Deja la computadora en el mueble atrás de ella, se para abriendo las piernas de la rubia y metiendo ambas manos al costado y entremedio de sus piernas y la tela de su falda. La pega a ella trayéndola hacia su cuerpo y la besa sin delicadeza, mordiendo su labio inferior.

—Si mi mujer tiene una fantasía como esa, quién soy para no cumplírsela —miran a la puerta— está cerrada con llave, en cuanto te vi entrar así, imaginé que tus intenciones no eran buenas.

—Bueno menos mal que diste cuenta.

—No hagas ruido, y ya sabes la regla principal sin agarrarme de la cabeza mientras estoy abajo, pon las manos —se le escapa un gemido a la rubia lo ahoga en el hombro de Abigail, cuando esta roza con sus dedos la bragas que ocultan sus ganas de ella bajo un pedazo de tela— dónde quieras —la besa mordiendo sus labios.

La mano de la pelinegra sigue con su labor, mientras Montserrat se tapa la boca y muerde su mano evitando que se escuchen demasiado fuertes sus gemidos. Es la primera vez que va a hacer esto en su trabajo y más aún en su oficina, pero no puede negarse viendo como se ha venido a verla Montserrat. Desprende los botones de su camisa, le da la atención a sus pechos probando el punto exacto que lleva a la rubia a la locura, corre su ropa interior y masajea la intimidad, se separa y le tapa la boca, cuándo toca el gatillo sensible de la rubia y sus brazos flaquean, con su columna arqueándose.

Se deshace de su Camisa dejándola bien puesta en el respaldo de la silla con el brasier. Le baja el cierre a la falda y se lo saca, toma una tijera y corta las bragas, a lo que la rubia intenta protestar.

—Viniste así para provocarme atente a las consecuencias.

—Eran mis favoritas.

—Te compraré 10. Ahora de pie y de espaldas a mí —se baja del escritorio y obedece— abre las piernas. Te aconsejo que apoyes bien los codos en el escritorio y como se te escape un gemido, te dejo con las ganas, no pueden descubrirnos.

Abigail se encarga de atender la parte más urgida de la rubia. Se sienta en su silla, la baja un poco y con una buena vista, se sumerge en ella, hasta le da una nalga que hace brincar a Montserrat, y luego le aprieta los glúteos. Separa, lame y sorbe, hasta que las piernas de Montse flaquean y cae sentada en Abigail quién termina su labor, con una mano mojada y la otra encargada de acariciar los pechos, que bajó para sostenerla en cuánto los espasmos de su cuerpo se hacen más fuerte, lame su mano y se tira hacía atrás con la rubia acostada encima de ella completamente desnuda.

—Jamás había hecho esto en mi trabajo —la abraza besando su cuello— ¿Cómo te sientes?

—Ella aún respira agitada— Siento que me has acomodado hasta el alma —acaricia los brazos que la abrazan—. La próxima vez será mi turno, no sé si esté a tu altura, pero voy dar mi mayor esfuerzo. Por Dios eres una salvaje y bastante autoritaria.

—Ambas ríen— Dominante y sí, igual soy así cuando estoy con alguien que me gusta mucho, y tú me gustas mucho —golpean la puerta y Montserrat se exalta acomodándose en la silla, pero Abigail conserva la calma— carajo que inoportunos —susurra— ¡Estoy ocupada! ¿Qué pasa?

—Jefa nos estamos yendo ¿Cierra usted?

—A ver córranse —se escucha murmurar—. Abigail nos vamos, cierra tú —y el murmullo y los pasos desaparecen.

—Vamos.

Montserrat comienza a vestirse y mientras Abigail le prende la camisa, mira sus bragas rotas haciendo puchero y la guarda en su cartera, pero Abigail se las quita y se las guarda en el bolsillo de su pantalón. Se besan un rato, antes de salir, esperando que todo el mundo ya se haya ido. La morocha hace una parada rápida en su baño personal para secarse, la situación la dejó bastante mojada a ella también.

—¿Lista? —Abigail asiente— vamos osita del amor.

—¿Osita del amor? —se escucha la voz de Simba y comienza a reírse. Pensaron que no había nadie cuándo se lo dijo, si hasta revisaron y no había— ¿No te olvidas nada osita? —sigue cagándose de risa.

Abigail se acerca y le da una patada en la entre pierna, él cae arrodillado sin aire, tapándose y agarrándose los testículos.

—Le dices a alguien lo que acabas de escuchar —se agacha a su lado— y será lo último que hagas.

—No diré nada —dice sin voz— solo deja mis canicas en paz. Barbie cascanueces.

—Buen chico —le da una bofetada amistoso— cierra cachorrito sin padre, antes de que te deje sin vida —toma de la mano a Montserrat que quedó con la boca abierta y salen hacía afuera subiéndose al auto— esa te la dejo pasar mi amor, porque pensé que estábamos solas.

—Pero él...

—Estará bien y no hablará, si sabe lo que le conviene ¿A dónde quiere ir a comer mi Princesa? —toma su mano enlazándola y besa el dorso, luego de ponerse sus lentes de sol— por cierto. Ven a vivir conmigo, mientras encuentras un lugar dónde quedarte, si quieres. No hay que tentar a la suerte y a tu hermana menos, mejor que se lleven bien de lejos ¿Qué me dices?

—¿Dónde quedó el ir despacio? —ella ríe— solo hasta que consiga algo para ir a vivir con Demian, quiero que tenga su propio cuarto.

—Creo que Madox se tendrá que acostumbrar a no dormir —sonríe con picardía Abigail.

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