15
—¿Qué fue eso del apellido pistón?
—Esos idiotas piensan que solo vivo en el mundo de los autos ¿Quieres tomar algo? —abre la heladera— tengo yogurth, cerveza, jugo, agua, gaseosa y un limón seco.
—Montse sonríe— Estoy bien, gracias ¿Puedo pasar al baño?
—Claro es por aquí —la guía atravesando las habitaciones al final del pasillo— voy a buscar el paquete.
Abigail se vuelve a su habitación y ordena un poco más, de lo ordenado que ya está, no sabe porque se siente tan nerviosa de que esté la rubia aquí, será porque ella es la que usualmente va su departamento y es la primera vez que ella viene. Al darse la vuelta ve a Montserrat apoyada en el marco de la puerta mirándola, es un disparo a quemarropa lo linda y sexy que le parece, apoyada así en la puerta.
—Linda habitación, no pensé que te gustaran los colores claros —se acerca sentándose a los pies de la cama sobre el edredón acolchado beige y la manta tejida gris claro, los almohadones también combinan tullidos en la cabecera del mismo color que el edredón. La rubia acaricia la manta tejida y Abigail la mira embobada— te hacía un poco más...
—¿Rustica? —se ríe lejos de ofenderse, sentándose a su lado, acostándose— ¿Qué pensabas encontrar un acolchado de autos de carrera? —la rubia no se ríe, pero ruborizada se tapa el rostro acostándose a su lado también— ¿De verdad Montserrat?
—Bueno en mi defensa podría haber sido posible. No es algo tan descabellado, si lo piensas bien —Abigail voltea sobre su costado, sosteniendo su cabeza con la mano.
—Bueno en realidad lo tengo, pero lo dejé en casa —sonríe— esta casa me la presta la empresa y solo tienen cosas aburridas para la cama.
—Voltea a verla hacía arriba— ¿De verdad?
—No Montserrat, soy una adulta, no tengo esas cosas. Me ofende que pienses eso de mí —hace un gesto de falso enojo.
Regaló su acolchado de autos de carrera hace años, no era muy sexy llevar a chicas a casa y que se encontraran con eso y sabanas de una pista de carrera, eso le saca las ganas a cualquiera, cualquiera que no sea un cura, porque sí, era algo aniñado tener eso como una adulta profesional que se supone que es.
—Ay no Abigail, perdona —ella comienza a reír, tirándose a un costado y Montserrat le pega con un almohadón en el estómago— eres tonta, pensé que te había ofendido.
—Para que algo me ofenda, viniendo de ti —le aclara, tomándola de las mejillas— vas a tener que esforzarte un poco más —se quedan mirándose, Montserrat toma su mano y Abigail vuelve a acostarse a su lado sin soltarse— ahora conoces oficialmente a Simba y Madox —le acaricia con el pulgar la mano.
—¿Qué es eso de Rambo de jardín? —la rubia voltea su cabeza a verla.
Abigail sonríe y se muerde el labio inferior tapándose el rostro.
—Me lo dijo eso porque tengo la altura de un gnomo y soy combativa. Estúpido.
—Definitivamente tú y tu familia son originales para llamarse —comienza a reír— me gustaría ser así con mi hermana.
Le suelta la mano llevando los brazos hacía arriba a su cabeza. Ahora es Montserrat quién voltea y le acaricia el pelo a Abigail que sonríe, parpadeando lentamente. Montserrat la observa desde un ángulo más relajado de ella, le parece hermosa con su energía constante y esa sonrisa que lleva casi que abotonada a sus mejillas, pero verla así de relajada y en calma hace que no pueda dejar de mirarla.
—Si sigues así voy a dormirme —le dice Abigail abriendo los ojos lentamente— esa es mi debilidad —abre un ojo— pero no se lo cuentes a nadie.
Montserrat está hipnotizada, ni siquiera le responde, no puede hacerlo. Su pelo es demasiado suave, aunque grueso y pese a tener rulos de ondas grandes, ella sumerge la mano en su cabello con tal delicadeza que sus dedos no se enredan. A Abigail nadie jamás, la había acariciado con tal delicadeza. Su cabello siempre ha sido un caos de enormes rulos, un caos que ama, pero uno al que pocas personas estaban autorizadas a tocar, claro que Montserrat tiene vía libre para eso.
La rubia tiene ganas de delinear con su mano libre el contorno del rostro de la morocha, sus largas pestañas negras naturales, sus labios carnosos pero proporcionados de una manera delicada, Monserrat aprendió que tiene un nuevo lunar favorito, y ni siquiera sabía que tenía uno, hasta que conoció a Abigail y una de las cosas que primero se grabó en su mente fue el lunar cerca de su ojo izquierdo justo en línea que termina su párpado abierto. Soñó con ese lunar, sin saber dónde lo había visto, hasta que se dio cuenta a quién pertenecía.
La respiración de Abigail sube y baja despacio, ella solo la mira y sobre todo mira su boca. Sus pulso se acelera, y su respiración se hace un poco errática. No es un ataque de pánico, ni de ansiedad, es la adrenalina y sus deseos latentes que está reprimiendo para no besarla, no quiere cagarse en esta amistad.
Cierra los ojos y suspira. Siente el calor de su cuerpo cerca, una mano recorre su mandíbula, bajando a la nuca y la besa, cerrando los ojos un beso superficial se transforma en algo desesperado y necesitado, un cuerpo sobre el otro, la respiración entre cortada, las manos que exploran, que aprietan, que aprisionan, que no quieren soltar y las bocas, esas que no quieren dejarse ir.
—Montse —la llama Abigail— Montserrat —la mueve—¿Estás bien? —la voz de Abigail la saca de su fantasía.
La ve abriendo los ojos lentamente y su perfume cerca le inunda aún más las fosas nasales. Abigail la roza y ella quita su mano como si una brasa caliente la hubiera tocado, y el roce no está lejos de eso.
Montserrat cayó primero.
—¿Me llevas a mi departamento? —su teléfono suena, lo mira y corta— mi hermana —intenta cambiar de tema es la 5ta vez que llama hoy.
—Claro ya te llevo —se levantan ambas de la cama y la rubia se pega a su teléfono con cara seria respondiendo los mensajes—. Disculpa que me haya quedado dormida, te dije que no tenías que acariciarme... —Abigail intenta ser graciosa y liviana con el tema, de pronto Montserrat se pone tensa.
—Está bien, no pasa nada —le resta importancia y sigue con el teléfono.
Abigail no sabe si hizo algo malo, solo sabe que abrió los ojos y Montserrat estaba muy cerca de ella con los ojos cerrados y en estado catatónico, y también es consciente que por un fracción de mili segundos, estuvo muy tentada a sacarla del trance con el beso que hace tanto desea darle.
Camina hacía la pequeña biblioteca con los pocos libros que le han interesado alguna vez y otros nuevos que compró por recomendación de Montserrat, saca uno en particular que compró para ella en una tienda de segunda mano, un título que seguro ella volararia mejor que nadie. "orgullo y prejuicio" en una edición que parecen haber personalizado alguien para alguien, ya que sobre la cubierta verde musgo en el fondo, hay pequeñas enredaderas bordadas de flores y hojas que recorren los bordes, una parte del lomo y terminan en la parte de atrás, rectifica esto con la dedicatoria en una caligrafía exquisita.
"Aún cuándo dejemos de existir, lo que fuimos y pudimos ser se lo lleve el tiempo, quedará en este libro tu recuerdo, y en estás letras el amor que te tuve y no pude darte.
Te amo y aunque lo nuestro no pueda ser hoy, te prometo que hallaré la manera de que sea, así sea en otra época, con otros cuerpos y con otros nombres. Yo voy a buscarte y te encontraré, para vivir nuestra historia de amor."
A. L 16/03/1889
El día que Abigail lo compró era 16/03, pero ella ni siquiera notó esa coincidencia. Se percató al llegar a su casa, que el libro si bien se veía en buen estado, considerando su antigüedad, estaba todo marcado en el interior en algunas oraciones, palabras o frases, los bordes tenían anotaciones con dos tipos de letras. Quiso devolverlo, no quería regalarle un libro tan manoseado a ella.
—Niña puedo devolverte el dinero —dijo el hombre mayor con su pulso temblando mientras guardaba libros—, pero no puedes devolver el libro —voltea y la mira—. En esta biblioteca, los clientes no eligen a los libros, los libros los eligen. Ese ejemplar que tienes en la mano, no se ha querido ir desde hace mucho tiempo, muchos estuvieron por comprarlo, pero el libro no quería irse —voltea otra vez a guardar libros—. Ni puedo, ni voy a recibirlo.
Ella volteo frustrada con el libro, y estuvo a punto de tirarlo, pero no lo hizo, no podría ¿Qué clase de monstruo haría algo así? Hasta el libro más malo del mundo, merece una segunda oportunidad en otras manos.
—Viejo loco —murmuró pateando una piedrita— ¿Ahora que hago? —mira el libro de nuevo y suspira— papel de regalo —fue a comprarlo e intentó envolverlo en el auto, pero frustrada y rompiendo el mismo, optó por comprar una bolsita de regalo— mucho mejor, pero le falta un moño —bajó y fue a comprarlo— mucho mejor. Hablando sola y con un libro, solo falta que alucine y vea duendes ahora —pasa un niño vestido de duende— ¿En serio? Ahora falta que llueva billetes de cien dólares y Montserrat se enamore de mí —mira por el parabrisas y no pasa nada—. Bueno Dios no es pendejo —arranca el auto y un billete de cien llega volando a donde ella estaba estacionada.
Pide y se te dará.
Ahora camino al departamento de Montserrat, quién no le ha hablado en todo el camino, se estaciona y la rubia abre la puerta con apremio.
—Montserrat —la llama Abigail y ella para, antes de cerrar la puerta— ¿Hice algo que te molestara?
—No —responde seca, sin más explicaciones.
—Se rasca la ceja y le pasa la bolsa— La dedicatoria ya la traía adentro, espero que te guste —ella duda en tomar la bolsa de la misma mano que la sostiene Abigail, entonces la pelinegra la deja en el asiento.
Pero Montserrat no cierra la puerta, sino que abre la bolsa delante de ella y saca el libro, lo ve asombrada y maravillada, es una obra de arte. La tapa bordada con el fondo verde musgo, la dedicatoria, las anotaciones en las hojas que voltea con cuidado, una reliquia y ahora es suyo. Mira a Abigail y se sube de nuevo sentándose en el asiento a su lado.
—Es hermoso, me encanta —la mira de lado y le dedica una sonrisa—. Este libro es...
—Tuyo —dice Abigail seca, aunque por dentro se derrite por como la mira la rubia ahora—. Pensé en ti cuándo lo ví, y dije tiene que ser de Montse.
A Montserrat no le hacían regalos muy seguidos, menos que menos de la nada, y claro que poca gente en su vida le había regalado algo que compró por acordarse de ella. Su gay panic ha bajado, y otra vez cae en la mirada de encanto de Abigail y en la ternura que le provoca esta mujer.
Se acerca y la besa en la mejilla izquierda, la morocha cierra los ojos y exhala, la rubia se endereza mirándola y se muerde el labio inferior al verla así, se acerca nuevamente y deja otro beso en su mejilla más cerca de su boca que dura un poco más, se separa y Abigail voltea el rostro viéndola directamente, si va a besarla de nuevo, no será en la mejilla.
—Gracias me ha encantado —los ojos negros se posan en sus labios, Abigail está en trance, casi no la escucha— el libro es hermo...
Abigail la besa, ella cruza primero la línea y con todo gusto. Un beso tímido se transforma en uno deseado, cuándo Montserrat no retrocedió separándose. La morocha hunde sus mano derecha en su cabello y la izquierda la toma de la cintura trayéndola hacia ella. Es Montserrat quién quien pide permiso con su lengua para entrar, es Abigail quién lleva el ritmo. Ninguna de las dos quiere separarse y dejarse ir, después de un beso, de tremendo beso, ya no hay vuelta atrás y pocas son las opciones que quedan.
Alguien toca bocina para que el auto se mueva, se tienen que separar y a regañadientes Abigail tiene que moverse de lugar, aparca en un lugar vacío, no quiere que Montserrat se vaya, quiere besarla de nuevo, pero también quiere hablar sobre esto. Lo que acaba de pasar cambia las cosas.
—Estamos en contacto.
Dice Montserrat, abre la puerta, tomando la bolsa de regalo, pero antes se vuelve y se besan de nuevo, esta vez un poco más apresuradas, entonces ella se baja y cierra la puerta. Abigail cree que entonces está todo bien, o eso esperaba, pero no.
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